EL BLOG DE LA BIBLIOTECA "IRENE VALLEJO" DEL IES GOYA DE ZARAGOZA


biblioteca.ies.goya@gmail.com


domingo, 31 de mayo de 2015

"Preparativos de viaje" (Preparativos de viagem), de Nuno Júdice


Pintura de Eduardo Úrculo


                PREPARATIVOS DE VIAJE

Cuando preparo la maleta, tengo que pensar en todo
lo que voy a meter para no olvidarme de nada. Voy al
diccionario y saco las palabras que me servirán
de pasaporte: el ecuador, una línea
de horizonte, la altitud y la latitud,
un asiento de pasajero perseverante. Me dicen
que no necesito nada más; pero sigo
llenando la maleta. Un poniente para que
la noche no caiga tan deprisa, el tacto de tu
pelo para que mi mano no lo olvide,
y aquel pájaro en un jardín que ha nacido
en la trasera de la casa, y canta sin saber
por qué. Y otras cosas que podrían
parecer inútiles, pero que necesitaré: una frase
indecisa en medio de la noche, la constelación
de tu ojos cuando los abres, y algunas
hojas de papel donde escribiré lo que tu ausencia
viene a dictarme. Y si me dicen que llevo
exceso de equipaje, dejaré todo esto en tierra,
y me quedaré solo con tu imagen, la estrella
de una sonrisa triste, y el eco melancólico
de un adiós.

                         Traducción  de Pedro Serra 


VERSIÓN ORIGINAL EN PORTUGUÉS:


PREPARATIVOS DE VIAGEM

Ao fazer a mala, tenho de pensar em tudo
o que lá vou meter para não me esquecer de nada. Vou ao
dicionário e tiro as palavras que me servirão
de passaporte: o equador, uma linha
de horizonte, a altitude e a latitude,
um lugar de passageiro insistente. Dizem-me
que não preciso de mais nada; mas continuo
a encher a mala. Um pôr-do-sol para que
a noite não caia tão depressa, o toque dos teus
cabelos para que a minha mão os não esqueça,
e aquele pássaro num jardim que nasceu
nas traseiras da casa, e canta sem saber
porquê. E outras coisas que poderiam
parecer inúteis, mas de que vou precisar: uma frase
indecisa a meio da noite, a constelação
dos teus olhos quando os abres, e algumas
folhas de papel onde irei escrever o que a tua ausência
me vem ditar. E se me disserem que tenho
excesso de peso, deixarei tudo isto em terra,
e ficarei só com a tua imagem, a estrela
de um sorriso triste, e o eco melancólico
de um adeus.

De  Devastación de sílabas. Edición, introducción y selección de 
Pedro Serra. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca 
y Patrimonio Nacional, 2013, páginas 196-197

Nuno Júdice. Foto: Daniel Mordzinski/ El País
Nuno Júdice es poeta, narrador, dramaturgo, ensayista y profesor portugués nacido en 1949 en Mexilhoeira Grandeen la región de El  Algarbe. Licenciado en Filología Románica, en 1989 se doctoró, con una tesis sobre literatura medieval, en la Universidade Nova de Lisboa, donde después será catedrático de Literatura comparada y Teoría de la traducción. Fue director de la revista Tabacaria de la Casa Fernando Pessoa. Entre 1997 y 2004  desempeñó funciones de Consejero Cultural y Director del Instituto Camoens en París.

Su amor por la poesía nació en los años 50 cuando, antes de aprender a leer, escuchaba en la radio poemas recitados por actores portugueses. Más tarde vendría la lectura de poesía en la biblioteca y la escuela y el descubrimiento del verso libre de Álvaro de Campos (uno de los heterónimos de Fernando Pessoa*),  para él una auténtica revelación que cambió su concepción de la poesía y su propia escritura. Del gran  poeta portugués, le interesa especialmente la reflexión sobre la creación poética y el empleo de palabras sencillas y cotidianas  en un lenguaje   cuidado y pulido.

Su poesía se incribe dentro del llamado nuevo realismo portugués, una poesía del mundo cotidiano, alejada de la abstracción. Sobre la  generación de los setenta, en la que se incluye, Nuno Júdice ha escrito que la caracteriza el "regreso a una cierta narratividad, un juego temático que recurre tanto a lo cotidiano como a la Historia o la mitología [...], una confrontación entre referencias diversas recuperadas por el discurso en el seno de una intertextualidad consciente, que colocan a esta poesía en la senda de un Pound o un Eliot**, en el aspecto más intelectual de su poesía o en lo que en ella hay de juego constante con la tradición; en la de un Kavafis*** o un Gotfriend Benn, por lo que estos tienen de rehabilitación aparentemente episódica o anecdótica de la vida cotidiana; y aun en la línea de un cierto Pessoa, el menos modernista y sin embargo el más moderno, el Pessoa-Álvaro de Campos de Tabacaria o el Pessoa-Alberto Caeiro". Nuno Júdice destaca entre los miembros de su grupo "por ser uno de los que antes asimila un elemento surrealista muy presente en la poesía portuguesa, y lo hace en unos poemas de corte esencialmente narrativo", opina Rafael de Cózar, quien añade: "La mayor abstracción de sus primeros libros se va atenuando hasta alcanzar el molde más habitual de su obra: algo vivido, leído o visto reclama un instante pasado, y la evocación sugiere una teoría de la pérdida".

Desde la aparición de su primer poemario, A Noçao do Poema (1972), ha escrito más de treinta volúmenes de poesía, una decena de novelas, otros tantos ensayos y cuatro obras de teatro. As regras da perspectiva (Las reglas de la perspectiva, 1990), Um canto na espessura no tempo (Un canto en la espesura del tiempo, 1992), Meditaçao sobre ruínas (Meditación sobre ruinas, 1995) y  O movimento do mundo (El movimiento del mundo, 1996) son los libros que conforman el núcleo de su extensa producción, aquellos en que elabora su poética. Su  poesía ha sido traducida a varios idiomas. Fue el primer poeta portugués editado en Francia por la editorial Gallimard. En España ha publicado Un canto en la espesura del tiempo (Calambur, 1996, 2003), Antología (Visor, 2003), Tú, a quien llamo amor. Antología (Hiperión, 2008), Devastación de sílabas (2013), El orden de las cosas (Poemas escogidos 2000-2013), Pre-Textos, 2014, y Navegación sin rumbo (Editora Regional de Extremadura, 2014).

