"Toda presencia", el ser manifestado en su conjunto, es "mar" informe, " y sólo las palabras / pueden ponerle orillas", límites. Apostado en ellas, el yo adquiere una conciencia separada del "mar", cuyo "silencio" se le representa como "olas, sal y espuma"; "desde sus playas / o sus acantilados", emerge para cada conciencia "un horizonte / que huye cuando le acosan / las velas y los remos". Por eso las palabras son "aves de luz", "nacidas de lo oscuro", gracias a cuyo "vuelo" y "canto"el mar de las presenciasnos cambia sus fantasmaspor la luz una y únicaque nos ahogaba comoinmenso océanocuyas sombras avivabannuestras miradas ciegas.El estado prelingüístico y preconsciente nos tenía sumergidos en una sombra indiferenciada ("océano") pues, en él, nuestras "miradas" eran "ciegas" a su naturaleza luminosa; la palabra nos hace aspirar a la unidad concebida como luz, pues, mediante ellas, la conciencia "ilumina" la sombra de donde procedemos. Por la palabra trascendemos el caos y en las palabras mismas prefiguramos la unidad que las trasciende.
domingo, 24 de septiembre de 2023
"Lo inmortal" y otro poema de Ángel Crespo
jueves, 21 de septiembre de 2023
"Años", un cuento de Cesare Pavese
©Eduardo Úrculo |
Años
De lo que yo era entonces no queda nada: apenas hombre, era aún un crío. Lo sabía hacía tiempo, pero todo ocurrió a finales de invierno, una tarde y una mañana. Vivíamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. Silvia me dijo esa noche que tenía que irme, o irse ella: ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo; estaba acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo:
—¿Con qué finalidad? —Hablábamos en voz baja, a oscuras.
Luego Silvia se durmió y yo tuve hasta la mañana una rodilla pegada a la suya. Apareció la mañana como había aparecido siempre, y hacía mucho frío; Silvia tenía el pelo sobre los ojos y no se movía. En la penumbra yo miraba pasar el tiempo, sabía que pasaba y corría, y que afuera había niebla. Todo el tiempo que había vivido con Silvia en aquella habitación era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana. Entonces comprendí que nunca volvería a salir conmigo entre la niebla fresca.
Era mejor que me vistiera y me marchase sin despertarla. Pero ahora tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme.
Cuando estuvo despierta, Silvia me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo:
—Es bonito ser sinceros, como nosotros.
—¡Oh, Silvia! —susurré—, ¿qué haré al salir de aquí? ¿Adónde iré?
Era eso lo que tenía que preguntarle. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo, beatífica.
—Bobo —dijo—, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser libre? Conocerás a muchas chicas, harás todas las cosas que quieras. Te envidio, palabra.
Ahora la mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la cama. Silvia esperaba impaciente.
—Tú eres como una prostituta —le dije— y siempre lo has sido.
Silvia no abrió los ojos.
—¿Estás mejor ahora que lo has dicho? —me dijo.
Entonces me quedé como si ella no estuviera, y miraba al techo y lloraba sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la almohada. No valía la pena que se diera cuenta. Mucho tiempo ha pasado, y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre que hice con Silvia; sé que lloraba no por ella sino porque había entrevisto mi destino. De lo que era yo entonces no queda nada. Queda sólo que había comprendido quién sería en el futuro.
Luego Silvia me dijo:
—Ya basta. Tengo que levantarme.
Nos levantamos juntos, los dos. No la vi vestirse. Estuve pronto en pie, a la ventana; y miraba vislumbrarse las plantas. Detrás de la niebla estaba el sol, el sol que tantas veces había entibiado el cuarto. También Silvia se vistió pronto, y me preguntó si no me llevaba mis cosas. Le dije que primero quería calentar el café, y encendí el hornillo.
Silvia, sentada al borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas. En el pasado se las había arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas con la cabeza y se liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis cosas. Hice un montón sobre una silla y de repente Silvia saltó en pie y corrió a apagar el café que se derramaba.
Luego saqué la maleta y metí las cosas. Mientras tanto, por dentro me esforzaba por recoger todos los recuerdos desagradables que tenía de Silvia: sus futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla.
Cuando hube acabado, el café estaba listo. Lo tomamos de pie, junto al hornillo. Silvia dijo algo, que ese día iría a ver a un tipo, a hablar de un asunto. Poco después dejé la taza y me marché con la maleta. Afuera la niebla y el sol cegaban.
