EL BLOG DE LA BIBLIOTECA "IRENE VALLEJO" DEL IES GOYA DE ZARAGOZA


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domingo, 25 de agosto de 2013

"¿A un día de verano compararte?" (Shall I compare thee to a summer's day?), de W. Shakespeare

Pintura de Granville Redmond (1871-1935)




¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo
solar y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.

Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

                       (William Shakespeare. “Soneto XVIII”, en Poesía.
                       Versión de Manuel Mújica Láinez)

Versión original en inglés:

Shall I compare thee to a summer's day?
Thou art more lovely and more temperate:
Rough winds do shake the darling buds of May,
And summer's lease hath all too short a date:


Sometime too hot the eye of heaven shines,
And often is his gold complexion dimm'd;
And every fair from fair sometime declines,
By chance or nature's changing course untrimm'd;


But thy eternal summer shall not fade
Nor lose possession of that fair thou owest;
Nor shall Death brag thou wander'st in his shade,
When in eternal lines to time thou growest:


So long as men can breathe or eyes can see,
So long lives this and this gives life to thee.


                           (William Shakespeare, "Sonnet XVIII")



"Los ojos de mi amada", otro poema del autor en este blog:
http://elhacedordesuenos.blogspot.com.es/2011/02/poema-de-la-semana_13.html

sábado, 24 de agosto de 2013

Viaje literario a la isla de Zorba


“Este paisaje cretense se asemejaba, pensé entonces, a la buena prosa: bien cincelada, exenta de superfluas riquezas, potente y contenida. Expresaba lo esencial con los más sencillos medios. No se chanceaba, negábase a todo artificio. Decía cuanto había de decir, con viril austeridad. Pero entre las líneas severas se advertían una sensibilidad y una ternura imprevistas; en las hondonadas, los limoneros y los naranjos embalsamaban el aire, y, más allá, del infinito mar emanaba inagotable poesía.”

Así nos describe Nikos Kazantzakis su amada patria, Creta, en una de sus inmortales obras, Vida y hechos de Alexis Zorba. No será ésta  la única obra en la que Nikos Kazantzakis presente como escenario de las vivencias de sus personajes  los paisajes cretenses,  por ejemplo en  los cantos IV a VIII de su Odisea, Ulises se enfrenta en Creta  a su particular Laberinto, mito que influyó particularmente en la obra de Kazantzakis , hecho nada extraño si tenemos en cuenta que nació muy cerca del famoso Laberinto, el Palacio de Knossos.  En su Odisea, su obra más lograda, secuela moderna de la Odisea de Homero en la que a lo largo de sus 33.333 versos se compenetra de manera absoluta con la epopeya de Homero, logrando  transformar el paso de Ulises por la tierra en la más formidable metáfora del ser humano total, describe la llegada de Ulises a Creta de la siguiente manera: “A la diestra se extendía la amiga del sol, la isla de Creta, como un gran espinazo de fiera que salía entre las olas. (canto VIII 998-999).

Y es que el autor amaba profundamente su patria  y sabe como nadie dibujar con palabras la agreste sensualidad de sus contrastes. Creta, la isla más grande de Grecia, tiene una personalidad fascinante. Anexionada a Grecia hace apenas un siglo, en 1913, su condición de puente entre Occidente, Oriente y África y la presencia de grandes civilizaciones  han hecho que su territorio se asemeje a un telar, cuyos hilos han tejido una colorida alfombra con alma propia. Cuna de la primera cultura occidental, la cultura minoica (3.000-1400 a.C), por ella pasaron aqueos, dorios, fenicios, los macedonios de Alejandro Magno, romanos, bizantinos,  sarracenos, musulmanes andalusíes de Córdoba, venecianos, egipcios, otomanos y piratas tan famosos  como  Hızır bin Yakup, el apodado Barbarroja.

Su paisaje posee grandes contrastes, fértiles montañas pobladas de olivos, grandes llanuras, bosques de palmeras o pinos, abismos sobre el mar, gargantas profundas como la de Samariá, cuevas misteriosas, cuna de Dioses, playas de arena dorada y aguas cristalinas, todo ello debido a su particular clima,  y lo más importante, una gente hospitalaria y amante de la buena mesa.

Kazantzakis en su Carta al Greco, otro ilustre cretense por ciertonos dice de sí mismo: “mi cerebro es occidental, el impulso de mi empuje hacia arriba es oriental y mi corazón africano”. Esta descripción que hace de sí mismo bien podría servir para comprender la particular idiosincrasia del pueblo cretense.

Algunos paisajes cretenses:

Garganta de Samariá

Garganta de Samariá

Garganta de Samariá

Gambrousa

Elafonisi

Iglesia bizantina en Fodele

Tumbas romanas en Mátala



Escenarios cretenses  relacionados con la novela Vida y hechos de Alexis Zorba y con su autor,  Nikos Kazantzakis:

(Para la sinopsis, comentario y referencias del autor ver el artículo de este blog en la sección  Actividades organizadas por la biblioteca, con fecha de 29 de enero de 2013: http://elhacedordesuenos.blogspot.com.es/2013/01/alexis-zorba-el-griego.html)

 Creta es el escenario donde Kazantzakis sitúa las vivencias de sus dos protagonistas, después de conocerse en el puerto del Pireo. Creta  es el lugar donde se produce  lentamente la conversión del joven   jefe a la filosofía zorbaniana.
 Nuestros dos protagonistas recalan en primer lugar en Heraclion, patria del autor y capital de Creta.
Los invasores árabes provenientes de Andalucía, que fundaron el emirato de Creta, trasladaron en la década de 820 la capital de la isla, Gortina, a lo que era un castillo llamado rabḍ al-ḫandaq "Castillo del foso". Este fue helenizado como Χάνδαξ o Χάνδακας y latinizado  como Candia, nombre que se mantuvo en otras lenguas europeas.
Así, Candía fue el nombre que recibió toda la isla de Creta y la ciudad en sí desde que fue ocupada por los venecianos (siglo XIII)  hasta inicios del siglo XX.
Tras la reconquista bizantina, la ciudad fue conocida localmente como Megalo Kastro o Castro (Castillo Grande) y sus habitantes fueron llamados kastrinoi o castrini, los habitantes del castillo.
El antiguo nombre de Ηράκλειον fue revivido en el siglo XIX y deriva del nombre del cercano puerto romano de Heracleum ("ciudad de Heracles"), cuya ubicación exacta se desconoce.
Fuente de los leones (Heraclion)