Ha recibido, entre otros galardones,  el Premio de Poesía Pen Club 1985 por Lira de Liquen, el D. Dinis de la Fundación Casa Mateus 1990 por Las reglas de la perspectiva, el Premio de Poesía de la Asociación Portuguesa de Escritores y el Premio Municipal Eça de Queiroz de Literatura del Ayuntamiento de Lisboa (ambos en 1995) por Meditación sobre ruinas, y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2013 por el conjunto de su obra.

Escucha el poema, recitado en portugués, por el autor, y en castellano:

jueves, 28 de mayo de 2015

Leer tiene premio

Uno de nuestros lectores más asiduos en el presente curso, Gonzalo Martín Aragón, de 1º B de ESO, ha sido el afortunado en el sorteo del libro correspondiente al segundo trimestre. La directora del instituto le entregó hace unos días el merecido obsequio en la biblioteca.

¡Enhorabuena, Gonzalo! ¡Que no decaiga la afición a la lectura!

domingo, 24 de mayo de 2015

"Aula de Química", de Carlos Sahagún




                          AULA DE QUÍMICA

Si vuelvo la cabeza,
si abro los ojos, si
echo las manos al recuerdo,
hay una mesa de madera oscura,
y encima de la mesa, los papeles inmóviles del tiempo,
y detrás,
un hombre bueno y alto.

Tuvo el cabello blanco, muy hecho al yeso, tuvo
su corazón volcado en la pizarra,
cuando explicaba casi sin mirarnos,
de buena fe, con buenos ojos siempre,
la fórmula del agua.

Entonces, sí. Por las paredes,
como un hombre invisible, entraba la alegría,
nos echaba los brazos por los hombros,
soplaba en el cuaderno, duplicaba
las malas notas, nos traía en la mano

mil pájaros de agua, y de luz, y de gozo…

Y todo era sencillo.

El mercurio subía caliente hasta el fin,
estallaba de asombro el cristal de los tubos de ensayo,
se alzaban surtidores, taladraban el techo,
era el amanecer del amor puro,
irrumpían guitarras dichosamente vivas,
olvidábamos la hora de salida, veíamos
los inundados ojos azules de las mozas
saltando distraídos por en medio del agua.

Y os juro que la vida se hallaba con nosotros.

Pero, ¿cómo decir a los más sabios,
a los cuatro primeros de la clase,
que ya no era preciso saber nada,
que la sal era sal y la rosa era rosa,
por más que ellos les dieran nombres impuros?
¿Cómo decir: moveos,
que ya habrá tiempo de aprender,
decid conmigo: Vida, tocad
el agua, abrid los brazos
como para abrazar una cintura blanca,
romped los libros muertos?

Os juro que la vida se hallaba con nosotros.

Profesor, hasta el tiempo del agua químicamente pura
te espero.
De nuevo allí verás, veremos juntos
un porvenir abierto de muchachas
con los pechos de agua y de luz y de gozo…


                  De Profecías del agua, 1958

El poeta español Carlos Sahagún nació en Onil (Alicante)  en 1938. Vivió en Alicante hasta 1956, año en que se trasladó a Madrid para completar los estudios de Filosofía y Letras y licenciarse en Filología Románica en 1959. Posteriormente, fue lector de español en la Universidad de Exeter (Gran Bretaña) y, a partir de 1965, ejerció la docencia como profesor de Lengua y Literatura castellana en Segovia, Barcelona, Las Palmas, Madrid y Palermo.
   Miembro de la generación poética de los cincuenta, su poesía, de aparente sencillez pero de extraordinaria perfección formal, gira en torno a la existencia humana y al paso del tiempo, tanto en aquellos poemas que  evocan  la infancia (vinculada a las circunstancias históricas) como en los de tema amoroso o los de denuncia social. Su obra poética es escasa y aparece muy espaciada ya que en él la escritura obedece a necesidades expresivas vitales que le obligan, por una parte, a hacer referencia a su historia personal, pero por otra "la Historia grande manda en mí y me hace tomar partido, responsabilizarme como hombre ante los demás". 
    Poesía del recuerdo, de la memoria,  sobre la que Enrique Balmaseda  ha escrito que "nace del río de su vida y en sus aguas espejeantes se van reflejando el cielo, los árboles, las orillas, la luz, las estrellas, los enamorados y los solitarios, la soledad y la noche, el camino que es el suyo y el de otros muchos hombres. Quien se detiene a mirar con atención su corriente no sólo puede complacerse con los saltos alegres y pujantes del manantial, o reposar en la contemplación de los tramos anchos y serenos de la plenitud fluvial -del amor o de la madurez ideológica-, sino también sumergir la mirada en el lecho del río con una visión en profundidad que es una cifra del tiempo, de la experiencia del sujeto, pero también de una memoria generacional que, en muchas ocasiones, se desborda en memoria humana sin más, en el gran río de la vida en que otros ríos, otros hombres, vienen a confluir para conocer o conocerse en su materia acuática esencial: la multiforme e idéntica naturaleza temporal". *
   Tan solo cuatro títulos recogen, pues,  su producción poética: Profecías del Agua (1958, Premio Adonáis de Poesía 1957), Como si hubiera muerto un niño (1959, Premio Boscán 1960),  Estar contigo (1972, Premio Juan Ramón Jiménez), y Primer y último oficio (Premio Provincia de León 1978 y Premio Nacional de Literatura 1980).  Memorial de la noche (1976) reúne los tres poemarios anteriores, a los que se añade la sección "En la noche", y Las invisibles redes (1989) es una antología de su poesía amorosa.