(Cesare Pavese, Los cuentos. Traducción de Esther Benítez Eiroa. Debolsillo, 2012)
En estos cuentos, reunidos y escritos entre 1936 y 1946, la época más fructífera de Cesare Pavese, se condensan los temas más queridos por el autor y que luego veremos repetidos en sus novelas y ensayos: la soledad de los campesinos y el desconcierto de los obreros, el rencor y la rebelión de unas amas de casa abandonadas por el amor y obligadas a buscar otras razones para vivir, los silencios que casi pueden palparse en una cena de familia, las caricias furtivas en los prados, unas copas de vino peleón con los amigos y el sexo cansado en ciertos hoteluchos de la periferia de Torino.
"Estamos predestinados, Pavese y todos nosotros, los de su generación, a no contentarnos nunca con los resultados conseguidos. Lo nuestros es empeñarnos en ciertos temas, y exprimir lo cotidiano, sacando jugo literario ahí donde otros solo vieron casas, campos, fábricas y humo de cigarrillos". Italo Calvino
Con esos retales de vida Cesare Pavese cosió gran literatura, una prosa capaz de cruzar fronteras para instalarse en el ánimo de quien lee y hacer preguntas incómodas, que obligan a revisar nuestra idea del mundo.
María Lebedev, que recuerda la conexión entre la obra de Pavese y su vida, destaca en Letras Libres (30 de junio de 2011), entre todos los temas, el de la mujer:
"Pavese no solo reproduce con acierto la voz femenina, sino que parece comprender la esencia de una identidad ajena, de un género diferente. Por momentos, caricaturiza al hombre y este se reduce a un cúmulo de violencia, engaños e ineptitud. La mujer, por su parte, o bien es sumisa o bien es libre y no debe nada a nadie. Disfruta sentirse mujer, mira a los ojos. En ocasiones habla del hombre, en otras se dirige a él. A veces, la mujer impide al niño ser hombre. El mérito de Pavese consiste en saber adueñarse de manera indiscriminada de las diversas voces que conforman ese coro".
domingo, 17 de septiembre de 2023
"Amor constante más allá de la muerte", de Francisco de Quevedo
"Este soneto habla de cómo aunque la muerte ("la postrera sombra"), cierre los ojos del amante desposeyéndolo de la luz del día. Y aunque desate el alma de su cuerpo y esta esté deseosa de abandonarlo en una última hora que se presenta lisonjera; el alma no dejará en la otra orilla del río Leteo, el recuerdo de su amor, porque la llama amorosa sabe vencer nadando las aguas del río Leteo sin apagarse y así desobedece la ley de la muerte que obliga al olvido. El alma que fue prisionera del dios Amor, las venas que han sido el lugar por el que el amor ha marcado su recorrido de fuego; las médulas que ardieron en ese amor: el cuerpo dejarán pero no lo que han sentido, se convertirán en ceniza pero seguirán amando".
Idea única; poema bloque; concepto que, en lo racional no avanza, no se desarrolla de verso a verso, como si al poeta no le interesase elaborar [...], sino subrayar.
domingo, 10 de septiembre de 2023
Tres poemas de José María Álvarez
La obra poética de José María Álvarez se ha ido conformando lentamente en un solo título, Museo de cera, un libro que comenzó a escribir en el verano de 1960, en el café Danton, en Odeón, París. Se publicó por primera vez en 1970 (editado por Helios con el título de 87 poemas) y se ha ampliado en sucesivas ediciones en 1974 (La Gaya Ciencia), 1978 (Hiperión), 1984 y 1990 (Tres Fronteras), 1993 (Visor), 2002 y 2016 (Renacimiento) y 2022 (Balduque). La primera edición completa del mismo (Renacimiento, 2002) incluye todos los títulos anteriores: La edad de oro (1980), Nocturnos (1983), El escudo de Aquiles (1987), Tósigo Ardento (1985), Signifying nothing (1989), El botín del mundo (1994), La serpiente de bronce (1996) y La lágrima de Ahab (1999).
El autor ha explicado, en entrevista concedida en 2020 a José Antonio Olmedo López-Amor para la revista Turia, por qué esta será su única obra al final:
"Yo lo que sí tuve desde el principio era la idea de un libro que era como una arquitectura. Por eso en este momento la última edición, la octava, la que sacó Renacimiento, ya es libro de cerca de novecientas páginas. Y después de ese han venido más libros, sueltos, pero que para mí, esos libros, en una edición que se haga un día, irán incluidos en la parte que le corresponden de Museo. O sea, que al final Museo puede ser un libro de mil seiscientas páginas. Entonces, yo tenía la idea de construir un libro, pues como una catedral, al cual se iba incorporando, incorporando incluso diversas partes."
