EL BLOG DE LA BIBLIOTECA "IRENE VALLEJO" DEL IES GOYA DE ZARAGOZA


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domingo, 24 de septiembre de 2023

"Lo inmortal" y otro poema de Ángel Crespo




           Lo inmortal




No se extingue la llama, aunque su luz
se niegue a la mirada, pues el fuego
es eterno: se agota lo que ardía
pero la llama espera.

                                      Y la invisible
prende otra vez en la ceniza fría
para perpetuarse sin quemarla.


             De Ocupación del fuego, 1990



                           I


Toda presencia es mar,
y sólo las palabras
pueden ponerle orillas,
transformar su silencio
en olas, sal y espuma;

hacer, desde sus playas
o sus acantilados,
que emerja un horizonte
que huye cuando le acosan
las velas y los remos.

Aves de luz, palabras
nacidas de lo oscuro:
voláis, y el tiempo cede
sus cambiantes dominios,
su compás el espacio;

cantáis, y a vuestro acento
se torna astro el diamante,
luciérnaga la estrella,
y todas las medidas,
se hacen una en el canto;

y así -de vuelo a vuelo,
de horizonte a horizonte
y de silencio a trino-,
el mar de las presencias
nos cambia sus fantasmas
por la luz una y única
que nos ahogaba como
un inmenso océano
cuya sombra avivaban
nuestras miradas ciegas.

De Segundo libro de odas [1978-1984]

En La realidad entera. Antología poética 
(1949-1995). Sel. y prólogo de Alejandro Krawietz.
Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores, 
Barcelona, 2005


Escribe  Javier Gil Martín ("El fuego en los poemas últimos de Ángel Crespo") que  Ángel Crespo se propone en su trabajo como poeta  desvelar (quitar el velo que la cubre y oculta) la realidad en su totalidad, "la realidad entera", mediante "un acercamiento a los elementos que la forman y a sus correspondencias simbólicas". Y añade que esa intención inicial se fue depurando, apuntando a los "símbolos primordiales", hasta llegar a los "cuatro elementos" que forman la naturaleza según la tradición: agua, tierra, aire y fuego.  En Ocupación del fuego, último poemario publicado en vida por el poeta, que tiene como tema la unidad, "su mirada se centrará en el fuego como elemento capaz de integrar a los demás en su seno según la máxima de Heráclito que hace suya el poeta: Todas las cosas se cambian en fuego y el fuego en todas las cosas". El fuego se convierte así en imagen de la totalidad, pero también de la permanencia en el cambio.

Los dos libros de odas de Ángel Crespo (Libro de odas y Segundo libro de odas) pertenecen a su etapa de madurez como poeta, que comprende la segunda mitad de los años 70 y la década de los 80. Amador Palacios señala que "Mientras que en el primer libro de Crespo destaca, como teoría poética, el problema de la creación como ineludible intuición y el inicio de la mirada, el segundo libro de odas desarrolla el argumento de la palabra, ya presente tras prenderse la llama inicial de la intuición previa al poema", una intuición que en el poema elegido está simbolizada por el "mar" y el "silencio", mientras que "olas", "sal" y "espuma" representa su encarnación en el poema.

Se trata de una composición en heptasílabos cuya compleja significación ha desentrañado Jordi Ardanuy López en su tesis doctoral (La búsqueda de lo sagrado en la poesía de Ángel Crespo, 2002):
"Toda presencia", el ser manifestado en su conjunto, es "mar" informe, " y sólo las palabras / pueden ponerle orillas", límites. Apostado en ellas, el yo adquiere una conciencia separada del "mar", cuyo "silencio" se le representa como "olas, sal y espuma"; "desde sus playas / o sus acantilados", emerge para cada conciencia "un horizonte / que huye cuando le acosan / las velas y los remos". Por eso las palabras son "aves de luz", "nacidas de lo oscuro", gracias a cuyo "vuelo" y "canto"
                                      el mar de las presencias
                                      nos cambia sus fantasmas
                                      por la luz una y única
                                      que nos ahogaba como
                                      inmenso océano
                                      cuyas sombras avivaban
                                      nuestras miradas ciegas. 
El estado prelingüístico y preconsciente nos tenía sumergidos en una sombra indiferenciada ("océano") pues, en él, nuestras "miradas" eran "ciegas" a su naturaleza luminosa; la palabra nos hace aspirar a la unidad concebida como luz, pues, mediante ellas, la conciencia "ilumina" la sombra de donde procedemos. Por la palabra trascendemos el caos y en las palabras mismas prefiguramos la unidad que las trasciende. 
Otros poemas del autor en este blog:
-"Olas de otoño" y "Entre lo deseado y el deseo": AQUÍ.
-"Una patria se elige": AQUÍ

[La imagen está tomada de: sunshineholisticcounselling.com.au]

jueves, 21 de septiembre de 2023

"Años", un cuento de Cesare Pavese


©Eduardo Úrculo

 

Años

De lo que yo era entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales de invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:

—¿Con qué finalidad? —Hablábamos en voz baja, a oscuras.

Luego Silvia se durmió y yo tuve hasta la mañana una rodilla pegada a la suya. Apareció la mañana como había aparecido siempre, y hacía mucho frío; Silvia tenía el pelo sobre los ojos y no se movía. En la penumbra yo miraba pasar el tiempo, sabía que pasaba y corría, y que afuera había niebla. Todo el tiempo que había vivido con Silvia en aquella habitación era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana. Entonces comprendí que nunca volvería a salir conmigo entre la niebla fresca.

Era mejor que me vistiera y me marchase sin despertarla. Pero ahora tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme.

Cuando estuvo despierta, Silvia me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo:

—Es bonito ser sinceros, como nosotros.

