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jueves, 29 de octubre de 2020

"El monte de las ánimas", de Gustavo Adolfo Bécquer


La "Güeste de Ánimas", Riaño. (leonoticias.com)


EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

(LEYENDA SORIANA)

 

La noche de difuntos[1] me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes[2] esta tradición que oí  hace poco en Soria.

Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.

A las doce de la mañana, después de almorzar[3] bien, y con un cigarro en la boca, no le[4] hará mucho efecto a los lectores de El Contemporáneo[5]. Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo, cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.

Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas.

I

—Atad los perros, haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta[6] a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos  Santos[7] y estamos en el Monte de las Ánimas[8].

—¡Tan pronto!

—A ser otro el día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo[9] han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios,[10] y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

—No, hermosa prima. Tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dura el camino te contaré esa historia.

Los pajes[11] se reunieron en alegres y bulliciosos grupos. Los condes de Borges  y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos,[12] y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

—Ese monte que hoy llaman de las Ánimas[13] pertenecía a los templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los templarios[14] eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran  solos sabido defenderla como solos la conquistaron.[15] Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres. Los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos. Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras. Antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería. Fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes de que cierre la noche.

La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

II

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados[16] vidrios de las ojivas[17] del salón.

Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, y absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

Las dueñas[18] referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

—Hermosa prima —exclamó al fin Alonso, rompiendo el largo silencio en que se encontraban—, pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales, sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia: todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

—Tal vez por la pompa de la corte francesa, donde hasta aquí has vivido —se apresuró a añadir el joven—. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte… Al separarnos, quisiera que llevaras una memoria mía… ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel[19] que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar… ¿Lo quieres?

—No sé en el tuyo —contestó la hermosa; pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo…[20], que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.[21]

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven que, después de serenarse, dijo con tristeza:

—Lo sé, prima; pero hoy se celebran todos los santos, y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volvióse a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos,[22] y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.

Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

—Y antes de que concluya el día de Todos Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? —dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

—¿Por qué no? —exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro. Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió—: ¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?[23]

—Sí.

—Pues… ¡se ha perdido! Se ha perdido y pensaba dejártela como un recuerdo.

—¡Se ha perdido! ¿Y dónde? —preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

—No sé… En el monte, acaso.

—¡En el Monte de las Ánimas! —murmuró, palideciendo y dejándose caer sobre el sitial[24]—. ¡En el Monte de las Ánimas! —Luego prosiguió, con voz entrecortada y sorda—: Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces. En la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esa diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario de mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres, yo he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida,[25] y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche… esta noche, ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero[26], las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas… ¡Las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que, cuando hubo concluido, exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la lengua, arrojando chispas de mil colores:

—¡Oh! Eso, de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera![27] ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía: movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar, entreteniéndose en revolver el fuego:

—Adiós, Beatriz, adiós. Hasta… pronto.

—¡Alonso, Alonso! —dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.

Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III

Había pasado una hora, dos, tres; la medianoche estaba a punto de sonar, cuando Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, y, a querer, en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

—¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven, cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la Iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

Las doce sonaron en el reloj del Postigo.[28] Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

—Será el viento —dijo, y poniéndose la mano sobre el corazón procuró tranquilizarse.

Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes con un chirrido agudo, prolongado y estridente.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden: éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después, silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la medianoche; con un murmullo monótono de agua distante, lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; eco de pasos que van y vienen; crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve, y que no obstante se nota su aproximación en la oscuridad.

Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.

Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones, y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada: oscuridad, las sombras impenetrables.

—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho—. ¿Soy yo tan miedosa como estas pobres gentes cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura al oír una conseja de aparecidos?

Y cerrando los ojos, intentó dormir…; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio[29] que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en la ropa que la cubría escondió la cabeza y contuvo el aliento.

El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin, despuntó la aurora. Vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, tendió una mirada serena a su alrededor, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal decoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron, despavoridos, a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros, muerta, muerta de horror.