* Enrique Balmaseda: "La poesía de Carlos Sahagún o el río de la memoria", en Carlos Sahagún. Poesía en el campus, 35 (curso 1995-1996).

Escucha el poema "A imagen de la vida" recitado por el autor: 


miércoles, 20 de mayo de 2015

Premios Goya 2015

En plena recta final de curso aparece el número 17 de nuestra revista "Cuadernos de biblioteca", que nos da a conocer los mejores trabajados presentados a los “Premios Goya 2015” en las modalidades de ensayo, biografía, relato y poesía en castellano. Las ilustraciones corresponden, asimismo, a los trabajos premiados en pintura y fotografía.


domingo, 17 de mayo de 2015

"Escritura", de Alejandro Duque Amusco





Escritura


He visto la luz,
su aullido blanco en la mañana,

la ternura de la noche revestida
de fatuos centelleos,

he visto
el mar con su rizada lengua

y la boscosa tarde a punto de enmudecer
en un invierno embravecido.

He visto un jardín
abriéndose
a un desierto-
el desierto era sólo
la soledad del hombre.
Y más.
He visto la obra limpia:
la llama y la belleza
-refulgían las dos como un único fuego.

Fuego verbal
para mi noche
escrita.

           De Donde rompe la noche,Visor, 1994

El poeta español Alejandro Duque Amusco nació en Santander el 2 de noviembre de 1949, pero pasó su infancia y juventud en Sevilla. Estudió Filología Hispánica en Barcelona, donde ha sido durante años catedrático de Literatura española en el Instituto Lluís Vives.
Gran parte de su poesía, en la que está muy presente el paisaje del sur de la Península, es una meditación sobre la muerte. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de poesía: Esencias de los días (1976), Del agua, del fuego y otras purificaciones (1983), Sueño en el fuego (1989; 2009, edición ampliada y completa), Donde rompe la noche (1994, VII Premio Loewe de Poesía),  Briznas (2004, cuaderno de haikus), Lírica solar. Antología personal (1983-2008)  y A la ilusión final , ambos de 2008.
Además de poeta y profesor, es traductor de Valéry, Cavafis y Keats, así como editor de la obra de Vicente Aleixandre.

Actualización

En 2017 publica Jardín seco, un libro en el que destaca la variedad métrica y la presencia constante de la naturaleza. En él cobran importancia el recuerdo, la infancia y el amor.

Entrada relacionada:

La imagen superior está tomada de elcapitandemialma.com.

jueves, 14 de mayo de 2015

La biblioteca del Nautilus en 'Veinte mil leguas de viaje submarino'


Veinte mil leguas de viaje submarino ( Vingt mille lieues sous les mers) es una de las más  famosas novelas del escritor francés Julio Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905), quien escribió la obra mucho antes de que los submarinos fuesen una realidad. La obra fue publicada por entregas en la revista Magasin d'Éducation et de Récréation desde el 20 de marzo de 1869 hasta el 20 de junio de 1870. Como libro apareció en Francia  en dos partes, editadas en 1869 y 1870, respectivamente. Un año después tendrá lugar en Francia la edición de la novela en un solo volumen.  Curiosamente, la obra completa, traducida por Vicente Guimerá, apareció en España en 1969, un año antes de la publicación en Francia de la segunda parte, si bien la tirada fue muy corta y, lógicamente, poco conocida.

   La historia, narrada en primera persona por Pierre Aronnax,  profesor de Historia Natural del Museo de París, comienza en el año 1866, cuando los ataques sufridos por diferentes barcos y la desaparición de otros en extrañas circunstancias mantiene en vilo a la población de ciertas zonas, especialmente a los hombres de mar. Los daños sufridos por las embarcaciones, así como los testimonios de algunos testigos llevan a pensar que el causante es  un enorme monstruo fusiforme, a veces fosforescente, de fuerza descomunal y muy superior a una ballena en tamaño y velocidad, al parecer un gigantesco narval, un unicornio marino armado de un verdadero espolón, en opinión de Aronnax.
   Para  darle caza y acabar con un peligro que amenazaba seriamente el comercio por mar, se organiza una expedición en la que participan, entre otros, el profesor Aronnax, su ayudante, Conseil (Consejo), y el experto arponero canadiense Ned Land, quienes el 2 de julio parten del puerto de Brooklyn a bordo de la fragata Abraham Lincoln, al mando del comandante Farragut.
    Tras bordear el cabo de Hornos,  la fragata se dirige hacia los mares de la China, escenario de las últimas apariciones del monstruo. Durante tres meses surca los mares septentrionales del Pacífico, sin dejar un solo punto inexplorado. Cuando el desánimo hace mella en la tripulación y cuando el 2 de noviembre esta solicita regresar a la base, el comandante pide un plazo de tres días, con la promesa de retornar si en ese tiempo no dan con el monstruo.


    El plazo expiraba a mediodía del 5 de noviembre, pero por la noche, cuando el barco se encontraba a menos de doscientas millas de las costas de Japón, Ned Land dio la voz de alarma y toda la tripulación pudo ver la superficie del mar iluminada por el resplandor del monstruo sumergido, que se lanzó a perseguir a la fragata a enorme velocidad, hasta que a medianoche desapareció. Todos los intentos de darle caza a lo largo de la jornada del 6 de noviembre resultaron infructuosos. Por la noche la fragata inicia una cautelosa maniobra de aproximación al animal, que parece dormido, y se produce  una colisión, a consecuencia de la
cual Aronnax se precipita al mar. Junto a su fiel Consejo, que lo ha seguido, trata de mantenerse a flote, mientras la fragata, rotos el timón y la hélice, se pierde en la lejanía. A punto de hundirse, es transportado a la superficie y, al recobrar el conocimiento, se encuentra con Ned y Consejo sobre lo que aquel creyó en principio una isla flotante pero que es  el supuesto narval gigante perseguido por ellos. Como ha descubierto Ned, se trata de un "monstruo" construido con planchas de acero, es decir, en realidad se encuentran sobre una nave submarina con forma de enorme pez de acero.
     Capturados por sus tripulantes y prisioneros en el interior del submarino, son recibidos por el capitán Nemo (cuyo nombre significa 'nadie'), un hombre de oscuro pasado que ha roto con la sociedad y que sólo en el mar se siente libre. El capitán conoce la reputación de Aronnax y, tras invitarlo a compartir su mesa, le muestra su nave, el Nautilus. La visita comienza por la biblioteca, que -como se verá- es mucho más que una biblioteca. El episodio es narrado en el capítulo 11 de la primera parte, que reproducimos a continuación.