—¡Oh, Silvia! —susurré—, ¿qué haré al salir de aquí? ¿Adónde iré?

Era eso lo que tenía que preguntarle. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo, beatífica.

—Bobo —dijo—, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser libre? Conocerás a muchas chicas, harás todas las cosas que quieras. Te envidio, palabra.

Ahora la mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la cama. Silvia esperaba impaciente.

—Tú eres como una prostituta —le dije— y siempre lo has sido.

Silvia no abrió los ojos.

—¿Estás mejor ahora que lo has dicho? —me dijo.

Entonces me quedé como si ella no estuviera, y miraba al techo y lloraba sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la almohada. No valía la pena que se diera cuenta. Mucho tiempo ha pasado, y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre que hice con Silvia; sé que lloraba no por ella sino porque había entrevisto mi destino. De lo que era yo entonces no queda nada. Queda sólo que había comprendido quién sería en el futuro.

Luego Silvia me dijo:

—Ya basta. Tengo que levantarme.

Nos levantamos juntos, los dos. No la vi vestirse. Estuve pronto en pie, a la ventana; y miraba vislumbrarse las plantas. Detrás de la niebla estaba el sol, el sol que tantas veces había entibiado el cuarto. También Silvia se vistió pronto, y me preguntó si no me llevaba mis cosas. Le dije que primero quería calentar el café, y encendí el hornillo.

Silvia, sentada al borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas. En el pasado se las había arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas con la cabeza y se liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis cosas. Hice un montón sobre una silla y de repente Silvia saltó en pie y corrió a apagar el café que se derramaba. 

Luego saqué la maleta y metí las cosas. Mientras tanto, por dentro me esforzaba por recoger todos los recuerdos desagradables que tenía de Silvia: sus futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla.

Cuando hube acabado, el café estaba listo. Lo tomamos de pie, junto al hornillo. Silvia dijo algo, que ese día iría a ver a un tipo, a hablar de un asunto. Poco después dejé la taza y me marché con la maleta. Afuera la niebla y el sol cegaban.

(Cesare Pavese, Los cuentos. Traducción de Esther Benítez Eiroa. Debolsillo, 2012)


En estos cuentos, reunidos y escritos entre 1936 y 1946, la época más fructífera de Cesare Pavese, se condensan los temas más queridos por el autor y que luego veremos repetidos en sus novelas y ensayos: la soledad de los campesinos y el desconcierto de los obreros, el rencor y la rebelión de unas amas de casa abandonadas por el amor y obligadas a buscar otras razones para vivir, los silencios que casi pueden palparse en una cena de familia, las caricias furtivas en los prados, unas copas de vino peleón con los amigos y el sexo cansado en ciertos hoteluchos de la periferia de Torino.

"Estamos predestinados, Pavese y todos nosotros, los de su generación, a no contentarnos nunca con los resultados conseguidos. Lo nuestros es empeñarnos en ciertos temas, y exprimir lo cotidiano, sacando jugo literario ahí donde otros solo vieron casas, campos, fábricas y humo de cigarrillos". Italo Calvino

Con esos retales de vida Cesare Pavese cosió gran literatura, una prosa capaz de cruzar fronteras para instalarse en el ánimo de quien lee y hacer preguntas incómodas, que obligan a revisar nuestra idea del mundo.

María Lebedev, que recuerda la conexión entre la obra de Pavese y su vida,  destaca en Letras Libres (30 de junio de 2011),  entre todos los temas, el de la mujer:

"Pavese no solo reproduce con acierto la voz femenina, sino que parece comprender la esencia de una identidad ajena, de un género diferente. Por momentos, caricaturiza al hombre y este se reduce a un cúmulo de violencia, engaños e ineptitud. La mujer, por su parte, o bien es sumisa o bien es libre y no debe nada a nadie. Disfruta sentirse mujer, mira a los ojos. En ocasiones habla del hombre, en otras se dirige a él. A veces, la mujer impide al niño ser hombre. El mérito de Pavese consiste en saber adueñarse de manera indiscriminada de las diversas voces que conforman ese coro".

domingo, 17 de septiembre de 2023

"Amor constante más allá de la muerte", de Francisco de Quevedo



AMOR CONSTANTE
MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

             Cerrar podrá mis ojos la postrera
          sombra que me llevare el blanco día,
          y podrá desatar esta alma mía
          hora a su afán ansioso lisonjera;

   5         mas no, de esotra parte en la ribera
          dejará la memoria en donde ardía:
          nadar sabe mi llama la agua fría
          y perder el respeto a ley severa.

               Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
10      venas que humor a tanto fuego han dado,
          medulas que han gloriosamente ardido,

             su cuerpo dejarán, no su cuidado,
          serán ceniza, mas tendrán sentido,
          polvo serán, mas polvo enamorado.

