Grupo de lectura "Leer juntos
Hoy" del IES Goya
Sesión del 13 de febrero de 2017
Autora: Clara Fuertes
Obra comentada: Agua de limón (Basada en una historia real). Éride eds.,
2014.
I. La autora y su
obra
Clara Fuertes es el seudónimo
de María Clara Domínguez Fuertes (Aranda de Duero, Burgos, 1975), una escritora
que llegó al Instituto Goya de Zaragoza en su año de COU (Curso de Orientación
Universitaria). En una de nuestras conversaciones me decía: “En el Goya
trabajé como nunca lo había hecho, estaba recién aterrizada de
Valladolid. Fue duro ese año, pero la lengua y la literatura siempre han sido
mi especialidad. Lástima que mi padre decidiese por mí la carrera que debía
seguir. Recuerdo que hice una antología poética de Pablo Neruda, y no sabes lo
que la trabajé y la disfruté”. Siguiendo los consejos de su familia, se
graduó en Administración de Empresas y se diplomó en Ciencias Económicas y
Empresariales.
Obras
Esta escritora, profesora y orientadora, dirige talleres de
escritura creativa, Masterclass sobre creación literaria y cuentacuentos.
Han visto la luz sus novelas: Agua de limón (2014), Otoño desde
mi ventana (2016), ¡Háblale! A quien
comprenda tus palabras (2017).
Ha publicado relatos, microrrelatos,
álbumes y cuentos para niños. Mi pequeño
arbolillo (2015), La gotita Pilar
(2015), Orejotas (2015), La pandilla Maravilla (2016), ilustrados
por Carmen Fuertes, la madre de Clara. Un libro de viajes: Hola me llamo Abdul, Tienda 71 (2017). Y novelas infantiles y
juveniles: El gran dragón negro, La estela de Lidia, Mírame bien mirado, ¿en serio te parezco tan raro?
Premios
Primer premio de la Asociación Amparo Poch de Zaragoza del
concurso de microrrelatos “Violencia contra las mujeres”, convocado por la
Asociación Amparo Poch de Zaragoza, por Crónica
de una violencia anunciada (2015).
Primer premio en el I certamen de micro relatos Internacional
Valores Humanos, convocado por Letras como espada, con Palabras de lapicero (2016).
Primer premio de la I edición del concurso de Literatura
Infantil del Ayuntamiento de Santa Marta de Tormes, organizado por la
Universidad de Salamanca, con el álbum ilustrado La pandilla maravilla (2016).
II. Sobre Agua de limón
La primera edición de Agua de limón
(Basada en una historia real) es de marzo de 2014, en Éride ediciones. Un
año después, en noviembre de 2015, apareció la segunda. Y ha sido una de las
novelas finalistas del Premio Eriginal Books, en 2017.
El título
Agua de limón hace referencia a la bebida que solía preparar Magui,
la protagonista, y que era muy habitual como refresco entre la gente humilde, antes
de la llegada de las marcas comerciales. En el texto funciona como una metáfora
de la amargura y acidez de la guerra y de la posguerra, contrapuesto a la
dulzura de la bebida y del amor. “El agua de limón me atrae, me transporta a
mis largas siestas veraniegas, junto a mi abuela Magui; ella me regaló la
historia de su vida” (13).
El prólogo
En el subtítulo y en el prólogo, la autora insiste en que
los acontecimientos que va a contar son reales: “Este libro se fraguó durante
mi infancia en Zaragoza, en casa de mis abuelas maternas” (p. 13) Y, un poco
más adelante, continúa: “Evocar una historia verídica siempre es difícil, pero
es mucho más difícil cuando es personal, toca tus sentimientos y los de los
tuyos” (13). En realidad, está llevando a cabo un antiguo juego literario para
engancharnos como lectores y para asegurar la verosimilitud del relato. Pero
nosotros, desde la primera línea, somos conscientes de que estamos inmersos en
el mundo de la ficción narrativa.