La edición de 2002 se divide en tres libros, cada uno de los cuales está compuesto por tres capítulos. El Libro I, titulado OTIUM, está formado por Il retorno d'Ulisse in patria (en el que se incluye el poema "Morir como los barcos", compuesto en Venecia en 1982), Sala de revelado y Suicidio en un café cantante (El caballero, la muerte y el diablo). El libro II, FABULARIO, se compone de los capítulos Mano a mano o Restauración sentimental (al que pertenecen los poemas "Coral", escrito en Sevilla en marzo de 1995, y "La belleza de Helena", compuesto en Roma-Amalfi en abril de 1985), Indeseables (Tríptico de las tentaciones) y El arte de la fuga. El libro tercero, LE RÊVE, reúne los capítulos Bellos y malditos (Les chasses mystérieuses), Decoración de la "casa" de la rue d'Amboise y Un pacto honrado con la soledad (La bohémienne endormie).
-Del mismo autor, puedes leer su poema "De un libro muy amado": AQUÍ.
[Imagen: iStock]
jueves, 7 de septiembre de 2023
"La nadadora", un cuento de Socorro Venegas
La nadadora
Una flecha debe romper el agua, abrir cada molécula. Los brazos van unidos, estirados, una mano sobre la otra, y para que no se separen con el impulso, el pulgar de la mano de arriba debe abrazar la mano de abajo. Los hombros deben juntarse. Los codos, en los que nunca se piensa, mandan aquí, van cerrados.
Las cejas sobre los brazos, las mejillas sobre los hombros; el cuello está recto. La cabeza se apoya sobre los brazos. Me impulso con los pies contra el muro. Me sumerjo, tengo una dirección, un camino. Pateo. Voy soltando aire. Se trata de avanzar lo más posible bajo el agua. En una competencia esta salida es crucial, mientras menos brazadas des, mejor: significa que el impulso inicial ha sido potente, que esas moléculas se rompen a tu paso, las abres, las dominas.
El agua es tu aliada, te sostiene, te lleva a alcanzar la orilla más pronto que a los otros. No, yo no compito. Me deslizo y busco, necesito crear distancia con el mundo de afuera. Me pongo a cavar en esta agua luminosa. Un refugio. Por una hora vivo con otras leyes, sin gravedad, una brazada y otra, giro el torso para sacar la cabeza ladeada, recostada sobre el agua; si lo hago bien debo ver la mitad del mundo aéreo y la mitad del submarino. Respirar lo indispensable, dejar los pensamientos libres. Aquí floto. Soy la flecha. No quiero parar, es decir: quisiera no abandonar mi estado líquido.
A veces las moléculas son sentimientos, son latidos.
Una estrategia de supervivencia. Lo veo en sus ojos. En el cuidado extremo con que me da la sorpresa de un pequeño escape. Un viaje para perdernos el fin de semana en Mineral del Monte, un viejo pueblo minero. Ha rentado una cabaña. Llena la cajuela con con fruta, quesos y vinos caros. Atiendo sin ninguna pregunta la invitación. Hago una maleta sencilla, sin olvidar los tenis, la ropa deportiva para salir a correr. Y me subo al coche de la misma manera en que un día puse el pie en el estribo de este matrimonio, con una ciega confianza en que esta vez, ahora sí. Y nuevamente, sin hacer caso a ese pequeño salto del corazón que siempre me ha dicho que por mucho que quiera que algo salga bien, a veces no hay manera.
El camino no es largo, pero sí estresante. Él no revisa las rutas y acaba extraviado y culpando al copiloto, que soy yo. Y es cierto. No hay peor guía, despistada e incapacitada para entenderme con los mapas. Incluso siguiendo el Waze, me pierdo. Llegamos al anochecer a la cabaña. El dueño es un anciano amabilísimo, nos entrega las llaves y provee todas las indicaciones para encender la chimenea. Le pregunto si los alrededores son seguros para salir a caminar, me asegura que en cualquier ruta, hacia arriba por la montaña o bajando hacia el pueblo, estaríamos perfectamente a salvo. Menciona que alguno de sus huéspedes jóvenes regresan caminando de madrugada, cuando cierran los bares.
