Grupo
de lectura “Leer juntos” del IES Goya
Sesión
del 12 de diciembre de 2022
Autora:
Maggie O’Farrell
Obra
comentada: Hamnet.
Traducción de Concha Cardeñosa. Libros del Asteroide, 2021.
Cuaderno de bitácora: guía que nos orienta en el bosque de
personajes
Maggie
O’Farrell, partiendo de un puñado de datos de la vida de William Shakespeare,
trenza una historia de ficción con los temas y los ambientes de la producción shakespeariana.
En términos de crítica bajtiniana, es un relato en permanente intertextualidad
con las obras del autor. Esos motivos, puestos como al azar, transcienden la
anécdota y le confieren el estatus de verdadera obra de arte.
En
Hamnet los elementos históricos
conviven con tradiciones celtas de la brujería, con cuentos y leyendas
populares y con argumentos de obras teatrales del propio Shakespeare. No
tardamos en darnos cuenta de que Agnes es una reescritura de La fierecilla domada. Aunque, en este caso,
no está “domada” por el marido, sino por las costumbres ancestrales que
encorsetaban a la sociedad. Agnes, la verdadera protagonista, se pliega a las
circunstancias, pero en su conducta cotidiana sigue siendo indómita, como las
hijas del bosque. Como Blancanieves, tiene una madrastra con un cuarto lleno de
manzanas y, precisamente, entre esas manzanas entrega su amor al preceptor de
latín. ¿Acaso no es un alarde de intertextualidad con el Génesis? ¿Acaso no es una inversión de las tradiciones y los mitos y
una nueva propuesta a través de la reescritura? Esta técnica la subraya
haciendo coincidir el final de la novela con el final de la obra teatral Hamlet.
Y
todo envuelto en unos temas recurrentes que van modulando la trama y a los
personajes. Todos están encorsetados por unas convenciones sociales que les
impiden ser ellos mismos, como si fueran marionetas manejadas por el destino.
Pero todos encuentran alguna grieta por la que escapa su personalidad
apabullante. Ninguno de ellos nos deja indiferentes.
RELACIÓN DE PERSONAJES
La
novela se organiza en torno a la rivalidad de dos familias, que no aceptan el
matrimonio de sus hijos: Agnes, la Anne Hathaway histórica, y el preceptor de latín de sus hermanos. Este preceptor, aunque
en la novela no lo menciona, resulta ser el propio William Shakespeare, hijo de
un guantero venido a menos y metido en turbios negocios con la lana.
Me
llama la atención la extensa galería de personajes complejos, con
personalidades muy bien definidas. Hasta los secundarios, los meramente
esbozados, resultan ser personajes auténticos y creíbles. Cada uno de ellos
engancha al lector con su historia personal. Y de todos querríamos saber un
poco más.
LA FAMILIA DE AGNES Y LA
GRANJA DE HEWLANDS
Rowan, o Serbal. Es la madre
biológica de Agnes y Bartholomew. Encarna la fuerza y el
poder del mito del gran ausente. En realidad, no tiene nombre. Solo lo
conocemos por un recuerdo lejano de Agnes: “Sabe que vino un sacerdote.
Recuerda que pronunció el nombre de su madre en medio de muchas plegarias:
Rowan, Rowan”. “Levanta la cabeza y ve al otro lado el tronco plateado y las
delicadas hojas de un serbal. Si se planta en la puerta de la casa, los malos
espíritus no se acercan. Dicen que con sus ramas se hizo la primera mujer. Así
se llamaba su madre, aunque su padre nunca pronunció su nombre; se lo dijo un
pastor cuando ella le preguntó” (p. 147). Murió en el tercer parto con su bebé.
“Se le hinchó el vientre por tercera vez y allí terminó su suerte. Dio a luz al
tercer hijo y ya no se levantó de la cama” (p. 49).
Richard Hathaway. El granjero. Se casó dos
veces. Padre de Agnes y Bartholomew, de su primer matrimonio. Y padre de seis
hijos de su segundo matrimonio. Un hombre respetado, amable y muy fiel.