Fortaleza veneciana (Heraclion)


En Heraclion  fue enterrado Nikos Kazantzakis  después de morir de leucemia en  Alemania en 1957. Sus restos son devueltos a su Creta natal, donde la Iglesia Ortodoxa Griega se niega a darles sepultura en un cementerio, para indignación de sus seres queridos y admiradores. En el sur del casco histórico, en una de las torres de la antigua muralla se encuentra su tumba, una tumba sencilla, como corresponde a la personalidad del personaje, y sin nombre. Llama la atención la tosca cruz de madera  que finalmente consiguieron colocar junto a la misma y cabe preguntarse qué habría dicho Kazantzakis al respecto, aunque seguramente él estaba por encima de estas menudencias. En la parte posterior de la lápida y sobre cemento aparece grabado el epitafio que él mismo deseó tener en su tumba:

Δεν ελπίζω τίποτα. Δε φοβάμαι τίποτα. Είμαι λέφτερος

No espero nada. No temo nada. Soy libre

Versos sacados de su Odisea y que resumen su filosofía.

Tumba de Nikos Kazanzakis (Heraclion)

Epitafio en la tumba de Nikos Kazantzakis

  Entierro de Nikos Kazantzakis (en griego)

A 15 kilómetros de Heraclion, en el pueblo antiguamente lamado Barbari y hoy Myrtiá, se encuentra el Museo Nikos Kazantzakis, en el lugar que ocupaba la casa paterna del autor. En él se recogen objetos personales, manuscritos del autor, las primeras traducciones de sus obras en varios idiomas y obras de otros autores con los que tuvo relación a lo largo de su vida. En la confección de la colección que se exhibe en el museo participó su última esposa, Helena Kazantzakis.

Museo de Nikos Kazantzakis

Estatua de San Francisco de Asís, en referencia
a la novela de Kazantzakis El pobre de Asís


Vídeo sobre el Museo de Nikos Kazantzakis

 Otra ciudad nombrada en la obra es La Canea, la actual Chaniá. En ella Zorba se gasta el dinero de su jefe en juergas con la prostituta Lola.

  Chaniá, también conocida como La Canea, es una de las ciudades más interesantes y hermosas de Creta. Situada sobre el antiguo asentamiento minoico de Kydonia, fue habitada desde la época neolítica y, después de la destrucción de Knossos, se convirtió en el centro neurálgico de la isla de Creta. Con la llegada de los árabes, la ciudad vivió un periodo de decadencia, pero con la llegada de los venecianos, La Canea floreció y se convirtió en la “Venecia del Este”. Los turcos ocuparon más tarde la ciudad durante 250 años, desde 1646 a 1898. Más tarde, Chaniá fue la capital de la isla hasta 1971, y hoy en día es la segunda mayor ciudad de Creta, después de Heraclion. 

Situada a los pies de los Lefta Ori (montaña Blancas), dispone de un pintoresco puerto, y un entramado de calles que forman una ciudad salpicada por edificios venecianos, fortificaciones (sobre todo alrededor del puerto),  vestigios de la época otomana y un hermosos faro, recuerdo de su ocupación egipcia.


Puerto veneciano de Chaniá

Puerto veneciano de Chaniá
con las montañas Blancas de fondo

Calle del casco histórico de Chaniá

La mezquita de los Jenízaros

Faro egipcio

 Salvo Heraclio y La Canea, Kazantzakis da pocos datos geográficos de los lugares donde sitúa sus escenas, pero por las descripciones que hace nos hemos aventurado a situar algunos de ellos.Cerca de La Canea (Chaniá), estaría la playa junto a la cual se situaba la cabaña donde viven los protagonistas y las minas de lignito que intentan explotar.

Playa cercana a Chaniá, donde se rodó
parte de la película Zorba el Griego






 
El monasterio donde vive el padre Zaharia bien podría ser el monasterio de Agia Triada, a 15 kilómetros de Chaniá.
Monasterio de Agia Triada
 
Y el pueblo donde viven la viuda, doña Hortensia, y el viejo Anagnosti podría ser cualquiera de los pequeños pueblos cercanos a Chaniá y que hoy se han convertido en centros vacacionales, atestados de turistas.
Calle de pueblo típico cretense


 Otras obras que tienen como escenario la isla de Creta:


Aunque son muchas las obras, tanto de ficción como históricas, que tienen como escenario principal o secundario la isla de Creta, voy a comentar otras dos cuyo contenido me parece especialmente interesante para aquel que quiera conocer un poco más sobre la historia moderna de la isla.
La primera es una narración histórica de la toma de Creta por las tropas hitlerinas durante la Segunda Guerra mundial. El propio Nikos Kazantzakis tuvo que vivir esta amarga experiencia y fruto de aquellos durísimos años de ocupación fue la obra anteriormente citada, Vida y hechos de Alexis Zorba, pues la redactó durante la ocupación alemana, publicándola en 1946, en plena ocupación alemana. La obra se titula La batalla de Creta y es obra del autor británico Antony Beevor (2006, Editorial Crítica).

Sinopsis:


En mayo de 1941, tras la invasión de Grecia y Yugoslavia, Hitler ordenó la ocupación de Creta, la isla más meridional del Egeo, para culminar la campaña del Mediterráneo oriental y proteger los yacimientos de petróleo rumanos de la amenaza de los bombardeos aliados. Los nazis lanzaron un espectacular despliegue aerotransportado sobre Creta en el que intervinieron 500 aviones de transporte y, por lo menos, otros tantos entre bombarderos y cazas, constituyendo la única conquista exclusivamente por aire de un territorio en la historia militar. Los ingleses no consiguieron rechazar la invasión y la caída de Creta supuso una de las inflexiones más críticas de la segunda guerra mundial porque privó a los aliados de una base fundamental y permitió a los alemanes proteger su flanco sur para iniciar la invasión de la Unión Soviética. Antony Beevor nos ofrece en este libro el estudio más documentado y brillante que existe tanto sobre la batalla como sobre la épica resistencia del pueblo de Creta contra el invasor alemán.



