EL BLOG DE LA BIBLIOTECA DEL IES "GOYA" DE ZARAGOZA


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domingo, 28 de agosto de 2022

Dos poemas de Chus Pato

 

Río Tea, Mondáriz

Cierto que son rosas las que por este vado cruzan
y plenilunios
y sábalos
y pavías de agua dulce
y terciopelo carmesí.

Se dedicaban los habitantes de aquel país a hacer grabados, a la
caza del pequeño venado, del faisán y de la gacela; vivían en el
corazón de los bosques, mayormente en ciudades como laberin-
tos, cercadas por doble recinto, amurallado.

Había retama, saúco, estruendo y miles de saltamontes
cerrando mi boca.

Es como decir cascada
aliso de plata
como decir bancal.
Oh, Venus, la que por estas aguas
pasa.

*           *      *

Poder decir 
buscábamos guijarros en el río para jugar a las tabas
yo que nunca viajé con mi padre en moto
que nada sé de trillas
ni tuve madre oreando avena al viento nordeste
que nada sé de calafates, ni de cuadernas, ni de galipotes
nada sobre la oscura veta mineral del wolframio
ni sobre cómo medir la elipse exacta y calcular la perspectiva de un zueco marinero
poder decir
volaban las llantas como si fueran telas
hablar de las brazadas de hierba en el molino
de las calderadas de patatas nuevas
¡ay de las aguas, del viento, de los bueyes!
extranjera en mi propia historia
en mi propio paisaje
en mi propia lengua
yo también 
océano.

En Poesía Reunida. Volumen I (1991-1995).
Traducción de Ana Gorría. Editorial Ultramarinos, 2017

Chus Pato. ANXO CABADA.(nosdiario.gal)
María Xesús Pato Díaz, Chus Pato, es una poeta española en lengua gallega nacida en Ourense en 1955. Licenciada en Historia por la Universidad de Santiago, ha sido profesora de secundaria desde 1989 hasta su jubilación en 2020. Desde 1995 reside en Lalín, donde ha ejercido la docencia,  muy cerca del bosque de Catasós, en el que crecen los castaños más antiguos de Europa. Ha participado activamente en la vida cultural y política gallega. En repetidas ocasiones fue cabeza de lista del Frente Popular Galego por la provincia de Orense. Desde 2017 es miembro de número de la Real Academia Galega. En su discurso de ingreso defendió que se acerque la poesía a las generaciones jóvenes y reivindicó una mayor presencia de las mujeres en este órgano. Remontándose a las palabras de Xohana Torres en las que afirmaba que "las mujeres sostienen la mitad del cielo", añadió que "Lo normal es que también podamos estar en esa otra mitad de la tierra, sin estar escondidas".

Sus primeros poemas aparecieron en la revista Escrita en 1984. Después ha colaborado en publicaciones como Luzes de Galiza, Festa da palabra silenciada, Andaina, Gume Ólisbos, Revista das Letras, Dorna, Clave Orión y otras. También ha participado en diversas obras colectivas: Palabra de muller, Sete poetas ourensáns, Poesía dos aléns.  Es autora de una poesía radical que pretende superar el concepto tradicional de poesía y acoge no solo diferentes tipos textuales sino también una polifonía de voces.  Está recogida en once poemarios publicados entre 1991 y 2019: Urania (1991), Heloísa (1994), Fascinio (1955), A ponte das poldras (1996), Nínive (1996), m-Talá (2000), Charenton (2004), Hordas de escritura (2008), Secesión (2009), Carne de Leviatán (2013) y Un libre favor (2019). Sus títulos  representan para Carmen Mejía Ruiz "innovación en el lenguaje, preocupación política, conciencia de género y reconstrucción de la historia desde la desmemoria". Pero, como indica su editor, su poesía no se limita a señalar los problemas, sino que "se erige alegremente en monumento de placer expresivo". Se trata de una  poesía cuya finalidad primera, según su autora -la primera mujer de su familia que no sabe "cavar, ni segar ni vendimiar"- , es "comunicar lengua, creación, praxis lingüística: escritura": 

Quisiera con mis versos comunicar Lengua: escritura (hubo un tiempo en que el habla era creación), creación de las abuelas, de las treinta generaciones de abuelas que me precedieron y hablaron en gallego, de las treinta o más generaciones de abuelas que me precedieron y hablaron una lengua extinta de la que yo conservo ecos en el gallego actual, y de aquellas otras, sin nombre, que crearon la lengua al pie de los sepulcros, levantando la construcción con sus dedos, y cerrando el túmulo con grandes lastras de la memoria. Abuelas Mías-Nuestras contrarquitectas de las grandes Casas de la Vida: de la Muerte. Del Idioma.

