Grupo
de lectura “Leer juntos” del IES Goya
Sesión
del 25 de marzo de 2024
Autora:
Marilar Aleixandre
Obra comentada: Las
malas mujeres. Xordica,
2022.
Sobre Las
malas mujeres de Marilar Aleixandre
Marilar Aleixandre (nombre con el
que es conocida la escritora madrileña afincada en Galicia María Pilar Jiménez Aleixandre)
forma parte de ese grupo de escritores que —como Max Aub, Jorge Semprún o más
recientemente Theodor Kallifatides— toman como lengua literaria el idioma de su tierra de adopción, en este caso el gallego,
lengua propia de una comunidad autónoma bilingüe.
Su novela As malas mulleres (2020), escrita en gallego y traducida al castellano
por la propia autora, obtuvo el Premio
Blanco Amor 2020 y el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de
Narrativa en 2022. La novela se centra
en la vida de las mujeres reclusas de la cárcel coruñesa de la Galera y en los
esfuerzos realizados por Concepción Arenal y Juana María de Vega por mejorar
las condiciones de vida en la prisión y para favorecer la reinserción de las reclusas.
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Cubierta de la edición en gallego
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La idea de escribir el libro se
le ocurrió a la autora leyendo la biografía de Concepción Arenal escrita por
Anna Caballé (Concepción Arenal: La
caminante y su sombra, Taurus, 2018). Por ella supo que Arenal fue
visitadora (inspectora) de la cárcel coruñesa de la Galera, en la que estaban
recluidas trescientas mujeres, lo que impresionó vivamente a la autora.
Actualmente el único testimonio que queda en la ciudad sobre la existencia de
la Galera es el nombre de la calle donde estuvo ubicada.
El título procede de la expresión utilizada por una monja en una
carta dirigida en 1608 al rey Felipe III. En ella le dice que si había galeras
—pena de trabajos forzados de remo en embarcaciones reales denominadas galeras—
para los hombres, tendría que haber galeras para sacar a ‘las malas mujeres’
(ladronas, prostitutas, asesinas…) de las calles. Así, el término ‘galera’ amplía su significado
para pasar a designar también la cárcel de mujeres.
Es esta una novela coral protagonizada por
personajes femeninos pertenecientes a dos mundos separados que confluyen en la
Galera, y en la que los personajes reales se cruzan con personajes legendarios como la bandolera gallega Pepa la Loba y con otros que son fruto de la imaginación
de la autora. Aleixandre ha construido una novela en la que se entrelazan
varias historias narradas por distintas voces y en diferentes estilos.
Una voz en tercera persona
focalizada en la conciencia de Sisca (narrador equisciente), que en alguna
ocasión muta a primera persona, cuenta
la historia de esta joven de quince
años, presa en la Galera por haber acompañado a su madre a que le practicaran
un aborto clandestino con resultados fatales. Se trata de un personaje de
ficción cuya historia se inspira, no obstante, en unos hechos sucedidos en los
años cincuenta del siglo XX. El relato del día a día en la prisión (la
suciedad, la mala alimentación, las
penosas tareas…) se trenza con los recuerdos de la vida en libertad: la pobreza y
el hambre, la muerte de un hermano, el trabajo de su madre como lavandera que providencialmente
la pone en contacto con Paquita, sirvienta y amiga de la condesa de Mina; el descubrimiento del amor, el trágico final
de su madre y la evocación de la belleza de la naturaleza que, como en el caso
del prisionero del romance medieval, hace más duro el encierro:
“Hoy es lunes dieciséis de marzo.
Imagina los sauces a la orilla del río, cerca de casa. Estos días de marzo, en
esta primavera que le robaron, estarán brotando, nada se les da que ella no
pueda verlos, sus renuevos dorados son peludos y suaves como animalillos; los
acaricia en su pensamiento. ¿Habrá sauces, mimbreras, hierbas, pájaros para
tantos días a lo largo de cuatro años?”. (pág. 17)
En esa tercera persona limitada,
cuyo foco a veces se desplaza de la mente de Arenal a la de la condesa de Mina, se narra también la historia de colaboración
de dos mujeres excepcionales, dos personajes reales que, a pesar de sus muy
diferentes convicciones —Concepción Arenal, religiosa y conservadora, y Juana María de Vega, liberal y
progresista—, pusieron su voluntad y su empuje al servicio de una causa común.