Encontró a Rowan, su primera mujer, a la salida del bosque. “Según la historia,
había aparecido un día separando las zarzas, había salido del mundo verde y
sombrío, y, desde entonces, el granjero, que estaba allí por casualidad
cuidando las ovejas, no pudo dejar de mirarla. Le quitó las hojas del pelo y
los caracoles de las faldas. Le cepilló las ramitas de musgo de las mangas, le
limpió el barro de los pies. Se la llevó a su casa, le dio de comer, la vistió,
la desposó y poco después nació la niña” (p. 48).
Cuando
murió, guardó un mechón de su cabello en un dije, del que nunca se separó. Se
volvió a casar con Joan. El granjero murió pronto, pero dejó testamento en el
que favorecía a los hijos de la primera mujer. Este gesto es una fuente de
conflictos en la novela.
Agnes. Nombre literario de Anne
Hathaway. Es la verdadera protagonista. Se trata de un personaje histórico
recreado libremente. Sus deseos y sentimientos van evolucionando al ritmo de
nuestra lectura. Anne Hathaway, en 1582, a los veintiséis años, embarazada de
tres meses, se casó con un William de dieciocho. En el testamento, su padre la
llamó Agnes, Con este cambio de nombre, Maggie O’Farrell borra la historia que
conocíamos de la mujer de William Shakespeare y reescribe su vida. Anne, al
transformarse en Agnes, se convierte en una mujer fuerte e independiente.
Además, así se distingue de Anne, la hermana de su marido que murió de peste
bubónica cuando tenía ocho años.
En
la novela, Agnes tiene una personalidad ingobernable, con rasgos de bruja y con
capacidades extraordinarias: podía conocer el interior de una persona
presionando entre el pulgar y el índice de la mano. Esta mujer, amorosa y
sabia, conocía plantas curativas y sentía la presencia de los muertos. Como las
madres de las grandes tragedias, no pudo ver la muerte de su propio hijo. Su
destino era sufrir en soledad.
Bartholomew. Hermano de Agnes y el
protector de su vida y de su honra desde la muerte de su padre. El aspecto rudo
contrasta con la extrema sensibilidad y responsabilidad. Es un personaje con
gran autoridad sobre los demás.
Cuando
nació, “era un niño enorme, con las manos anchas y los pies tan grandes que
podía haberse echado a andar” (p. 49).
Joan. La segunda mujer del
granjero. La madrastra. Llegó de nodriza cuando se murió Rowan. Su actitud
cambió cuando se casó con el granjero. Encarna bien el tópico de malvada
madrastra a la que conocemos a través de Agnes. ”Luego esta madre se fue y
apareció otra en su lugar, junto a la lumbre, echando leña, soplando las
llamas, cambiando la olla del hogar a la rejilla diciendo: no lo toques,
cuidado, quema. Esta segunda madre era más ancha, se tapaba el pelo claro,
recogido en un moño, con una cofia pringada de sudor. Olía a cordero y a
aceite. Tenía la piel enrojecida y llena de pecas, como si le hubiera salpicado
un carro que pasara por el barro. Tenía un nombre: Joan. A Agnes siempre le
decían que no había tenido otra madre. La viuda del boticario le dijo tu madre
era todo corazón. Tenía más bondad en el dedo meñique que todas esas juntas en
todo el cuerpo” (p. 53 y ss.).
Seis hijos del granjero y
Joan. “El
granjero la tomó por esposa y ella le dio seis hijos, Todos rubios, sonrosados
y rellenitos como ella” (p. 51).
Tres niñas. Caterina, la de la nariz ancha; Joanie, a la que le nacía el pelo desde muy abajo, y Margaret, la del cuello ancho y los
largos lóbulos de las orejas.
Tres niños. Un poco desdibujados. James, el menor, el que ayudaba a Agnes a ordeñar; Thomas, el pastor; William,
el menor.
En
Hewlands, además, vivía Hettie, la
que cuidaba los cerdos y de las gallinas. Un personaje de relleno que ayuda a
crear ambiente.