Ha recibido premios como el Nacional de la Crítica 2008  en la modalidad de poesía en lengua gallega por Hordas de escritura, libro galardonado también en 2009 con el Antón Losada Diéguez, premio que ya había obtenido en 1997 por Nínive. La editorial Ultramarinos ha publicado en castellano su Poesía reunida (Vol. I, II; 2017 y 2019, respectivamente).

En la actualidad es la poeta gallega viva que cuenta con mayor proyección internacional. Las traducciones de Erin Moure le han posibilitado cierta presencia en los países anglosajones. Sus libros se han editado en Gran Bretaña, Canadá, Estados Unidos, Argentina, Portugal, Holanda, Rusia, Francia, Bélgica o Bulgaria. Ha participado en festivales de poesía de Barcelona, Rosario, La Habana, Buenos Aires, Bratislava, Róterdam, Amberes, Lisboa, Córdoba y Otawa. Los versos de Secesión, leídos por ella misma, forman parte desde 2015 de los fondos sonoros de la Woodberry Poetry Room de la Universidad de Harvard, en donde se recogen las palabras de autores universales como W. H. Auden, Elizabeth Bishop, J. L. Borges o Raúl Zurita.

domingo, 21 de agosto de 2022

"Tarde mágica", de José Antonio Fernández Sánchez




TARDE MÁGICA

En esta larga tarde calurosa,
sin nada que destaque o la defina,
me entretengo mirando
la línea que concreta el horizonte.

El excesivo sol de este verano
envuelve en una niebla protectora
la visión sofocante de la playa.
Entonces aparece la silueta
de una barca de vela declinándose.

La tarde asume así su vencimiento.

Cierro los ojos; todo es un murmullo,
como un continuo mantra inacabable,
como si el mar quisiera hipnotizarnos,
convencernos de la necesidad
de entrar en sus fronteras.
Y me dejo arrastrar, tras su llamada,
por la feroz corriente de las olas.

Pero antes de que el mar
me hechice con su fuerza seductora,
sabiendo que ya el sol se está apagando,
busco un papel, un lápiz,
y me propongo transformar en versos
lo que esta tarde fue, que no fue nada,
aburrida, trivial y, aun así,
distinta a las demás, llena de magia.

De Días comunes, 2016

José Antonio Fernández Sánchez. (diariomontanes.es)

José Antonio Fernández Sánchez nació en 1963 en Terrassa (Barcelona) y reside en Cerdanyola del Vallés. Es ferroviario de profesión. Se declara seguidor de la escuela valenciana de poesía y de autores como Eloy Sánchez Rosillo, Susana Benet o Antonio Moreno. Ha publicado plaquettes y varios libros de poesía: La eterna pubertad de Lino (2011), Recopilatorio de lo absurdo (2013), Las mentiras de Platón (2013), Cine mudo (2014), Metafóricamente hablando (2015), Días comunes (2016), Mineral y luz (2017) y Todo es cielo (2020). Ganador del XXV Premio Nacional de Poesía Acordes con el poemario Di luz, ha cosechado otros galardones como el Premio de Escritura El Duelo de la Luz 2015 con el poema "Demasiado fugaz", el V Certamen Leopoldo de Luis de Poesía 2013, con el poemario Curvas; el Premio Platero 2012, convocado por El Club del Libro en Español de las Naciones Unidas en Ginebra, por el poemario Brooklyn, y el Premio Alegría del Ayuntamiento de Santander por Mineral y Luz. Sus poemas han aparecido en diversas revistas literarias.