IV

Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles.[30] Entre otras, se asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible y, caballeros sobre osamentas de sus corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.[31]

 

(Gustavo Adolfo Bécquer, Leyendas, ed. de Joan Estruch, estudio preliminar de Russell P. Sebold, Barcelona, Crítica, 1994)

 



[1] El día de difuntos se celebra el 2 de noviembre. Existe la creencia de que en la noche del 1 al 2 de noviembre los muertos pueden volver del más allá.

[2] me trajo a las mientes: ‘me recordó’ (Joan Estruch).

[3] almorzar: aquí, con el sentido de ‘desayunar’ (J.E.).

[4] Concordancia anómala del pronombre personal (J.E.). La concordancia con “los lectores” exige el plural “les”.

[5] Se trata de una apelación destinada a desvanecer los recelos de los lectores ante un relato fantástico (J. E.)

[6] demos la vuelta: ’regresemos’ (J. E.).

[7] Festividad celebrada el 1 de noviembre. La forma Todos Santos es correcta, aunque ya arcaica en época de Bécquer (J. E.).

[8] ánimas: ‘almas de las persona, especialmente de los difuntos que están en el purgatorio’.

[9] El Moncayo, situado entre las provincias de Zaragoza y Soria, es la cima más elevada del Sistema Ibérico.

[10] En el lenguaje familiar, las iglesias o conventos suelen designarse por el nombre de la orden que los habita o que los ha fundado (J. E.).

[11] pajes: ‘criados o lacayos jóvenes’.

[12] Títulos inventados por Bécquer (J. E.).

[13] Se llamaba así porque había pertenecido a una cofradía que recogía fondos para decir misas por las almas de los difuntos (J. E.).

[14] La orden militar del Temple fue fundada en 1118 para proteger a los peregrinos que iban a Tierra Santa (J. E.).

[15] Los templarios se instalaron en Castilla hacia 1130, durante el reinado de Alfonso VII (J.E.).

[16] emplomados: ‘soldados o sujetos con plomo’.

[17] ojivas: aquí, ‘ventanas con forma de ojiva’.

[18] dueñas: ‘viudas que hacían de amas de llaves y damas de compañía en las casas señoriales’ (J. E.).

[19] joyel: ‘joya pequeña’.

[20] deudo: ‘pariente’.

[21] Frase figurada con la que Beatriz insinúa a Alonso que todavía puede albergar esperanzas (J. E.).

[22]trasgos: ’duendes, espíritus juguetones y no peligrosos’. Esta referencia irónica a una creencia supersticiosa propia de gentes ignorantes tiene, pues, un sentido anticlimático, orientado a jugar con el racionalismo del lector contemporáneo (J. E.).

[23] Dentro de la simbología del amor cortés, el azul significa celos (J. E.).

[24] sitial: ‘asiento de ceremonia, especialmente el que ocupan en actos solemnes ciertas personalidades’.

[25] batida: ‘registro de un terreno, normalmente ruidoso, para que los animales que haya en él salgan a los puestos donde están esperando los cazadores’.

[26] Monasterio románico de la orden de los hospitalarios o de San Juan, que posee un claustro muy original, con arcos de influencia musulmana (J. E.).

[27] friolera: ‘cosa de poca importancia’.

[28] En la época de Bécquer, una de las puertas del recinto amurallado de Soria, en la que había un reloj (J. E.).

[29] reclinatorio: ‘mueble acomodado para arrodillarse y orar’.

[30] Es frecuente en los relatos tradicionales recurrir al testimonio de un personaje que, casualmente, descubre lo maravilloso y, tras narrar lo que ha visto, muere poco después (J. E.).

[31] El tema de la mujer que, en castigo por sus desdenes  amorosos, es perseguida en el más allá por uno o varios jinetes forma parte de una larga tradición (J. E.).

Cabalgada de un esqueleto dibujada por Bécquer. (elige.soria.es)

Las Leyendas  de Gustavo Adolfo Bécquer son un conjunto de dieciséis relatos que recogen leyendas tradicionales, la mayoría de ellas ambientadas en la Edad Media. Antes de Bécquer, la leyenda romántica, que prefirió expresarse en verso, tuvo un amplio cultivo en España, si bien en la época en que el autor publica las suyas (entre 1858 y 1864) este género se encontraba en proceso de decadencia, aunque seguía gozando de la estima de los lectores.