Mi marido prepara la cena, la sirve y luego trata de encender la chimenea. Una punzada de ternura: los fuegos no se le dan, pero ahí está intentando. Abro una botella de vino. Veo la comida sobre la mesa, mientras él lidia con los troncos y el ocote. Le pongo una copa y me llevo el resto a la habitación. Mientras acomodo algo de ropa en los cajones, bebo. Tengo una sed más parecida a la ansiedad. Hace mucho frío. Frente a la cama un enorme ventanal se abre a las montañas y un cielo estrellado. Me acuesto enredándome como un gusano en el edredón de plumas y me duermo casi de inmediato.
A la mañana siguiente me cuesta reconocer las paredes de adobe. El techo de vigas de madera. A lo lejos se escucha un camión frenando con motor. Me cambio de ropa y salgo sigilosa. Él duerme en la sala; en la chimenea se ve la madera consumida. La cena y la copa de vino que le dejé están intactas.
Salgo a correr por el camino de la montaña, un sendero estrecho que lleva al bosque, flanqueado por pinos sombríos. Está nublado. Un pensamiento me sigue. Me pregunto qué diferencia hay entre estar ahí sola o con él. Mi esposo. Ese hombre que sabe que nuestra vida en común agoniza. Que no logra la combustión de todo lo nuestro.
El sendero desemboca brevemente en una disyuntiva. La carretera o el bosque. Si giro a la izquierda puedo ver una sinuosa carretera, tan peligrosa que hay un camión volcado. A la distancia parece que se desangra, más cerca descubro que son jitomates. Llega gente en camionetas o empujando carretillas, todos a saquear el camión abandonado. Se ven contentos, celebran y cargan tanto como pueden. Una niña pequeña me ofrece un jugoso jitomate. Lo tomo y le doy una mordida, mientras ella me imita, entre risas. El jugo escurre de las comisuras de nuestras bocas.
De regreso en el bosque voy ascendiendo hasta ver un claro donde se abre una grieta profunda. Me detengo a mirar mientras recupero el aliento. Una herida ventral, tierra roja sin fin. Si cayera ahí dentro nadie jamás me encontraría. Un mundo en el que realmente no es tan difícil desaparecer. Mi esposo, qué pensaría él. Cuánto tiempo me buscaría. Rodeé la grieta, parecía no tener fondo. Podría caer y caer en ese abismo. Tal vez la vida era eso, una entraña abrupta.
El baño tiene una tina de mosaicos color blanco mexicano, que sin embargo es más bien amarillo. Es reconfortante volver de correr y sumergirme unos momentos. El olor de la lavanda y el vapor se concentran, y yo me dejo ir, sintiendo una vaga añoranza que no sé o no entiendo que es la memoria de mi cuerpo, la memoria del agua en la alberca. Más tarde, cuando busco mi ropa, entra él en la habitación. Me mira, quiero decir que no ve mi cuerpo, no es que me recorra, es más que una mirada, una comprensión de todo lo que soy. Siento su deseo. Aún queda eso. Nuestros ojos se encuentran. "Eres como un animal precioso", dice mientras se da la vuelta. Me cubro sólo entonces, un reflejo tardío.
Dicen que nadar es como andar en bicicleta o hacer el amor: nadie lo olvida. Alberca y agua no son lo mismo. Te puedes ahogar, pero es una profundidad distinta. En el mar es extensión. En la alberca es profundidad, no importa el tamaño. Si no sabes nadar, te puedes ahogar en el chapoteadero, un lugar insondable para quien no flota. En la vida ocurre lo mismo.
(Publicado en El Cultural de El Español, el 8 de septiembre de 2022)
Socorro Venegas. (Editorial Páginas de Espuma) |
domingo, 3 de septiembre de 2023
"Te recuerdo Amanda" y "Plegaria a un labrador", de Víctor Jara
Víctor Jara fue uno de los principales representantes de la llamada Nueva Canción Chilena, además de director de teatro, profesor y activista político chileno, de cuya desaparición se cumplen 50 años en los próximos días.