[Imagen inicial: pxhere.com]

jueves, 18 de agosto de 2022

"Ulises", microrrelato de Ángel Olgoso



ULISES

Yo, el paciente y sagaz Ulises, famoso por su lanza, urdidor de engaños, nunca abandoné Troya. Por nada del mundo hubiese regresado a Ítaca. Mis hombres hicieron causa común y ayudamos a reconstruir las anchas calles y las dobles murallas hasta que aquella ciudad arrasada, nuevamente populosa y próspera, volvió a dominar la entrada del Helesponto. Y en las largas noches imaginábamos viajes en una cóncava nave, hazañas, peligros, naufragios, seres fabulosos, pruebas de lealtad, sangrientas venganzas que la Aurora de rosáceos dedos dispersaba después. Cuando el bardo ciego de Quíos, un tal Homero, cantó aquellas aventuras con el énfasis adecuado, en hexámetros dáctilos, persuadió al mundo de la supuesta veracidad de nuestros cuentos. Su versión, por así decirlo, es hoy sobradamente conocida. Pero las cosas no sucedieron de tal modo. Remiso a volver junto a mi familia, sin nostalgia alguna tras tantos años de asedio, me entregué a las dulzuras de las troyanas de níveos brazos, ustedes entienden, y mi descendencia actual supera a la del rey Príamo. Con seguridad tildarán mi proceder de cobarde, deshonesto e inhumano: no conocen a Penélope.

(De La máquina de languidecer, Páginas de Espuma, 2009)

Ángel Olgoso
Ángel Olgoso (Cúllar Vega, Granada, 1961) es uno de los autores de referencia del relato breve y fantástico en castellano. Ha publicado los libros de relatos Los días subterráneos, La hélice entre los sargazos, Nubes de piedra, Granada año 2039 y otros relatos, Cuentos de otro mundo, El vuelo del pájaro elefante, Los demonios del lugar, Astrolabio, La máquina de languidecer (Premio Sintagma 2009), Los líquenes del sueño, Relatos 1980-1995, Cuando fui jaguar, Racconti abissali, Las frutas de la luna (Premio Andalucía de la Crítica), Almanaque de asombros, Las uñas de la luz, Breviario negro y Devoraluces. También ha publicado el poemario Ukigumo, el libro ilustrado Nocturnario y una recopilación de sus textos de no ficción, Tenue armamento.

Ha obtenido más de treinta premios, entre los que destacan, además de los citados, el Caja España de Libros de Cuentos y el Clarín de relatos convocado por la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Relatos suyos han sido incluidos en más de cincuenta antologías del género. Ha sido traducido al inglés, alemán, italiano, griego, portugués, rumano y polaco.

[Imagen inicial: greca.co]

domingo, 14 de agosto de 2022

"Labios bellos, ámbar suave", de Luis Antonio de Villena



Jazmín en flor./ Josefina López


LABIOS BELLOS, ÁMBAR SUAVE

Con sólo verte una vez te otorgué un nombre,
para ti levanté una bella historia humana.
Una casa entre árboles y amor a media noche,
un deseo y un libro, las rosas del placer
y la desidia. Imaginé tu cuerpo
tan dulce en el estío, bañado entre las
viñas, un beso fugitivo y aquel "espera,
no te vayas aún, aún es temprano".
Te llegué a ver totalmente a mi lado.
El aire oreaba tu cabello, y fue sólo
pasar, apenas un minuto y ya dejarte.
Todo un amor, jazmín de un solo instante.

Mas es grato saber que nos tuvo un deseo,
y que no hubo futuro ni presente ni pasado.

(De El viaje a Bizancio, 1978)

Luis Antonio de Villena. (ieturolenses.org)
Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951), poeta, novelista, traductor y crítico literario, es licenciado en Filología románica y realizó estudios de lenguas clásicas y orientales, pero, al concluir su formación universitaria, se dedicó al periodismo gráfico y después al radiofónico. Ha dirigido cursos de humanidades en universidades de verano y ha sido profesor invitado y conferenciante en distintas universidades nacionales y extranjeras. Desde 1973 escribe artículos de opinión y crítica literaria en periódicos españoles.

