Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 17 de enero de 2022
Obra comentada: Catedrales, Alfaguara, 2021
Autora: Claudia Piñeiro
Catedrales, una novela policiaca muy poco convencional
El cuerpo de la adolescente Ana Sardá, la hija pequeña de una familia muy católica de clase media, aparece quemado y descuartizado en un descampado a las afueras de Buenos Aires. La investigación se cierra con cierta precipitación, sin que la policía, que considera el crimen como un caso de violencia sexual, descubra a los responsables. El suceso supone un terrible golpe para la familia Sardá, marcada desde entonces por una dolorosa "cicatriz" y rota cuando Lía, la hija segunda, tras declararse atea, decide marcharse del país y cortar la relación con su familia mientras no se descubra la verdad sobre la muerte de su hermana. Acepta, no obstante, mantener comunicación epistolar con Alfredo, su padre, con la condición de que en las cartas no traten asuntos personales ni familiares. Treinta años después, Alfredo, ya gravemente enfermo, retoma la investigación porque "La verdad que se nos niega duele hasta el último día" (p. 322). Lo mueve, además, la esperanza de que la verdad le permita recuperar a Lía y haga posible que "el sistema familiar" —que "había dado error", en palabras de Mateo— pueda volver a funcionar. Así arranca la trama de Catedrales, una novela sobre el aborto, que en nuestra tertulia Javier Aznar presentó acertadamente como una novela con una estructura coral montada sobre las voces de seis personajes relacionados con la víctima, que se cierra con un epílogo: la carta de Alfredo.
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Claudia Piñeiro, mostrando el pañuelo de la Marea verde. (elcomercio.pe) |
El contexto en que se escribió Catedrales
Cuando
Claudia Piñeiro escribe
Catedrales, el aborto en Argentina era un delito castigado con penas de entre uno y cuatro años de cárcel (excepto en casos de violación y de riesgo para la salud de la madre), pero, a pesar de ello, unas 50.000 argentinas eran hospitalizadas cada año por complicaciones derivadas de abortos clandestinos. La historia de Ana podría ser, pues, dice la autora, la de muchas argentinas y de muchas latinoamericanas. Las mujeres argentinas llevaban años pidiendo la legalización del aborto y, a partir de 2018, el movimiento denominado 'Marea verde', del que la autora forma parte, impulsó esta demanda y le proporcionó una mayor visibilidad. Finalmente, el 30 de diciembre de 2020 Argentina aprobó el derecho al aborto gratuito y asistido médicamente. La ley entró en vigor el 24 de enero de 2021, varios meses después de la aparición de la novela en Argentina.
La escritora había tratado ya el tema del aborto en dos novelas anteriores (Tuya [2005] y Elena sabe [2007]), así como en el cuento "Basura para las gallinas", incluido en Quién no (2019). En Catedrales lo aborda de nuevo para hablar del poder de las iglesias, de cómo influyen en la vida privada de las personas.
Un título cargado de significados
El título de la novela hace referencia a uno de los temas que tratan en sus cartas Lía y Alfredo, así como a las iglesias y catedrales que Mateo visita en su personal Camino de Santiago. Hay también en el título un homenaje a "Catedral", el conocido relato de Raimond Carver del que habla Lía a su padre cuando este le pide en una de sus misivas que le describa con palabras la catedral de Santiago, y al que se volverá a hacer referencia en otros momentos de la novela. La metáfora del relato de Carver se convierte en metáfora de la construcción de la novela y en leitmotiv permanente que alcanza su "apoteosis significativa" (C. Salvador) en la carta de Alfredo, donde el término "catedral" adquiere un nuevo significado que ya se anuncia en la dedicatoria y en la cita de Borges que abre la segunda parte de la novela. Un significado que tiene que ver con lo sagrado, con lo trascendente no necesariamente religioso, con aquello que nos sostiene en la vida. Es Alfredo quien lo expresa cuando, tras manifestar la esperanza de reencontrarse con sus seres queridos después de la muerte en un lugar "creado por el dios que sea de la religión que sea. O por nosotros", expresa su deseo de "Que a ese 'dios', o como quieran llamarlo, cada uno le construya su propia catedral" (p. 330). La decisión de Mateo, que abandona los estudios de arquitectura por los de psicología y mientras dibuja catedrales se "dibuja" a sí mismo de nuevo, prefigura la resignificación del término catedral para pasar a designar algo espiritual e íntimo que cada persona edifica en su interior.