Estas declaraciones nos hacen
pensar en la autoficción, ese género en el que se combinan los rasgos de la
novela y la de la autobiografía, mezclando los de la vida real y la imaginada
con gran libertad. Si es cierto que autoficción es la autobiografía bajo
sospecha, también es cierto que quien convierte su vida en novela cruza la frontera
de la fabulación. Y el resultado es desdoblamiento, espejo, transfiguración,
impostura, híbrido, camuflaje, máscara… un resquicio para reescribir la vida
con unas letras que hacen de eslabones entre lo real personal, lo deseado y lo
imaginado.
El contenido
Clara, el alter ego de su autora, de adulta, escribe las memorias que le
había contado su abuela Magui cuando ella tenía once años. Y las completa con
lo que investigó por su cuenta y con lo que les oyó a su otra abuela y a su
madre. Este libro, además de unas memorias, es también la saga de una familia
en un tiempo convulso y la historia de un gran amor.
En palabras de su autora: “Agua de Limón es mi primera novela publicada. De ella destacaría su
alma y su sentimiento. Es un canto a la vida, una comunión de personajes, de
épocas, de emociones”.
A partir de unas conversaciones entre una abuela y una nieta, se va
desentrañando una tormentosa historia, familiar y personal, desde los comienzos
del siglo XX hasta la posguerra. “El ayer sigue allí, inacabado,
ahogándote, a la deriva. (p. 95). Clara
Fuertes, con gran habilidad narrativa, va tejiendo un complejo tapiz en el que
las historias de los personajes se mezclan con la de Sabinas de Ebro, un pueblo
ficticio en la ribera baja del Ebro, Zaragoza, Aragón, España y Europa. “Sabinas
era un lugar irreal, como el viento que pasa silbando entre las ramas, me evoca
un desgarro silencioso, la felicidad de un instante que todavía sueña con
palabras eternas… no me hagas mucho caso, cariño, son desvaríos del corazón,
encendidos por la nostalgia” (p. 37). Es una búsqueda de la verdad colectiva y
de la verdad personal. Y se sirve de los recursos y géneros que le permiten
alcanzar su objetivo con mayor acierto.
El género
Esta novela no se deja encorsetar en ningún género. Tiene
rasgos de novela histórica, de drama amoroso, de diálogos literarios, de
memorias personales y de las llamadas historias de vida. El resultado es un
libro polisémico, con muchas posibilidades de interpretación.
Podríamos
inscribirla en el programa de
amarga memoria, por la recuperación
de la memoria histórica. Y en el de
maternidades robadas, por esas
mujeres solteras, tías-madres, tías-abuelas, que Unamuno inmortalizó en
La
tía Tula. “Tu madre nunca me llamó mamá. Para ella fui siempre
Magui, como lo soy para ti y para todos tus hermanos. Un apéndice, siempre a la
sombra en la vida de tu abuela Francis, alguien con quien ha tenido que
compartir el amor de los suyos. No tuve el título oficial de madre, ni lo tengo
ahora de abuela” (p. 270).
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Calle Alfonso nº 26, años 30 - Colección Víctor Barón |
La trama principal
Las decisiones y los conflictos de Magui provocan reacciones
en cadena. Es que, en esta novela, los personajes llevan casi todo el peso de
una trama muy bien delineada: “Todas las historias tienen un hilo conductor,
sutil y transparente: el misterio que recogen sus palabras ha de resolverse con
sosiego, como una madeja de lana, tirando suavemente del hilo –dijo. Durante
aquellas siestas del verano, Magui no solo me narró su vida y sus sentimientos
más íntimos (…) también me enseñó la virtud de ser paciente, de aguardar con
desvelo mi siguiente siesta para saber más sobre la historia; me enseñó a
esperar y a amar los cuentos, los libros, la poesía, las historias narradas
entre sílabas y palabras, el papel rugoso y las tapas duras. Después de aquel
verano, mi último con ella, la lectura entraría en mi vida para no marcharse
más; se convirtió en mi mayor y más preciada afición” (p. 86).