Adscrito a la Generación de los 70 (denominación que prefiere a la de novísimos), sus primeros poemas aparecen en la antología de Antonio Prieto Espejo del Amor y de la Muerte (1971),  respuesta o complemento de la de Castellet, Nueve novísimos poetas españoles (1970). Poco después publica su primer poemario Sublime Solarium (1971), un libro de adolescencia definido por el autor como "total y exageradamente novísimo", pues comparte con los jóvenes poetas de la antología de Prieto y con algunos de los novísimos  cierto barroquismo estetizante, los paisajes urbanos, las referencias metaliterarias y culturalistas y el refinamiento estilístico neomodernista (Santos Domínguez). El culturalismo de sus inicios se va depurando en libros posteriores, en los que se da entrada a las pasiones personales, hasta encontrar su estilo propio en una mezcla de la tradición clásica greco-latina y el esteticismo decadentista.  El viaje a Bizancio (1976), Hymnica (1979), Huir del invierno (1981), La muerte únicamente (1984), Como a lugar extraño (1990), Marginados (1993),  Asuntos de delirio (1996), Celebración del libertino (1998), Las herejías privadas (2001), Desequilibrios (2004), Los gatos príncipes (2005), La prosa del mundo (2007, 2009), Caída de imperios (2011), Proyecto para excavar una tumba romana en el páramo (2012), Imágenes en fuga de esplendor y tristeza (2016, Premio de la Crítica de Madrid) y Grandes galeones sobre la luz lunar (2020) figuran entre sus numerosos títulos publicados.

Es autor, además, de libros de relatos (Para los dioses turcos [1980], Amor pasión [1983], En el invierno romano [1986], El tártaro de las estrellas [1995], El mal mundo [1999], El bello tenebroso [2004]), novelas (Ante el espejo [1982], Chicos [1989], Fuera del mundo [1992], Divino [1994], El burdel de Lord Byron [1995], Fácil [1996], El charlatán crepuscular [1997], Oro y locura sobre Baviera [1998], Madrid ha muerto [1999], Pensamientos mortales de una dama [2000], La nave de los muchachos griegos [2003], Huesos de Sodoma [2004], El sol de la decadencia [2007] y El exilio del rey [2019]) y de tres volúmenes de  memorias.

Todo su imaginario gira en torno al deseo, a la pasión, a la armonía física, al homoerotismo, como señala Lorena G. Maldonado. Su obra creativa ha sido traducida a numerosas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica en la modalidad de poesía (1981), el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999), el Premio Generación del 27 (2004) y el II Premio Internacional de Poesía "Viaje al Parnaso" (2007). 

domingo, 7 de agosto de 2022

"En la mañana inmensa" y "La playa", de Eloy Sánchez Rosillo



© Bill Jacobson


EN LA MAÑANA INMENSA

CUÁNTO tiempo ha pasado ya, hijo mío,
desde aquella mañana que dije en un poema
en el que se nos ve a ti y a mí en la playa,
bañándonos alegres, entre risas,
en un mar tibio y quieto, bajo el sol estruendoso
y un cielo azul sin mácula.
                                           Tenías
entonces tú dos años, y se hallaba en su inicio
apenas la aventura que ha sido el estar juntos
tu vida entera y casi la mitad
de la que he respirado.

                                    Era feliz mirándote.
Compartía tus juegos. Te abrazaba. Corríamos
por la arena caliente de la dicha...

    Hasta que a mi conciencia, no sé por qué, de pronto,
vino el sentir del tiempo y levantó
entre tu ingenuidad y mi tristeza súbita
la visión desolada de un futuro,
vertiginoso, en el que ya no estabas
a mi lado: vagabas por el mundo
y yo quizá había muerto.

                                        Es verdad que el vivir
todo lo muda. Y sucedieron cosas
plácidas o revueltas, e incluso, en ocasiones,
duras y amargas. Existir es eso:
un azar incesante.
                              Pero no
llegó nunca el futuro que temía,
ni ningún porvenir de un signo u otro,
sino sólo el presente sin confines
de este momento único. En sus anchos espacios,
mucho logré aprender de personas y cosas,
aunque de nadie tanto como de ti, pequeño
maestro mío de alegría en los años
límpidos de tu infancia (que no comparo nunca
con ningún otro bien que haya tenido),
y aprendices los dos de desconciertos
y de dolor profundo algunas veces
cuando un día empezaste a crecer de improviso,
tan deprisa y corriendo, en el enigma
y la intemperie de la adolescencia.

   Después, como en un sueño, poco a poco,
pudimos alcanzar el júbilo más alto:
aquel que obtiene nuestra mano pura
si antes supo de heridas.