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Campiña inglesa - foto viajeros callejeros |
HENLEY STREET, STRATFORD.
FAMILIA DEL PRECEPTOR DE LATÍN
John. El padre, el guantero de
Stradford, un pueblo a dos días a caballo desde Londres, metido en turbios
asuntos con el comercio de la lana. Cuando lo conocemos, ya hacía tiempo que
había perdido el prestigio. Tenía deudas con la granja de Hewlands: intentó
arreglarlas empleando a su hijo como preceptor de latín de los niños pequeños y
aceptando su boda con Agnes.
Mandó
a su hijo, el intelectual y poco trabajador, a que se instalara solo en Londres
y a que, con sus ingresos, librara a la familia de los apuros económicos.
Llegado a Londres, el hijo se sintió libre del peso familiar y se dedicó a
componer e interpretar obras de teatro.
John
es un personaje malhumorado y cruel: los hijos tenían que aprender a esquivar
sus golpes. Es deshonesto, siempre metido en asuntos turbios.
Mary. La madre de Henley
Street. Es la abuela por excelencia de los tres hijos de Agnes y William:
Susana, nacida en 1583; Judith y Hamnet, gemelos, nacidos en 1585. Se cree que
los gemelos llevaban los nombres de un matrimonio amigo de sus padres, el
panadero Hamlet Sadler y su esposa Judith.
Como
personaje ambivalente, evoluciona desde una hostilidad inicial contra Agnes a
un acercamiento cuando se produce el desenlace fatal.
Dos niñas. Murieron antes de nacer
Eliza. Una se llamaba Eliza, nombre que recuperaron para la Eliza de los
acontecimientos narrativos y la otra, sin nombre.
Eliza. Se llamaba como su
hermana mayor, la que murió antes de que ella naciera. Su hermano Gilbert
aprovechaba esa herencia y la amenazaba con que su hermana volvería a reclamar
su nombre. La conocemos a los trece años, pero sabemos que se escondía con su
hermano y Anne en el desván, y que su hermano les enseñó a leer. En la intriga
es importante que Eliza sea la única que sepa leer y que le enseñe algunas
palabras a Agnes.
El preceptor de latín. No se nombra en toda la
obra. Sabemos que era menor de edad, de diecisiete años. Un personaje bastante
desdibujado. Siempre atemorizado por su padre. Estaba enamorado de Agnes, pero
la dejó en Stradford con los tres niños cuando él se fue solo a Londres.
Anne. La hermana que había
muerto a los ocho años de peste bubónica hacía menos de dos años. Su recuerdo y
el dolor de su ausencia están muy vivos en sus hermanos. Su presencia crece
cuando Judith enferma de peste. Uno de los mejores pasajes de la novela es la
digresión histórica sobre la llegada de la peste a Europa.
Gilbert. El hijo preferido de
John porque era fuerte y disfrutaba enfrentando a las personas (p. 134 y ss.).
Richard. El preferido de Mary.
Este niño en edad escolar sirve de contrapunto a los gemelos, hijos de Agnes, y
sirve para ahondar en los personajes principales.
Edmond. Un niño de pocos meses
de quien cuida su hermana Eliza. Esos cuidados destilan el carácter de Eliza,
un antecedente de su sobrina Susanne: dos mujeres reservadas para las tareas
domésticas.
En
Henley Street también vivían dos criadas, que amplían el mundo de las tareas
domésticas. Y Ned, el aprendiz que
trabaja en la guantería.
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Casa de Shakespeare en Stratford-upon-Avon. Foto wikipedia |
PERSONAJES PRINCIPALES.
AGNES, EL PRECEPTOR Y SUS TRES HIJOS
Agnes es la protagonista. En
ningún momento se menciona el nombre de su marido. Es una forma de no
empequeñecer a su mujer. Aquí vemos al gran Shakespeare en las miserias de su
vida doméstica.
Susanne. La hermana mayor. Es una
chica joven agobiada por los trabajos domésticos y que reacciona al dolor con
mal humor.