Ambas libran una dura lucha por mejorar
la vida de las reclusas de la Galera y por instruirlas para lograr su
reinserción. Para ello deberán hacer
frente con inteligencia y diplomacia a la resistencia de las autoridades de la
prisión y a una opinión pública contraria a la instrucción de las mujeres. En
su empeño cuentan con el apoyo de personas como Pardo Bazán y su esposa, padres
de la futura escritora, y de un grupo de mujeres “hidalgas” que forman parte de la
Sociedad de la Magdalena. Como ocurre en la historia de Sisca, esta narración
abarca también aspectos de la vida personal de ambas mujeres: los problemas
de salud de Arenal, su deseo frustrado de tener un título universitario, un fracaso amoroso, su feliz matrimonio, el
drama de la muerte de su hija y la de su
marido después, la enemistad con su madre; así como la vida casi legendaria de
Juana María, sus años al servicio de Isabel II, su apoyo a la causa liberal, los
sucesivos exilios, su historia de amor
con el guerrillero Espoz y Mina y la temprana muerte de este, además de su
labor filantrópica en favor de los más
necesitados. En primera persona se expresan los dramas de las mujeres presas
del “mudo coro de las malas mujeres”.
La narración da entrada a
numerosos poemas y textos no literarios como cartas, informes, memorias o
fragmentos de libros de Arenal. Con tal
fragmentación formal Aleixandre logra construir una novela histórica que se aparta de los convencionalismos de este subgénero y la dota de un aire de modernidad, como ha
señalado Santos Sanz Villanueva. La denuncia de la miseria y la
pobreza, del hambre de las clases bajas y de la penosa vida de las mujeres
encarceladas en un periodo de la historia de nuestro país, la convierten en una
novela social que en algunos momentos adquiere tintes tremendistas.
La acción de la novela se sitúa
hacia final del reinado de Isabel II y se prolonga a lo largo de tres años.
Comienza en 1863, año en que Sisca ingresa en la cárcel de la Galera y
Concepción Arenal es nombrada visitadora de cárceles de mujeres. Es también el
año de publicación del libro Cantares
gallegos de Rosalía de Castro, considerado el punto de partida del Rexurdimento (Resurgimiento) gallego,
que adquiere especial relevancia en la novela, puesto que sus poemas, leídos en las clases de la
Asociación de la Magdalena, emocionan a
las presas porque les hablan en gallego, la única lengua conocida por la mayoría de ellas, de temas y lugares que
les resultan muy próximos. Además, los
poemas de Rosalía y de Eduardo Pondal, así como ciertas composiciones del
folclore gallego le servirán a la autora para componer sus “mudos coros de las
malas mujeres”. El final de la novela, en 1866, coincide con un hecho histórico
trascendental: la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, un rayo de
esperanza para la animosa Juana María, quien confía en que
pronto otros países sigan el ejemplo.
La novela se divide en tres
partes que se corresponden con cada uno
de los años que abarca la acción. Cada
una de estas partes se abre con una
extensa cita y se cierra con un texto no literario: el reglamento de una casa
de corrección, en la primera; la “Memoria de la Sociedad de la Magdalena” en la
segunda, y el apócrifo “Contrato de maestras…”, en la tercera, al que
le sigue un epílogo. Entre la cita y el documento se incluyen diez capítulos, con sugerentes epígrafes, en los que las
historias narradas se alternan siguiendo un orden que se repite a lo largo
de toda la novela. Para una mejor
comprensión, vamos a distinguir dos bloques de cinco capítulos, en los que los
cuatro primeros se dedican de forma alterna a la historia de Sisca (S) y a la
de Concepción Arenal (A) y el quinto al coro de las malas mujeres (C), y el
esquema se repite en los cinco siguientes: [S, A, S, A, C] [S, A, S, A, C]. En
la tercera parte se produce una ligera variación: el coro del segundo bloque es
sustituido por el relato del encuentro de Sisca y Pepa fuera de la prisión.