                                       El amor no transcurre:
ocurre. Su obstinado latir insiste oculto,
a salvo para siempre en nuestro pecho.

   Y ahí estamos tú y yo desde el principio,
en el mar del verano, bajo el sol,
dentro de este diamante que fulgura,
de esta mañana inmensa que es la vida.

                     De La rama verde, Tusquets, 2020

LA PLAYA

NADIE podrá quitarme —me digo— la ilusión
de soñar que ha existido esta mañana.
Se ha detenido el tiempo. Oigo tu risa,
tus palabras de niño. Nunca he estado
tan conforme con todo, tan seguro
de mi alegría. Juegas junto al agua, y te ayudo
a recoger chapinas, a levantar castillos
de arena. Vas corriendo de un sitio para otro,
chapoteas, das gritos, te caes, corres de nuevo,
y luego te detienes a mi lado y me abrazas
y yo beso tu pelo, tus ojos, tus mejillas,
tu niñez jubilosa. El mar está 
muy azul y muy plácido. A lo lejos,
algunas velas blancas. El sol deja 
su oro violento en nuestra piel.
                                                  Me digo
que es cierto este milagro, que es verdad
el inmóvil fluir de la quieta mañana,
la ilusión de soñar el remanso radiante
en el que acontecemos como seres
dichosos de estar vivos, felices de estar juntos
y de habitar la luz.

                               Pero escucho, de pronto,
el ruido terrible y oscuro y velocísimo
que hace el tiempo al pasar, y la firmeza
de mi sueño se rompe, se hace añicos
—como un cristal muy frágil— la ilusión
de estar aquí, contigo, junto al agua.
El cielo se oscurece, el mar se agita.
Siento en mi sangre el vértigo espantoso
de la edad: en un instante, transcurren muchos años.
Y te veo crecer, y alejarte. Ya no eres
el niño que jugaba con su padre en la playa.
Eres un hombre ahora, y tú también comprendes
que no existió, ni existe, ni existirá este día,
la venturosa fábula de mis ojos mirándote,
la leyenda imposible de tu infancia.
Estás solo, y me buscas. Pero yo he muerto acaso.
Somos sombras de un sueño, niebla, palabras, nada.

De Autorretratos, 1989

Tras la publicación en 2018 de Las cosas como fueron, que reúne la poesía escrita por Eloy Sánchez Rosillo desde 1974, el autor prosigue su andadura con La rama verde, aparecido dos años después. En él están presentes algunos de los temas que siempre le han preocupado, aunque enfocados con mirada distinta, desde la perspectiva que da la edad.

Esas líneas  de fuerza que recorren toda la poesía de Sánchez Rosillo y que se manifiestan en este libro en toda su plenitud son: "la suma de emoción y meditación, de memoria y presente, el intimismo y la confesionalidad autobiográfica [...] o el diálogo constante del sujeto y el tiempo que tiende a ser en los últimos libros diálogo entre el sujeto y el mundo", señala Santos Domínguez, quien añade:

Es esta una poesía que se levanta sobre una luz renovada y sanadora, sobre una luz respirada cuyo fulgor se sobrepone a la destrucción y al tiempo. Y en ella la naturaleza, abierta en el mar o doméstica en el jardín, se convierte no en un decorado, sino en el paisaje existencial donde se proyecta la intimidad, igual que el pasado y el presente se iluminan uno a otro en una abolición del tiempo, en un ahora continuo que les da sentido de lo permanente, porque ser es haber sido y "lo importante es vivir, aunque el vivir nos duela, / estar vivos del todo mientras dure la vida."

 El poema  al que alude "En la mañana inmensa" es "La playa", en el que el presente feliz de una mañana en la playa en compañía de su hijo se contempla como condenado a desvanecerse por efecto del paso del tiempo, como un sueño que no hubiera existido nunca. En el primer poema, por el contrario, ese futuro al que alude el segundo poema se ha convertido ya en un presente en el que no ha ocurrido lo que se temía. Como observa José Luis García Martín, estos dos poemas muestran la  evolución del poeta  en  cuanto a la concepción de la realidad: "La playa", perteneciente a su primera etapa es un poema elegíaco, mientra que el primero, de su segunda etapa, es un poema celebratorio.

jueves, 4 de agosto de 2022

"Viernes tráfico", relato de Mercedes Soriano




Viernes tráfico

El restaurante estaba vacío, así prefirió esperar en la barra: le inquietó la posibilidad de verse sola en una mesa, obligada a comer rodeada de sombras y de las miradas curiosas de los camareros. Adjudicó el vacío al hecho de que fuera viernes —"por la noche será diferente"— y a las obras que, por enloquecida prescripción municipal, se ejecutaban a dos pasos del local (la ciudad estaba siendo sometida a una dura cirugía, apareciendo destripada a la vuelta de cualquier esquina).