El capitán Nemo se levantó y yo le seguí. Por una doble puerta situada al fondo de la pieza entré en una sala de dimensiones semejantes a las del comedor.
Era la biblioteca. Altos muebles de palisandro negro, con incrustaciones de cobre, soportaban en sus anchos estantes un gran número de libros encuadernados con uniformidad. Las estanterías se adaptaban al contorno de la sala, y terminaban en su parte inferior en unos amplios divanes tapizados con cuero marrón y extraordinariamente cómodos. Unos ligeros pupitres móviles, que podían acercarse o separarse a voluntad, servían de soporte a los libros en curso de lectura o de consulta. En el centro había una gran mesa cubierta de publicaciones, entre las que aparecían algunos periódicos ya viejos. La luz eléctrica que emanaba de cuatro globos deslustrados, semiencajados en las volutas del techo, inundaba tan armonioso conjunto. Yo contemplaba con una real admiración aquella sala tan ingeniosamente amueblada y apenas podía dar crédito a mis ojos.
 -Capitán Nemo -dije a mi huésped, que acababa de sentarse en un diván-, he aquí una biblioteca que honraría a más de un palacio de los continentes. Y es una maravilla que esta biblioteca pueda seguirle hasta lo más profundo de los mares.
-¿Dónde podría hallarse mayor soledad, mayor silencio, señor profesor? ¿Puede usted hallar tanta calma en su gabinete de trabajo del museo?
-No, señor, y debo confesar que al lado del suyo es muy pobre. Hay aquí por lo menos seis o siete mil volúmenes, ¿no?
-Doce mil, señor Aronnax. Son los únicos lazos que me ligan a la tierra. Pero el mundo se acabó para mí el día en que mi Nautilus se sumergió por vez primera bajo las aguas. Aquel día compré mis últimos libros y mis últimos periódicos, y desde entonces quiero creer que la humanidad ha cesado de pensar y de escribir. Señor profesor, esos libros están a su disposición y puede utilizarlos con toda libertad.
Di las gracias al capitán Nemo, y me acerqué a los estantes de la biblioteca. Abundaban en ella los libros de ciencia, de moral y de literatura, escritos en numerosos idiomas, pero no vi ni una sola obra de economía política, disciplina que al parecer estaba allí severamente proscrita. Detalle curioso era el hecho de que todos aquellos libros, cualquiera que fuese la lengua en que estaban escritos, se hallaran clasificados indistintamente. Tal mezcla probaba que el capitán del Nautilus debía leer corrientemente los volúmenes que su mano tomaba al azar.
Entre tantos libros, vi las obras maestras de los más grandes escritores antiguos y modernos, es decir,
Ilustración de Alphonse de Neuille
todo lo que la humanidad ha producido de más bello en la historia, la poesía, la novela y la ciencia, desde Homero hasta Victor Hugo desde Jenofonte hasta Michelet, desde Rabelais hasta la señora Sand. Pero los principales fondos de la biblioteca estaban integrados por obras científicas; los libros de mecánica, de balística, de hidrografía, de meteorología, de geografía, de geología, etc., ocupaban en ella un lugar no menos amplio que las obras de Historia Natural, y comprendí que constituían el principal estudio del capitán. Vi allí todas las obras de Humboldt, de Arago, los trabajos de Foucault, de Henri Sainte Claire Deville, de Chasles, de Milne Edwards, de Quatrefages, de Tyndall, de Faraday, de Berthelot, del abate Secchi, de Petermann, del comandante Maury, de Agassiz, etc.; las memorias de la Academia de Ciencias, los boletines de diferentes sociedades de Geografía, etcétera. Y también, y en buen lugar, los dos volúmenes que me habían valido probablemente esa acogida, relativamente caritativa, del capitán Nemo. Entre las obras que allí vi de Joseph Bertrand, la titulada Los fundadores de la Astronomía me dio incluso una fecha de referencia; como yo sabía que dicha obra databa de 1865, pude inferir que la instalación del Nautilus no se remontaba a una época anterior. Así, pues, la existencia submarina del capitán Nemo no pasaba de tres años como máximo. Tal vez -me dije -hallara obras más recientes que me permitieran fijar con exactitud la época, pero tenía mucho tiempo ante mí para proceder a tal investigación, y no quise retrasar más nuestro paseo por las maravillas del Nautilus.
-Señor -dije al capitán-, le agradezco mucho que haya puesto esta biblioteca a mi disposición. Hay aquí tesoros de ciencia de los que me aprovecharé.
-Esta sala no es sólo una biblioteca -dijo el capitán Nemo-, es también un fumadero.
-¿Un fumadero? ¿Se fuma, pues, a bordo?
-En efecto.
-Entonces eso me fuerza a creer que ha conservado usted relaciones con La Habana.
-De ningún modo -respondió el capitán-. Acepte este cigarro, señor Aronnax, que aunque no proceda de La Habana habrá de gustarle, si es usted buen conocedor.