(En El oro de los siglos. Antología. Edición, prólogo y
notas de José María Micó, Austral, 2017)


NOTAS DEL EDITOR:

     1-2)  postrera: "última". La postrera sombra es el sujeto de la oración y simboliza la hora de la muerte, como noche final que acude a arrebatarnos la vida, significada a su vez por el blanco día, que subraya la antítesis entre los dos conceptos. 
     3-4) Aunque el hipérbaton complica el sentido, el poeta sigue enumerando los previsibles efectos de la muerte, y la llama hora lisonjera ("aduladora, halagadora") porque alivia el afán ansioso (nótese la reiteración semántica del adjetivo) del alma, que quedará con ello desatada ("desunida, liberada") del cuerpo.
    5-6) Se ha discutido mucho la sintaxis de estos versos, pero parece claro que enlazan con lo anterior y que quieren decir que el alma, ya desunida del cuerpo, "no dejará la memoria de su amor (de ahí el verbo arder) al llegar a la otra ribera". La imagen se basa en el proceso de la muerte según la mitología antigua (las almas de los muertos bebían las aguas del Leteo, el río del olvido, y atravesaban la laguna Estigia) y se entiende mejor comparándola con los versos de otro soneto: "De esotra parte de la muerte dura / vivirán en mi sombra mis cuidados, / y más allá del Lete mi memoria".
    7-8) El contraste entre vida y muerte se expresa ahora mediante la antítesis entre la llama, que simboliza el fuego de la pasión amorosa, y el agua fría del río del olvido; el verso siguiente mantiene ese contraste por la oposición entre la inexorabilidad de la muerte, ley severa, y el coloquialismo de la expresión perder el respeto: "el amor desobedece a la muerte".
     9) todo un dios: "el dios Amor", que aprisionó el alma del amante (recoge el viejo motivo de la cárcel de amor).
     10) humor: "sustancia líquida", aquí la sangre de las venas que han alimentado el fuego de la pasión.
   11) gloriosamente: porque las medulas (en época de Quevedo era palabra llana) se han consumido en el fuego del amor para gloria del enamorado; como dice en otro soneto, "y el no ser, por amar, será mi gloria".
    12-14) Los elementos enumerados en el primer terceto son el sujeto gramatical común a las tres oraciones del terceto final: "alma, venas y medulas dejarán el cuerpo, serán ceniza y serán polvo". Los únicos testimonios antiguos del poema (las ediciones de El Parnaso español de 1648 y 1649) leen, en efecto, dejarán, pero un gran crítico moderno, José Manuel Blecua, prefirió editar dejará, suponiendo la presencia de una correlación que haría más lógico y mejoraría estilísticamente el cierre del soneto ("el alma dejará su cuerpo, las venas serán ceniza y las medulas serán polvo"); es una sugerencia digna de atención y aceptada por muchos quevedistas, pero la enmienda es innecesaria, pues no hay error demostrable ni fuente textual para la corrección. Lo importante es, sin embargo, el sentido general, que viene a ser el mismo en ambos casos, porque el amor contradice todas las claudicaciones de la muerte: el alma, las venas y las medulas no abandonarán su cuidado ("cuita, preocupación amorosa"), la ceniza en que se convertirán tendrá sentido y el polvo será polvo enamorado (y ahí no resuena solo la frase bíblica "polvo eres y en polvo te convertirás", sino el recuerdo de poetas elegíacos latinos como Propercio y Tibulo).

*      *     *

Publicado en la edición de 1648 de El Parnaso español, este soneto forma parte de un conjunto de 56 poemas  (51 sonetos, un madrigal y cuatro idilios), titulado Canta sola a Lisi y la amorosa pasión de su amante (CSL), que fue compuesto en los veintidós últimos años de la vida de Quevedo, entre 1623 y 1645, y vio la luz póstumamente. En su poesía amorosa, siguiendo la línea de los poetas renacentistas (Boscán, Garcilaso, Herrera), Quevedo retoma los elementos de la tradición petrarquista, pero adapta esos tópicos a la perspectiva de su época, dominada por la presencia constante de la muerte. 

El poeta concibió Canta sola a Lisi como una especie de "cancionero de amor" en el que canta con exclusividad a una amada (canta sola), Lisi, igual que Petrarca canta a Laura. Nada se sabe de Lisi, la mujer que inspiró estos versos; se ha llegado a decir que fue una invención poética del autor, pero parece dudoso -se responde- que una invención provoque tanto sufrimiento. Por ello, una parte de la crítica considera que se trata de una mujer real que ha sido identificada como doña Luisa de la Cerda, de la casa de Medinaceli, por quien Quevedo suspiró en secreto durante largos años, o incluso como Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. 

El soneto elegido, de enorme complejidad, está  considerado por Dámaso Alonso como "el mejor de Quevedo y probablemente el mejor de la literatura española". El título resume con precisión su contenido, el triunfo del amor sobre la muerte, contenido que Marina Ruiz Díez resume así:
"Este soneto habla de cómo aunque la muerte ("la postrera sombra"), cierre los ojos del amante desposeyéndolo de la luz del día. Y aunque desate el alma de su cuerpo y esta esté deseosa de abandonarlo en una última hora que se presenta lisonjera; el alma no dejará en la otra orilla del río Leteo, el recuerdo de su amor, porque la llama amorosa sabe vencer nadando las aguas del río Leteo sin apagarse y así desobedece la ley de la muerte que obliga al olvido. El alma que fue prisionera del dios Amor, las venas que han sido el lugar por el que el amor ha marcado su recorrido de fuego; las médulas que ardieron en ese amor: el cuerpo dejarán pero no lo que han sentido, se convertirán en ceniza pero seguirán amando".
El soneto, recuerda M. Ruiz Díez,  recrea un tópico literario de la Antigüedad, el amor post mortem, presente ya en las Metamorfosis de Ovido, que volvemos a encontrar en Petrarca y en la poesía petrarquista; y el tópico horaciano non omnis moriar, "no moriré del todo", también alude a ese amor eterno que sobrevive a lo inexorable de la muerte.