 El autor: Antony Beevor, hijo de una familia de escritores, estudió en el Winchester College y en la Real Academia de Sandhurst. Es miembro del comité de la Biblioteca de Londres y profesor invitado de las cátedras de Historia, Ciencias de la Antigüedad y arqueología de la Universidad Birkbeck de Londres. Su obra es fundamentalmente histórica, aunque también ha escrito novela de ficción histórica. Se caracteriza por su forma amena de narrar los hechos lo que hace que la lectura de sus obras sea fácil, sin menoscabo de describir situaciones de gran dureza y dramatismo. Como militar que fue del Ejercito Británico, tuvo acceso a datos reservados de la Segunda Guerra Mundial, que le permitieron describir con minuciosidad hechos con los que documentó sus libros sobre batallas importantes de este periodo. Algunas de sus obras: Berlín la caída, 1945; Stalingrado; El día D. la batalla de Normandía.

La geografía cretense está jalonada de las tristes cicatrices que dejó esta parte de su historia, pues a los dos cementerios militares, uno alemán cerca del pueblo de Maleme y otro británico y neozelandés en Suda (ambos cerca de Chaniá), hay que añadir los múltiples monumentos en muchos de sus pueblos y ciudades que recuerdan los numerosos hombres, mujeres y niños asesinados por la barbarie nazi, y todavía puedes conocer a ancianos que recuerdan cómo los alemanes invadieron sus pueblos, siendo ellos niños.
Cementerio alemán en Maleme

Cementerio aliado en Suda
  

La segunda novela tiene como título La isla  y es obra de otra autora británica, Victoria Hislop (Debolsillo, 20013). Esta novela  tiene como escenario Spinalonga, pequeña isla situada en el golfo de Elounda, en la costa noreste de Creta.
Breve historia de Spinalonga:
En 1578 los venecianos encargaron al ingeniero Genese Bressani planificar las fortificaciones de la isla, para defender el golfo de Elounda de posibles ataques enemigos.
En 1715, los turcos otomanos capturaron Spinalonga tomando el control de la fortaleza veneciana y eliminando el último trazo de presencia militar italiana de la isla de Creta.
Fue uno de los últimos refugios de familias otomanas en Creta después del estallido de la Revolución, viviendo en Spinalonga hasta 1903. Posteriormente la isla fue utilizada como lazareto o leprosería desde 1903 hasta 1957. Fue una de las últimas colonias de leprosos que funcionaron en Europa. El último habitante fue un sacerdote, quien partió de la isla en 1962.
         
Sinopsis: 

Alexis, joven arqueóloga británica de origen griego, decide viajar a Grecia para desentrañar la misteriosa historia de su familia que jamás se han atrevido a contarle. Antes de partir, su madre le da una carta para que la lleve a una vieja amiga, prometiéndole que le ayudará a desvelar los acontecimientos que marcaron a la familia, empezando por el horrible destino de su bisabuela Eleni, condenada al exilio en la Isla de Spinalonga tras haber contraído la lepra en 1939. Sus dos hijas, Anna y María, protagonizaron una trama de fascinantes amores e infidelidades que, junto a las intrigas familiares y los sentimientos de repulsa que provoca la lepra, permitirán a Alexis descubrir los terribles secretos que su madre, Sofía, le ha ocultado durante tantos años. Una familia, en fin, destrozada por la tragedia, los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y las pasiones amorosas.

Lo más interesante de esta novela es el hecho de que  Victoria Hislop ha conseguido hacer ver qué era lo que pensaban sobre ellos mismos los enfermos de lepra, puesto que en aquellos años tenerla era sinónimo de muerte. Los síntomas, el proceso y cómo la medicina quiere encontrar, no sólo medidas paliativas para que no sufran los más enfermos, sino una cura; todo ello es recogido en esta novela y tratado con mucho cuidado.   

La autora: Escritora y periodista inglesa, Victoria Hislop es conocida principalmente por el éxito de su primera novela, La isla (2005) que se convirtió en un superventas, siendo adaptada a la televisión y vendiendo más de un millón de ejemplares. En 2013 se publicó su tercera novela traducida al castellano, Los hilos de la memoria
Hoy Spinalonga se ha convertido en un destino obligado para aquellos que visitan esta parte de la isla. A partir de la publicación de esta novela por la que su autora recibió el premio Galaxy British Book a la mejor novelista debutante en 2007, con un éxito fulgurante de ventas en  Reino Unido, Grecia y otros países y el éxito de la serie de televisión griega basada en dicha novela y considerada por muchos la mejor serie de televisión griega de todos los tiempos, Spinalonga atrae  a miles de turistas que quieren descubrir en sus calles desiertas el recuerdo de aquellas personas que, a pesar de su terrible destino, nunca cayeron  presas del desánimo.

Calle de Spinalonga

 
Spinalonga




                         Mercedes Ortiz, profesora del IES Goya

miércoles, 21 de agosto de 2013

Eduardo Galeano: "El libro de los abrazos"




Celebración de la fantasía

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
   Súbitamente,  se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
   Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
     -Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo.
     -¿Y anda bien? -le pregunté.
     -Atrasa un poco -reconoció.

Los nadies

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
   Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
   Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
   Que no son, aunque sean.
   Que no hablan idiomas, sino dialectos.
   Que no profesan religiones, sino supersticiones.
   Que no hacen arte, sino artesanía.
   Que no practican cultura, sino folklore.
   Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
   Que no tienen cara, sino brazos.
   Que no tienen nombre, sino número.
   Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
   Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Dicen las paredes / 2

En Buenos Aires, en el puente de La Boca:
     Todos prometen y nadie cumple. Vote por nadie.
     En Caracas, en tiempos de crisis, a la entrada de uno de los barrios más pobres:
     Bienvenida, clase media.
     En Bogotá, a la vuelta de la Universidad Nacional:
     Dios vive.
     Y debajo, con otra letra:
     De puro milagro.
     Y también en Bogotá:
     ¡Proletarios de todos los países, uníos!
     Y debajo, con otra letra:
     (Último aviso.)

