Mario
VARGAS LLOSA: El
héroe discreto, Alfaguara,
2013, 383 páginas.
Para
un lector familiarizado con las obras de Vargas Llosa, El
héroe discreto
parece una novela
discreta,
en la que la inventiva y la fuerza de la denuncia política han
perdido fuste. Es una narración realista- con algún trazo
esperpéntico- que regresa al ambiente de la clase media peruana
desde la perspectiva de un escritor que ha agotado algunos temas, que
mantiene su compromiso ético y que desde la edad madura se acerca a
congéneres en sus mismas circunstancias para reflexionar sobre la
lucha por la vida y sobre el destino.
La
actual sociedad peruana representada en las ciudades de Piura y Lima
se refleja en la novela como un entramado tupido y laberíntico de
razas, culturas y clases sociales, en el que las arañas del espíritu
maligno del ser humano y de las convenciones sociales van tejiendo
la trampa viscosa donde el individuo puede caer atrapado. De acuerdo
con la cita de Borges que abre el libro, es deber hermoso de cada
hombre creer en el hilo que le permitirá orientarse en el laberinto
y no perecer en él. Así pues, y desde la primera línea del libro,
el lector tiene la sospecha –luego confirmada- de que está ante
una optimista novela de tesis.
Interesa
siempre sobremanera a Vargas Llosa el reflejo de la clase media en
sus conflictos individuales y colectivos, aquí encarnada en tres
hombres que llegan al arrabal de la vejez y se aferran a sus sólidos
principios para defender su proyecto de vida y acercarse a la
felicidad, a pesar de las adversas circunstancias que se confabulan
en su contra:
Felícito
Yanaqué,
un empresario hijo de un aparcero criollo, ha dedicado, infatigable,
sus desvelos a cimentar su vida en su próspera empresa de
transportes, en su familia (esposa e hijos), en sus anhelos de ser
aceptado por la buena sociedad blanca de Piura. Guiado por el consejo
de su padre de no doblegarse ante nadie y por su consecuente férrea
actitud ética, además de por el amor que siente hacia su amante
Mabelita, avanza por el proceloso mundo de los negocios y por la
atonía de la vida matrimonial, y consigue encontrar la salida del
laberinto vital en que se sume tras la infidelidad de sus seres más
queridos.
En
Lima, Ismael
Carreras,
propietario de una boyante aseguradora, ha sobrevivido a la viudedad
y a los disgustos que le dan sus hijos (unos “cachorros” en toda
regla) gracias a la entrega a su empresa y al impulso de un
justiciero afán de venganza en el que implica –dulce sorpresa de
la vida- a un amor otoñal. Rigoberto,
su fiel empleado, ve peligrar, tras más de treinta años de
servicio, la jubilación y los planes de disfrute junto a su esposa
Lucrecia, con la que mantiene los divertimentos eróticos que
conocimos en Los
cuadernos de don Rigoberto.
Para él, la música clásica y la pintura continúan siendo alimento
de su espíritu sofisticado y válvula de escape de preocupaciones,
como las que le siguen dando las alucinaciones (o fantasías) de su
hijo Fonchito.
A
su alrededor se observa una sociedad que ha prosperado económicamente
desde los años de La
casa verde,
como declaran los primos León, dos de aquellos ”inconquistables”
que frecuentaban el prostíbulo, y como demuestran con su propia
andadura. Sin embargo, Lituma sigue siendo un gris sargento, un pobre
hombre, paralizado quizá por su mezquindad y por su falta de impulso
vital, mientras pasea desorientado por sus días y por el
transformado barrio de sus francachelas juveniles. Pero también es
una sociedad que abona la desculturización, la violencia, la
injusticia, la pérdida de valores éticos…, especialmente entre
los jóvenes. Son los viejos temas de las obras primerizas de Vargas
Llosa.
Pero El
héroe discreto
es también un compendio
magistral de las técnicas
estilísticas
del escritor, quien consigue que el lector olvide la voz del narrador
y sólo sienta el pulso de historias que afloran espontáneamente y
oiga las voces nítidas de los personajes. Diálogos narrativos
simultáneos de acciones pertenecientes a momentos temporales
diferentes, estilo indirecto, dos líneas argumentales alternas
durante dieciséis capítulos que se funden al final de la obra,
datos escondidos que incrementan el suspenso, cierre efectista del
capítulo, ausencia casi total de tiempos muertos, narración dentro
de la narración, riqueza léxica, sonoridad vibrante [oígase el
comienzo de la obra :”Felícito
Yanaqué, dueño de la Empresa de Transportes Narihualá, salió de
su casa aquella mañana, como todos los días de lunes a sábado, a
las siete y media en punto, luego de hacer media hora de Qi Gong
(…)”].
Es la voz embaucadora de un buen contador de historias.
Concha Botaya Zumeta, profesora del IES Goya
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