El cuidado con que la autora
relaciona las tramas y las distintas partes dota a la novela de una
fuerte cohesión interna, que consigue mediante el uso de paralelismos y contrastes, amén de la reiteración de temas y
motivos. Baste seleccionar algunos de los muchos ejemplos que podríamos
aportar: La novela se abre con una escena humillante: el corte de pelo y posterior
rapado de Sisca al ingresar en prisión, contemplada por Arenal y comentada desde
su punto de vista en el capítulo dos,
dando lugar a la primera muestra del perspectivismo de la novela. El motivo del
pelo se retoma en la escena que Arenal imagina con Manuel y otra vez en uno de los capítulos
finales cuando Arenal piensa en el color rojo de su pelo y en la tradicional
asociación de este con la brujería. Si en el segundo capítulo del libro, Arenal reflexiona sobre las diferencias entre
visitadora y visitante, al final de la novela, cuando ya ha sido cesada, vuelve
a ello y dice no conformarse con el papel de visitante para convertirse en
visionaria que adivina la lucha de las mujeres del porvenir. El llanto del
hermanillo muerto que resuena en la mente de Sisca e interrumpe su sueño en el capítulo tercero,
encuentra su eco en el lloro de Candonguita, la hija muerta, que desvela a la
Visitadora en el capítulo siguiente. La referencia al vuelo de los murciélagos
evocado por Sisca en la prisión, vuelve al final de la novela, cuando Arenal le enseña
a su hijo a distinguir el vuelo de estos animales que terminan siendo para ella
imagen de la justicia, que va y viene. Objetos como los zapatos de terciopelo
verde o el libro de Rosalía de Castro; el chocolate que prueba Sisca por
primera vez rebañando la chocolatera en el primer capítulo y reaparece en la
taza de chocolate que le hace servir Juana María tras salir de la cárcel son otros tantos
elementos que vertebran la obra.
La historia de Concepción Arenal en su etapa de visitadora es la historia de un fracaso colectivo de la sociedad
española que ella percibe como un fracaso personal: “Era yo una rueda que no
engranaba con ninguna otra de la máquina penitenciaria y debía suprimirse”* (pág. 129), escribe a su amigo Jesús de Monasterio. La trama sigue inicialmente una línea
ascendente que alcanza su punto más alto en la segunda parte, con la creación
de la Sociedad de la Magdalena y el inicio del trabajo con las internas; comienza a descender en el momento en que el
alcaide consigue torpedear su labor, y cae bruscamente cuando la reina firma su
cese como Visitadora:
“La conciencia del fracaso la
persigue. De todo cuanto se había propuesto en la prisión lo único que
consiguió fue eliminar el curtido de pieles, derivando a las reclusas para el
hilado, indispensable para no perder el jornal. Las presas algo más limpias,
peinadas, algunas aprendieron a leer;
poco más”. (pág. 212)
Pero no es este el único conflicto
en que se ve inmersa la Visitadora, puesto que en la novela se produce la
colisión entre dos mundos muy distantes: el de la Visitadora y el de las ‘malas
mujeres’, representadas por Sisca. La relación entre ambos parte de un
desconocimiento de la realidad del otro, de ideas preconcebidas y recelos
mutuos, dando lugar a un enfrentamiento que estalla cuando Arenal decide poner
a prueba sus Cartas a los delincuentes,
con la lectura ante las presas de la durísima carta 29, “Infanticidio, Aborto”,
con la intención de observar sus reacciones. La ira de Sisca interrumpiendo la
lectura provoca el desasosiego y las
dudas de la Visitadora, y abre en la memoria de Sisca una puerta por donde irrumpe el pasado que no quería
recordar, dando lugar a tres de los capítulos más dramáticos de la novela, que
alcanzan su punto álgido con el relato de la muerte de la madre (el primero de
la tercera parte). En ellos se da una visión de la mujer que aborta muy alejada
del monstruo que había pintado Arenal en su carta y se desvela que el hambre,
el no tener qué darles de comer a los hijos, es el motivo que con más
frecuencia lleva a las mujeres pobres a
abortar. Cuando Arenal conozca la historia de Sisca por boca de Juana María y
de la misma Sisca, concluirá con esta que la justicia no siempre es justa
y se fijará un nuevo objetivo menos ambicioso: el de salvar
a Sisca, la joven que tanto le recuerda a su hijita muerta.