La idea principal del soneto, que el amor se opone a la muerte, pero ni la muerte puede destruirlo, como observa Blanco Aguinaga,  aparece expresada desde el principio del soneto, en el que este crítico distingue dos partes bien diferenciadas (los dos cuartetos y los tercetos), en las que se repite la misma idea: la afirmación presente en los cuartetos de que a pesar de la muerte la llama que ardió en la vida del poeta seguirá ardiendo se recoge de nuevo en los tercetos para reafirmarla. Si bien la última palabra (enamorado) viene a revelarnos que la llama que no va a morir, lo que el yo poético no va a olvidar  ni siquiera en la muerte, es el amor, de forma que el poema no solo culmina en los tercetos, como debe ser, sino en la última palabra:
Idea única; poema bloque; concepto que, en lo racional no avanza, no se desarrolla de verso a verso, como si al poeta no le interesase elaborar [...], sino subrayar.
Cada uno de los detalles del soneto, advierte Blanco Aguinaga, demuestra lo obsesivo de esa idea, logrando "una mayor cerrazón estructural", y destaca la precisión con que ojos (verso 1) se opone a sombra (verso 2) y sombra, a su vez a blanco día  y al ardía del verso 6, y cómo el mas no del verso 5 reaparece, invertido, en los versos 12, 13 y 14. La segunda parte (los tercetos) se sostiene igualmente en un difícil equilibrio de contrarios, o como indica Dámaso Alonso, en un estricto y complejo esquema correlativo: alma (v. 9) contra cuerpo (verso 12); venas (verso 10) contra ceniza (verso 13); medulas (verso 11) contra polvo (verso 14). Esta confrontación de contrarios da origen a los tres versos bimembres finales en que cada una de las segundas partes se opone a la primera y la rechaza. Unas palabras del poema se enfrentan a otras en difícil equilibrio, y todas ellas a la ley severa e incluso a la expresión de esa ley en su siglo, porque el poeta ha descubierto, como única realidad importante la oposición máxima: vida contra muerte. De esta forma, el poema amoroso trasciende el tema que lo origina y tiende a la metafísica.

Referencias:
-Carlos Blanco Aguinaga, "Cerrar podrá mis ojos...": Tradición y originalidad. En Francisco de Quevedo, edición de Gonzalo Sobejano, El escritor y la crítica, Taurus, 2ª ed., 1984.
-Marina Ruiz Díez, La tradición petrarquista en Quevedo y en Miguel Hernández. Trabajos  fin de grado UVa, 2016.  Consultado en: https://uvadoc.uva.es/bitstream/handle/10324/18885/TFG_F_2016_143.pdf?sequence=1&isAllowed=y


domingo, 10 de septiembre de 2023

Tres poemas de José María Álvarez




CORAL

"El sacrificio ha sido favorable"
ARISTÓFANES

"La gloria conquistada por los adolescentes"
PÍNDARO

El otro día, hojeando un viejo álbum
de fotografías
                       apareciste. En una playa
que ciega el sol (seguramente,
Le Lavandou), orgullosa y alegre
                                                     sobre las brasas
de aquel Verano.

Como un pinchazo
esa imagen me trae
algo de la pasión que sacudió esos días.
Contemplé largo rato la fotografía:
tus ojos dichosos, tu boca, esa
mano que
desenfocada
parece querer tapar el objetivo.

¿Te das cuenta? No has envejecido.
Dios sabe dónde
estarás, ni siquiera si aún vives. Pero ahí,
ah cómo brilla
intacta
tu sonrisa,
los crepitantes ojos del deseo.
Te había olvidado. Pero ahora
que esa fotografía te devuelve,
me doy cuenta de cómo la memoria
                                                          generosa
te había guardado sin decírmelo
para darme algún día
este regalo. Poder casi tocar
un instante de felicidad.

Tanto se ha ido...
                                y entonces apareces
tú,
en esa playa de la juventud,
y me haces este regalo,
                                           la posibilidad
de que viva en alguien el que fui,
la imagen deseada de quien era,
esa que hasta yo mismo ya he olvidado.
Porque igual que la otra tarde tú viniste
puede que alguna vez, si tú recuerdas esos días,
de ellos emerja un joven mediterráneo y sonriendo
y recuerdes el placer de esas horas
y algo de la pasión que entonces
abrasó nuestros cuerpos
aún te toque.

Gracias.


MORIR COMO LOS BARCOS

"Leo durante gran parte de la noche, y en el invierno parto hacia el sur"
 THOMAS STEARNS ELIOT

Si la suerte o los dioses
tienen dispuesta mi partida
bajo otros cielos,
su voluntad sea mía.
Mas si puedo pedir,
que la luz de mis ojos
se ponga contemplando este paisaje,
las antiguas playas,
la vieja mar 
junto a la que nací.


LA BELLEZA DE HELENA

"Verdaderamente muy hermosa debe ser Helena
Para que la pintéis cada día con vuestra sangre"
WILLIAM SHAKESPEARE

                                      Para Louis Malle

Pensad en Troya.
                                La historia es
conocida: El viento
de la destrucción arrasando
sus murallas, el hierro griego que traspasa
la carne de sus hijos, la peste de la muerte,
los alaridos bestiales de Casandra.

Y recordad entonces algo.

Ni en la última hora
pudieron los troyanos
condenar a la mujer que les trajera
su aniquilación. 
                           Culpaban a los dioses.
Y en el abismo del horror aún conservaron
el sueño que los había deslumbrado
ante Helena.

Y perecieron.
Y pereció su estirpe.
Sin que ninguno se atreviera
a condenar a la Belleza.

(De Museo de cera, Renacimiento, 2002)

La obra poética de José María Álvarez se  ha ido conformando lentamente en un solo título, Museo de cera, un libro que comenzó a escribir en el verano de 1960, en el café Danton, en Odeón, París. Se publicó por primera vez en 1970 (editado por Helios con el título de 87 poemas) y se ha ampliado en sucesivas ediciones  en 1974 (La Gaya Ciencia), 1978 (Hiperión), 1984 y 1990 (Tres Fronteras), 1993 (Visor), 2002 y 2016 (Renacimiento) y 2022 (Balduque). La primera edición completa del mismo (Renacimiento, 2002) incluye todos los títulos anteriores: La edad de oro (1980), Nocturnos (1983), El escudo de Aquiles (1987), Tósigo Ardento (1985), Signifying nothing (1989), El botín del mundo (1994), La serpiente de bronce (1996) y La lágrima de Ahab (1999).