No, no se había equivocado de sitio. Dos semanas atrás, cuando sorpresivamente volvieron a encontrarse después de años de ausencia, él susurró a su oído el nombre de este restaurante y ella asintió devolviendo una consigna escueta: "viernes, diecisiete, dos y media". Según se iba aproximando la fecha, crecía la impresión de que en realidad aquella cita espontánea pertenecía a alguna película y ambos estuvieron tentados de telefonear. Después de todo, aquellos breves datos que se ofrecieron al despedirse quizá sólo fueran fruto de la euforia que reinaba en la fiesta a la que habían sido invitados. Como esos hilos flotantes que atraviesan una nube alcohólica y pegajosa.

Todavía estaba fresca la imagen: los dos se habían abrazado instintivamente al verse, con un cariño atropellado él casi la levantó en volandas. A los ojos de los demás el gesto había adquirido cierto aire impúdico: desprendía el aroma de secretos no expresados. Pero ninguno de los dos se animó a confirmar por medio del teléfono, prefirieron que el reencuentro se tiñera del color de la emoción y ahora los dos se arrepentían del riesgo. Se sentía incómoda sorbiendo el jerez que el maître amablemente le había ofrecido y haciendo como que leía el periódico. Sólo deseaba que entrara algún cliente, pero no sucedió y tuvo que tragarse el desesperante paso de los minutos mirando de reojo hacia la puerta y adivinando las siluetas de quienes cruzaban tras los visillos, para cerciorarse de que ninguna era la de quien esperaba. Se acusó de ingenuidad, no comprendía por qué, tras tantos golpes de la existencia, había optado por acudir dejando a un lado todas las dudas que ayer, y esa misma mañana, habían aguijoneado su espíritu.

Anoche, antes del sueño, estuvo pensando qué se pondría. Seleccionó una indumentaria que incluyó una prenda que él le había regalado en otro tiempo, cuando frecuentaron los mismos humores, las mismas salidas, los mismos regresos. Hasta que se abrió esa grieta que estúpidamente suele atribuirse a la fatalidad. Ambos pertenecían al género de individuos para quienes las explicaciones huelgan y a quienes repugna eso que los ingleses llaman dangling conversation, con lo que ninguno indagó acerca del porqué del desencuentro y tampoco durante estos años se molestaron en investigar acerca de sus respectivas vidas. Sólo vagamente, al parecer algún amigo común, preguntaban el uno por el otro sin que las respuestas burocráticas añadieran o quitaran algo. La verdad es que los dos sabían que guardaban dentro un espacio inaccesible para el resto, resultado de tantas palabras dichas, de tantos sentimientos comunicados, de tantas desolaciones compartidas.

Participaban, pues, de la propiedad de uno de esos cotos en los que se distribuye la vida y, sin necesidad de especificarlo, aquel territorio estaba siempre a su disposición. Un territorio que no había sucumbido al paso del tiempo y que probablemente permaneciera incólume hasta la llegada de la muerte. Esa noción se desvanecía ahora cuando el maître simulaba ordenar algo detrás de la barra y contribuía a aumentar su tensión con unas idas y venidas poco justificadas.

Le pesaban las piernas. Se había puesto tacones —no demasiado altos, dada la dificultad de avanzar normalmente por las aceras y su tendencia a meter el pie en cualquier agujero— y había caminado hasta el restaurante con el corazón un poco encogido, aunque trataba de fijarse en otras cosas para exorcizar la incertidumbre. Por ejemplo, que por primera vez en años el aire estaba cruzado de vuelo de golondrinas.