(De El libro de los abrazos, Siglo XXI, 2009)

Eduardo Galeano (teleSUR)


Eduardo Galeano (Montevideo, 1940) es periodista y escritor uruguayo, además de lúcido e incisivo crítico, muy comprometido políticamente. Comenzó su carrera como periodista en la prestigiosa revista Marcha, de la que fue redactor jefe (1960-1964). Durante dos años dirigió el diario Época, y fue director del departamento de publicaciones de la Universidad de la República desde 1964,  pero el golpe militar le obligó a exiliarse a Argentina en 1973. En este país fundó la revista literaria Crisis hasta que en 1976 el golpe militar del general Videla le obligó a emigrar España, donde residió hasta que la caída de la dictadura le permitió regresar a su país en 1985. 

Comenzó escribiendo reportajes políticos: China (1964), Crónica de un desafío (1964), Guatemala, un país ocupado (1967). En 1971 publicó una de sus obras más elogiadas, Las venas abiertas de América Latina, denuncia implacable de las injusticias que han asolado históricamente esa parte del continente. El tema latinoamericano también está presente en su producción más narrativa: la novela breve Los días siguientes (1963), el libro de relatos Vagamundo (1973), la novela sobre el exilio La canción de nosotros (1975, Premio Casa de las Américas), Días y noches de amor y de guerra (1978), crónica de las dictaduras de Argentina y Uruguay; la trilogía Memoria del fuego, formada por Los nacimientos (1982), Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986), y El libro de los abrazos (1989), uno de sus libros más exitosos.

Actualización:
Eduardo Galeano falleció en Montevideo el 13 de abril de 2015.

domingo, 18 de agosto de 2013

"De qué callada manera", de Nicolás Guillén


Pintura de Herbert J. Draper (1863-1920)

CANCIÓN


¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

Y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No soy tanto.)

En cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(Yo, muriendo.)

(Nicolás Guillén, La rueda dentada, 1972) 

Nicolás GUILLÉN, poeta, periodista y activista cubano (Camagüey, 1902-La Habana, 1989), considerado el principal representante de la poesía afro-antillana y el poeta nacional de Cuba. Dirigió la revista literaria Mediodía entre 1937 y 1938. Militó en el partido comunista desde 1937, por lo que se vio obligado a exiliarse en España y Francia hasta el triunfo de la revolución cubana en 1959. A su regreso, presidió la Unión de escritores y artistas. En 1955 le fue concedido el premio Lenin de la Paz. Su producción poética se aleja del modernismo y conjuga  el negrismo con la poesía social. En la primera vertiente, muy musical, introduce el son y otros ritmos afrocubanos en la poesía culta; en ella destacan obras como Motivos del son (1930), Sóngoro Cosongo (1931), West Indies Lid (1934) y El son entero (1947). De su poesía social destacan: Cantos para soldados y sones para turistas (1937), La paloma de vuelo popular (1958) y Por el mar de las Antillas anda un barco de papel (1977). Algunas de sus composiciones han sido musicadas e interpretadas por el grupo Quilapayún o el cantautor cubano Pablo Milanés, entre otros.

-Del mismo autor puedes leer "En el invierno de París": AQUÍ.




viernes, 16 de agosto de 2013

La ría de Vigo, el mar de las cantigas

Vista de la ría, con las bateas, desde Cangas./ Foto: Josefina López

La ría de Vigo (en la provincia de Pontevedra), con el archipiélago de  las islas Cíes en su boca y  con el estrecho de Rande que la divide en dos zonas, una de las cuales forma una tranquila ensenada en la que emerge la isla de San Simón (unida a la de San Antón por un puente), es para muchos  la más hermosa de las rías Baixas gallegas. Pero  se trata, además, de  un lugar estrechamente vinculado a la literatura pues no son pocos los escritores que la han elegido como motivo o escenario de sus obras.


El mar de Vigo aparece ligado a los orígenes de la lírica galaica, ya que naturales de esta zona eran algunos de los trovadores y juglares medievales autores de  “cantigas de amigo”, en las que la naturaleza es interlocutor y escenario de las penas de amor.  Así, Martín Codax, juglar que llegó a trovador cortesano y que ha dado nombre a uno de los más afamados vinos “alvariños”, habla en todas sus cantigas marineras, de entre mediados del siglo XIII y comienzos del XIV,  de la ría de Vigo. En una de ellas, una joven que espera impaciente a su amigo, se dirige a las ondas del mar para preguntarles por él: “Ondas do mar de Vigo, /¿se vistes meu amigo / e —¡ay Deus— se verrá cedo?”; en otra, una muchacha pide a su hermana que la acompañe a la iglesia de Vigo, donde está el mar agitado, para ver las olas: “Mia irmana fremosa, ¿treides comigo / a la igrexa de Vigo, u é o mar salido / e miraremolas ondas?”, y  en la ermita de la isla de San Simón, frente a Redondela, se encuentra esperando a su amigo la joven que se expresa en la única cantiga conservada de Mendhinho (o Mendiño), juglar a quien se cree originario de Redondela o Vigo:

            Sediame na ermida de San Simón
           e cercaronmi as ondas, que grandes son:
              ¡eu atendendo o meu amigo,
              eu atendendo o meu amigo!
           Estando na ermida ante o altar,
           e cercarommi as ondas grandes  do mar;
             ¡eu atendendo o meu amigo,
             eu atendendo o meu amigo!
          E cercaronmi as ondas, que grandes son;
          non ei barqueiro nen remador;
             ¡eu atendendo o meu amigo,
             eu atendendo o meu amigo!
          E cercaronmi as ondas do alto mar;
          non ei barqueiro nen sei remar;
             ¡eu atendendo o meu amigo,
             eu atendendo o meu amigo!
          Non hei barqueiro nen remador,
          morrerei fremosa no mar maior;
             ¡eu atendendo o meu amigo,
             eu atendendo o meu amigo!
          Non ei barqueiro nen sei remar;
          morrerei fremosa no alto mar;
             ¡eu atendendo o meu amigo,
             eu atendendo o meu amigo!*