La trayectoria de Sisca sigue un desarrollo inverso al de la Visitadora. Su situación inicial la define el epígrafe
del capítulo primero, la palabra “desesperanza” escrita por una mano anónima en los muros de la prisión, que
inevitablemente nos trae a la mente las palabras grabadas a la entrada del Infierno de Dante. Tras
la huida de Pepa, “la desesperanza mudó en esperanza. Puede imaginar la salida
de la Galera, contar los días que faltan, menos de dos años” (pág. 222). Pero
su suerte cambia tan inesperadamente, que cuando sale de prisión se da cuenta
de que no le ha dado tiempo a hacer lo que tenía planeado: escribir en el muro
“no pierdas la esperanza”. Ambas mujeres, la presa y la Visitadora, tenían un sueño. El de Concepción Arenal quedó
inconcluso como el mantel de flores de tojo que empezó a bordar Sisca en las
clases de costura. El de Sisca se cumple cuando pisa de nuevo la casa de Juana
María, donde anhelaba servir, como Paquita, si bien no es este el futuro que la
condesa de Mina imagina para ella.
Hay en la novela otros personajes
femeninos, convertidos en protagonistas de “Los coros mudos de las malas
mujeres”, relatos breves que pueden ser leídos de forma independiente, pero adquieren pleno sentido en el contexto de la obra. Las protagonistas son personajes cuya voz se ha acallado como indica
el oxímoron, cuyos lamentos solo pueden expresarse en silencio:
"¡Pobres de nosotras! Llora,
mujer: escuchamos tus suspiros. Solo nos es dado lamentarnos en silencio.
Canta: escuchamos tus penas”. (pág. 36)
Ellas son ahora narradoras
de sus propias historias, que transmiten otra visión muy distinta sobre las consideradas "malas
mujeres”. Para ello, toman
prestadas las palabras de los poetas, en textos híbridos, que mezclan prosa y verso, incluso alguna carta, y dan entrada a la cultura oral. Como en la
tragedia griega, la intervención de la mujer es respondida por un coro,
estableciéndose así un diálogo de enorme expresividad y lirismo.
“Entre pinos” (cap. 5) parte
de un poema de Pondal (otro de los poetas del Rexurdimento) que narra una violación desde el punto de vista del
depredador sexual, para contarnos la dramática
historia de una mujer violada que acaba en la calle. El poema original
se modifica para ponerlo en labios de la mujer, que narra su propia historia:
“Me pilló entre pinos sola…”. A lo que el coro responde: “Entre los pinos. Te
pilló sola”. La narración en prosa tiene elementos comunes con el cuento de
Caperucita, pero el peligro que acecha en el bosque no es el lobo sino el
hombre.
En “La hoz” (cap. 10), es el poema
de Rosalía de Castro “La justicia por su mano” el que sirve de punto de partida para contar la
historia de una mujer forzada por el señorito al que sirve y la venganza de
esta.