Las Leyendas becquerianas  aparecieron en la prensa  de la época. La mayoría pertenece a la etapa entre 1861 y 1863, cuando el autor estaba vinculado a El Contemporáneo, donde publicó diez de las dieciséis leyendas. Salvo "El caudillo de las manos rojas", las demás siguen, en opinión de Joan Estruch, las convenciones temáticas de las leyendas de José Zorrilla: 

vaga historicidad, imitación de los relatos folclóricos, vinculación con un lugar o un monumento que se convierte en testimonio material de la leyenda, intervención de lo sobrenatural cristiano... 

Pero  observa Estruch importantes diferencias en el plano formal, algunas de las cuales derivan del cambio de medio de difusión (la prensa) y del cambio de receptor (un público amplio y no especialmente motivado por la literatura). Surge así la necesidad de adaptar el género a los gustos y hábitos de los lectores, de hacerlo entretenido, en definitiva, para lo que se adopta la prosa, se reduce la extensión y se simplifica la trama. Por otra parte, señala Estruch, Bécquer fue capaz de renovar un género en decadencia despojando a la leyenda romántica de los aspectos maravillosos y dando a los temas fantásticos un tratamiento realista, creíble, convirtiendo las leyendas en auténtica literatura de terror plenamente moderna "que logra conmover los cimientos racionalistas del lector y hacerle entrar en el terreno de la ambigüedad, de la duda", que es, según Todorov, lo que define lo fantástico. Además, en sus leyendas presenta una Edad Media menos mítica y más cercana al ser humano contemporáneo, de ahí que la mayoría de las leyendas becquerianas presenten problemas existenciales propios de las personas del siglo XIX.  Finalmente, Bécquer renueva el género creando la denominada leyenda lírica, que busca la expresión de sentimientos y emociones por medio de una prosa que destaca por su musicalidad y por sus cualidades pictóricas, que anticipan el relato modernista.

Casi todas las leyendas becquerianas presentan una misma estructura. En primer lugar, hay una presentación en primera persona con un lenguaje sencillo, seguida de la aparición de personajes del pueblo que informan de la leyenda, donde el autor emplea un lenguaje más coloquial.  A continuación se desarrolla el relato fantástico en un tono lírico. Finalmente reaparecen los informadores y se extrae una conclusión.

"El monte de las ánimas" apareció en El Contemporáneo el 7 de noviembre de 1861, haciendo coincidir así la ubicación temporal del texto (noche de difuntos) con la fecha de su publicación, práctica  habitual en la prensa de la época. Bécquer utiliza una estructura narrativa compleja, perfectamente organizada, y funde en el relato, como explica Estruch, dos temas tradicionales (la resurrección de los templarios, el castigo de la mujer caprichosa) con uno de los temas fundamentales en su narrativa: el de la mujer que impulsa al hombre a una transgresión que será castigada con la locura o la muerte.  La mujer, en este caso, sufre un doble castigo: la muerte provocada por el miedo y la persecución eterna. 

El principal mérito de esta leyenda reside, en opinión de Estruch, "en la prodigiosa creación de una atmósfera de terror mediante el empleo de elementos sutiles, nada espectaculares". Y añade:

La oscilación entre lo real y lo sobrenatural se ajusta aquí perfectamente a la definición de lo fantástico de Todorov. Durante la noche, los ruidos crean un clímax ascendente que se diluye al amanecer, cuando con la luz del día vuelve a reinar la racionalidad. Pero la banda azul que ha ido a buscar Alonso se convierte en prueba objetiva de la presencia de lo sobrenatural.

EL DÍA 22 DE DICIEMBRE SE CUMPLEN 150 AÑOS DE LA DESAPARICIÓN DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER. 

Festival de las Ánimas, Soria. (monbus.es)

domingo, 25 de octubre de 2020

"Grullas", de Rasul Gamzatov

Bandada de grullas en Gallocanta, Zaragoza. (cuaderno de campo-blogger)


GRULLAS

A veces pienso que los soldados
que no volvieron de los campos de batalla
nunca fueron enterrados
sino que se convirtieron en grullas blancas.