Judith y Hamnet. Los gemelos. Representan
el amor filial en su grado máximo. Hamnet es capaz de sacrificar su vida para
que viva su hermana. Así lo expresa en una de las escenas más bellas de la
novela.
“Él
sabía que su hermana entendería inmediatamente lo que está haciendo. Hace
gestos negativos con la cabeza, pero está tan débil que no puede levantarse del
jergón. Hammet sujeta con fuerza la sábana que los tapa a los dos. Coge aire,
lo expulsa. Vuelve a la cabeza, respira echando el aliento en la oreja de su
hermana; le insufla su propia fuerza, su salud, su todo. Tú te quedas, le
susurra, y yo me voy. Le manda estas palabras. Quiero que te quedes con mi
vida. Es para ti. Te la doy.” (p. 188).
ESTRUCTURA
La
novela tiene dos partes con distinto ritmo y contenido. La primera, en la que
transcurre el devenir temporal de las historias con un ritmo trepidante. En
esta parte el presente narrativo está entretejido con varios flashbacks, en los que recuperan el
pasado de las familias.
La
segunda parte. En un contrapunto espacial con el devenir temporal de la
primera, asistimos a la expresión del dolor en su estado puro. Como en el poema
Espacio de Juan Ramón Jiménez, es un
capítulo secuenciado según la intensidad de los sentimientos. Es un cierre que
da sentido y transcendencia al proceso narrativo de la primera parte.
Parte I. La narración en
el tiempo
La
novela comienza in medias res. Un
niño, que a las pocas páginas identificamos con Hamnet, busca desesperadamente
a alguien que atienda a su hermana Judith, que se ha puesto enferma. Pronto
sabremos que se le han declarado las pústulas de la peste bubónica.
Desde
el primer momento notamos que la acción se basa en una continua cadena de
errores. Los personajes, poseídos por su destino, no están en su sitio ni están
atentos a lo que sucede a su alrededor. Y el lector, conocedor de los errores y
cómplice con el narrador, palpita y sufre. Así se va creando la tensión de una
intriga que parte de pequeñas acciones reales. Esas acciones cotidianas son los
principales soportes de la verosimilitud.
Esta
primera parte avanza en dos planos, bien delimitados por los capítulos. El cliffhanger, o final en suspenso de los
capítulos, le da un ritmo de thriller
o novela de suspense, que favorece la intriga y la atracción compulsiva del
lector.
Capítulos impares. El presente narrativo. La acción novelesca reducida a la mínima
expresión. Dura aproximadamente un día y una noche. Desde que enferma Judith
hasta el desarrollo de la enfermedad.
Capítulos pares: los flashbacks, en los que se recuperan
las historias familiares de Agnes y William, y que duran unos quince años.
Estos flashbacks, o vueltas al pasado
de las dos familias, van alternando: dedica uno a Hewlands y el siguiente, a
Henley Street. Y así sucesivamente.
A
su vez, dentro de cada familia, el pasado tiene sus propios flashbacks. Por ejemplo, los orígenes de
Agnes y Bartholomew, relacionados con su madre-árbol son nuevos flashbacks. Así, en una cadena de
recuerdos, vamos creando un ambiente mágico donde la realidad se mezcla con el
mito, como en las propias obras de Shakespeare. Pero Maggi O’Farrell lo hace de
forma tan natural que el resultado es un mundo ficcional tan verosímil que nos
resulta familiar, como si de una novela costumbrista se tratara.
Parte II. El espacio: la
intensidad del dolor
En
un solo capítulo dividido en secuencias de distinta extensión, en función del
sentimiento de dolor. En la primera parte, los personajes se perfilan a través
de la enfermedad y la muerte. Saben mucho de pérdidas. Esta parte, que
podríamos llamar del duelo, es una hipérbole trágica de todas las pérdidas y
duelos anteriores. Aquí, cada personaje vive el duelo a su manera.