*Estaba yo en la ermita de San Simón / y me cercaron las olas que grandes  son; / ¡yo [estaba] esperando a mi amigo, / yo [estaba] esperando a mi amigo! // Estando en la ermita ante el altar / me cercaron las olas grandes del mar; /¡yo [estaba] esperando a mi amigo, / yo[estaba] esperando a mi amigo!// Y cercáronme las olas que grandes son; / no hay allí barquero ni remero; / ¡yo [estaba] esperando a mi amigo, / yo [estaba] esperando a mi amigo!//  Y me rodearon las olas del alto mar; / no hay allí barquero ni sé remar; / ¡yo  [estaba] esperando a mi amigo, / yo [estaba] esperando a mi amigo! // No hay allí barquero ni remero; / moriré hermosa en el mar mayor; / ¡yo  [estaba] esperando a mi amigo, / yo [estaba] esperando a mi amigo! // No hay allí barquero ni sé remar; / moriré hermosa  en el alto mar; ¡yo  [estaba] esperando a mi amigo, / yo [estaba] esperando a mi amigo!
Monumento a los cantores de la ría, en Vigo
Vigo  recuerda a los cantores, poetas y trovadores de la ría (A Martín Codax, Mendiño, Pero Meogo y Paio Gómez Chariño) en un monumento inaugurado en 2006 (una ninfa, con la flauta de Pan, cabalgando sobre un dragón alado),  levantado en el paseo de Alfonso XII, junto a uno de los miradores de la ciudad.

Isla de San Simón, unida a la de San  Antón por un puente
Precisamente, con la cantiga de Mendiño se abre la novela Erec y Enide (2002), de Manuel Vázquez Montalbán, pues el personaje de Julio Matasanz, catedrático de literatura medieval ya a punto de la jubilación, elige la isla de San Simón como marco  del  homenaje que se le tributa unos días antes de Navidad,  a raíz de habérsele concedido  el Premio Carlomagno. Allí  dictará su última lección magistral,  sobre el significado del relato medieval Erec y Enide, de Chretien de Troyes.
Tras observar, desde la ventana de su habitación del hotel Stella Maris, la singladura de las  lanchas que van desde el puerto de Cesantes al  de la isla, a la espera de que a bordo de una de ellas haga su aparición su amante Myrna, Matasanz decide dar un paseo mientras evoca la historia de  la isla:
Pronto llegaría a San Simón el implacable anochecer de diciembre y mi observatorio sería inútil, sin otro remedio ya que acercarme al embarcadero, a la espera de los últimos transbordos del día, así que decido anticiparme para dar el breve paseo permitido por los islotes unidos en su rincón de la bahía de Vigo, apenas un pretexto terrestre que había cumplido las funciones de centro religioso, templario, disputado por reyes y obispos, conventual y sanitario, prolongado lazareto, caserna, cárcel de rojos durante y después de la guerra civil de 1936, albergue dentro de la red de Albergues Nacionales del Movimiento Nacional Sindicalista, hogar para huérfanos de marineros, ruina y prerruina restaurada por la Xunta de Galicia para convertirla en centro cultural, convocada una vez más la cultura para tapar los horrores de la vida y la historia y convertirse en su metáfora.
Elogia la sobria belleza del puente de unión entre las islas ( "Tan sobrio como bello y rítmico, de una eficacia de ingeniería militar bordado el granito por vegetaciones como costras, pátinas del tiempo, en este caso creadas por las humedades del mar y las que llegan con los vientos a través de la ría.") y admira la majestuosidad de los bojes que bordean el paseo:
Salgo del hotel, bordeo la plaza de palmeras con fuente y la terraza del restaurante para encaminarme por la avenida enmarcada por bojes centenarios que conducía hacia el Mirador de la Boca de la Ría, que sobre todo contempla el fragmento de autopista que salta a través del cielo para unir Vigo con Marín y Pontevedra. Nunca había visto bojes tan majestuosos, tan escapados a su condición de arbustos y tan bien plantados; en contraste, su disciplina con la libertad con que habían crecido en la isla acacias, castaños, tilos, camelias, pinos,  eucaliptos y plátanos emergentes sobre tapices espontáneos de hierbas correderas hijas de las lluvias gallegas, como los helechos que cohabitan con las palmeras en esta fragua isleña de vegetales robinsones de algún primitivo naufragio de la naturaleza.
Puente de Rande, que une las dos orillas de la ría. La isla de San Simón, al fondo
En el estrecho de Rande tuvo lugar, en octubre de 1702,  la batalla de Rande, entre las coaliciones anglo-holandesa y franco-española,  durante la guerra de Sucesión española. Los fabulosos tesoros, procedentes de América, de los diecinueve galeones hundidos en la batalla estimularon la imaginación del escritor Julio Verne (1828-1905), cuyo capitán Nemo, protagonista de 20 000 leguas de viaje submarino (1869),  acude allí periódicamente con el Nautilus para financiar sus expediciones con esos tesoros:
-Pues bien, señor Aronnax, estamos en la bahía de Vigo, y sólo de usted depende que pueda conocer sus secretos.   
El capitán se levantó y me rogó que le siguiera. Le obedecí, ya recuperada mi sangre fría. El salón estaba oscuro, pero a través de los cristales transparentes refulgía el mar. Miré. En un radio de media milla en torno al Nautilus las aguas estaban impregnadas de luz eléctrica. Se veía neta, claramente el fondo arenoso. Hombres de la tripulación equipados con escafandras se ocupaban de inspeccionar toneles medio podridos, cofres desventrados en medio de restos ennegrecidos. De las cajas y de los barriles se escapaban lingotes de oro y plata, cascadas de piastras y de joyas. El fondo estaba sembrado de esos tesoros. Cargados del precioso botín, los hombres regresaban al Nautilus, depositaban en él su carga y volvían a emprender aquella inagotable pesca de oro y de plata. Comprendí entonces que nos hallábamos en el escenario de la batalla del 22 de octubre de 1702 y que aquél era el lugar en que se habían hundido los galeones fletados por el gobierno español. Allí era donde el capitán Nemo subvenía a sus necesidades y lastraba con aquellos millones al Nautilus. Para él, para él sólo había entregado América sus metales preciosos. Él era el heredero directo y único de aquellos tesoros arrancados a los incas y a los vencidos por Hernán Cortés.
Monumento al capitán Nemo en Cesantes. Foto: Cristian Tello
Un grupo escultórico ubicado entre la isla de San Simón y la playa de Cesantes -que representa el momento en que dos buzos, visibles solo con la marea baja, extraen las riquezas hundidas en el estrecho de Rande, bajo la supervisión del capitán Nemo- es mudo homenaje a la novela verniana.
Cuando Julio Verne escribió 20.000 leguas de viaje submarino, no conocía estos lugares que había imaginado a partir de sus lecturas; sin embargo, posteriormente visitó la ciudad de Vigo al menos en dos ocasiones (a comienzos de junio de 1878 y el 21 de mayo de 1884),  en ambas llegó a bordo de su famoso yate a vapor Saint Michel III.  La primera visita del famoso escritor, que se prolongó durante una semana y representó un acontecimiento en la ciudad, fue reseñada así por la prensa local:
Casi al mismo tiempo que el Flore soltó el ancla en este puerto, presentóse cruzando la ría un bonito yatch de vapor con pabellón francés; era el Saint Michel Nantes, propiedad del popular novelista Julio Verne, que con otros amigos va de paso para el Mediterráneo, donde piensa visitar algunas poblaciones de España. El famoso novelista estuvo anoche en el paseo de la Alameda, y más tarde concurrió al baile de La Tertulia, donde pronunció algunos brindis en español, los cuales fueron contestados por el Sr. Bárcena (D. Manuel) como presidente de la sociedad. Es indudable que Mr.Verne, a quien le ha agradado mucho la posición geográfica de Vigo y su pintoresca campiña, lleva a la vez grato recuerdo de la sociedad viguesa que tuvo ocasión de conocer bajo uno de sus más bellos aspectos, en un baile de La Tertulia.
En 2005, conmemoración del centenario de la muerte del escritor,  la ciudad  de Vigo inauguró un monumento a Julio Verne. Se trata de una escultura en bronce, de gran tamaño, que representa al escritor sentado sobre los tentáculos de un calamar gigante, representación del monstruo que lucha con el Nautilus en la novela del autor francés.