Novela policiaca posmoderna
Catedrales se alzó con el premio Dashiell Hammett de novela negra en la XXXIII edición de la Semana Negra de Gijón. El galardón adscribe el libro a un determinado subgénero narrativo que para algunos lectores puede representar un atractivo reclamo, mientras que otros quizá se acerquen a ella con ciertos prejuicios o con desconfianza, como se comentó en la tertulia. Sin embargo, aun a riesgo de decepcionar a los primeros, debemos advertir que, a pesar de tener elementos propios de la novela policiaca, Catedrales no es una novela negra canónica, como reconoció el jurado del premio.
La propia autora ha señalado algunos de los aspectos en que se aparta del canon: la investigación —igual que ocurre en sus otras novelas de género— no la lleva a cabo un profesional —policía o detective privado— porque, teniendo en cuenta el desprestigio de los cuerpos policiales en América Latina, en sus novelas los policías no pueden ser los "buenos". En este caso, será el padre de la víctima quien, como muchos otros padres en la vida real, retome la investigación sobre el crimen treinta años después de que unos policías ineptos, o corruptos quizá, fueran incapaces de resolverlo. Para descubrir la verdad contará con el testimonio de Marcela, ignorado en su momento por los investigadores, y con los conocimientos de Elmer, el criminalista que siempre estuvo en desacuerdo con la versión oficial. Por otra parte, añade la autora, las reglas de la narrativa policial exigen que haya un culpable; sin embargo, al concluir su investigación Alfredo se ve obligado a reconocer que, en el caso de Ana, se da la paradoja de que la culpable, según las leyes argentinas, es la propia víctima. Conviene recordar, además, que Alfredo no alcanza o no se atreve a averiguar toda la verdad porque, como dice en su carta, "cada uno de nosotros llega a la verdad que puede tolerar" (p. 327).
Claudia Piñeiro nos recuerda asimismo que las novelas negras son también novelas de denuncia social y pone como ejemplo las protagonizadas por el comisario Jaritos de
Petros Márkaris, novelas en las que se busca "el crimen detrás del crimen". En esta novela lo que se pone al descubierto son las presiones de las instituciones religiosas sobre las personas (especialmente las mujeres) y las familias; las creencias que convierten el aborto en un tema tabú del que no se habla y en algo socialmente inaceptable y vergonzante. Ese carácter social, su afán de denuncia, lleva a la autora a situar la trama de su novela en el momento actual: cuando Mateo llega a París, ya se ha producido el incendio de Notre Dame.
Catedrales es también una novela de personajes, pues el análisis psicológico tiene un enorme peso en una narración en que los personajes, desde su presente, hacen memoria para recuperar el pasado y reflexionar sobre sus actuaciones, sobre su relación con los otros, especialmente con la víctima, y su responsabilidad en la tragedia. Claudia Piñeiro dibuja unos personajes de gran hondura psicológica, personajes complejos, con claroscuros, y poliédricos, pues cada retrato es fruto del perspectivismo de la novela, de cómo se ve a sí mismo cada uno y cómo lo ven los otros. De temas como las relaciones familiares, la hipocresía social, el fanatismo religioso, el celibato, el amor, el deseo, las relaciones de pareja o el feminismo versan los discursos de los personajes, que meditan también sobre las grandes cuestiones que han preocupado siempre a los seres humanos: la fe y la pérdida de la misma, la trascendencia. Lógicamente, no hay en la novela una visión única sobre los temas abordados, sino tantas visiones como personajes. Así, en una novela en que el aborto no legal es visto como un problema social que desemboca en tragedia, algún personaje expresa "el mito de la libre elección de la mujer" cuando opta por un aborto clandestino, como se encargó de señalar nuestra compañera Pilar Cancer.
Por todo lo expuesto, Catedrales podría ser incluida en lo que la crítica denomina novela policiaca posmodernista o novela policiaca metafísica, que es aquella que se aparta de los parámetros tradicionales del género y que Merivale y Sweeney (citados por Mónica Flórez) definen como "un texto que parodia o subvierte las historias de detectives tradicionales [...] con el propósito de hacer preguntas que trascienden los simples enigmas de la trama de misterio y se preocupan por incógnitas pertinentes al ser y al saber".