Nació el 28 de septiembre de 1932. Su lugar de nacimiento es controvertido. Mario Amorós sostiene que fue en Santiago de Chile; sin embargo, Víctor Jara declaró en 1970, en una entrevista realizada en Moscú, que había nacido en el sur de Chile, en la provincia de Ñuble. De familia campesina originaria de la pequeña localidad de Quiriquina, sus primeros años transcurrieron en el campo, en las proximidades de la ciudad de Chillán, donde sus padres, Amanda y Manuel, eran 'inquilinos' de un fundo, explotación agrícola donde se les daba alojamiento y una parcela de tierra que debían trabajar en beneficio del propietario. La pobreza familiar le obligó a trabajar en el campo desde pequeño, pero su madre se preocupó de que asistiera a la escuela y le inculcó su amor por el folclore de su tierra, que ella interpretaba en las reuniones sociales acompañada de la guitarra que Víctor siempre había visto en su casa. Posteriormente, cuando contaba 12 años, por razones de trabajo se trasladaron a la ciudad de Lonquén, cercana a la capital. La muerte de su madre, cuando el cantante tenía 15 años, lo llevó a ingresar voluntariamente en el seminario de la Congregación del Santísimo Redentor, en San Bernardo, buscando "un amor profundo y diferente" que le ayudara a soportar tan dolorosa pérdida, pero abandonó el seminario a los dos años para incorporarse al servicio militar.
Acabado el servicio militar, ingresó en el coro de la Universidad de Chile y comenzó su trabajo de investigación y recopilación folclórica. Con 24 años se unió a la Compañía de Mimos de Noisvander e inició los estudios de actuación y dirección en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. También comenzó a tocar y componer con el grupo Cuncumén, con el que grabó su primer disco (dos villancicos chilenos) a los 27 años, después de que Violeta Parra lo animara a seguir cantando. En 1961 viajó con este grupo por Holanda, Francia, Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, Bulgaria y Rumanía. Ese mismo año compuso su primera canción, "Paloma quiero contarte", y en 1966 grabó su primer disco en solitario, titulado Víctor Jara. En esta época combina la música con la dirección teatral. Después trabajó con los grandes del folclore chileno: Quilapayún (grupo del que fue director artístico entre 1966 y 1969), Inti-Illimani, Ángel e Isabel Parra (fue solista en la peña de los Parra hasta 1970), entre otros; llegó a ser profesor de interpretación en la Universidad de Chile (1964-1967) y logró el reconocimiento como director teatral por su participación en montajes como El círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht o la Antígona de Sófocles. En 1969 con la canción "Plegaria a un labrador" ganó el primer premio en el primer festival de la Nueva Canción Chilena y viajó a Helsinki para participar en un acto mundial en protesta por la guerra de Vietnam. Ese mismo año publicó el álbum Pongo en tus manos abiertas, que incluye el tema "Preguntas por Puerto Montt", inspirado por la masacre que conmocionó al país durante el gobierno de Eduardo Frei Montalvo. En 1970 participó en Berlín en la Conversación Internacional de Teatro y en Buenos Aires, en el Primer Congreso de Teatro Latinoamericano. También participó en la campaña electoral de Unidad Popular y presentó el álbum Canto libre.
En 1971 fue nombrado Embajador Cultural del Gobierno de la Unidad Popular, presidido por Salvador Allende. Junto a Isabel Parra e Inti-Illimani entró en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado. Ese mismo año publicó su sexto álbum, El derecho de vivir en paz, que le valió el Laurel de Oro a la mejor composición del año. Trabajó como compositor de música para la televisión desde 1972 y dirigió el homenaje a Pablo Neruda por la obtención del Nobel en 1971. Militante de las Juventudes Comunistas desde finales de los 50 y miembro de su Comité Central desde hacía un año, el golpe de estado de Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, lo sorprendió en la Universidad Técnica del Estado, donde fue detenido junto a otras seiscientas personas, profesores, alumnos y funcionarios de la universidad. El 12 de septiembre fueron recluidos en el Estadio Chile (actualmente Estadio Víctor Jara), un pequeño recinto deportivo techado próximo al palacio presidencial de la Moneda, convertido por los golpistas en centro de detención, donde Víctor Jara fue torturado y finalmente acribillado por los militares. Dos mujeres encontraron su cadáver entre unos matorrales junto al muro exterior del Cementerio Metropolitano, desde donde fue trasladado por una camioneta roja sin matrícula al Servicio Médico Legal. Uno de los funcionarios lo reconoció y, temiendo que fuese enterrado en una fosa común para ocultar el crimen, avisó a su esposa, la coreógrafa de origen británico Joan Turner, quien lo identificó el 18 de septiembre, dos días después de su muerte, acaecida el día 16, según determinó la Comisión de la Verdad en 1999. Recibió sepultura, en una ceremonia privada, en un discreto nicho del Cementerio General con la inscripción "Víctor Jara. 14 de septiembre 1973". Estaba a punto de cumplir 41 años. La autopsia reveló 30 fracturas óseas y 44 heridas de bala. Su familia viajó rápidamente a Inglaterra y sacó del país los discos de Jara, considerados "material subversivo" por los golpistas. Al año siguiente fue editado Manifiesto.