En
esta parte de redención y transcendencia, Agnes se transforma en una nueva
mujer cuando comprende el trasunto del arte de su marido, cuando comprende que
William a través de Hamlet ha querido
rescatar a su hijo de la muerte. Como el fantasma del padre de Hamlet, Agnes y su marido también se
convierten en fantasmas o espectros atormentados por el dolor que les ha
provocado la pérdida de su hijo Hamnet.
Para terminar
Hamnet reescribe el mundo
shakespeariano en su inmensidad y profundidad desde el punto de vista de Agnes.
Me ha cautivado cómo se ha servido del costumbrismo de la vida rural para
rescatar a los personajes, casi todos mujeres, que viven en los márgenes de la
historia. Desde el principio, ahonda en problemas familiares relacionados con
el dolor y la pérdida, que nos van preparando para el éxtasis de la segunda
parte. Y todo en un mundo de afecto, envuelto por un halo de misterio.
La
novela es una nueva reescritura de Eros y
Thanatos. Puede parecer que predominan las pérdidas y los duelos. Pero no.
Yo la definiría como una novela de amor en sus múltiples formas y facetas. Cada
personaje vive un amor singular, expresado de una forma también singular. Hasta
los más broncos tienen su rinconcito para el amor. Y, por encima de todos,
destaca el amor materno de Agnes y el amor filial de Judith y Hamnet.
Carmen Romeo Pemán
Hamnet.
Comentarios a la segunda parte
Si en la primera parte Maggie
O’Farrell nos introduce en la vida del campo y de una pequeña ciudad con sus
vecinos cercanos, niños que van y vienen de la escuela, ayudan a otros vecinos,
conocen sus necesidades, en la segunda parte de esta novela, la escritora
dibuja a la perfección, en muy pocos párrafos, la vida de la gran ciudad, sus
olores y característica niebla, el ajetreo de sus calles, el comercio, para
terminar con la precisa descripción de un teatro isabelino que, sin necesidad
de nombrarlo, sabemos que es “The Globe”.
Pero, ante todo, nos habla del
duelo. El de Judith, con su sentimiento de íntima soledad a la que no puede ni
nombrar. Ha perdido a su gemelo: no es viuda, no es huérfana, ¿qué es? Con su
sentimiento de culpa, porque piensa que su padre no va a Stratford para no ver
la cara de su hijo muerto reflejada en la de su gemela.
Y, en especial, el duelo de
Agnes, también con su sentimiento de culpa, por no haberse dado cuenta de que
Hamnet corría más peligro que Judith. El dolor, al principio, la hace
ausentarse psicológicamente, no responde, permanece inmóvil. Pasa a una
angustia que le nubla la vista y no le permite ni siquiera pensar en lo que
sabe sucederá: “El descenso a la tierra… la idea de no volver a verlo nunca… No
se lo puede imaginar”. Su tristeza se hace añoranza por lo que nunca volverá;
toca y siente las manos de Hamnet como cuando estaba vivo. Camino del
cementerio, como en un obituario en el que se dan datos sobre la vida del
fallecido, Agnes lee la vida de su hijo a través de las miradas de los que
observan el cortejo fúnebre. Todo ello no le impide la aceptación del destino:
“…no se puede domeñar lo que estaba dispuesto para cada uno”. Y sufre la
pérdida conviviendo con sus recuerdos.
El padre, el marido, el hijo, que
se siente atrapado en la ausencia... Tiene la necesidad de apartarse de su
recuerdo. Dos maneras de sufrir la pérdida. Ella se queda. Él se va, pero
plasma en su literatura todo lo que alberga su alma y que no ha sido capaz de
expresar con sus acciones. Nada más que silencio. Recuérdame. The rest is silence. Remember me.
Cristina Baselga
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Pueblo de la campiña inglesa - foto descubrir uk |
Hamnet. Desde una visión historiográfica
La
lectura de Hamnet
me ha sugerido algún asunto tangencial en relación con lo que la
historiografía ha denominado Historia
desde abajo.