Una novela coral
Al tratarse de una novela coral, no hay un único protagonista sino varios personajes con similar importancia y protagonismo dentro de la trama de la novela. La autora da voz a cada uno de ellos para hablar de sí mismo y contar lo que recuerda sobre el caso, de modo que se convierte en protagonista y narrador de su propio relato y, así, la novela se divide en seis partes que llevan el nombre correspondiente al personaje que la protagoniza. Lía, librera en Santiago de Compostela, la hermana que se declara atea en el funeral de Ana y se convierte en "víctima de su propia decisión de no querer saber nada de su familia" (C. Salvador), es la protagonista de la primera parte. Le sigue Mateo, su sobrino, hijo de Carmen y de Julián, un chico inseguro que con la guía de su abuelo irá liberándose del fanatismo en que ha sido educado y emprenderá un viaje iniciático que lo transformará como persona. En la tertulia se relacionó a Mateo con el personaje del preso del mismo nombre de Luces de bohemia (C. Romeo) por el papel que su abuelo le reserva: el de fundar una nueva "religión" y crear un nuevo orden familiar junto a Lía. La tercera es Marcela Funes, que comparte apellido con "Funes el memorioso", pero a diferencia del personaje de Borges, Marcela sufre de amnesia anterógrada: recuerda lo anterior al golpe en la cabeza; sin embargo, no puede almacenar en la memoria lo sucedido a partir de ese momento. Era la mejor amiga de Ana, que la acompañó en su final, pero la promesa hecha a su amiga le impide contar lo que sabe sobre su muerte. Elmer García, cuyo nombre homenajea al escritor de novela policiaca Elmer Mendoza, es el criminalista que abandonó la policía y que, mediante un hábil interrogatorio a Marcela, logra descubrir la causa de la muerte de Ana, "cuál era el horror detrás del horror" (208). Un hombre solo, abandonado por su esposa e hijos debido a su profesión y aficionado a los tangos de Adriana Varela. Un hombre que bromea con el lenguaje inclusivo y, aunque afirma que le "seduce más esta nueva mujer que veo hoy" porque "van de frente y se sienten poderosas", reconoce que se encuentra inseguro ante ellas y no sabe cómo abordarlas. Julián, esposo de Carmen Sardá y padre de Mateo, es un hombre que decidió hacerse sacerdote para poder perdonar a su madre el abandono que no podía perdonarle como hijo, pero la exigencia del celibato le hace desistir de su propósito: "Mi vocación no le pudo hacer frente al deseo" (p. 235). Carmen, hermana mayor de Ana, se define como "creyente de manera cabal, íntegra y apasionada" (p. 275). Una teóloga que cifra su meta en la vida en ser madre de una familia numerosa católica para mejorar el mundo, pero solo ha podido tener un hijo, Mateo. Incapaz de empatía o compasión, atribuye todo lo sucedido a la voluntad de Dios y encarna la intolerancia. Alfredo, el padre, no cuenta con un relato propio, pero es una presencia fundamental en la novela, es quien relaciona a los demás personajes y el motor de la investigación. Profesor de historia y gran lector, necesita averiguar la verdad sobre la muerte de Ana, recuperar la memoria y reabrir la herida de la familia Sardá, cerrada en falso, para recomponer la familia y crear un futuro digno. Creyente, con una fe no exenta de dudas, es un hombre tolerante, capaz de convivir con otras creencias, de amar a sus "queridos ateos" Lía y Mateo, de entender a su mujer —"Dolores hizo lo que pudo con tantos preceptos que le metieron en la cabeza acerca del bien y del mal" (p. 324)—, de admitir su responsabilidad en la muerte de su hija menor y de sentir compasión por Ana y Marcela al pensar en su desamparo y soledad. Un hombre que, al final de su vida, encuentra el verdadero amor en una mujer que nunca podrá enamorarse. Como se comentó en la tertulia, la memoria es, pues, el "eje vertebrador" para caracterizar a los personajes: están los que "niegan la memoria y los que no tienen más que la memoria" (C. Salvador).