El 3 de julio de 2018 la justicia chilena condenó a siete militares como autores del secuestro (3 años) y asesinato (15 años y un día) de Víctor Jara. El 28 de agosto de 2023, casi 50 años después de los hechos juzgados, la Corte Suprema ratificó las condenas.
4 de septiembre de 1973. Esta podría ser la última foto de Víctor Jara ( el primero por la derecha), tomada en el último mitin del gobierno de Allende. (Getty Images) |
"Te recuerdo, Amanda" fue compuesta en 1968, cuando Víctor Jara se encontraba en Londres, adonde se había desplazado, invitado por el British Council, por sus grandes logros como director teatral, para asistir en Strafford-upon-Avon a la celebración del Shakespeare´s Birthday. Lejos de su familia y preocupado por la salud de su hija Amanda, de 3 años, en un momento en que una huelga de correos dificultaba las comunicaciones, en la soledad de su hotel compuso esta canción a partir de una idea concebida con anterioridad. Fue publicada en 1969, dentro del disco Pongo en tus manos abiertas. Es quizá su canción más famosa. Cuenta la historia de amor de dos obreros a los que el trabajo apenas les deja tiempo para verse. La segunda estrofa hace referencia a la muerte del hombre, un revolucionario ("marchó a la sierra"), que resultaría incómodo a las élites políticas. Es una canción de amor y de denuncia, para lo que se basó en la historia de una pareja a quien el autor conoció personalmente y cuyos nombres reales fueron sustituidos por los de los padres de Jara. Una canción inolvidable, que Llanos Navarro García explica así:
"Más allá del alegato social, por encima de las reivindicaciones políticas, esta canción posee la belleza que nace de toda aproximación estética a una verdad humana. La verdad del amor como experiencia salvadora y milagrosa —como una flor en el desierto— aparece reflejada en esta canción, pese a mostrarse, en principio, tan sólo como un telón de fondo que arropa la historia trágica de esta pareja de proletarios pobres, de vida cenicienta y desenlace trágico.La dulce voz del combativo Jara nos conduce eficazmente a esa fábrica sucia donde diariamente se encuentran los amantes. Cinco minutos de felicidad al día, esa es su dosis. No asistimos al encuentro, no hace falta. Sólo percibimos los efectos del amor sobre ella, capaz de contagiar su dicha con la luz de su gesto. En realidad, las últimas estrofas, las que contienen el mensaje reivindicativo, serían prescindibles, desde un punto de vista estrictamente estético. Porque, en épocas de profunda crisis social —casi todas—, en momentos de bonanza, de crisis, o en pleno apogeo del hoy decrépito estado de bienestar, para todos los amantes, la vida podrá seguir siendo eterna en cinco minutos."
"Plegaria a un labrador", un rezo por la revolución social y un mensaje de fraternidad entre la clase trabajadora, está compuesta en forma de oración, como se manifiesta en el título y en el léxico empleado. En Víctor Jara: un canto (no) truncado (1983) Joan Jara señaló ya que la forma de la canción recuerda a la del "Padre nuestro", lo que refleja el interés de Víctor Jara por la poesía y los valores humanistas de la Biblia, en una época en que en América Latina comenzaba a profundizarse en el entendimiento entre católicos y marxistas. Otros estudiosos, entre los que se cuentan Dubuc y Guerra han subrayado las referencias intertextuales no solo a la oración del "Padre nuestro" (vv. 10 y 13), sino también al "Ave María" (v. 20). Pero, como observa Rojas Sahurie, el "hágase tu voluntad" del Padre nuestro se centra en la urgencia del tiempo presente y en la tierra, omitiendo la referencia al cielo, y por medio del imperatívo "tráenos" sugiere una intervención mesiánica más activa en la venida del reino de Dios a la tierra, que traiga la justicia y la igualdad. Los versos 5, 6, 17 y 18 refuerzan la idea de hermandad y convierten la mano en símbolo de esa solidaridad.
REFERENCIAS:
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