EL BLOG DE LA BIBLIOTECA "IRENE VALLEJO" DEL IES GOYA DE ZARAGOZA


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domingo, 2 de mayo de 2021

"Mañana de la cruz", de Juan Ramón Jiménez



Mañana de la cruz


Dios está azul. La flauta y el tambor
anuncian ya la cruz de primavera.
¡Vivan las rosas, las rosas del amor,
entre el verdor con sol de la pradera!

Vámonos al campo por romero,
vámonos, vámonos
por romero y por amor...


Le pregunté: "¿Me dejas que te quiera?"
Me respondió, radiante de pasión:
"Cuando florezca la cruz de primavera,
yo te querré con todo el corazón."

Vámonos al campo por romero,
vámonos, vámonos

por romero y por amor...

"Ya floreció la cruz de primavera.
¡Amor, la cruz, amor, ya floreció!"
Me respondió: "¿Tú quieres que te quiera?"
¡Y la mañana de luz me traspasó!

Vámonos al campo por romero,
vámonos, vámonos
por romero y por amor...


Alegran flauta y tambor nuestra bandera.
La mariposa está aquí con la ilusión...
¡Mi novia es la virjen*de la era
y va a quererme con todo el corazón!


De Baladas de primavera (1907). En Segunda
antolojía poética (1898-1918)*, 1920

*Juan Ramón escribe con una ortografía personal, alejada de
las normas. Nunca usa la letra g para representar el fonema
velar fricativo sordo, es decir, cuando suena como j. De ahí
que escriba virjen y antolojía.


Baladas de primavera es un libro formado en su primera edición por veintiséis poemas que comparten el comienzo del título "Balada de...". Fue compuesto en Moguer en 1907, un momento de compenetración con su tierra (Urrutia), y publicado en 1910. El libro fue inspirado por Blanca Hernández Pinzón, su primer amor, con la que se reencontró en Moguer en 1906. En él introduce la inspiración de corte tradicional, que servirá después a los poetas de la generación del 27. 

Jorge Urrutia llama la atención sobre el prologuillo en el que el autor se sitúa en el campo, nos explica el símbolo del pájaro, del ruiseñor, que es el sentimiento, y nos permite relacionar la escritura del libro con la de Platero y yo (Corazón florecido sobre un asno, en un mediodía con amapolas!), y vincularlo con la asunción del paisaje. Añade Urrutia que este libro representa "un paulatino paso hacia la felicidad a través de la aprehensión de la naturaleza". Si su libro anterior, Las hojas verdes (1906), terminaba "sin posibilidad de primavera, las baladas llegan a convertirse en un canto a dicha estación del año, hasta integrarla en el título del volumen". El campo va curando el sentimiento de melancolía del poeta, que ya está listo para el amor. El descubrimiento del blanco será, según Urrutia, su definitiva salvación. Y Blanca es precisamente el nombre de la mujer amada. Ha vuelto a encontrar los pájaros y las flores, y la cita inicial de Albert Samain nos lo presenta con el corazón habitado por mil pájaros que cantan. 

Se trata de un libro que para Díaz-Canedo representa la perfección misma, del que escribe  Urrutia:
En él se dan, sin duda, metáforas sorprendentes que demuestran la plenitud simbolista del poeta. Es, por otra parte, dentro de su variedad métrica, una obra de plena asunción de la naturaleza y de la cultura. Las abundantes lecturas que ya tenía Jiménez emergen (los clásicos, los cancioneros, los poetas simbolistas...) en sus versos, acompasados muchas veces por unos ecos de poesía tradicional que el poeta ha sabido entender unida al paisaje que le rodea.
Entre los poemas destacados de este libro se encuentra "Balada de la mañana de la Cruz", que reaparece, como es frecuente en la poesía de Juan Ramón Jiménez, con notables variantes en sus diversas antologías. Se incluyó luego en la Seg. ant. (1898-1918) (versión que reproducimos aquí) e igual en la Terc. (1898-1953), con algunos cambios en ambas respecto a la primera que, en opinión de Sánchez Barbudo, mejoran el poema "sin alterar su carácter de exaltado canto de amor". Más tarde, en  la versión recogida en Canción (1936) y en Leyenda (1896-1956 ) -última selección de su obra, publicada en 1978-, sustituye el sustantivo "cruz" por "luz", entre otras modificaciones.