Ni el sol, ni el piar de las elegantes aves, ni el lentísimo culebrón de vehículos, ni siquiera el insoportable ruido de los martillos neumáticos, se concitaron para desagarrotar el musculoso órgano. Y fue descendiendo hacia el punto de encuentro notándose un poco lívida, preparada para que él no hiciera acto de presencia, reprochándose por haber alimentado la esperanza, sentimiento que había decidido expulsar. Le daba risa, cuántas veces se había repetido que era necesario aprender a vivir sin esperanza como inequívoco signo de madurez, y cuántas veces se descuidaba y volvía a hacer su aparición: Era débil.

"Lo habrá olvidado, seguro, anda demasiado ocupado. Qué idiotez, me estoy agarrando a algo que dejó de existir, soy una estúpida por venir, por haber tolerado este deseo del todo inútil, darán las tres, no se presentará y me veré deshaciendo este mismo trayecto como si nada, mejor convencerse de que da igual, de que vengo por mi propio capricho, por simple curiosidad, y aquí no ha pasado nada. Otro cadáver en el ataúd de la memoria, otro más..." Cosas así había ido rumiando en dirección al restaurante hasta que dieron las tres y, en efecto, allí no acudió nadie. Preguntó cuánto era, el maître respondió "por Dios, ni se le ocurra, ¿quiere que le digamos algo a ese señor si llega?" "No sé, a lo mejor es que me he equivocado de sitio. Ahora que caigo, puede que quedáramos en El Estragón, voy a acercarme..." "Tenga en cuenta que es fin de semana, hace un tiempo estupendo y el tráfico está fatal, ¿seguro que no le apetece quedarse a comer?" "No, en serio, muchas gracias."

Dio las buenas tardes dejando tras de sí un tufo de melancolía y acumuló cuanta dignidad le fue posible. Naturalmente, no se dirigió hacia El Estragón: volvió a pasar por delante de las obras, escuchó la misma ordinariez y enfiló la vuelta como si hubiera decidido realmente dónde ir. Estaba asfixiada —un verano adelantado se adueñaba de la ciudad—, llena de congoja, reconcomida por su torpeza, furiosa por haberse plantado aquella prenda gris y rosa, vacilante ante sus pisadas.

Era hora de comer pero no tenía hambre y además el jerez le había comunicado  un sopor desagradable. Desechó la idea de sentarse a la mesa de cualquier otro sitio, aunque fuera conocido y todavía estuviera a tiempo de que le prepararan algún bocado. Al pasar cerca de la oficina la sacudió el sentido común de la vida y, casi inconscientemente, estaba recogiendo un material con el que trabajaría ese fin de semana. Creía que no habría nadie ya, pero la secretaria le abrió la puerta. "¿No habías quedado para comer?" "Sí... es que hace un día tan bueno que hemos decidido salir fuera." "Un poco tarde, y con el tráfico que hay..." "Nos hemos entretenido con el aperitivo." Agarró la carpeta y salió sin dar más explicaciones.

Nada de dejarse vencer por el abatimiento, era cuestión de disciplinarse en los movimientos cotidianos aplicando esa torpe mecánica que nunca falla y que nos instala en lo que denominan vida. Obedeciendo, repasó mentalmente el congelador hasta recordar una caja de Findus: esos apestosos trozos de carne protegidos por queso, que se fríen en un momento y que dejan la cocina perdida de motillas grasientas. Se prepararía un par de ellos y una ensalada verde. Normalidad.

Recogió del buzón toda clase de información innecesaria, giró la llave y notó algún alivio en la penumbra. Se quitó los zapatos arrojándolos contra la pared como si fueran culpables y se despojó de la dichosa prenda con actitud irónica. Al entrar en la cocina se colocó un delantal de felpa, de esos que llevan estampado el anuncio de una salsa, desconectó enérgicamente el contestador y vertió aceite en la sartén. Cuando las dos piezas comenzaban a tranquilizarse, cesado el estrepitoso chisporroteo y dejándose dorar, sonó el teléfono. Se abalanzó con tanta rapidez que casi se le derraman el aceite y el aparato: "va a ser él".