El autor ha explicado, en entrevista concedida en 2020 a José Antonio Olmedo López-Amor para la revista Turia, por qué esta será su única obra al final:

"Yo lo que sí tuve desde el principio era la idea de un libro que era como una arquitectura. Por eso en este momento la última edición, la octava, la que sacó Renacimiento, ya es libro de cerca de novecientas páginas. Y después de ese han venido más libros, sueltos, pero que para mí, esos libros, en una edición que se haga un día, irán incluidos en la parte que le corresponden de Museo. O sea, que al final Museo puede ser un libro de mil seiscientas páginas. Entonces, yo tenía la idea de construir un libro, pues como una catedral, al cual se iba incorporando, incorporando incluso diversas partes."

La edición de 2002 se divide en tres libros, cada uno de los cuales está compuesto por tres capítulos. El Libro I, titulado OTIUM, está formado por Il retorno d'Ulisse in patria (en el que se incluye el poema "Morir como los barcos", compuesto en Venecia en 1982), Sala de revelado y Suicidio en un café cantante (El caballero, la muerte y el diablo). El libro II, FABULARIO, se compone de los capítulos Mano a mano o Restauración sentimental (al que pertenecen los poemas "Coral", escrito en Sevilla en marzo de 1995, y "La belleza de Helena", compuesto en Roma-Amalfi en abril de 1985), Indeseables (Tríptico de las tentaciones) y El arte de la fuga. El libro tercero, LE RÊVE, reúne los capítulos Bellos y malditos (Les chasses mystérieuses), Decoración de la "casa" de la rue d'Amboise y Un pacto honrado con la soledad (La bohémienne endormie).

-Del mismo autor, puedes leer su poema "De un libro muy amado": AQUÍ.

[Imagen: iStock]

jueves, 7 de septiembre de 2023

"La nadadora", un cuento de Socorro Venegas


 

La nadadora


Una flecha debe romper el agua, abrir cada molécula. Los brazos van unidos, estirados, una mano sobre la otra, y para que no se separen con el impulso, el pulgar de la mano de arriba debe abrazar la mano de abajo. Los hombros deben juntarse. Los codos, en los que nunca se piensa, mandan aquí, van cerrados.

Las cejas sobre los brazos, las mejillas sobre los hombros; el cuello está recto. La cabeza se apoya sobre los brazos. Me impulso con los pies contra el muro. Me sumerjo, tengo una dirección, un camino. Pateo. Voy soltando aire. Se trata de avanzar lo más posible bajo el agua. En una competencia esta salida es crucial, mientras menos brazadas des, mejor: significa que el impulso inicial ha sido potente, que esas moléculas se rompen a tu paso, las abres, las dominas.

El agua es tu aliada, te sostiene, te lleva a alcanzar la orilla más pronto que a los otros. No, yo no compito. Me deslizo y busco, necesito crear distancia con el mundo de afuera. Me pongo a cavar en esta agua luminosa. Un refugio. Por una hora vivo con otras leyes, sin gravedad, una brazada y otra, giro el torso para sacar la cabeza ladeada, recostada sobre el agua; si lo hago bien debo ver la mitad del mundo aéreo y la mitad del submarino. Respirar lo indispensable, dejar los pensamientos libres. Aquí floto. Soy la flecha. No quiero parar, es decir: quisiera no abandonar mi estado líquido.

A veces las moléculas son sentimientos, son latidos.

Una estrategia de supervivencia. Lo veo en sus ojos. En el cuidado extremo con que me da la sorpresa de un pequeño escape. Un viaje para perdernos el fin de semana en Mineral del Monte, un viejo pueblo minero. Ha rentado una cabaña. Llena la cajuela con con fruta, quesos y vinos caros. Atiendo sin ninguna pregunta la invitación. Hago una maleta sencilla, sin olvidar los tenis, la ropa deportiva para salir a correr. Y me subo al coche de la misma manera en que un día puse el pie en el estribo de este matrimonio, con una ciega confianza en que esta vez, ahora sí. Y nuevamente, sin hacer caso a ese pequeño salto del corazón que siempre me ha dicho que por mucho que quiera que algo salga bien, a veces no hay manera.

El camino no es largo, pero sí estresante. Él no revisa las rutas y acaba extraviado y culpando al copiloto, que soy yo. Y es cierto. No hay peor guía, despistada e incapacitada para entenderme con los mapas. Incluso siguiendo el Waze, me pierdo. Llegamos al anochecer a la cabaña. El dueño es un anciano amabilísimo, nos entrega las llaves y provee todas las indicaciones para encender la chimenea. Le pregunto si los alrededores son seguros para salir a caminar, me asegura que en cualquier ruta, hacia arriba por la montaña o bajando hacia el pueblo, estaríamos perfectamente a salvo. Menciona que alguno de sus huéspedes jóvenes regresan caminando de madrugada, cuando cierran los bares.

Mi marido prepara la cena, la sirve y luego trata de encender la chimenea. Una punzada de ternura: los fuegos no se le dan, pero ahí está intentando. Abro una botella de vino. Veo la comida sobre la mesa, mientras él lidia con los troncos y el ocote. Le pongo una copa y me llevo el resto a la habitación. Mientras acomodo algo de ropa en los cajones, bebo. Tengo una sed más parecida a la ansiedad. Hace mucho frío. Frente a la cama un enorme ventanal se abre a las montañas y un cielo estrellado. Me acuesto enredándome como un gusano en el edredón de plumas y me duermo casi de inmediato.