Tomé el cigarro que me ofrecía. Parecía fabricado con hojas de oro, y por su forma recordaba al «londres». Lo encendí en un pequeño brasero sustentado en una elegante peana de bronce, y aspiré las primeras bocanadas con la voluptuosidad de quien no ha fumado durante dos días.
-Es excelente -dije-, pero no es tabaco.
-No -respondió el capitán-, este tabaco no procede ni de La Habana ni de Oriente. Es una especie de alga, rica en nicotina, que me provee el mar, si bien con alguna escasez. ¿Le hace echar de menos los «londres», señor?
-Capitán, a partir de hoy los desprecio.
-Fume, pues, sin preocuparse del origen de estos cigarros. No han pasado por el control de ningún monopolio, pero no por ello son menos buenos, creo yo.
-Al contrario.
En este momento el capitán Nemo abrió una puerta situada frente a la que me había abierto paso a la biblioteca, y por ella entré a un salón inmenso y espléndidamente iluminado.
 Era un amplio cuadrilátero (diez metros de longitud, seis de anchura y cinco de altura) en el que las intersecciones de las paredes estaban recubiertas por paneles. Un techo luminoso, decorado con ligeros arabescos, distribuía una luz clara y suave sobre las maravillas acumuladas en aquel museo. Pues de un museo se trataba realmente. Una mano inteligente y pródiga había reunido en él tesoros de la naturaleza y del arte, con ese artístico desorden que distingue al estudio de un pintor.
Grabado de Gustavo Doré
Una treintena de cuadros de grandes maestros, en marcos uniformes, separados por resplandecientes panoplias, ornaban las paredes cubiertas por tapices con dibujos severos. Pude ver allí telas valiosísimas, que en su mayor parte había admirado en las colecciones particulares de Europa y en las exposiciones. Las diferentes escuelas de los maestros antiguos estaban representadas por una madona de Rafael, una virgen de Leonardo da Vinci, una ninfa del Correggio, una mujer de Tiziano, una adoración de Veronese, una asunción de Murillo, un retrato de Holbein, un fraile de Velázquez, un mártir de Ribera, una fiesta de Rubens, dos paisajes flamencos de Teniers, tres pequeños cuadros de género de Gerard Dow, de Metsu y de Paul Potter, dos telas de Gericault y de Prudhon, algunas marinas de Backhuysen y de Vernet. Entre las obras de la pintura moderna, había cuadros firmados por Delácroix, Ingres, Decamps, Troyon, Meissonier, Daubigny, etc., y algunas admirables reducciones de estatuas de mármol o de bronce, según los más bellos modelos de la Antigüedad, se erguían sobre sus pedestales en los ángulos del magnífico museo. El estado de estupefacción que me había augurado el comandante del Nautilus comenzaba ya a apoderarse de mi ánimo.
-Señor profesor -dijo aquel hombre extraño-, excusará usted el descuido con que le recibo y el desorden que reina en este salón.
-Señor -respondí-, sin que trate de saber quién es usted, ¿puedo reconocer en usted un artista?
-Un aficionado, nada más, señor. En otro tiempo gustaba yo de coleccionar estas bellas obras creadas por la mano del hombre. Era yo un ávido coleccionista, un infatigable buscador, y así pude reunir algunos objetos inapreciables. Estos son mis últimos recuerdos de esta tierra que ha muerto para mí. A mis ojos, sus artistas modernos ya son antiguos, ya tienen dos o tres mil años de existencia, y los confundo en mi mente. Los maestros no tienen edad.
-¿Y estos músicos? -pregunté, mostrando unas partituras de Weber, de Rossini, de Mozart, de Beethoven, de Haydn, de Meyerbeer, de Herold, de Wagner, de Auber y de Gounod, y otras muchas, esparcidas sobre un piano órgano de grandes dimensiones, que ocupaba uno de los paneles del salón.
-Estos músicos -respondió el capitán Nemo -son contemporáneos de Orfeo, pues las diferencias cronológicas se borran en la memoria de los muertos, y yo estoy muerto, señor profesor, tan muerto como aquéllos de sus amigos que descansan a seis pies bajo tierra.
El capitán Nemo calló, como perdido en una profunda ensoñación. Le miré con una viva emoción, analizando en silencio los rasgos de su fisonomía. Apoyado en sus codos sobre una preciosa mesa de cerámica, él no me veía, parecía haber olvidado mi presencia.
Respeté su recogimiento y continué examinando las curiosidades que enriquecían el salón.
Además de las obras de arte, las curiosidades naturales ocupaban un lugar muy importante. Consistían principalmente en plantas, conchas y otras producciones del océano, que debían ser los hallazgos personales
del capitán Nemo. En medio del salón, un surtidor iluminado eléctricamente caía sobre un pilón formado por una sola tridacna. Esta concha, perteneciente al mayor de los moluscos acéfalos, con unos bordes delicadamente festoneados, medía una circunferencia de unos seis metros; excedía, pues, en dimensiones alas bellas tridacnas regaladas a Francisco I por la República de Venecia y de las que la iglesia de San Sulpicio, en París, ha hecho dos gigantescas pilas de agua bendita.
Ilustración de Henri Theophile Hildibrand