Se trata del primer poema del libro, que se abre, como observa Urrutia, "con una manifestación de plenitud  y de comunión de todos los elementos naturales". El poema hace referencia a las tradicionales romerías de la "Cruz de primavera" o "Cruz de mayo", festividad de la Iglesia Católica celebrada el 3 de mayo por ser esta la fecha de la "invención" o hallazgo por santa Elena en 326 de la "vera cruz". La exaltación de la primavera  como estación propicia para el amor y la referencia a una celebración de principios de mayo,  conectan el poema con las composiciones tradicionales denominadas mayas.

Referencias:
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: Las hojas verdes, Baladas de primavera, prólogo de Jorge Urrutia, Edición del Centenario, Taurus, Madrid, 1982.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: Antología comentada, Antonio Sánchez Barbudo (ed.), Ed. de la Torre, Madrid, 1986.

[Imagen: Shutterstock]

domingo, 15 de junio de 2014

"Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima", de Juan Ramón Jiménez



CARTA
A GEORGINA HÜBNER
EN EL CIELO DE LIMA

                      … Pero a qué le hablo a usted de mis pobres
               cosas melancólicas; a usted, a quien todo sonríe?
                    … con un libro en la mano, ¡cuánto he pen-
 sado en usted, amigo mío!
                  … Su carta me dio pena y alegría; ¿ por qué
             tan pequeñita y tan ceremoniosita?

                        Cartas de Georgina al poeta.—Verano de 1904.


El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner ha muerto”…
                                       ¡Has muerto! ¿Por qué?
                                                     [¿cómo? ¿qué día?
¿Cual oro, al despedirse de mi vida, un ocaso,
iba a rosar la maravilla de tus manos
cruzadas dulcemente sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas de amor y sentimiento?
…Ya tu espalda ha sentido el ataúd blanco,
tus muslos están ya para siempre cerrados,
en el tierno verdor de tu reciente fosa,
el sol poniente inflamará los chuparrosas…
¡ya está más fría y más solitaria La Punta
que cuando tú la viste, huyendo de la tumba,
aquella tarde en que tu ilusión me dijo:
“¡Cuánto he pensado en usted, amigo mío!”…

   ¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras…
¿Morena? ¿Casta? ¿Triste? ¡Sólo sé que mi pena
parece una mujer, cual tú, que está sentada,
llorando, sollozando, al lado de mi alma!
¡Sé que mi pena tiene aquella letra suave
que venía, en un vuelo, a través de los mares,
para llamarme “amigo”… o algo más…no sé…
algo que sentía tu corazón de veinte años!

—Me escribiste: “Mi primo me trajo ayer su libro”…

—¿Te acuerdas? —Y yo, pálido: “Pero… ¿usted
                                                          [tiene un primo?”

   Quise entrar en tu vida y ofrecerte mi mano
noble cual una llama, Georgina… ¡En cuantos barcos
salían, fue mi loco corazón en tu busca…
yo creía encontrarte, pensativa, en La Punta,
con un libro en la mano, como tú me decías,
soñando, entre las flores, encantarme la vida!…

   Ahora, el barco en que iré, una tarde, a buscarte,
no saldrá de este puerto, ni surcará los mares,
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando, como un ángel, una celeste isla…
¡Oh, Georgina, Georgina! ¡Qué cosas!… mis libros
los tendrás en el cielo, y ya le habrás leído
a Dios algunos versos… tú hollarás el poniente
en que mis pensamientos dramáticos se mueren…
desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
que, salvado el amor, lo demás son palabras…

   ¡El amor! ¡El amor! ¿Tú sentiste en tus noches
el encanto lejano de mis ardientes voces,
cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa,
sollozando hacia el sur, te llamaba: Georgina?
Una onda, quizás, del aire que llevaba
el perfume inefable de mis vagas nostalgias
¿pasó junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí
los sueños de la estancia, los besos del jardín?

   ¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos… ¿para qué? ¡Para mirar los días
de fúnebre color, sin cielo en los remansos…
para tener la frente caída entre las manos,
para llorar, para anhelar lo que está lejos,
para no pasar nunca el umbral del ensueño,
ah, Georgina, Georgina! ¡Para que tú te mueras
una tarde, una noche… y sin que yo lo sepa!

   El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner ha muerto”…
                                       Has muerto. Estás, sin alma,
                                                                         [en Lima,
abriendo rosas blancas debajo de la tierra…

   Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran,
¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor,
hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?

                               Juan Ramón Jiménez, de Laberinto (1910-1911) 

Laberinto está dividido en seis secciones, cada una dedicada a una mujer distinta. El poema elegido es el sexto de  "Tesoro", sección dedicada a Graciella, hermana de una mujer puertorriqueña  a la que conoció el poeta cuando estudiaba en la universidad de Sevilla. "Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima" es  el poema más conocido, debido quizá al motivo que lo originó, pues  en su génesis se borran los límites entre la realidad y la ficción. 

En 1903 Juan Ramón había publicado Arias tristes, que, acogido con entusiasmo por la crítica, divulgó la fama del poeta por todo el mundo de habla española. Los poemas de este libro fueron apareciendo en Blanco y Negro, donde los leyeron los jóvenes peruanos Carlos Rodríguez Hübner  y José Gálvez. Deseosos, según explicaron más tarde, de hacerse con un ejemplar  del poemario, se sirvieron de una joven imaginaria que en cartas dirigidas al autor le revela la profunda impresión que le habían causado sus versos y termina pidiéndole un ejemplar del mismo. Georgina era el nombre atribuido a la joven y también el de una prima de Carlos  Rodríguez Hübner, que colaboró en el engaño, según Howard T. Young, si bien no está claro si la autora de las cartas fue la propia Georgina u otra persona (probablemente, el poeta Gálvez, capaz de encontrar el tono adecuado  para  mantener el interés de Juan Ramón). 

El poeta de Moguer, que se enamoraba con facilidad, cayó en la trampa y pronto mostró su deseo de viajar a Lima para conocer a su admiradora. La alarma causada por el anunciado viaje, llevó a Georgina a pedir a los jóvenes que pusieran fin al engaño. Estos, después de tres cartas en las que se informaba de que Georgina, enferma de tisis, se había refugiado en un lugar de veraneo llamado La Punta, y un silencio de varios meses, decidieron poner fin a la existencia de Georgina. Efectivamente, cuando el cónsul de Perú en Sevilla decidió hacer averiguaciones, a petición de Juan Ramón, recibió un telegrama notificándole la muerte de Georgina. La noticia causó profunda impresión en el poeta y le inspiró este poema. Tres frases de la última carta son, precisamente, las que sirven de epígrafe al poema.

Cuando más tarde Juan Ramón descubrió el engaño, decidió olvidarse del asunto. Posteriormente, ya en el exilio y con la perspectiva que da el tiempo, escribió en La Prensa: "En suma, yo tuve una gran ilusión y escribí un poema que se hizo famoso y que Neruda aprovechó bastante en sus versos de aquella época y en otros de después. Nada me pesa el engaño, ya lo saben Georgina Hübner, los que participaron en la farsa y la exquisita escritora de las epístolas, que tengo a su disposición." Y en Vida (2014), su autobiografía, reconoce: "Sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara".