A la mañana siguiente me cuesta reconocer las paredes de adobe. El techo de vigas de madera. A lo lejos se escucha un camión frenando con motor. Me cambio de ropa y salgo sigilosa. Él duerme en la sala; en la chimenea se ve la madera consumida. La cena y la copa de vino que le dejé están intactas.

Salgo a correr por el camino de la montaña, un sendero estrecho que lleva al bosque, flanqueado por pinos sombríos. Está nublado. Un pensamiento me sigue. Me pregunto qué diferencia hay entre estar ahí sola o con él. Mi esposo. Ese hombre que sabe que nuestra vida en común agoniza. Que no logra la combustión de todo lo nuestro.

El sendero desemboca brevemente en una disyuntiva. La carretera o el bosque. Si giro a la izquierda puedo ver una sinuosa carretera, tan peligrosa que hay un camión volcado. A la distancia parece que se desangra, más cerca descubro que son jitomates. Llega gente en camionetas o empujando carretillas, todos a saquear el camión abandonado. Se ven contentos, celebran y cargan tanto como pueden. Una niña pequeña me ofrece un jugoso jitomate. Lo tomo y le doy una mordida, mientras ella me imita, entre risas. El jugo escurre de las comisuras de nuestras bocas.

De regreso en el bosque voy ascendiendo hasta ver un claro donde se abre una grieta profunda. Me detengo a mirar mientras recupero  el aliento. Una herida ventral, tierra roja sin fin. Si cayera ahí dentro nadie jamás me encontraría. Un mundo en el que realmente no es tan difícil desaparecer. Mi esposo, qué pensaría él. Cuánto tiempo me buscaría. Rodeé la grieta, parecía no tener fondo. Podría caer y caer en ese abismo. Tal vez la vida era eso, una entraña abrupta.

El baño tiene una tina de mosaicos color blanco mexicano, que sin embargo es más bien amarillo. Es reconfortante volver de correr y sumergirme unos momentos. El olor de la lavanda y el vapor se concentran, y yo me dejo ir, sintiendo una vaga añoranza que no sé o no entiendo que es la memoria de mi cuerpo, la memoria del agua en la alberca. Más tarde, cuando busco mi ropa, entra él en la habitación. Me mira, quiero decir que no ve mi cuerpo, no es que me recorra, es más que una mirada, una comprensión de todo lo que soy. Siento su deseo. Aún queda eso. Nuestros ojos se encuentran. "Eres como un animal precioso", dice mientras se da la vuelta. Me cubro sólo entonces, un reflejo tardío.

Dicen que nadar es como andar en bicicleta o hacer el amor: nadie lo olvida. Alberca y agua no son lo mismo. Te puedes ahogar, pero es una profundidad distinta. En el mar es extensión. En la alberca es profundidad, no importa el tamaño. Si no sabes nadar, te puedes ahogar en el chapoteadero, un lugar insondable para quien no flota. En la vida ocurre lo mismo.

(Publicado en El Cultural de El Español, el 8 de septiembre de 2022)

Socorro Venegas. (Editorial Páginas de Espuma)

Socorro Venegas (San Luis Potosí, 1972), escritora y editora mexicana, es una de las cuentistas más reputadas de su generación. Entre sus libros están las novelas La noche será negra y blanca (2009, Premio Nacional de Novela Ópera Prima "Carlos Fuentes" y mención especial en el Premio de Literatura "Sor Juana Inés de la Cruz" que otorga la FIL de Guadalajara) y Vestido de novia (2014); los libros de cuentos La risa de las azucenas (1997), La muerte más blanca (2000), Todas las islas (2002, Premio Nacional de Cuento "Benemérito de las Américas") y La memoria donde ardía (2019), además del diario Ceniza roja (2022), en el que elaboró el duelo por la pérdida de su primer esposo. Sus relatos se han traducido al inglés y al francés, y han sido recogidos en varias antologías. Con Juan Casamayor, es compiladora de Vindictas. Cuentistas latinoamericanas (2020). Fue escritora residente en el Writers Room de Nueva York, becaria del Fondo Nacional para la  Cultura y las Artes y del Centro Mexicano de Escritores. Escribe la columna "Modo Avión" en la revista electrónica de literatura Literal Magazine. Ha dirigido proyectos editoriales en el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Nacional Autónoma de México, donde creó la colección de novela y memorias Vindictas, que recupera la obra de escritoras latinoamericanas marginadas por el canon del siglo XX. "La nadadora" es una fábula sobre el poder simbólico del agua con una relación rota como telón de fondo.

[La imagen inicial procede de: saatchiart.com]

domingo, 3 de septiembre de 2023

"Te recuerdo Amanda" y "Plegaria a un labrador", de Víctor Jara




TE RECUERDO AMANDA

Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte con él
con él, con él, con él
son cinco minutos
la vida es eterna 
en cinco minutos
suena la sirena 
de vuelta al trabajo
y tú caminando
lo iluminas todo
los cinco minutos
te hacen florecer.

Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha
la lluvia en el pelo
no importaba nada
ibas a encontrarte con él
con él, con él, con él
que partió a la sierra
que nunca hizo daño
que partió a la sierra
y en cinco minutos
quedó destrozado
suena la sirena
de vuelta al trabajo
muchos no volvieron
tampoco Manuel.

Te recuerdo Amanda
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.