En torno al pilón, en elegantes vitrinas fijadas por armaduras de cobre, se hallaban, convenientemente clasificados y etiquetados, los más preciosos productos del mar que hubiera podido nunca contemplar un naturalista. Se comprenderá mi alegría de profesor. La división de los zoófitos ofrecía muy curiosos especímenes de sus dos grupos de pólipos y de equinodermos. En el primer grupo, había tubíporas; gorgonias dispuestas en abanico; esponjas suaves de Siria; ¡sinos de las Molucas; pennátulas; una virgularia admirable de los mares de Noruega; ombelularias variadas; los alcionarios; toda una serie de esas madréporas que mi maestro Milne Edwards ha clasificado tan sagazmente en secciones y entre las que distinguí las adorables fiabelinas; las oculinas de la isla Borbón; el «carro de Neptuno» de las Antillas; soberbias variedades de corales; en fin, todas las especies de esos curiosos pólipos cuya asamblea forma islas enteras que un día serán continentes Entre los equinodermos, notables por su espinosa envoltura, las asterias, estrellas de mar, pantacrinas, comátulas, asterófonos, erizos, holoturias, etc., representaban la colección completa de los individuos de este grupo.
Un conquiliólogo un poco nervioso se hubiera pasmado y vuelto loco de alegría ante otras vitrinas, más numerosas, en las que se hallaban clasificadas las muestras de la división de los moluscos. Vi una colección de un valor inestimable, para cuya descripción completa me falta tiempo. Por ello, y a título de memoria solamente, citaré el elegante martillo real del océano Índico, cuyas regulares manchas blancas destacaban vivamente sobre el fondo rojo y marrón; un espóndilo imperial de vivos colores, todo erizado de espinas, raro espécimen en los museos europeos y cuyo valor estimé en unos veinte mil francos; un martillo común de los mares de la Nueva Holanda, de difícil obtención pese a su nombre; berberechos exóticos del Senegal, frágiles conchas blancas bivalvas que un soplo destruiría como una pompa de jabón; algunas variedades de las regaderas de Java, especie de tubos calcáreos festoneados de repliegues foliáceos, muy buscados por los aficionados; toda una serie de trocos, unos de color amarillento verdoso, pescados en los mares de América, y otros, de un marrón rojizo, habitantes de los mares de Nueva Holanda, o procedentes del golfo de México y notables por su concha imbricada; esteléridos hallados en los mares australes, y, por
último, el más raro de todos, el magnífico espolón de Nueva Zelanda; admirables tellinas sulfuradas, preciosas especies de citereas y de venus; el botón trencillado de las costas de Tranquebar; el turbo marmóreo de nácar resplandeciente; los papagayos verdes de los mares de China; el cono casi desconocido del género Coenodulli; todas las variedades de porcelanas que sirven de moneda en la India y en África; la «Gloria del mar», la más preciosa concha de las Indias orientales; en fin, litorinas, delfinulas, turritelas, jantinas, óvulas, volutas, olivas, mitras, cascos, púrpuras, bucínidos, arpas, rocas, tritones, ceritios, husos, estrombos, pteróceras, patelas, hiálicos, cleodoras, conchas tan finas como delicadas que la ciencia ha bautizado con sus nombres más encantadores. Aparte en -vitrinas especiales había sartas de perlas de la mayor belleza a las que la luz eléctrica arrancaba destellos de fuego; perlas rosas extraídas de las ostras peñas del mar Rojo; perlas verdes del hialótide iris; perlas amarillas, azules, negras; curiosos productos de los diferentes moluscos de todos los océanos y de algunas ostras del Norte, y, en fin, varios especímenes de un precio incalculable, destilados por las más raras pintadinas. Algunas de aquellas perlas sobrepasaban el tamaño de un huevo de paloma, y valían tanto o más que la que vendió por tres millones el viajero Tabernier al sha de Persia o que la del imán de Mascate, que yo creía sin rival en el mundo.
Imposible hubiera sido cifrar el valor de esas colecciones. El capitán Nemo había debido gastar millones para adquirir tales especímenes. Estaba preguntándome yo cuál sería el alcance de una fortuna que permitía satisfacer tales caprichos de coleccionista, cuando el capitán interrumpió el curso de mi pensamiento.
-Lo veo muy interesado por mis conchas, señor profesor, y lo comprendo, puesto que es usted naturalista. Pero para mí tienen además un encanto especial, puesto que las he cogido todas con mis propias manos, sin que un solo mar del globo haya escapado a mi búsqueda.
-Comprendo, capitán, comprendo la alegría de pasearse en medio de tales riquezas. Es usted de los que han hecho por sí mismos sus tesoros. No hay en toda Europa un museo que posea una semejante colección de productos del océano. Pero si agoto aquí mi capacidad de admiración ante estas colecciones, ¿qué me quedará para el barco que las transporta? No quiero conocer secretos que le pertenecen, pero, sin embargo, confieso que este Nautilus, la fuerza motriz que encierra, los aparatos que permiten su maniobrabilidad, el poderoso agente que lo anima, todo eso excita mi curiosidad... Veo en los muros de este salón instrumentos suspendidos cuyo uso me es desconocido. ¿Puedo saber...?...
-Señor Aronnax, ya le dije que sería usted libre a bordo, y consecuentemente, ninguna parte del Nautilus le está prohibida. Puede usted visitarlo detenidamente, y es para mí un placer ser su cicerone.
-No sé cómo agradecérselo, señor, pero no quiero abusar de su amabilidad. Únicamente le preguntaré acerca de la finalidad de estos instrumentos de física.
-Señor profesor, esos instrumentos están también en mi camarote, y es allí donde tendré el placer de explicarle su empleo. Pero antes voy a mostrarle el camarote que se le ha reservado. Debe usted saber cómo va a estar instalado a bordo del Nautilus.
Seguí al capitán Nemo, quien, por una de las puertas practicadas en los paneles del salón, me hizo volver al corredor del barco. Me condujo hacia adelante y me mostró no un camarote sino una verdadera habitación, elegantemente amueblada, con lecho y tocador.
Di las gracias a mi huésped.
-Su camarote es contiguo al mío -me dijo, al tiempo que abría una puerta-. Y el mío da al salón del que acabamos de salir.
Entré en el camarote del capitán, que tenía un aspecto severo, casi cenobial. Una cama de hierro, una mesa de trabajo y una cómoda de tocador componían todo el mobiliario, reducido a lo estrictamente necesario.
El capitán Nemo me mostró una silla.
-Siéntese, por favor.
 Me senté y él tomó la palabra en los términos que siguen.