La autora ha explicado que el principal problema que se le planteó al escribir Catedrales fue la elección de la voz narrativa y que finalmente optó por dar voz a todos los personajes porque "solo asumiendo la pequeña responsabilidad que cada uno de ellos ha tenido en la muerte de Ana, se puede llegar a la verdad". Una verdad a la que llega el lector a partir de distintas verdades, las de cada personaje.
Cada una de las partes de la novela, subdivididas a su vez en tres capítulos, constituye un relato "independiente y redondo" (C. Romeo), con rasgos lingüísticos diferenciados, que caracterizan a cada narrador, y diversas estrategias narrativas. Estas seis partes no están ordenadas cronológicamente pues la novela no es un relato lineal. El orden en que se insertan los relatos obedece a la necesidad de dosificar la información sobre el caso, de modo que nunca se pierda el interés por la trama: aunque los lectores somos capaces de intuir algo de lo que ha podido suceder, la autora se reserva para el final la narración de la parte más oscura y terrible de la novela, capaz de conmover vivamente a los lectores y de mantenerlos en vilo hasta el último renglón. Pero observamos también que los relatos se ordenan en función de ciertas afinidades y contrastes. Los dos primeros son los de Lía y Mateo, los dos personajes que se rebelan contra las creencias que les han sido impuestas, rompen los lazos familiares y buscan su propio camino, además son los destinatarios de la carta-testamento de Alfredo y los encargados de llevar a cabo la misión encomendada por este. Ocupan el centro de la novela los relatos de Marcela y Elmer, los únicos que no forman parte de la familia y los que hacen posible el descubrimiento de lo que se ocultaba tras el descuartizamiento del cadáver de Ana, núcleo de la investigación. Su contribución al hallazgo de la verdad y el vínculo afectivo de Marcela con Ana los conectan con Lía y Mateo, pero los oponen a Julián y Carmen, los que callan y desaprueban la reanudación de la investigación. La distancia física que separa en la novela los relatos de Lía y Mateo de los de Carmen y Julián representa también, a mi modo de ver, todo aquello que distancia y enfrenta a los personajes. La afirmación de ateísmo con que comienza el relato de Lía tiene su contrapunto en la confesión de fe con que se inicia el de Carmen.
La autora ha ideado una novela cuya compleja y cuidada estructura está concebida como una catedral y el relato de cada personaje, como se dijo en la tertulia, es "una capilla, una obra artística en sí misma" (C. Salvador) que forma una parte completa del edificio de la novela. La carta de Alfredo lo cierra, ilumina y desvela su sentido último. La autora ha levantado un edificio narrativo en que sus diferentes partes están perfectamente trabadas, para lo que ha utilizado distintos procedimientos que se han ido señalando, a los que habría que añadir las reiteradas referencias a los dos objetos cuya entrega forma parte de la misión encomendada a Mateo: el anillo de Lía, símbolo de la conexión afectiva de esta con su hermana Ana, y la carta de Alfredo, de la que tenemos noticia en el relato de Mateo pero que solo llegamos a conocer en el epílogo.
A modo de conclusión
Claudia Piñeiro ha elegido una vez más el molde de la novela negra para subvertirlo, pues la trama de la novela no se limita a la investigación de un hecho criminal, sino que va más allá y se adentra en el mundo interior de los personajes en busca de otras verdades de carácter más personal y trascendente, características que la profesora Mónica Flórez atribuye a la novela policiaca posmodernista.
Catedrales es una novela dura que expone con toda crudeza la realidad a la que se enfrentan miles de mujeres en el mundo actual y se adentra en la oscuridad del alma humana, pero también encontramos en ella el amor, la ternura y un final abierto a la esperanza. La novela parte de la niebla del no saber y del caos familiar desatado por la tragedia y avanza hacia la luz de la verdad y hacia la creación de una nueva relación familiar "amorosa y cálida". Frente al daño originado por el fanatismo, que trata de imponer a los demás el camino considerado correcto, Alfredo propone una actitud tolerante que permita a cada uno buscar su propia verdad.
Una novela bien estructurada, con un estilo cuidado y rica en referencias culturales, en la que la autora ha escrito páginas que nos emocionan y nos estremecen, y ha creado personajes que seguirán acompañándonos una vez concluida la lectura.
Josefina López Granada