El escritor santanderino Juan Gómez Bárcena parte de este episodio de la vida de Juan Ramón Jiménez para crear un fresco de la sociedad limeña de principios del siglo xx en su novela El cielo de Lima, cuyo   comienzo reproducimos a continuación:
Al principio es sólo una carta ensayada muchas veces, queridísimo amigo, estimado poeta, muy señor mío; un comienzo diferente para cada pliego que acaba rasgado bajo el escritorio, lustre de las letras españolas, distinguido Ramón Jiménez, admirado maestro, compañero. Al día siguiente la sirvienta mulata barrerá las pelotas de papel esparcidas por el suelo y las confundirá con poemas del señorito Carlos Rodríguez. Pero esta noche el señorito no escribe poemas. Fuma un cigarro tras otro con su amigo José Gálvez y juntos sopesan las palabras precisas con que dirigirse al Maestro. Antes han buscado su último título por las librerías de toda Lima y sólo han encontrado una edición resobada de Almas de violeta, que ya han leído muchas veces y cuyos versos son capaces de recitar de memoria. Y ahora garabatean tantas palabras que un instante después sonarán ridículas, noble amigo, insigne pluma, nuestro más audaz renovador de las letras, acaso usted, en su infinita bondad, no tendría un gesto para con nosotros sus amigos del otro lado del Atlántico, sus fervorosos lectores del Perú —pues ha de saber, don Juan Ramón, que acá seguimos sus versos con una admiración de la que acaso no tenga noticia—; no sería muy inoportuno por nuestra parte rogarle nos hiciera llegar un ejemplar de su último libro, de esas arias tristes suyas imposibles de hallar en Lima; no sería, ah, un abuso esperar esa pequeña atención de usted sin remitirle las tres pesetas de su precio.
   Cuando se cansan beben pisco. Abren las ventanas para asomarse a las calles desiertas. Es una noche sin luna, corre el año 1904; apenas son unos niños de veinte años, con la juventud suficiente para sobrevivir dos guerras mundiales y celebrar el trofeo de Perú en la Copa de América, casi treinta y cinco años más tarde. Pero por supuesto ahora no saben nada de eso. Sólo rasgan un papel tras otro, en busca de unas palabras que saben imposibles. Porque con la última carta arrojada al suelo comprenden por fin  que no conseguirán su ejemplar firmado de Arias tristes por mucho que lo llamen admirado prócer de las letras y honra de España y las Américas; ni una sola línea a vuelta de correo si le confiesan que son sólo dos señoritos jugando a ser pobres en una buhardilla de Lima. Hay que adornar la realidad, porque al fin y al cabo eso es lo que hacen los poetas, y ellos lo son, o al menos sueñan con serlo a lo largo de muchas noches en vela como ésta. Eso es exactamente lo que están a punto de hacer ahora, el poema más difícil, uno que no tenga versos pero sepa conmover el corazón de un verdadero artista.
   La primera vez parece una broma pero luego resulta que no es una broma, uno de los dos dice casi sin pensarlo: sería más fácil si fuéramos una mujer bonita, verías cómo entonces a don Juan Ramón se le iba el alma en contestarnos, esa alma suya de violeta, y entonces se interrumpe de pronto, los dos jóvenes se miran un momento y casi sin quererlo la travesura ya está urdida, ríen, se felicitan por la ocurrencia, intercambian palmadas y vasos de pisco, y a la mañana siguiente se reúnen en la buhardilla con un pliego de papel perfumado, que Carlos se ha acordado de robar del escritorio de su hermana. Es también el propio Carlos quien escribe; tantas veces se burlaron en el liceo de su caligrafía de mujer, de letras redondas y suaves como una caricia, y por fin ha llegado la hora de sacarle algún partido. Cuando usted quiera, señor Gálvez, dice conteniendo la risa, y juntos comienzan a recitar esas palabras largamente maduradas para las que sólo necesitan papel verjurado y un escribiente con letra de mujer; ese poema sin versos que no recogerá ningún libro pero que está a punto de hacer lo que sólo sabe la mejor poesía: nombrar lo que nunca  antes ha existido y darle vida.
   De esas palabras nacerá Georgina, tímidamente al principio, porque así es como escogen que sea, una jovencita miraflorina que suspira con los versos de Juan Ramón y cuya candidez les hace reír en las pausas. Una muchacha que de tan ingenua sólo puede ser bonita. Es ella la que pide un ejemplar de Arias tristes; ella la que está tan avergonzada por su atrevimiento; ella la que ruega al poeta que la disculpe y la comprenda. Falta la firma y con ella un apellido sonoro y poético, que acuerdan tras un largo debate en el que agotan las bebidas y las pastas: Georgina Hübner. 
                                 (Juan Gómez Bárcena, El cielo de Lima, Salto de página, 2014, pp. 11-13)