[El texto está tomado de iesmh.edu.gva.es. Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported //creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/mm]


domingo, 10 de mayo de 2015

"En las mañanicas...", de Lope de Vega




      En las mañanicas
del mes de mayo
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.
     En las mañanicas,
como son frescas,
cubren ruiseñores
las alamedas.
    Ríense las fuentes
tirando perlas
a las florecillas
que están más cerca.  
    Vístense las plantas
de varias sedas,
que sacar colores
poco les cuesta.
    Los campos alegran
tapetes varios,
cantan los ruiseñores
retumba el campo.


              (Lope de Vega)
   
Extraordinario ejemplo de  lirismo y dominio técnico es esta letrilla de Lope de Vega (1562-1635), poema inspirado en la lírica popular que el pueblo cantaba en sus celebraciones. Incluida en la comedia El robo de Diana, es una maya (canción de mayo), composición que celebra el renacer de la naturaleza con la llegada de la primavera, y con ella, el gozo de la vida.

domingo, 3 de mayo de 2015

"La mujer de Lot", de Anna Ajmátova



                              LA MUJER DE LOT *

Entonces la mujer de Lot miró
 atrás, a espaldas de él,  y se 
volvió estatua  de sal.

Libro del Génesis

Y siguió el hombre justo al enviado de Dios,
grande y resplandeciente, por la montaña negra.
En tanto,  una voz penetrante urgía  a la mujer:
no es demasiado tarde, aún puedes mirar.

Mira las torres rojas de tu Sodoma natal, la plaza
en que cantaste, el patio donde  hilabas, de la casa
en lo alto, las  ventanas vacías, la  casa en que tus hijos
nacieron, fruto de unión feliz.

Una  mirada sólo. Y helados en un  dolor de muerte
ya no pudieron mirar más  sus ojos.
Sal transparente se tornó el cuerpo todo
y las  piernas ligeras  en la tierra arraigaron.

¿Y a  esta mujer nadie la llorará? 
¿Es figura anodina para ocuparse de ella?
Pero  mi corazón no olvida
a la que dio la vida por una mirada.


          De Anno Domini MCMXXI (1922).  Incluido en Anna Ajmátova y
Marina Tsvetáieva, El canto y la ceniza. Antología poética. Trad. y selec. de
Monika Zgustova y Olvido García Valdés. Galaxia Gutenberg/ Círculo de
Lectores, 2005, pág. 117

La poeta rusa Anna Andréievna Gorenko nació el 23 de junio de 1889 en Bolshói Fontán (Fuente Grande), cerca de la ciudad de Odessa.  Hija de un ingeniero de la flota naval, tomó de su bisabuela materna, la princesa tártara Ajmátova, el apellido con el que es conocida. Se crió en Zárskoie Sieló (La Villa del Zar), la actual Pushkin; estudió latín e historia en Kiev, y en San Petersburgo (después Petrogrado y más tarde Leningrado), donde pasó gran parte de su vida, asistió a los "Cursos Superiores de Historia Literaria".  

En 1910 contrae matrimonio con Nikolái Gumiliov, brillante crítico y líder del movimiento acmeísta, que, surgido en 1912, se opone a la supuesta vaguedad del simbolismo poético y propugna un retorno a la sobriedad clásica, a la precisión en el significado, a la exaltación de la belleza y al predominio de lo cotidiano. "Escribir con palabras claras sobre asuntos reales" es su ideal. De este movimiento formarán parte la propia Ajmátova y Ósip Mandelstam, entre otros. Con su esposo viaja a Italia y  París, donde conoce a Modigliani,  quien, convertido después en su amante, la retrata en varios dibujos.

En 1912 nace su único hijo, Lev, y publica su primer libro de poemas, La noche (o La tarde), al que seguirán El rosario (1914, que tuvo diez ediciones en diez años y la consagró como una de las voces más importantes de la poesía rusa) y Bandada blanca (1917). Estas obras pertenecen a su primera etapa (1912-1922), son obras intimistas en las que predomina la temática amorosa y  expresan un concepto del amor moderno, no idealizado, y también muestran ya la tendencia a intercalar fragmentos de otros poemas. Sin embargo, la poesía de Ajmátova cambió sensiblemente  a partir de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución rusa de 1917.
 
La escritora, que en 1922 se había proclamado la voz de Rusia ("Soy vuestra voz"), guarda
Ajmátova retratada por Nathan Altman en 1914
silencio  durante trece años: desde 1922, año de publicación de Anno Domini MCMXXI, hasta 1935, cuando empieza a escribir Réquiem. En estos años comienza para Ajmátova un periodo de marginación y enorme sufrimiento: Gumiliov, su primer marido, es fusilado; su hijo fue encarcelado intermitentemente durante dos décadas y pasó años en los campos de trabajo; el historiador del arte Nikolái Punin, pareja de la autora en los años treinta, fue arrestado; su amigo, el poeta Mandelstam, muere también en los campos;  se prohíbe la publicación de los poemas de Ajmátova (entre 1923 y 1940, y de nuevo en 1946), y su nombre fue excluido de la Unión de Escritores Soviéticos. Además de la represión estalinista, padeció también las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y el bloqueo nazi a la ciudad de Leningrado. La escritora es evacuada en 1941 a la lejana Tashkent, en Asia central, y cuando regresa en 1944, encuentra una ciudad en ruinas.

No obstante, será la detención de su hijo y la necesidad de dar cuenta de la terrible realidad de su país lo que la impulse a escribir de nuevo. En 1935 le recita a Mandelstam, ya encarcelado, "De madrugada vinieron a buscarte", el primer fragmento escrito para  Réquiem, poema compuesto en su mayor parte entre 1939 y 1940. Con Réquiem comienza su etapa de madurez, a la que pertenecen también Poema sin héroe; sus ciclos poéticos ("Cinque", "Escaramujo en flor", "Versos de medianoche", "Elegía del norte"...), y otros poemas breves.  

Réquiem (publicado por primera vez en Múnich en 1962) es un profundo lamento que expresa el dolor personal y colectivo, un monumento literario al sufrimiento del pueblo ruso bajo la opresión política. El poema, que no verá la luz en Rusia hasta 1989,  fue conservado en la memoria de la autora y de varias personas de  su total confianza pues, por temor a represalias, rompió este y otros manuscritos. 

En cuanto a Poema sin héroe, en el que trabajó durante los últimos veinte años de su vida, es una crónica poética de la cultura rusa de la modernidad. El fragmentarismo, la pluralidad de voces líricas y la intertextualidad (incluye referencias tanto de la literatura rusa como de la escrita en otras lenguas, así como fragmentos de la propia autora pertenecientes a distintas épocas) caracterizan este texto en el que la escritora evoca su vida pasada en el San Petersburgo de la época modernista, reconstruye el asedio alemán de la ciudad y el desplazamiento de los evacuados.

