EL BLOG DE LA BIBLIOTECA "IRENE VALLEJO" DEL IES GOYA DE ZARAGOZA


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miércoles, 8 de enero de 2025

Un poema seleccionado por...

 

El retraído


Como el niño jugando
con desechos del hombre,
un harapo brillante,
papel coloreado o pedazo de vidrio,
a los que su imaginación da vida mágica,
y goza y canta y sueña
a lo largo del día que las horas no miden,
así con tus recuerdos.

No son como las cosas
de que cerciora el tacto,
que contemplan los ojos;
de cuerpo más aéreo
que un aroma, un sonido,
sólo tienen la forma prestada por tu mente,
existiendo invisibles para el mundo
aun cuando el mundo para ti lo integran.

Vivir contigo quieres
vida menos ajena que esta otra,
donde placer y pena
no sean accidentes encontrados,
sino faces del alma
que refleja el destino
con la fidelidad trasmutadora
de la imagen brotando en aguas quietas.

Esperan tus recuerdos
el sosiego exterior de los sentidos
para llamarte o para ser llamados,
como esperan las cuerdas en vihuela
la mano de su dueño, la caricia
diestra, que evoca los sonidos
diáfanos, haciendo dulcemente
de su poder latente, temblor, canto.

Vuelto hacia ti prosigues
el divagar enamorado
de lo que fue tal como ser debiera,
y así la vida pasas,
morador de entresueños,
por esas galerías
donde a la luz más bella hace la sombra
y donde a la memoria más pura hace el olvido.

Si morir fuera esto,
un recordar tranquilo de la vida,
un contemplar sereno de las cosas,
cuán dichosa la muerte,
rescatando el pasado
para soñarlo a solas cuando libre,
para pensarlo tal presente eterno,
como si un pensamiento valiese más que el mundo.

                                                                    

                                                                                    La realidad y el deseo, Luis Cernuda

 

       

No soy capaz de abarcar sin un trabajo previo de mayor análisis y estudio de la figura y trascendencia de Cernuda y de sus textos, todo el inmenso, por no decir insondable, calado de verdad y autenticidad, como es propio de los grandes creadores, que consigue prefigurar el autor a través de la expresión tan trascendente de su verbo; quien se me antoja en este poema, como un mago demiurgo dotado del conocimiento y la técnica necesarios para hacer refulgir, quizá por un instante, en nuestras conciencias, verdades solamente reveladas a unos pocos elegidos y cuya comprehensión se nos escurre entre los dedos a quienes vivimos en estado de 'cuasiceguera' espiritual.

           A la estela de otros cuyos ecos son, a mi entender, signos rastreables en la arquitectura del poema elegido -Bécquer estaría, por ejemplo, fuera de toda duda pues es conocida la afinidad del ideal romántico, compartido por ambos poetas sevillanos-, Cernuda conecta aquí, tal y como yo lo siento, con una de las fibras más esenciales de la naturaleza humana, que movió en su momento algún resorte inaccesible de mi ser consciente; pero que, a modo de revelación de proporciones tales que excedían los baremos con que yo haya podido medir la vida misma -tal y como soy capaz de concebirla-, me proporcionó una forma de interrogarme y de reunir todos mis yos dispersos, de cada etapa vital y experiencia acumuladas, que quedó de alguna forma flotando latente, en estado de semiconsciencia, hasta que gracias al compromiso adquirido para este blog, ha emergido una vez más para recuperar un diálogo inacabado que sigo manteniendo conmigo mismo y al que Cernuda consigue darle voz mediante ese tú... que somos todos.


                                                Un poema seleccionado por el profesor Álvaro Checa







domingo, 17 de noviembre de 2024

Un poema seleccionado por ...

 

                                                    Con un alegre espejeo

 

En un poco conocido volumen en prosa de Antonio Colinas, titulado La llamada de los árboles, nos esperaban estas líneas que cierran el capítulo dedicado al chopo, como una trampa inevitable y feliz.

 

En primavera, perfuma con su luz verde el alba; en verano, nieva su polen sobre la luz blanca; en otoño, amarillo o rojo, se incendia con el último sol cuajado. Los frutos del chopo los veréis de noche, en el invierno, entre sus desnudas ramas: son las estrellas.                 

 

Las cuatro estaciones, las horas del día… Y siempre el chopo fiel creciendo hacia la luz. Lo inolvidable de este breve pasaje, sin embargo, es la sorpresa, el desconcierto, la deslumbrante imagen final.

 

Pero un poema nunca viene solo y recuerdo el recuerdo de otros árboles en una página de Luis Cernuda, en su libro Ocnos.

 

EL AMOR

 

Estaban al borde de un ribazo. Eran tres chopos jóvenes, el tronco fino, de un gris claro, erguido sobre el fondo pálido del cielo, y sus hojas blancas y verdes revolando en las ramas delgadas. El aire y la luz del paisaje realzaban aún más con su serena belleza la de aquellos tres árboles.

            Yo iba con frecuencia a verlos. Me sentaba frente a ellos, cara al sol del mediodía, y mientras los contemplaba, poco a poco sentía cómo iba invadiéndome una especie de beatitud. Todo en derredor de ellos quedaba teñido, como si aquel paisaje fuera un pensamiento, de una tranquila hermosura clásica: la colina donde se erguían, la llanura que desde allí se divisaba, la hierba, el aire, la luz.

            Algún reloj, en la ciudad cercana, daba una hora. Todo era tan bello, en aquel silencio y soledad, que se me saltaban las lágrimas de admiración y de ternura. Mi efusión, concentrándose en torno a la clara silueta de los tres chopos, me llevaba hacia ellos. Y como nadie aparecía por el campo, me acercaba confiado a su tronco y los abrazaba, para estrechar contra mi pecho un poco de su fresca y verde juventud.

                                              

La poesía nos asalta, palabra en mano, a la vuelta de cualquier página. María Moliner, en su célebre diccionario, dejó esta definición del chopo.

 

Árbol, muy común en España, particularmente a orillas del agua, que, si no se corta para formar copa ancha, crece alto y esbelto; las hojas son anchas y tersas, con el peciolo largo, por lo que, al más leve movimiento del aire, se agitan con un alegre espejeo.

 

Con un alegre espejeo… Gracias, chopo.

 

Un poema seleccionado por el profesor José Antonio Sáez