En 1936, en plena guerra civil, otro escritor europeo, el austriaco Stefan Zweig (1881-1942), de camino hacia América del Sur donde iba a participar en un congreso del PEN Club Internacional, pasa unas horas en la ciudad, controlada por el  bando franquista, y lo que observa en ella le provoca hondas reflexiones que recogió en El mundo de ayer, su libro de memorias:
En aquel verano de 1936, había estallado la guerra civil española, la cual, vista superficialmente, sólo era una  disensión interna en el seno de ese bello y trágico país, pero que, en realidad, era ya una maniobra   preparada por las dos potencias ideológicas con vistas a su futuro choque.  Había salido    yo de Southampton en un barco inglés con la idea de que el barco evitaría la primera escala, en Vigo, para eludir la zona en conflicto. Sin embargo, y para mi sorpresa, entramos en ese puerto e incluso se nos permitió a los pasajeros bajar a tierra durante unas horas. Vigo se encontraba entonces en poder de los franquistas y lejos del escenario de la guerra propiamente dicha. No obstante, en aquellas pocas horas pude ver cosas que me dieron motivos justificados para reflexiones abrumadoras. Delante del ayuntamiento, donde ondeaba la bandera de Franco, estaban de pie y formados en fila unos jóvenes, en su mayoría guiados por curas y vestidos con sus ropas campesinas, traídos   seguramente de los pueblos vecinos. De momento no comprendí para qué los querían. ¿Eran obreros reclutados para un servicio de urgencia? ¿Eran parados a los que daban de comer? Pero al cabo de un cuarto de hora los vi salir del ayuntamiento completamente transformados. Llevaban uniformes nuevos y relucientes, fusiles y bayonetas; bajo la vigilancia de oficiales fueron cargados en automóviles igualmente nuevos y relucientes y salieron    como un rayo de la ciudad. Me estremecí. ¿Dónde lo había visto  antes? ¡Primero en Italia y luego en Alemania!  Tanto en un lugar como en otro habían aparecido de repente estos uniformes nuevos e inmaculados, los flamantes automóviles y las ametralladoras. Y una vez más pregunté: ¿quién proporciona y paga esos uniformes nuevos? ¿Quién organiza a esos pobres jóvenes anémicos? ¿Quién los empujaba a luchar contra el poder establecido, contra el parlamento elegido, contra los representantes legítimos de su propio pueblo?     
En la década de los cincuenta será el argentino Julio Cortázar (1914-1984) ) quien visite estas tierras acompañado de su primera esposa, Aurora Bernárdez, de familia gallega.
Julio Cortázar en los pinares de Lourido
Su primer viaje tuvo lugar en 1956. Durante mes y medio, recorrieron  diferentes ciudades españolas y en Galicia tuvieron ocasión de visitar, además de Compostela, Ourense, Redondela, las rías... Cortázar quedó gratamente impresionado por el paisaje gallego, y en una carta expresa su deseo de volver para "instalar cuarteles de primavera en Redondela y dedicarse a los paseos, a la pesca y a arborizar, como Rousseau". Al año siguiente pudo cumplir este anhelo. Llegaron desde Lisboa, ciudad en la que el escritor trabajaba como traductor, buscando "una playa tranquila, donde descansar dos semanas antes de la vuelta a París y del viaje a Buenos Aires". El lugar elegido es Lourido, en el municipio de Nigrán, "un sitio precioso al sur de Vigo. Se llega en tranvía, hay un hotel donde nos adoran porque desde el patrón hasta el cocinero todos han trabajado alguna vez en Argentina". De esta estancia, que se prolongó durante tres semanas, quedan cartas y abundantes fotografías con anotaciones en el reverso que recogen impresiones o anécdotas del viaje (el "maravilloso" olor de los pinos o sus paseos hasta el mirador del monte Lourido, desde el cual la vista de la marisma del río Miñor, de las islas Cíes y de las playas América y Ladeira es espectacular). Estos documentos forman parte del legado que Aurora Bernárdez, albacea testamentaria de Cortázar, donó a la Xunta de Galicia.