PLEGARIA A UN LABRADOR

Levántate y mira la montaña
De donde viene el viento el sol y el agua
Tú que manejas el curso de lo ríos
Tú que sembraste el vuelo de tu alma

Levántate y mírate las manos
Para crecer, estréchala a tu hermano
Juntos iremos unidos en la sangre
Hoy es el tiempo que puede ser mañana

Líbranos de aquel que nos domina en la miseria
Tráenos tu reino de justicia e igualdad
Sopla como el viento la flor de la quebrada
Limpia como el fuego el cañón de mi fusil

Hágase por fin la voluntad aquí en la tierra
Danos tu fuerza y tu valor al combatir
Sopla como el viento la flor de la quebrada
Limpia como el fuego el cañón de mi fusil

Levántate y mírate las manos
Para crecer, estréchala a tu hermano
Juntos iremos unidos en la sangre
Ahora y en la hora de nuestra muerte, amén

Amén
Amén

Víctor Jara. (Inmediaciones.org)

Víctor Jara fue uno de los principales representantes de la llamada Nueva Canción Chilena, además de  director de teatro, profesor  y activista político chileno, de cuya desaparición se cumplen 50 años en los próximos días.

Nació el 28 de septiembre de 1932. Su lugar de nacimiento es controvertido. Mario Amorós sostiene que fue  en Santiago de Chile; sin embargo, Víctor Jara declaró en 1970, en una entrevista realizada en Moscú, que había nacido en el sur de Chile, en la provincia de Ñuble. De familia campesina originaria de la pequeña localidad de Quiriquina, sus primeros años transcurrieron en el campo, en las proximidades de la ciudad de Chillán, donde sus padres, Amanda y Manuel, eran 'inquilinos' de un fundo, explotación agrícola donde se les daba alojamiento y una parcela de tierra que debían trabajar en beneficio del propietario. La pobreza familiar le obligó a trabajar en el campo desde pequeño, pero su madre se preocupó de que asistiera a la escuela y le inculcó su amor por el folclore de su tierra, que ella interpretaba en las reuniones sociales acompañada de la guitarra que Víctor siempre había visto en su casa. Posteriormente, cuando contaba 12 años, por razones de trabajo se trasladaron a la ciudad de Lonquén, cercana a la capital. La muerte de su madre, cuando el cantante tenía 15 años, lo llevó a ingresar voluntariamente en el seminario de la Congregación del Santísimo Redentor, en San Bernardo, buscando "un amor profundo y diferente" que le ayudara a soportar tan dolorosa pérdida, pero abandonó el seminario a los dos años para incorporarse al servicio militar. 

Acabado el servicio militar, ingresó en el coro de la Universidad de Chile y comenzó su trabajo de investigación y recopilación folclórica. Con 24 años se unió a la Compañía de Mimos de Noisvander e inició los estudios de actuación y dirección en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. También comenzó a tocar y componer con el grupo Cuncumén, con el que  grabó su primer disco (dos villancicos chilenos) a los 27 años, después de que Violeta Parra lo animara a seguir cantando. En 1961 viajó con este grupo por Holanda, Francia, Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, Bulgaria y Rumanía.  Ese mismo año compuso su primera canción, "Paloma quiero contarte", y en 1966 grabó su primer disco en solitario, titulado Víctor Jara. En esta época combina la música con la dirección teatral. Después trabajó con los grandes del folclore chileno: Quilapayún (grupo del que fue director artístico entre 1966 y 1969), Inti-Illimani, Ángel e Isabel Parra (fue solista en la peña de los Parra hasta 1970), entre otros; llegó a  ser profesor de interpretación en la Universidad de Chile (1964-1967) y logró el reconocimiento como director teatral por su participación en  montajes como El círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht o la Antígona de Sófocles. En 1969 con la canción "Plegaria a un labrador" ganó el primer premio en el primer festival de la Nueva Canción Chilena y viajó a Helsinki para participar en un acto mundial en protesta por la guerra de Vietnam. Ese mismo año publicó el álbum Pongo en tus manos abiertas, que incluye el tema "Preguntas por Puerto Montt", inspirado por la masacre que conmocionó al país durante el gobierno de Eduardo Frei Montalvo. En 1970 participó en Berlín en la Conversación Internacional de Teatro y en Buenos Aires, en el Primer Congreso de Teatro Latinoamericano. También participó en la campaña electoral de Unidad Popular y presentó el álbum Canto libre.

En 1971 fue nombrado Embajador Cultural del Gobierno de la Unidad Popular, presidido por Salvador Allende. Junto a Isabel Parra e Inti-Illimani entró en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado. Ese mismo año publicó su sexto álbum, El derecho de vivir en paz, que le valió el Laurel de Oro a la mejor composición del año. Trabajó como compositor de música para la televisión desde 1972 y dirigió el homenaje a Pablo Neruda por la obtención del Nobel en 1971. Militante de las Juventudes Comunistas  desde finales de los 50 y miembro de su Comité Central desde hacía un año,  el golpe de estado de Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, lo sorprendió  en la Universidad Técnica del Estado, donde fue detenido junto a otras seiscientas personas, profesores, alumnos y funcionarios de la universidad. El 12 de septiembre fueron recluidos en el Estadio Chile (actualmente Estadio Víctor Jara), un pequeño recinto deportivo  techado próximo al palacio presidencial de la Moneda, convertido por los golpistas en centro de detención, donde Víctor Jara fue torturado  y finalmente acribillado por los militares. Dos mujeres encontraron su cadáver entre unos matorrales junto al muro exterior del Cementerio Metropolitano, desde donde fue trasladado por una camioneta roja sin matrícula al Servicio Médico Legal. Uno de los funcionarios lo reconoció y, temiendo que fuese enterrado en una fosa común para ocultar el crimen,  avisó a su esposa, la coreógrafa de origen británico Joan Turner, quien lo identificó el 18 de septiembre, dos días después de su muerte, acaecida el día 16, según determinó la Comisión de la Verdad en 1999. Recibió sepultura, en una ceremonia privada, en un discreto nicho del Cementerio  General con la inscripción "Víctor Jara. 14 de septiembre 1973". Estaba a punto de cumplir 41 años. La autopsia reveló 30 fracturas óseas y 44 heridas de bala. Su familia viajó rápidamente a Inglaterra y sacó del país los discos de Jara, considerados "material subversivo" por los golpistas. Al año siguiente fue editado Manifiesto.