domingo, 24 de febrero de 2013

"El viaje definitivo", de Juan Ramón Jiménez

Y se quedarán los pájaros cantando



EL VIAJE DEFINITIVO

...Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros 
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando, 
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico...

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.

           (Juan Ramón Jiménez, Poemas agrestes, 1911)


EN MEMORIA DEL PROFESOR FERMÍN MATEO IBERO

"Vivió para educar y educó para vivir".  (Miriam Mateo)



Estas son las palabras que el profesor Víctor Juan ha escrito en su blog (http://webteca.blogspot.com.es/2013/02/para-fermin-mateo.html ) y que, generosamente, ha querido compartir con todos nosotros:

Para Fermín Mateo

Cuando alguien muere, deja un agujero negro en la vida de las personas que le quisieron.
Cuando muere un hombre bueno, el mundo pierde parte de su belleza y soñar parece imposible.
Cuando muere un buen maestro que es un hombre bueno sus palabras, su ejemplo y su inteligencia viajan para siempre en el corazón y en el alma de los alumnos con quienes compartió su vida.
Gracias, Fermín

Otras entradas sobre el autor en este blog:

martes, 8 de enero de 2013

Publicación de "Idilios", de Juan Ramón Jiménez


Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí
el día de su boda en Nueva York en 1916

A principios de febrero la editorial Isla de Siltolá publicará Idilios, un nuevo poemario de Juan Ramón Jiménez (1881-1958), con prólogo del poeta Antonio Colinas y edición y estudio de la profesora Rocío Fernández Berrocal. El libro está compuesto por 98 poemas escritos por Juan Ramón entre 1912 y 1913, de los cuales 38 permanecían inéditos y el resto habían aparecido en distintas publicaciones (algunos fueron incorporados  a Diario de un poeta recién casado).

 Los manuscritos de estos poemas estaban dispersos entre Madrid y la universidad de Ríos Piedras, en Puerto Rico, donde Juan Ramón fue profesor en la década de los 50. En la sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de esta universidad, se encuentran, además de manuscritos y mecanuscritos de los poemas, una carpeta con instrucciones claras del autor para su publicación: la portada, la dedicatoria a Zenobia ("In Memoriam /Z. C. A. / muerta para el amor") y la división de la obra en dos partes, "Idilios clásicos" e "Idilios románticos".  Los primeros son poemas sobre amores pasados (Blanca Hernández Pinzón, la "novia blanca" de su adolescencia y la norteamericana Luisa Grimm). Los segundos van dirigidos a su esposa Zenobia, gran amor de su vida, pues -dice Juan Ramón- "Forman parte de mi conocimiento de Zenobia hasta mi casamiento con ella".

 Por otra parte, la editorial Pre-Textos prepara también para este año 2013 la edición de Vida, autobiografía  que Juan Ramón comenzó a escribir en Miami en 1940.



Encontrarás más información en:

domingo, 8 de enero de 2012

"El amor, ¿a qué huele?", de Juan Ramón Jiménez


El amor, ¿a qué huele?