El titulado “Artista de lo
blanco” (cap. 20) toma otro poema de
Rosalía para contar la desgraciada historia de la costurera Dolores, presa en
la Galera acusada de haber dado muerte a su marido y condenada a garrote vil. Dolores no aparece en los relatos de Sisca y de Arenal, pero ambas tienen conocimiento de su existencia. Sisca le había oído hablar de Dolores, “la que cose sábanas y manteles para
esta casa” (pág. 224), a Paquita. Y ya en la prisión, la joven tiene noticia de que
hay al menos una mujer en la Galera “aguardando por el garrote vil. Pero está
en otro dormitorio o en una celda de castigo, nunca la ha visto” (pág. 97). Más
adelante, será una jovencísima y “sabihonda” Emilia Pardo Bazán, convertida en
personaje de ficción, la que comente su caso y anuncie: “Algún día he de
escribir su historia” (pág. 165). En efecto, Marilar Aleixandre, en un nuevo
juego intertextual, recrea aquí la
historia narrada por Emilia Pardo Bazán en el cuento “Casi artista”.
Finalmente, en “Desahuciada” (cap.
25) una mujer se venga del hombre que ha causado las desgracias de su familia,
para evitar que sea su marido quien tome venganza, lo que no libra a este de
acabar también en la cárcel.
Entre los cuatro “Coros” se
intercala un canto de desafío creado por la autora tomando como modelo las regueifas del folclore gallego, en el
que se alternan dos voces que disputan sobre las distintas versiones de la leyenda de Pepa la Loba (cap. 15, “La
loba”). Las coplas de desafío se ven interrumpidas por los comentarios en prosa
de la propia Loba que, en primera persona, corrige, matiza o añade detalles a
lo dicho en las coplas. Acusada de haber dado muerte a su padre adoptivo,
termina su intervención con la promesa de acabar con el verdadero culpable.
Pepa, bandolera gallega convertida en leyenda cuya existencia se ha puesto en
duda, fue un personaje real a quien nombra Arenal en una de sus cartas. En la
novela aparece como personaje secundario en las historias protagonizadas por
Sisca y por Arenal.
Estos breves relatos denuncian los abusos de los poderosos y humanizan a las mujeres
protagonistas, víctimas todas ellas de diferentes tipos de violencia: la violencia del varón sobre la mujer, la que condena al hambre y a la desesperación a las familias y la que convierte en culpables a inocentes, porque en el “pan de la justicia”, como en el de la
cárcel, “se ocultan gusanos”.
Marilar Aleixandre ha escrito una
novela brillante, en la que demuestra un admirable dominio del lenguaje y de
las técnicas narrativas. Una novela en la que reivindica las figuras de Concepción
Arenal y de Juana María de Vega, al tiempo que recupera la memoria de aquellas mujeres olvidadas que penaron
en la Galera. Una novela absolutamente recomendable.
*La cursiva en las citas es del original.
Josefina López Granada
Sra.
de Espoz y Mina
La
obra –¿biografía, ensayo, novela?– Las
malas mujeres
de Marilar Aleixandre (Xordica, 2022) tiene tres protagonistas, junto
a otros personajes destacados: Sisca, Concepción Arenal y Juana
María de Vega.
Sisca
es un personaje de ficción aunque basado en personas reales. Doña
Concha, la visitadora, es Concepción Arenal, una destacada mujer en
el panorama del siglo XIX español, conocida y reconocida. La primera
mujer que pisó las aulas universitarias españolas, aunque, para
ello, tuviese que disfrazarse de varón; la precursora feminista y
autora de La
mujer del porvenir;
la primera mujer que ocupó un alto cargo, de gran trascendencia
política, en la administración española.
La
tercera protagonista, Juana
María,
tiene en la obra un papel si no más destacado, sí más decisivo que
la propia Concepción Arenal. A pesar de ser una mujer conocida en el
ámbito de la historia de las mujeres, bien estudiada y biografiada,
no ha tenido el eco de otras mujeres escritoras y activistas, apenas
es conocida por el gran público. ¿No habrá concebido la autora la
novela, precisamente, para dar a conocer a esta importante mujer,
casi olvidada? ¿Quién es Juana María de Vega?
En
la biografía
publicada por la Biblioteca Nacional de España
se la califica como “uno
de los referentes femeninos del liberalismo progresista español del
siglo XIX. Escritora, activista y filántropa”. Pero su nombre no
suele aparecer en la lista de mujeres destacadas en el ámbito de la
cultura del s. XIX. Con estos títulos previos, evidentemente, merece
la pena prestar atención a este personaje.