En sus últimos años, Ajmátova gozó del reconocimiento internacional: en 1964 recibió en Italia el Premio Internacional de Poesía Etna-Taormina, y al año siguiente, en Gran Bretaña, fue nombrada Doctor Honoris Causa por la Universidad de Oxford. Falleció en Moscú el 5 de marzo de 1966 a consecuencia de un infarto. Su cuerpo, trasladado a Leningrado, fue velado en la iglesia de San Nicolás del Mar y recibió sepultura en el cementerio de la aldea de Komarovo. 

En 1989, con motivo del centenario del nacimiento de la autora, se inauguró el Museo Anna Ajmátova, en un ala de la Casa del Fontanka (palacio de Sheremétiev),  donde la escritora vivió casi treinta años (1922-1952) y donde escribió Poema sin héroe.
    
    
Dibujo de Ajmátova realizado por Modigliani que la autora incluyó en La carrera del tiempo (1965)




Ajmátova, considerada la mejor poeta en lengua rusa del siglo XX,  se convirtió en la musa de la llamada Edad de Plata de la literatura de su país. El mito de Ajmátova, a cuyo nacimiento contribuyó sin duda su extraña belleza y su magnetismo,  fue alimentado por la escritora a lo largo de su vida, por su vida amorosa (especialmente por la relación con su primer marido y su amor por el pensador Isaiah Berlin -entonces representante diplomático del Reino Unido en la Unión Soviética-, quien la visitó en 1945 y en enero de 1946)  y por los numerosos artistas que la retrataron y los poetas que le escribieron versos. El poeta de origen ruso Joseph  Brodsky (1940-1996), que la conoció en 1961, cuando él tenía 21 años, dijo  sobre ella:
Su sola mirada te cortaba el aliento. Alta, de pelo oscuro, morena, esbelta y ágil, con los ojos verdosos de un tigre polar,  durante medio siglo la ha dibujado, pintado, esculpido en yeso y mármol, fotografiado un sinnúmero de personas, empezando por  Modigliani. Los versos dedicados a ella formarían más volúmenes que su obra entera.

Sala del museo Anna  Ajmátova

*Lot, sobrino de Abraham, pasó a residir en la ciudad de Sodoma. En el capítulo 18 del Génesis, Dios revela a Abraham que una lluvia de fuego y azufre destruirá la ciudad de Sodoma a causa del pecado de sus habitantes,  y solo el justo Lot y su familia se salvarán. En el capítulo 19, Yahvé envía dos ángeles a la ciudad para advertir a Lot de que va a ser destruida. Este escapa con su esposa y sus dos hijas, pero en su huida, la mujer (desobedeciendo la prohibición de los mensajeros divinos) se  vuelve para mirar a la ciudad y queda convertida en columna de sal.
   ¿Por qué miró atrás la mujer de Lot? Nada se dice al respecto en el Génesis. ¿ Fue simple curiosidad o su amor hacia los bienes materiales que dejaba en la ciudad, como parece indicar la advertencia de Lc. 17:31, lo que le hizo volver la cabeza? Wislawa Szymborska y Amalia Bautista abordan esta cuestión en sendos poemas:

LA MUJER DE LOT // Dicen que miré hacia atrás por curiosidad./ Pero, además de la curiosidad, pude tener otros motivos./ Miré hacia atrás apenada por mi escudilla de plata./ Por descuido, al atarme una sandalia./ Para dejar de ver la nuca justiciera/de mi esposo, Lot./ Por la súbita convicción de que si caía muerta / él ni siquiera se detendría./ Por desobediencia propia de mansos./ Aguzando el oído a las señales de la persecución./ Intrigada por el silencio, con la esperanza de que Dios hubiera cambiado de idea.// Nuestras dos hijas desaparecían ya tras la colina./ Sentí en mí la vejez. Y la distancia./ La futilidad de una vida errante. La somnolencia./ Miré hacia atrás al dejar mi fardo en el suelo./ Miré hacia atrás por temor a dar un paso en falso./ En el sendero surgieron serpientes,/ arañas, ratones de campo y crías de buitre./ No eran buenos ni malos, simplemente cuanto vivía/ reptaba y saltaba presa del pánico gregario./ Miré hacia atrás por desamparo./ Por vergüenza de escabullirme a hurtadillas./ Por deseo de gritar, de volver./ O después de que se desencadenara el viento,/ me alborotara el pelo y me levantara las faldas del vestido./ Tuve la sensación de ser observada desde las murallas de Sodoma/ y de ser blanco de burlas y de sonoras carcajadas./ Miré hacia atrás por cólera./ Para regodearme en su destrucción./ Miré hacia atrás por la suma de motivos arriba mencionados./ Miré hacia atrás sin querer./ Un pedrusco se volvió gruñendo debajo de mi pie./ Un abismo me cortó de repente el camino./ Al borde del vacío, un hámster se levantaba sobre sus patas traseras./ Y fue entonces cuando ambos miramos hacia atrás.// No, no. Yo seguí corriendo,/ me arrastré y emprendí el vuelo/ hasta que del cielo cayeron las tinieblas,/ la grava hirviente y los pájaros muertos./ Di vueltas y más vueltas sobre mí misma, sin aliento./ Hubiera pensado, quien verme hubiere podido, que bailaba./ No es imposible que tuviera los ojos abiertos./ Quizá cayera de cara a la ciudad.
                             ( Wislawa Szymborska, de El gran número (1976), en Paisaje con grano de arena. Trad Jerzy Slawomirsky y Ana María Moix)


LA MUJER DE LOT // Nadie nos ha aclarado todavía / si la mujer de Lot fue convertida / en estatua de sal como castigo / a la curiosidad irrefrenable / y a la desobediencia solamente, / o si se dio la vuelta porque en medio / de todo aquel incendio pavoroso / ardía el corazón que más amaba.
(Amalia Bautista, La mujer de Lot y otros poemas, 1995)

Otros poemas sobre el mito de la mujer de Lot: "Mujer de Lot", de Mario Benedetti, y "Cual la mujer de Lot", de Juana de Ibarbourou.