El amor, ¿a qué huele? Parece, cuando se ama,
que el mundo entero tiene rumor de primavera.
Las hojas secas tornan y las ramas con nieve,
y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna.
Por todas partes abre guirnaldas invisibles,
todos sus fondos son líricos -risa o pena-,
la mujer a su beso cobra un sentido mágico
que, como en los senderos, sin cesar se renueva...
Vienen al alma música de ideales conciertos,
palabras de una brisa liviana entre arboledas;
se suspira y se llora, y el suspiro y el llanto
dejan como un romántico frescor de madreselvas...

                                     (Juan Ramón Jiménez, Laberinto, 1913)

[Selección de la profesora Amor Chárlez]

Otro poema del autor en el blog: “Octubre”:
http://elhacedordesuenos.blogspot.com.es/2011/10/poema-de-la-semana_30.html

domingo, 30 de octubre de 2011

"Octubre", de Juan Ramón Jiménez


OCTUBRE

Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.

Lento, el arado, paralelamente,
abría el haza oscura y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.

Pensé arrancarme el corazón y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
al ancho surco del terruño tierno,

a ver si con partirlo y con sembrarlo
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.

 Juan Ramón Jiménez, de Sonetos espirituales, 1915

[Selección del profesor Manuel Castán Espot]



Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan, Puerto Rico, 1958). Poeta español, cuya obra constituye el enlace entre el modernismo de fin de siglo y la "poesía pura" novecentista, de la que es el verdadero maestro. Consagró su vida por entero a la poesía, verdadera razón de su existencia: "Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de dos enamorados". Siempre se planteó la poesía como una búsqueda incansable de la belleza y de lo absoluto, lo que le lleva a reelaborar continuamente su obra. La belleza se expresaba en el poema por medio de palabras, que le pertenecían a él como poeta y que, por tanto, escribía con una ortografía personal alejada de las normas. Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1956.

El propio Juan Ramón dividió su obra en tres etapas. La primera etapa, la etapa sensitiva, llega hasta 1915 y comienza con una poesía intimista y sencilla, de suave musicalidad, que insiste en la soledad y la melancolía, en la que además de la influencia de Bécquer (Rimas, 1902) se observa la huella del modernismo intimista y simbolista (Arias tristes, 1903; Jardines lejanos, 1904). Evoluciona, a partir de Elejías puras (1907), hacia composiciones muy influidas por Rubén Darío en lo que respecta a la sonoridad del verso. Por entonces compone también su libro de prosa poética Platero y yo (1914). 

La etapa intelectual se inicia con Diario de un poeta recién casado (1916), escrita en parte durante su viaje de novios a Nueva York con Zenobia Camprubí. Esta obra rompe con la estética modernista y abre el camino a la poesía pura; en ella mezcla prosa y verso, incorpora motivos externos al poeta (el mar, las calles y los habitantes de Nueva York) y elimina los elementos coloristas y la musicalidad. Los poemas se simplifican y el lenguaje quiere nombrar la esencia de las cosas. Los libros siguientes (Eternidades, 1918; Piedra y cielo, 1919; Poesía, 1923; Belleza, 1923; La estación total, 1923-1936, publicada en 1946) prosiguen el proceso de intelectualización, y su comprensión se hace más difícil para el lector. De acuerdo con el aristocratismo novecentista, el poeta se dirige "a la inmensa minoría", "a la minoría siempre". 

La última etapa, etapa suficiente o verdadera, la desarrolla en el exilio. Su poesía es cada vez más metafísica, más preocupada por el problema de Dios, con el que se identifican la belleza, el conocimiento y el alma del ser humano, reflejo de la idea de Dios. De este periodo destacan dos libros: En el otro costado (1936-1942) y Dios deseado y deseante (1949).

En el soneto elegido el poeta contempla el infinito campo castellano, iluminado por la luz amarilla del atardecer de un día de otoño, mientras se realiza la labor de la siembra. La contemplación de la escena despierta en el poeta un anhelo de identificación con ese campo abierto por el arado, y piensa en la posibilidad de sembrar su corazón en los surcos, como si se tratase de una semilla, para que, transformado en árbol, muestre al mundo el amor eterno.

Encontrarás un  estudio del poema en:

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