Juana
María de Vega Martínez y Losada, condesa de Espoz y Mina,
vizcondesa del Arado, condesa de la Caridad (título personal al que
renunció) y Grande de España, nació en La Coruña en 1805. Hija
única de una familia acomodada ilustrada y liberal. Tuvo una
excelente formación, “más
allá de los saberes domésticos y ornamentales, estudió aritmética,
gramática, francés e inglés y leía a los autores de la antigüedad
clásica” y muy joven, a los 16 años, se casó con el ya maduro
general Francisco Espoz y Mina (1781-1836).
Juana
María vivió tres importantes etapas.
Hasta la muerte de su esposo, se halló inmersa en las circunstancias
políticas de los liberales, con su padre y su marido:
conspiraciones, exilios, reconocimientos políticos, y participó en
todo ello, desde un discreto segundo plano de hija y esposa, pero
activa y, a veces, criticada por otros correligionarios.
En
1841, el regente Baldomero Espartero la eligió como aya y camarera
de la futura reina, con fuerte oposición de la aristocracia,
precisamente para que un poco de aire liberal entrase en el Palacio y
la princesa fuera educada en el espíritu constitucional. Al
declararse la mayoría de edad de Isabel II, en 1843, abandonó
Madrid y se instaló en La Coruña. Esta etapa de su vida la dejó
reflejada en su obra Memorias
de la condesa de Espoz y Mina. Apuntes para la historia del tiempo en
que ocupó los destinos de aya de S.M. y A. y camarera mayor de
palacio,
escrita en 1844 pero publicada en 1910 por el congreso de los
Diputados (disponible en este enlace).
A
partir de 1843 vivió en La Coruña dedicada a la actividad política
en apoyo a la causa liberal y progresista y al trabajo social,
actividad que ella consideraba como un deber de justicia y no un acto
de caridad. Por ello rechazó el título de condesa de la Caridad con
Grandeza de España, que le fue otorgado en 1854, tras una epidemia
de cólera en la que arriesgó su vida en los hospitales.
Fundó
la Asociación de Señoras de La Coruña y redactó sus estatutos,
apoyó la educación de la infancia desfavorecida, ejerció el
mecenazgo cultural (Pablo Sarasate), fue dama fundadora de la Cruz
Roja, escribió artículos en la prensa y redactó y publicó las
Memorias del General don Francisco Espoz y Mina.
A
su muerte, en La Coruña en 1872, se creó la “Fundación Juana de
Vega” para la enseñanza de la agricultura, con los fondos
previstos en su propio testamento. En la actualidad sigue en
funcionamiento con los mismos objetivos, adaptados a los nuevos
tiempos. Véase en el siguiente enlace.
EXCURSUS
El
militarismo del siglo XIX en España. La influencia del ejército en
la vida política española
El
ejército ha sido una institución esencial en la constitución y
mantenimiento de los estados a lo largo de toda la historia. En la
época contemporánea, su posicionamiento e intervención han sido
decisivos en el triunfo de las revoluciones liberales y la
implantación de los sistemas democráticos en Europa y América.
Pero, a diferencia del caso español, estos procesos han comenzado
con revoluciones sociales que, en determinado momento, han recibido
el apoyo militar.
La
peculiaridad española tiene su origen en la Guerra de la
Independencia. El “Dos de Mayo” ocasionó una fuerte reacción
popular y la creación de numerosas partidas militarizadas por todo
el territorio peninsular. En la Guerra de la Independencia “las
guerrillas”, “los guerrilleros”, armados y uniformados como
podían, desempeñaron un importante papel.
A
lo largo de la guerra, estas partidas guerrilleras se fueron
regularizando e incorporando al ejército, adoptaron la jerarquía
militar y los grados y escalas correspondientes. Al final de la
guerra, los guerrilleros quedaron incorporados al ejército y sus
jefes mantuvieron el grado militar adquirido. Es el caso del
guerrillero de origen navarro, Francisco Espoz Illundáin, que adoptó
el apellido Espoz y Mina por su sobrino, Javier Mina, otro jefe
guerrillero conocido como “Mina el mozo”.