Islas Cíes
Motivos profesionales   llevaron a Vigo a notables escritores gallegos durante la segunda mitad del siglo XX.  El poeta  de Celanova Celso Emilio Ferreiro (1912-1979) se traslada a Vigo en 1950 para ejercer como Procurador de los Tribunales y permanece en la ciudad hasta 1966, cuando emigra a Venezuela. En Vigo, también, lo sorprendió la muerte mientras disfrutaba de unos días de descanso. La huella de la ciudad y de la ría en su poesía se percibe en versos  como los fechados en Miami, que hablan de despedida ( "Dígoche adiós dende o barco/ que lonxanas terras vai. / Dígoche adiós dende as Cíes / que están preñadas de mar.") o en el poema " Amencer en Vigo", de su libro Viaxe a o pais dos ananos (1968):

Amencer en Vigo

Unha fiestra alcendida
na noite da cidá
é coma un ollo insomne.
Balbordo a bordo dos bous.
Os tranvías van, fe,
fe, fe, ferrové,
ferrové, ferrovello
polas rúas en costa coas leiteiras.
“Canta, cantore,
meu compañeiro”,
dice o borracho
na rúa baixo a lúa derradeira.
“Anda compadre,
xa son as seis e meia.”
Un odioso reloxio espertador
crebóu o petenexo
da fámula María.
I entón o señorito,
dempóis de agallopar coma un centauro
polos leitos noxentos dos prostíbulos,
pedíu o desaúno a grandes voces*.
*Amanecer en Vigo // Una ventana encendida / en la noche de la ciudad / es como un ojo insomne. // Algazara a bordo de los bous. // Los tranvías van, fe, / fe, fe, ferrové, / ferrové, ferrovello / por las calles empinadas con las lecheras.// "Canta, cantor, / compañero mío", / dice el borracho / en la calle bajo la última luna. // "Anda compadre, / ya son las seis y media."/ Un odioso reloj despertador / rompió el duermevela / de la fámula María. / Y entonces el señorito, / después de galopar como un centauro / por los lechos asquerosos de los prostíbulos, / pidió el desayuno a grandes voces.
Cangas do Morrazo

Más prolongada fue la relación  de Álvaro Cunqueiro (1911-1981), nacido en Mondoñedo, con la ciudad de Vigo, pues su colaboración en el diario "Faro de Vigo", que llegó a dirigir (1965-1970), se extiende desde los años 50 hasta 1970. Cunqueiro (a quien le gustaba sentarse frente a Cangas para contemplar  la ría, de la que escribe: " Emergen islas y en sus riberas crecen puertos. Nacen a flor de agua cada vez más bateas. Esta es la cuna de las vocaciones marineras que se notan sobre la gamela. Espacio de reposo para el gran barco crucero... Placer de viajeros de mar tranquila que buscan el verano al otro lado. Campo   de regatas de veleros bien arbolados. Y grandes o pequeñas playas bajo techo azul de cielos claros...")  es autor de las palabras más hermosas que se han escrito sobre la ciudad: "Vigo fue fundada a la orilla de un verso de Martín Codax."

Puente románico de A Ramallosa, que une los municipios de Nigrán y Baiona
El ferrolano Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999), colaborador asimismo de "Faro de Vigo" entre 1964 y 1967,  impartió clases en el instituto vigués La Guía desde 1973 hasta su traslado a Salamanca en 1975. Durante este tiempo residió en A Ramallosa, parroquia del municipio de Nigrán -el mismo que visitó Cortázar algunos años antes-, y aquí escribió sus Cuadernos de La Romana y Nuevos Cuadernos de La Romana, recopilación de artículos publicados en el diario "Informaciones" desde octubre de 1973 hasta agosto de 1975, donde  leemos:
Se llama así, La Romana, un lugar de La Ramallosa, Municipio de Nigrán, provincia de Pontevedra, en que ahora vivo. Dista de Vigo quince kilómetros y tres de la real villa de Bayona, que veo desde mi casa como una mancha blanca sobre el verde oscuro del monte, de día, y como una fila de luces rutilantes por la noche. Mi casa pertenece al género de los "chalés", subgénero "pequeño burgués", en lo cual va, además, implícito el tamaño. Está bien situada, le da el sol cuando lo hay y, por la parte trasera, abre sus luces a un paisaje campesino de parras y maizales, con la montaña al fondo. Tengo delante una terraza y un conato de jardín, y detrás algo así como un patio, bastante grande, que me valdrá en su día para ampliar la casa, aunque me cueste sacrificar dos jóvenes cipreses, en cuya contemplación a veces me entretengo. No sé de dónde viene ese nombre de La Romana, aunque lo creo muy antiguo; hasta hace poco lo atravesaba una calzada, hoy desaparecida por los cuidados de un urbanizador amante de las antigüedades; abajo, junto al cruce de caminos, sobre el río Miñor, hay una puente romana bien conservada, con su San Telmo y su cruz bien visibles (los cuales, naturalmente, son algo más modernos que la puente).
En los Cuadernos se ocupa de asuntos muy diversos: la vida cotidiana, sus lecturas recientes, las obras
Pazo de Cea
literarias que tiene entre manos, su impresión sobre la actualidad nacional e internacional, pero también encontramos críticas contra los efectos de una intervención urbanística desafortunada ("No hay un solo lugar bello en el contorno que no haya sido estropeado por una edificación horrible.") así como breves descripciones del valle del río Miñor: la del puente románico o la del pazo  de Cea, propiedad de  la escritora Elena Quiroga.
Foto: Josefina López
Tras su traslado a Salamanca, conservó la casa de A Ramallosa, adonde regresó todos los veranos. Con frecuencia se le podía ver caminando por el paseo que bordea la marisma -hoy bautizado con su nombre y en cuyos jardines hay un monumento en su honor- o sentado en la cafetería Monterrey, en el paseo marítimo de Baiona, departiendo con un grupo de amigos entre los que se encontraba el también escritor Carlos Casares (algunas fotografías en un rincón de este establecimiento mantienen vivo su recuerdo, como puede apreciarse en la imagen superior). "La villa está vacía, los marineros parecen más seguros, más dueños de sus calles, y hablan de sus cosas en voz alta. Ya no hay franceses ni madrileños", escribe sobre Baiona en otoño.
Vista del puerto de Baiona. Foto: FreeCat
Así pues, el viajero que se acerque a la ría de Vigo, además de gozar  de   un marco natural de extraordinaria belleza (con lugares de enorme interés ecológico, como las islas Cíes o la marisma del río Miñor) y de  degustar los ricos productos de la gastronomía local, podrá seguir la huella de aquellos escritores que, a lo largo de varios siglos, hicieron de   este rincón privilegiado un espacio literario. Y tal vez, mientras contempla el mar, vengan a su memoria  aquellas palabras  que Martín Codax puso en   boca de la muchacha enamorada de otra de sus cantigas:

