Grupo de lectura I "Leer juntos Hoy" del IES “Goya”
Sesión del 16 de mayo de 2016
Obra comentada: La asesina, 1903.
Autor: Aléxandros Papadiamantis
Traducción de Laura Salas, Periférica, 2010.
Φὀνισσα! Φὀνισσα! (fónisa, fónisa) “¡Asesina!
¡Asesina!”, pronunciaba el agua parlante que, cual voz de la conciencia,
perseguía la atormentada huida de la protagonista de la novela del escritor
griego Aléxandros Papadiamantis; pero la vieja Jadula no había cometido δολοφονίες (dolofoníes), asesinatos a
traición; sino que, cual maga-sacerdotisa (μάγισσα), realizaba sacrificios rituales intentando
evitar a sus pequeñas víctimas –φονεύματα (foneúmata: ‘aquello que está destinado al
sacrificio’)– el sufrimiento de la existencia en un mundo que predestinaba a
las mujeres a una vida llena de pesares y sufrimientos y sin posible
escapatoria.
En la portada de la edición de la editorial Periferia,
aparecen las manos poderosas de una mujer que es capaz de aliviar, sanar y, a
la vez, cometer infanticidios con la piadosa perspectiva de ahorrar suplicios a
las inocentes criaturas.
La protagonista de la obra es una vieja de casi sesenta años:
“una mujer bien hecha, de rasgos hombrunos, de energía masculina y con un asomo
de bigote sobre los labios”, celestina, charlatana, curandera, lista como un
rayo, que al haber ejercido de partera, sabe lo que vale la vida de una niña en
aquella sociedad de principios del siglo XX: “Pero vamos a ver, dígame
usted si hacía falta que nacieran tantas niñas. Y si nacen, ¿vale la pena
criarlas? Mejor que no salgan adelante”, “Hasta las niñas de buena familia (tan raras entre su sexo) mueren más
que las incontables hembras de la pobreza. ¡Las niñas de esa clase son las
únicas que tienen siete vidas! Parece que se multiplican a propósito, para
castigar a sus padres, desde este mundo ya.”
Aléxandros Papadiamantis, autor griego del siglo XIX, que a
menudo aparece etiquetado como costumbrista, supera con La asesina el determinismo
decimonónico y hace una reflexión sobre la mujer, su situación y papel en la
sociedad, que el autor retrata con amargura en la persona de Fragoyanú, una de
tantas mujeres de las islas o las poblaciones pequeñas de aquel estado griego
recién inaugurado, marcada desde su nacimiento por el azar de haber sido niña y
no varón.
En una sociedad mermada por las guerras, la pobreza y la
emigración masculina, donde la tradición exige de la mujer una generosa dote
(una vivienda, terrenos y dinero en metálico, además del ajuar) para poder
acceder al matrimonio y liberar así a los padres de una pesada carga, nacer
mujer o engendrar niñas es casi una maldición, o al menos a esa conclusión
llega nuestra asesina tras una muy difícil vida en la que solo ha contado con
su ingenio (una mente femenina,
que se dice en griego, por su capacidad de resolución) para sortear las
sucesivas olas que la han azotado desde su llegada al mundo. De hecho, para su
madre, también curandera y acusada de brujería,
siempre ha sido un estorbo; su familia dejará la mejor parte de sus
bienes para el varón de la casa, portador del apellido y el linaje, y buscará
para ella un marido conformista y simplón, que acepte cualquier propiedad
ruinosa como dote. Del mismo modo, también ella, madre de niñas y varones,
percibirá la existencia de estas como un verdadero lastre en su vida, ante la
imposibilidad de encontrarles marido a todas. Por su parte, los varones son
educados por esas mismas mujeres en la permisividad y libertad total, y así los
hijos de la protagonista la olvidan a ella y a sus hermanas una vez que parten
a hacer las américas… Otro de ellos maltrata a su madre viuda y apuñala a su
hermana, pero las dos lo encubren e interceden por él ante la autoridad.
La protagonista halla la solución al oneroso
destino que persigue a cuantas mujeres prolongan esta maldición bíblica dando a
luz a otras mujeres: “que no se salven,
que no crezcan más”. Un apretón en el delicado cuello de un bebé
aleja tantos quebraderos de cabeza… llegando a considerar la suya una misión
bendecida por el cielo, incluso cuando la justicia humana la empieza a
perseguir: ”lo que había hecho tanto
antes como ahora lo había hecho para bien”, transformando esta
historia en un acto religioso sobre el ser humano, sobre su capacidad para
superar el peso de una realidad miserable y oprimida, transida por la angustia
de existir, por la imposibilidad de ninguna justicia, divina o humana, como en
la última frase de esta obra maestra: “La vieja Jadula encontró la muerte en
el paso de San Salvador, en la lengua de arena que une la roca con la tierra, a
mitad de camino entre la justicia divina y la humana.”
El telón de fondo es la naturaleza griega de la hermosa isla
de Skiathos, que vio nacer al escritor, convirtiéndose en otro personaje más de
la obra, que participa con el rumor del agua fresca que mitiga la sed de la
fugitiva o el fragor de las olas que rompen salvajes en su escondrijo; con los
rayos de sol que convierten en diamantes las gotas de rocío y disipan el frío
que acucia la noche del alma de la asesina; con los pájaros que, para envidia de
Fragoyanú, reinan libres sobre paisajes nunca vistos por los lugareños; o con
las arenas que se abren bajo los pies de la anciana cuando la marea sube
terrible y veloz, como la llegada del ángel exterminador.
“Un cálido rayo
llegado desde lejos, desde el océano en llamas, atravesó la espesa hojarasca y
la hiedra que rodeaba el escondrijo de la extenuada vieja, e hizo que el rocío
matutino brillara como una multitud de
perlas que empapara el exuberante velo esmeralda, disipando todo el
estremecimiento de la humedad y toda la frialdad del macilento miedo, trayendo
esperanza y calidez.”
Aléxandros
Papadiamandis (4 de marzo de 1851 - 3
de enero de 1911) está considerado como
el mejor prosista de la Grecia moderna. Papadiamandis nació en la isla de
Skiathos, en la zona oeste del mar Egeo. La isla aparece notablemente en su
obra. Su padre fue sacerdote. Se mudó a Atenas de joven para terminar sus
estudios de bachillerato, e inició estudios en la Facultad de Filosofía de
Atenas, pero nunca los terminó. Volvió a su isla natal al final de su vida,
donde murió de neumonía. Se ganó la vida (de mala manera) escribiendo, desde
artículos en periódicos y pequeñas historias hasta varias novelas. No se casó,
era un hombre solitario. La mayor obra de Papadiamandis fue la serie de novelas
Η γυφτοπούλα (La gitanilla o La hija del gitano) y Η
μετανάστις (La emigrante). Eran libros de aventuras por el Mediterráneo,
con ricos argumentos sobre capturas, guerras, plagas, etc. Sin embargo, el
autor es más recordado por sus breves relatos. Su obra más conocida es La asesina, llevada al cine por el
cineasta Kosta Ferris en 1974.
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Casa de Papadiamantis en Skiathos |
Mercedes Ortiz Ortiz