El
ejército que salió de la guerra fue, por tanto, un ejército mucho
más numeroso, con una composición y extracción social muy
diferentes al anterior, de origen aristocrático, y donde dominaban
unas ideas distintas, el liberalismo y el constitucionalismo, que
habían defendido en la guerra contra los franceses. A pesar de los
intentos de la monarquía para transformar y controlar el ejército,
el ideario constitucionalista se mantuvo y se defendió, y se
prolongó hasta la crisis de la I República. Más adelante, las
Guerras Carlistas también potenciarían el papel político del
ejército y su tendencia liberal.
Tras
la vuelta de Fernando VII y la restauración del absolutismo, entre
1814 y 1821, hubo cinco pronunciamientos del ejército en defensa de
la Constitución de Cádiz (1812). El primero de ellos, en el mismo
año 1814, protagonizado por el propio general Ezpoz y Mina. Las
consecuencias de estos levantamientos fallidos eran el exilio (Espoz)
o el fusilamiento (Porlier, Lacy y otros). En 1821, tras el éxito
del pronunciamiento de Riego, se restableció la Constitución y
regresaron los exiliados (entre otros, el padre de Juana María de
Vega y el propio Espoz y Mina, nombrado Comandante General de
Galicia, donde conocería a su futura esposa).
El
fin del Trienio Liberal supuso un nuevo periodo de fuerte represión,
ejecuciones y numerosos exiliados. Los liberales siguieron
conspirando desde el exterior, en Inglaterra o Francia, e intentando,
por medio de la sublevación militar, la vuelta al
constitucionalismo. Es el caso del general Torrijos en 1831,
perpetuado por Gisbert en un cuadro que reproduce la ejecución de
los sublevados.
Las
oleadas revolucionarias que recorrieron Europa en los años 30, 40 y
60 y 70, se reprodujeron en España. Pero, mientras en Europa estas
revoluciones estaban protagonizadas por la creciente burguesía y,
más adelante, la clase obrera, en España los levantamientos
sociales requirieron siempre de la fuerza militar, a través de
insurrecciones y amotinamientos, para modificar el conservadurismo
monárquico, ostensible a pesar del Carlismo, e implantar el ideario
liberal más progresista. Esto explica, también, la frecuente
presencia de militares en la jefatura del gobierno.
El
motín de La Granja en 1836, Espartero en 1840, la sublevación de
Vicálvaro en 1854 y, finalmente, “La Gloriosa”, en 1868, que
provocó la caída de Isabel II, el gobierno provisional del general
Serano y la llegada de Amadeo I de la mano del general Prim.
En
los años 70, la presencia guerrillera en el ejército había
desaparecido de forma natural y, junto a las dificultades políticas
de la improvisada I República y, sobre todo, al debate extremo de la
cuestión territorial, las ideas políticas dentro del ejército
cambiaron radicalmente. A partir de ahora, los pronunciamientos
militares tendrán un fuerte carácter conservador, incluso
dictatorial. El general Pavía, sin entrar a caballo en las Cortes,
puso fin a la l República (enero de 1874), y tras un nuevo gobierno
militar de Serrano, Martínez Campos aceleró la restauración
monárquica y la vuelta de Alfonso XII (diciembre de 1874).
Durante
la Restauración hubo un largo período de silencio cuartelario. Los
militares, más acordes con la política moderada y controlada de
Cánovas del Castillo y ocupados en las guerras coloniales, dejaron
de intervenir políticamente, aunque el ejército, su composición,
eficacia y funcionamiento no dejó de ser un importante problema
político en toda esta etapa. Miguel Primo de Rivera (1921), José
Sanjurjo y Francisco Franco Bahamonde (1936), Antonio Tejero, Jaime
Milans del Bosch y Alfonso Armada (1981) fueron los últimos
militares levantiscos.
Concha Gaudó