Que desde aquellos tiempos tan lejanos
vuelan y nos llaman con su canto.
¿Tal vez por ello a menudo con tristeza 
en silencio contemplamos el cielo?

Vuela y vuela  la bandada sin descanso,
vuela en la niebla hasta que cae la tarde
y en su formación queda un espacio vacío,
acaso ese hueco es para mí.

Llegará el día y unido a la bandada
en esa bruma gris yo volaré.
Y desde el cielo, con el canto de las aves,
llamaré a todos los que en tierra abandoné.

A veces siento que los soldados
que no volvieron de los campos de batalla
nunca fueron enterrados
y se convirtieron en grullas blancas.


En estos días de otoño en que miles de grullas llegan a nuestro país procedentes del norte de Europa 
Sadako Sasaki en marzo de 1955
(Wikipedia)

recordamos a  Sadako Sasaki, la niña japonesa que quiso crear mil grullas de papel, con la esperanza de que, si lo conseguía, los dioses le concedieran el deseo de curarse de la leucemia provocada por  las radiaciones de la bomba atómica lanzada  sobre Hiroshima.  Sadako murió el 25 de octubre de 1955, a los doce años, pero se convirtió en un símbolo para el mundo.

Cuando el poeta daguestano Rasul Gamzatov visitó en el parque de la Paz de Hirohima el monumento levantado en memoria de Sadako y de todos los niños muertos por la explosión de las bombas atómicas, quedó impresionado por la historia de Sadako. 

De vuelta a su país, la memoria de Sadako y sus mil  grullas, convertidas en símbolo de las víctimas de la guerra, unida al recuerdo de su madre muerta, al de su hermano mayor caído en combate y al de otras personas fallecidas durante la Segunda Guerra Mundial, le inspiró el poema titulado "Grullas", escrito en ávaro, lengua materna del poeta. En 1968 el poema, traducido al ruso por  Naum Grebnev, fue publicado en la revista New World. El cantante Mark Bernes quiso convertirlo en canción, para ello introdujo algunos cambios en el texto de Gamzatov  y pidió a Jan Frenkel que compusiera la música.  Mark Bernes, muy enfermo ya, grabó en 1969 la canción que, convertida en homenaje a los soldados soviéticos caídos en la lucha contra el nazismo, alcanzó enorme popularidad en la URSS. 

Sirva pues la canción de Gamzatov como homenaje a Sadako Sasaki en el 65 aniversario de su muerte. Pero el mejor homenaje, sin duda, es que ayer, día 24, el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, promovido por ICAN (Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares) alcanzó las cincuenta ratificaciones necesarias para su entrada en vigor.

Rasul Gamzatov. (es.nextews.com)

Rasul Gamzatov
, el autor del poema, nació en 1923 en Tsada Avar, república rusa de Daguestán, en el noreste del Cáucaso, y falleció en Moscú en 2003. Su primer maestro en el arte de la poesía fue su padre, poeta popular daguestano (o daguestaní). Tras estudiar magisterio en la ciudad de Buynaksk, regresó a su aldea en 1940 para dar clases, trabajó también como periodista y como ayudante de dirección teatral. De 1945 a 1950 estudió en el Instituto de Literatura Maxim Gorki, de Moscú, y en 1947 publicó su primer poemario,  Amor inspirado y ardiente ira, escrito en ruso. A este seguirán más de veinte libros de poesía compuestos tanto en ruso como en ávaro. Entre ellos, destaca En la montaña está mi corazón (1958). Otra de sus obras más conocidas es Mi Daguestán (1968). Fue también traductor y ocupó distintos cargos políticos. Viajó por Europa, Asia y América. Figura muy popular, gozó de enorme reconocimiento: presidió la Unión de Escritores de Daguestán hasta su fallecimiento, fue galardonado con el Premio Lenin y honrado con el título de Poeta Popular de Daguestán. Coincidiendo con el cumpleaños del autor, el 8 de septiembre, desde 1986 se celebra el Festival de las Grullas Blancas en la República de Daguestán.

Aquí puedes escuchar una versión de la canción, en ruso.