El 3 de julio de 2018 la justicia chilena condenó a siete militares como autores del secuestro (3 años) y asesinato (15 años y un día) de Víctor Jara. El 28 de agosto de 2023, casi 50 años después de los hechos juzgados, la Corte Suprema ratificó las condenas. 

4 de septiembre de 1973. Esta podría ser la última foto de Víctor Jara ( el primero por la derecha), tomada en el último
mitin del gobierno de Allende. (Getty Images)

"Te recuerdo, Amanda" fue compuesta en 1968, cuando Víctor Jara  se encontraba en Londres, adonde se había desplazado, invitado por el British Council, por sus grandes logros como director teatral, para asistir  en Strafford-upon-Avon a la celebración del Shakespeare´s Birthday. Lejos de su familia y preocupado por la salud de su hija Amanda, de 3 años,  en un momento en que una huelga de correos dificultaba las comunicaciones, en la soledad de su hotel compuso esta canción a partir de una idea concebida con anterioridad. Fue publicada en 1969, dentro del disco Pongo en tus manos abiertas. Es quizá su canción más famosa. Cuenta la historia de amor de dos obreros a los que el trabajo apenas les deja tiempo para verse. La segunda estrofa hace referencia a la muerte del hombre, un revolucionario ("marchó a la sierra"), que resultaría incómodo a las élites políticas. Es una canción de amor y de denuncia, para lo que se basó en la historia de una pareja a quien el autor  conoció personalmente y cuyos nombres reales fueron sustituidos por los de los padres de Jara. Una canción inolvidable, que Llanos Navarro García explica así:

"Más allá del alegato social, por encima de las reivindicaciones políticas, esta canción posee la belleza que nace de toda aproximación estética a una verdad humana. La verdad del amor como experiencia salvadora y milagrosa —como una flor en el desierto— aparece reflejada en esta canción, pese a mostrarse, en principio, tan sólo como un telón de fondo que arropa la historia trágica de esta pareja de proletarios pobres, de vida cenicienta y desenlace trágico.
La dulce voz del combativo Jara nos conduce eficazmente a esa fábrica sucia donde diariamente se encuentran los amantes. Cinco minutos de felicidad al día, esa es su dosis. No asistimos al encuentro, no hace falta. Sólo percibimos los efectos del amor sobre ella, capaz de contagiar su dicha con la luz de su gesto. En realidad, las últimas estrofas, las que contienen el mensaje reivindicativo, serían prescindibles, desde un punto de vista estrictamente estético. Porque, en épocas de profunda crisis social —casi todas—, en momentos de bonanza, de crisis, o en pleno apogeo del hoy decrépito estado de bienestar, para todos los amantes, la vida podrá seguir siendo eterna en cinco minutos."

"Plegaria a un labrador", un rezo por la revolución social y un mensaje de fraternidad entre la clase trabajadora, está compuesta en forma de oración, como se manifiesta en el título y en el léxico empleado. En Víctor Jara: un canto (no) truncado (1983) Joan Jara señaló ya que la forma de la canción recuerda a la del "Padre nuestro", lo que refleja el interés de Víctor Jara por la poesía y los valores humanistas de la Biblia, en una época en que en América Latina comenzaba a profundizarse en el entendimiento entre católicos y marxistas. Otros estudiosos, entre los que se cuentan Dubuc y Guerra han subrayado las referencias intertextuales no solo a la oración del "Padre nuestro" (vv. 10 y 13), sino también al "Ave María" (v. 20). Pero, como observa Rojas Sahurie, el "hágase tu voluntad" del Padre nuestro se centra en la urgencia del tiempo presente y en la tierra, omitiendo la referencia al cielo, y por medio del imperatívo "tráenos" sugiere una intervención mesiánica más activa en la venida del reino de Dios a la tierra, que traiga la justicia y la igualdad. Los versos 5, 6, 17 y 18 refuerzan la idea de hermandad y convierten la mano en símbolo de esa solidaridad.

REFERENCIAS:

-AMORÓS, Mario: La vida es eterna: Biografía de Víctor Jara, Ediciones B, 2023.
-     "               "      :  Víctor Jara, un canto vivo. Consultado en:
 https://www.penguinlibros.com/es/revista-lengua/no-ficcion/victor-jara-un-canto-vivo-mario-amoros
-NAVARRO GARCÍA, Llanos: Te recuerdo Amanda. Consultado en:    https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/febrero_12/06022012_02.htm
-ROJAS SAHURIE, Pablo: A Classless Society or Your Kingdom Come? Plegaria a un labrador and the Nueva Canción Chilena muzikološki zbornik • musicological annual lviii/1. Consultado en: file:///C:/Users/Personal/Downloads/Rojas+Sahurie.pdf

*
-Puedes escuchar "Te recuerdo Amanda" interpretada por el grupo Quilapayún: AQUÍ. Y cantada por Joan Baez: AQUÍ.
-También puedes escuchar "Plegaria a un labrador" en la voz de Víctor Jara: AQUÍ.

[Imagen inicial: Unsplash]