Los avatares de la vida de Magui están condicionados por su
locura de amor por Agustín. Esta trama romántica que se va tejiendo y
destejiendo en medio de una historia zaragozana sacudida por la guerra, nos
trae a la memoria aquella Zaragoza de
Galdós en la que, en pleno asedio de los franceses, se desataban los amores de
Agustín y Marieta. Magui es también un diminutivo de María.
La trama principal viene enriquecida por abundantes
secundarias con las que se amplía el panorama social.
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Hospital Provincial de Zaragoza, años 30 (Gran Archivo Zaragoza Antigua) |
La historia de Gonzalo es
un ejemplo del compromiso de los trabajadores aragoneses con los movimientos de
izquierdas y nos permite entrar en los entresijos de los exiliados españoles en
Francia. Y la vida de las familias en las que están de criadas Francis y Magui
nos da un panorama bastante ajustado de las clases burguesas zaragozanas.
A todo ello hay que sumar las
prolepsis o anticipaciones narrativas y las síntesis, que ayudan a que el
lector no pierda el hilo y siga leyendo con interés. Las digresiones y las
descripciones, que salpican estas páginas, son momentos de remanso narrativo
que ayudan a dar profundidad a la novela.
La narradora
Clara, un heterónimo
de la autora, cuenta lo que le contó su abuela Magui. Y lo completa con lo que
ella ha investigado por su cuenta y con lo que le contaron su otra abuela y su
madre. Con el artificio del diálogo, cede la palabra a Magui, que se explaya en
largos parlamentos.
La voz de Magui, una criada sin cultura, nos sorprende con sus reflexiones
y con sus conocimientos literarios, incluso con los poemas que cita. Aunque la
autora se esfuerza en hacernos creer que la educó Agustín, sabemos que se sirve
de este personaje para introducir abundantes referencias literarias.
Este novio, culto y poeta, es una ocasión para que la Clara autora ponga en su
boca y en la de su abuela sus gustos y sus preferencias literarias. Cuando
Magui habla de historia o de historia de la literatura desaparece el tono
íntimo y notamos cómo, en su discurso, se cuela la voz de un narrador
omnisciente. En esos momentos el tono objetivo de Clara se impone sobre el
subjetivo de Magui.
La confesión dialogada
Uno de
los grandes aciertos es plantear el relato como una confesión dialogada, muy
apropiada para la adquisición de la conciencia femenina, que requiere ser
contada en la intimidad. Estamos cerca del diálogo truncado de Cinco horas con Mario de Delibes. Pero aquí,
de vez en cuando, oímos a la nieta que puntualiza. Con estas intervenciones
subraya el tono íntimo y marca el paso del tiempo de la narración. En su
dormitorio, mientras duermen la siesta, Magui le cuenta su vida a una niña de
once años. Sabe muy bien que no la entiende y, precisamente, esa falta de
comprensión es un acicate para contar su historia con más libertad. Pero, como
en las grandes tragedias, la confesión no llega hasta el final. “Hasta
este verano no creí que sería capaz de contarle a nadie mi historia como lo
estoy haciendo contigo. Es mejor que escribir un diario, Clara, mucho más
liberador. Sé que no entiendes ahora mismo muchas de las cosas que te cuento,
pero todas ellas se quedarán grabadas en tu mente, y cuando menos te lo
esperes, algún día, saldrán a la luz” (p. 223).
La conciencia de Magui nace de la reflexión sobre su propia
intimidad y sobre su papel en los acontecimientos. “Clara, esa parte de la
historia llegará más adelante, tendrás todavía que esperar varias siestas, pero
cuando llegue el momento, solo entonces, puedas comprender el porqué de tanto
silencio (p. 73).
Como consecuencia, brota la oralidad porque toda confesión es hablada. Esta oralidad,
entendida como técnica del empleo de la palabra, tiene una larga trayectoria en
la literatura escrita por mujeres, sobre todo en una obra que está basada en
los recuerdos personales de las abuelas de Clara.
