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domingo, 11 de julio de 2021

Un poema de Miguel Labordeta


Foto: Amparo Millán


Retrospectivo existente

Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.

Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aula y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.

¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan 
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.

De Violento idílico, 1949


El próximo 16 de julio se cumplen cien años del nacimiento del poeta aragonés Miguel Labordeta.

Puedes escuchar el poema "Retrospectivo existente", recitado por José Antonio Labordeta.

domingo, 14 de julio de 2019

"1936", de Miguel Labordeta



1936


Fue en la edad de nuestro primer amor
cuando los mensajes son propicios al precoz embelesamiento
y los suaves atardeceres toman un perfume dulcísimo
en forma de muchacha azul o de mayo que desaparece
cuando
unos hombres duros como el sol de verano
ensangrentaban la tierra blasfemando
de otros hombres tan duros como ellos
tenían prisa por matar para no ser matados
y vimos asombrados con inocente pupila
el terror de los fusilados amaneceres
las largas caravanas de camiones desvencijados
en cuyo fondo los acurrucados individuos
eran llevados a la muerte como acosada manada
era la guerra el terror los incendios era la patria suicidada
eran los siglos podridos reventando
vimos las gentes despavoridas en un espanto de consignas atroces
iban y venían insultaban denunciaban mataban
eran los héroes decían golpeando
las ventanillas de los trenes repletos de carne de cañón
nosotros no entendíamos apenas el suplicio
y la hora alegre de un jardín con alegría y besos
fueron noches salvajes de bombardeo noticias lúgubres
la muerte banderín de enganche cada macilenta aurora
y héteme aquí solo ante mi vejez más próxima
preguntar en silencio
qué fue de nuestro vuelo de remanso
por qué pagamos las culpas colectivas
de nuestro viejo pueblo sanguinario
quién nos resarcirá de nuestra adolescencia destruida
aunque no fuese a las trincheras?

Vanas son las preguntas a la piedra
y mudo el destino insaciable por el viento
mas quiero hablarte aquí de mi generación perdida
de su cólera paloma en una sala de espera con un reloj parado para siempre
de sus besos nunca recobrados
de su alegría asesinada
por la historia siniestra
de un huracán terrible de locura.

 De Los Soliloquios, 1969 
          

En este poema, escrito cuando tenía más de cuarenta años, Miguel Labordeta rememora su primera juventud, "la edad de nuestro primer amor", rota por el estallido de la Guerra Civil. El poeta, que no toma partido por ninguno de los bandos de la contienda, se erige en voz de su generación, una "generación perdida", y  se pregunta "quién nos resarcirá de aquella adolescencia destruida". Este es quizá, en opinión de Miguel Díez R. y Paz Díez Taboada (Antología comentada de la poesía lírica española, 2005), el testimonio lírico "más tremendamente desolado" de entre todos los proporcionados por poetas que  vivieron aquella experiencia siendo niños o adolescentes:
Sin ningún signo de puntuación, el poema avanza entrecortado y vacilante, con ritmo sinuoso, entremezclando, en aparente desorden, el asombrado mundo juvenil y los negros brochazos de la insania fraticida.

[imagen: lemetropolitan.fr]

domingo, 16 de marzo de 2014

"Canción de otoño", de Miguel Labordeta


Pintura:  H. Anglada Camarasa


                          Canción de otoño



                                                   He de caminar
y aún no sé
                                                   el nombre de la noche
                                                   he de amar
y aún no sé
                                                   el enigma de tus besos
                                                   he de vivir
y aún no sé
                                                   si la aventura
tiene un pretexto voraz
                                                   o es una rosa lastimada
he de morir sin duda
                                                   y aún no sé
si la llama fugitiva
                                                   se apaga adormecida para
                                                       siempre
u otra senda otro ensueño
de luz
                                                   nos lleva de la mano
hacia delante
                                                   más allá de este viento
                                                       vacío.


                                     Miguel Labordeta, de Los soliloquios (1969) 


El poeta Miguel Labordeta Subías nació en Zaragoza en 1921. Hermano del cantautor y escritor José Antonio Labordeta, inició sus estudios en el colegio Santo Tomás de Aquino (fundado por su padre, catedrático de Latín) y se examinó de bachillerato como alumno libre en el instituto Goya. Tras licenciarse en Historia con premio extraordinario en 1942, marchó a Madrid con la intención de obtener el doctorado. Durante su estancia en la capital entró en contacto con otros escritores y con corrientes como el postismo y el surrealismo. Regresa a Zaragoza sin acabar la tesis para impartir clases en el colegio familiar, de cuya dirección se hará cargo en 1953 tras la muerte de su padre.  Con un grupo de escritores funda la revista Ansí y es el gran impulsor de la tertulia Niké, así como de la Oficina Poética Internacional (OPI) y de su órgano de expresión, Despacho literario. Falleció en 1969, a los 48 años, a consecuencia de un aneurisma de aorta.

Su temprana muerte puede explicar, en parte, que no goce en la historia de la literatura española del  lugar que le corresponde por su poesía anticonvencional y desgarrada, representada por libros como Sumido 25 (1948), Violento idílico (1949), Transeúnte central (1950), Epilírica (1961), y Los soliloquios, Autopía y La escasa merienda de los tigres, publicados póstumamente.