Independientemente de que los datos históricos sean escasos (la
única referencia que aparece en la novela es un breve apunte
inicial) y, sin olvidar que Maggie O’Farrell no hace Historia sino
que recrea personajes y ambientes de la Inglaterra de finales del
siglo XVI, en esta ficción percibimos un cierto aire de familia con
la Historia
hecha desde abajo.
En
los años 80 del siglo pasado historiadores como Peter Burke o Carlo
Ginzburg, herederos del camino abierto por los historiadores
marxistas británicos, dieron entrada en sus investigaciones a nuevos
protagonistas, a los grupos sociales olvidados que —estando al margen de las grandes gestas del pasado—
nunca habían sido objeto de atención por parte de la Historia.
Junto a este cambio de protagonismo, nuevos métodos de investigación
centrados en lo micro fueron enriqueciendo una disciplina demasiado
anclada en el estructuralismo y donde la experiencia humana había
estado ausente.
Paralelamente, formando parte también de ese giro historiográfico, empieza a hacerse un hueco la Historia de las mujeres, cuyo punto de partida es la pregunta por la ausencia, la invisibilidad de las mujeres (la mitad de la humanidad) en una Historia claramente androcéntrica aunque presentada con pretensiones de universalidad. El trabajo de las historiadoras feministas ha permitido sacar a la luz, además, cómo los estereotipos sobre "lo femenino" pueden ser subvertidos por las propias mujeres a medida que van ejerciendo prácticas de insumisión frente a los cánones establecidos. Y esto enlaza perfectamente con la figura de Agnes que nos presenta la novela.
En una entrevista concedida a El Periódico, la autora explica el protagonismo que fue alcanzando en su obra el personaje de Anne Hathaway presentada como una mujer libre intuitiva, amante de la naturaleza y gran conocedora de las plantas y sus propiedades terapéuticas. O'Farrell se inspira en la caracterización de Anne que había hecho Germaine Greer en Shakespeare's Wife (2007): "En el prólogo, Greer admite que todas las biografías de Shakespeare son 'casas de paja' porque se basan en las mismas y escasas evidencias (...) declara que su intención es oponerse a los 'bardólatras' que han pintado toda la vida a la mujer del autor como una campesina analfabeta que con su embarazo atrapó a Shakespeare en un matrimonio forzado que con el tiempo se volvió una vergüenza para él (...) ¿Por qué es tan difícil de creer que William Shakespeare con 18 años se enamoró tanto de una chica de 26, que la cortejó y finalmente se la ganó?" [https://smoda.elpais.com/feminismo/hamnet-maggie-o-farrell-mujer-shakespeare-hathaw]. Lo cierto es que apenas se sabe nada de la mujer de William Shakespeare. Virginia Woolf, en Una habitación propia, refiriéndose a las mujeres en la época de Shakespeare, dice: "Se las entrevé un instante en las vidas de los grandes hombres despareciendo enseguida en la distancia (...)".
Estamos ante una historia desde abajo escrita, en este caso, desde la mirada de las mujeres —Agnes, Judith, Susanna, Mary— que describen magistralmente sus sentimientos sobre el amor, la maternidad, la hermandad, la pérdida. A través de sus vivencias podemos viajar en el tiempo tanto a una granja en la linde de un bosque como a la pequeña ciudad de Stratford o a Londres.
A través de la protagonista de la novela se afirma de forma rotunda el protagonismo de la mujer rompiendo estereotipos: una mujer-sujeto que toma decisiones sobre su vida, está llena de saber y es consciente de su sabiduría. Este saber de las mujeres está muy presente en toda la obra a través del personaje de Agnes. Pero sus conocimientos y prácticas son objeto de sospecha y desvalorización. De nuevo está perfectamente captado el trasfondo histórico, el proceso que se produjo durante los siglos XVI y XVII en Europa cuando, al amparo de la ciencia, campos del saber que habían sido propios de las mujeres van a ser perseguidos y excluidos de la cultura legítima.
Pilar Cancer Pomar
|
Dos momentos de la tertulia sobre Hamnet |