Al otro lado del hilo una voz femenina con acento extranjero había empezado a dar noticia de lo mal que lo estaba pasando, amenazando con quemar la poca paciencia que le quedaba y los dos trozos de carne. "Perdona un momento", dijo, nada indiferente al humazo que ya se desprendía de la sartén, dio la vuelta a aquellos chismes y regresó al auricular maldiciendo a la voz intempestiva. "Es que me estaba preparando la comida." "Ah, pegdóname tú, te llamo un poco más tagde." "Vale, mejor." Y colgó, enaltecida por una ola de desamparo sólo comparable a la insulsa comida que se disponía a ingerir. Buscó su programa de radio favorito "Música sólo música", rabiosamente dispuesta a sacudirse aquel muermo. Precisamente en viernes. 

El teléfono volvió a sonar. Ya no esperaba nada y, para confirmárselo, dejó que los pitidos se prolongaran respondiendo "¿Sí?" en tono neutro. Casi le da un pasmo al reconocer su voz: "Dios mío, creí que no iba a llegar nunca, no te imaginas cómo estaba la carretera..." "Pensé que te habías olvidado o que a lo mejor no lo dijiste en serio." "Cómo iba a olvidarme, ¿es que no has oído el mensaje que te dejé esta mañana?" "¿Esta mañana? Pues no, además hubiera dado lo mismo porque no estaba." "Bueno, es lo mismo, vente para acá." "¿A esta hora? No nos darán de comer." "¿Cómo que no? Dice este señor que podemos quedarnos todo el tiempo que queramos, no sabes lo preocupado que estaba. En cuanto llegué me hizo una descripción completa de ti y mandó a un camarero a buscarte a El Estragón, él mismo sacó el perro a dar una vuelta por si te encontraba. Anda, deja lo que estés haciendo y vente."

Ni un taxi. Llegó exhausta pero con el corazón distendido. En cuanto abrió la puerta volvieron a abrazarse rotundamente mientras el maître les contemplaba como un  boy-scout tras haber realizado la buena acción del día. Se sentaron en una mesa esquinada "esa chaqueta me suena". Pidió dos dry martinis y le relató su peripecia matinal, lo imposible que era salirse de la autopista, cómo había parado en una gasolinera para pedir una guía de teléfonos, cómo no había guía, cómo en información no sabían, cómo cuando consiguió dar con el número la siguiente cabina estaba averiada, cómo se consumió en el trayecto... "Sólo me angustiaba no llegar, sabía perfectamente lo que me jugaba." Y lo dijo con tanta naturalidad que ella sintió vergüenza de sus dudas, ni las apuntó.

Eran las cinco cuando les trajeron el primer plato. Afuera, el ruido del tráfico era apabullante pero ninguno de los dos oía nada.

(En Cuentos de este siglo. 30 narradoras españolas contemporáneas. Ángeles Encinar (ed.), Barcelona, Lumen, 1995)

Mercedes Soriano. (elperiodicomediterraneo.com)

Mercedes Soriano fue  una escritora española a la que se suele incluir entre los autores de narrativa social por su crítica de la impostura de la Transición. Nació en Madrid en 1953. Dirigió la prestigiosa revista literaria El Urogallo y colaboró en medios como El País, Blanco y Negro o el Número Internacional Oficial del Libro.

Tras la aparición de su relato "La gran vía" en el diario El País, en 1987, publicó su primera novela, Historia de no (1989), primera entrega de una trilogía en la que pretendía reflejar la memoria de la Transición española narrada de manera intimista. Le siguió  Contra vosotros (1991), sobre las aspiraciones de la clase media española,  y ¿Quién conoce a Otto Weininger? (1992), en la que dio un giro a su narrativa al abandonar la exploración de la realidad española de la época y centrarse en la figura del filósofo austriaco autor del ensayo Sexo y carácter. Una prudente distancia (1994), defensa de la conciencia ecologista, es su última novela publicada. 

En la década de los noventa, cuando gozaba de la consideración de la crítica y de los lectores, se apartó de la vida cultural madrileña y se retiró a los rincones apartados del cabo de Gata. No volvió a publicar más. Vivió en la barriada de Las Presillas Bajas, en el término municipal de Níjar (Almería).  Con 49 años, falleció en 2002 en el hospital Torre Cárdenas de Almería. Estaba casada y tenía dos hijos de corta edad.

En 2021 el escritor Miguel Ángel Muñoz publicó Aposento, novela basada en la desaparición de Mercedes Soriano cuando se encontraba en la cima de su carrera.

[Imagen inicial: theforkmanager.com]