                                              Quantas sabedes amar amigo
                                              treides comigo a lo mar de Vigo
                                              e bañarnos hemos nas ondas.

                                                 Josefina López Granada, profesora del IES Goya

Actualización (mayo de 2018)

Ancianos presos, ante un pabellón de San Simón./
Foto: Dámaso Carrasco. (Incluida en Trilogía de
la guerra)
Ya en el siglo XXI, el escritor gallego Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) sitúa el inicio de su novela Trilogía de la guerra (2018) en la isla de San Simón. En la primera parte del "Libro primero", titulado "Isla de San Simón (Combustibles fósiles)", el 15 de septiembre de 2014 el protagonista viaja a esta isla situada en la ría de Vigo para participar en un congreso sobre redes digitales. Mientras se desplaza en coche hacia Redondela, descubre  la isla que, de pronto, se recorta sobre el mar:
Su vegetación, verde y espesa, parecía plata bajo el sol del mediodía. Minutos más tarde, una construcción, blanca y antigua, con base de piedra, se hizo visible entre la maleza. (pág. 15)
Tras el desembarco, todo adquiere su tamaño natural:
La isla se fue haciendo grande, y el edificio blanco, de unos cuatro pisos de altura y base de piedra, que había visto desde el coche, también se agigantó; su fachada posterior caía hasta incrustarse directamente en el mar. (pág. 15)
Ese edificio es el hotel donde se alojan los participantes. Desde la ventana de la habitación 486, que da a la parte de atrás de la isla, descubre otra panorámica:
A lo lejos se veía el Puente de Rande, que se parece al de Brooklyn pero con más hormigón y menos hierro. Bajo mi ventana  arrancaba un camino de tierra  que descendía suavemente hasta un pequeño puente de piedra que, sobrevolando el istmo que días atrás había visto en Google Earth, conectaba la isla de San Simón con la  otra isla más pequeña, no más grande que cuatro campos de tenis. En esa pequeña isla veo entonces que se alza otra construcción, de estilo modernista y estucada en azul celeste, de una sola planta y rodeada de altísimos eucaliptos. (pág. 17)
Con él ha traído un ejemplar de  Aillados (1995), un libro de los periodistas Clara María de Saá, Antonio Caeiro y Juan A. González, sobre los años en que la isla fue utilizada como campo de concentración. El libro incluye fotografías de los presos, realizadas casi todas en 1937. El narrador se propone localizar el lugar donde habían sido tomadas las fotografías reproducidas en Aillados y hacer fotografías de ese lugar en el momento actual. Buscando esos lugares comienza a recorrer la isla.
Llegué hasta el puente de piedra que atraviesa el istmo a la isla pequeña. En una placa de bronce, adosada a uno de los pilares, leí que aunque pertenece a la isla de San Simón tiene nombre propio, isla de San Antón, y que había sido el lazareto sucio de San Simón, donde en el siglo XIX separaban a los leprosos, y también donde en la guerra civil habían ido a parar toda clase de cautivos enfermos. Distinguí entonces las bisagras de lo que habían sido las puertas a ambos lados del puente, que crucé a paso rápido. Una vez allí, caminé entre restos de construcciones que emergían apenas unos centímetros del suelo, parecían un mapa a escala real de lo que alguna vez había existido. (pp. 19-20)
Tras bordear el edificio estucado de azul, dedicado actualmente a archivo histórico, se topa con un grupo de tumbas de granito sin inscripción.
Todo en la isla tenía su correspondiente placa metálica de datos, todo menos las tumbas, me dije. En ellas no funcionaba el binomio antes/ahora. (pág. 20) 
De regreso al hotel, atraviesa de nuevo el puente y advierte que una de las construcciones que había visto antes era uno de los lugares que estaba buscando y, cuando la fotografía con el móvil, le parece "estar observando dos ríos que, idénticos, corren ante mí a velocidad distinta" (pág. 21).

Antes de la cena, asciende por el paseo de los Mirtos:
Noté entonces la presencia de decenas de capas de materia bajo mis pies. Sabía que allí abajo había cientos de huesos y cientos de dientes, cientos de tenedores y de cucharas, y ropa y fotografías y armas, y muchos más objetos que jamás podría ver -algunos de ellos ni tan siquiera reconocer aunque los tuviera delante-, pero aquella sensación no me hablaba de cada uno de esos objetos sino de la suma de todos ellos, de un herrumbroso e incandescente magma, una especie de Centro de la Tierra de San Simón, un generador de su energía motriz o algo así. (pp. 23-24)
Porque la isla, como los otros escenarios de la novela asociados a la guerra, es un lugar en que los muertos y los vivos se comunican, establecen conexiones sorprendentes. Al final del paseo de los Mirtos encuentra otra correspondencia y, ya en el hotel, sube a su blog la foto del libro y la recién hecha.

Meses más tarde regresa a la isla de forma clandestina y los nuevos hallazgos desplazarán la acción de la novela a otros escenarios: Nueva York, en la segunda parte, y Uruguay, en la tercera.