El estilo intenta ser fiel a la lengua hablada
con el uso de estructuras recurrentes, para que así se fije mejor el mensaje en
la memoria. Siguiendo fiel a esta estética, utiliza un discurso aditivo, con abundantes
oraciones coordinadas y una selección léxica redundante. En suma, una
organización de la cadena hablada cercana a la vida diaria, hábilmente manejada
por una narradora experta.
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Pasaje El Ciclón, Pza. del Pilar nº 40 - Foto de Maribel Macías Bermejo |
El
discurso de una mujer rota
Pronto nos damos cuenta de que Magui necesita contar su verdad para poder
morir tranquila. “Vine solo porque necesitaba saber que lo nuestro había sido
de verdad… ¡Ahora puedo partir tranquila!” (p. 295). Necesita reconstruir y
dignificar su pasado, que se ha convertido en una pesadilla: “Mi familia se
estaba deshaciendo como el incienso recién encendido, lentamente, dejando a su
paso solo cenizas” (p. 133).
Magui sabe que su discurso, como ella, está roto: “De nada sirve revolver
el pasado… Nunca termina de irse el ayer y la reconstrucción de los pasajes de
tu vida es un reflejo imperfecto de ella, una sensación incómoda de entender lo
incomprensible, sobre todo cuando la travesía ha sido al revés. ¡Pero nada! El
ayer sigue allí, inacabado, ahogándote, a la deriva (…) Un recuerdo se
manifiesta de forma diferente cada vez que lo evocas. Entonces, si ya ocurrió,
¿por qué continúa poniéndolo todo patas arriba?, ¿por qué te atraviesa de
arriba abajo el revoltijo de tu vida” (p. 95). Pero insiste: “Mi puzzle hacía
tiempo que no encajaba, las piezas se estaban perdiendo por el camino y no
conseguía reunir fuerzas para recomponerlo” (p. 139)
En el fondo, todo ha sido un monólogo que ha brotado
de las entrañas de la protagonista. “Comencé a escribir un diario. En él hablaba
de mi infancia, de la huella fantasiosa que se forma en los primeros años de tu
vida, de cómo marca el territorio en el que te ha tocado vivir, los juegos que
han alimentado tus tardes; recuerdo que para padre yo era la niña de sus ojos…
Escribí también sobre Sabinas, mi río y mis olvidadas amigas, ¿acaso habían
existido alguna vez? Escribía porque no quería olvidar nada, porque la nada me
acompañaba demasiado pegada al cuerpo y solo anhelaba ahuyentarla, vivir,
sentir” (p. 145).
Desde
el punto de vista de las criadas
Todo está relatado desde el punto de vista de unas
mujeres que estaban condenadas a salir de los pueblos para trabajar como criadas
en las casas de los ricos que vivían en las ciudades. “Madre, recomendadas por
el cura del pueblo, don Emilio, tuvo que colocar a mis dos hermanas mayores en
el servicio, en la capital: Zaragoza. Tuvieron mucha suerte: bonitas,
trabajadoras, no tardaron en encontrar familias acomodadas que las acogieran.
Fátima se convirtió en la cocinera de una familia que vivía en el paseo de la
Independencia, un matrimonio sin hijos, dueños de una empresa floreciente de
corsés en Zaragoza, y Francis pasó a ser la sirvienta de una familia con varios
hijos” (p. 43). Y, más adelante, declara con amargura: “Madre decidió que yo
debía ocupar su lugar de sirvienta en la ciudad. Su determinación me dejó sin
palabras; fue tajante. No tuve argumentos para rebatir” (p. 82).
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Paseo de la Independencia, años 30. Foto ARCHIVO HERALDO |
Para
terminar
Agua de limón es
una de esas novelas que tienen la capacidad de sorprendernos por múltiples
motivos. Por el tema mismo, por la forma de tratarlo y por el rico juego
literario que se encierra dentro de sus páginas.
Clara Fuertes acude a las fuentes clásicas y las hace suyas,
las incorpora a su experiencia vital y a su escritura. El resultado es una
novela única, rica y sugerente.
Carmen Romeo Pemán