Grupo de lectura "Leer juntos"
del IES Goya
Sesión del 19 de abril de 2021
Obra comentada: La guardia, Sexto Piso, 2017.
Autor: Joydeep Roy-Bhattacharya
Traducción de Magdalena Palmer
El
legado clásico. Por
Carmen Romeo Pemán.
La
guardia, un título acertado
si leemos la novela desde el punto de vista de los soldados
americanos que montan guardia en una base perdida entre las agrestes
montañas de Tardasan,
Afganistán.
Antígona
en Afganistán, mejor en
Kandahar, ciudad que lleva el nombre del propio Alejandro Magno, es
un título más cercano al legado griego que le sirve de lecho. Como
todas las antígonas que en el mundo han sido, Nizam está allí para
enterrar el cadáver de su hermano. Un guerrillero defensor de la
tribu de los pastunes, a los que los americanos atacaron por error. Y
ahora, por error, lo confunden con un talibán.
Comienza
el relato con el basmala
en labios de una joven musulmana a la que le faltan las piernas y
llega hasta el montón de muertos afganos en un carromato que mueve
con la fuerza de sus manos.
”Un
cadáver cubierto de moscas me impide el paso. Noto una puntada
rabia. Con una sensación de irrealidad, me inclino sobre el cuerpo
y le doy la vuelta. No es Yusuf, sino un joven tendido boca abajo con
un agujero de bala en la frente. Tiene sangre coagulada en un ojo y
el otro está cerrado Lo dejo otra vez tener suelo y rezo la janaza”
(16).
Leo
y releo el comienzo. Me quita el aliento. Cuando ya casi me lo sé de
memoria, avanzo lenta por las páginas, como el carro de
Nizam-Antígona. Leo la nota final del autor y, como por arte de
magia, se me impone una lectura clásica de la obra.
El
indio Joydeep Roy Battacharya implora a los antiguos griegos para que
lo guíen en la aventura de contar la guerra. El resultado es una
novela moderna anclada en obras clásicas. Una novela polifónica en
la que en una misma página podemos pasar sin descanso de una
pesadilla a un recuerdo de un montaje de Antígona
de Sófocles y a un sueño (44). Además, cada capítulo viene
contado por un narrador diferente. Al final, como en un perfecto
mosaico, casan todas las piezas y nos acercamos a un fragmento de la
guerra desde muchos puntos de vista.
Antígona
de Sófocles es el hilo de Ariadna que nos conduce por el laberinto
de los textos griegos, presentes en todas sus páginas. Aquí se dan
cita Herodoto, Tucídides, Pericles y, por supuesto, la Ilíada
y los Siete contra Tebas.
“Tienes
que sentirlo, Nick. Sentirlo en las entrañas. Esto es una tragedia
de Sófocles, no es Broadway. Estás ante el dios de la muerte. ¡Que
se note!” (60).
En
una primera lectura me sobrepasaron e incluso me irritaron los
excesivos nombres propios en inglés. En ese momento comencé a tomar
notas sobre cada personaje. Todos están identificados con un rasgo
humano. Es una forma de contar la guerra desde dentro. Los soldados
no son números, todos tienen nombre apellido y hasta un apodo, como
en la Ilíada.
Y a medida que avanza la novela, conocemos las razones tan poco
nobles que han llevado al alistamiento a los soldados americanos.
Cuando
bajo la piel de una novela moderna late el corazón de otras obras
clásicas, somos capaces de hacer tres lecturas simultáneas y
enriquecedoras: la del texto clásico, en este caso la de Antígona
y las otras obras citadas o aludidas; la del nuevo contexto, la
guerra de Afganistán y sus efectos colaterales; y la de los puentes
que se han tendido entre todas ellas. En el fondo, Joydeep está
confiando en nosotros, en sus lectores. Confía en que a través de
los mitos clásicos lleguemos a entender la complejidad de una guerra
absurda.
“Mis
manos se desplazan despacio. Se hunden en la lana del cordero. Es tan
suave que resulta absurdo” (296).
|
Antígona dando el entierro a Polinices - Sébastien Norblin (1825) |
La
guardia. Por Concha Gaudó Gaudó.
Mi
sesgada percepción de esta novela está condicionada, sin duda, por
mi inmersión en el tema del pacifismo que ahora me ocupa y mi
formación y mi dedicación a la Historia. Pero, precisamente por
eso, me ha parecido una interesante y oportuna novela, modelo de lo
que podríamos llamar “literatura pacifista”, en la línea
iniciada en el siglo XIX por Bertha von Suttner, Leon Tolstoi,
Stephen Crane y continuada por otros muchos hasta hoy. Desde esta
perspectiva hago mi comentario.
La
guerra
Roy-Bhattacharya
trata en la novela, en un hermoso diálogo con la literatura griega,
un episodio de la guerra de Afganistán.
Este
país, el único territorio del sur de Asia no colonizado por las
potencias europeas, tiene una complicada estructura étnica y tribal.
Numerosos conflictos y guerras en su historia reciente han propiciado
la aparición de grupos de liberación, los muyahidines, quienes
desde corrientes y perspectivas distintas y con unos u otros apoyos
exteriores, según el momento, tratan de recuperar su histórica
independencia.
El
atentado a las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre del
año 2001 provocó la inmediata intervención de los Estados Unidos
contra el régimen talibán que desde 1996 gobernaba el país, por su
apoyo y protección a Osama Bin Laden, líder de Al-Qaeda, movimiento
islamista radical responsable de la muerte de más de tres mil
personas en los atentados. Hay que recordar que, para combatir el
régimen pro soviético instalado en Afganistán desde los años 80,
los Estados Unidos habían financiado el movimiento talibán y al
propio Bin Laden durante la década anterior.
La
novela narra un breve episodio sucedido en una base americana
(construida años atrás por los soviéticos), situada cerca de la
ciudad de Kandahar, antiguo feudo talibán, en el límite entre el
desierto y las montañas del Hindu-Kush. Una escaramuza, un ataque
rebelde por sorpresa, aprovechando las inclemencias del tiempo local,
una tormenta de arena en el desierto (Tormenta del Desierto fue el
nombre que recibió la operación americana contra Irak en 1991),
tiene como resultado algunos atacantes muertos, algunos americanos
heridos y los miembros afganos del pelotón americano huidos. Un
ataque aéreo destruye el helicóptero en el que son evacuados los
heridos.
¿Quiénes
son estos soldados? Por una parte, el ejército americano, en
realidad una coalición militar compuestas por soldados americanos y
soldados afganos de la facción antitalibán que, con el apoyo
americano, británico y las fuerzas de la OTAN han recuperado el
gobierno de Kabul y los principales bastiones de los talibán, como
Kandahar. Por otra, un grupo rebelde que se enfrenta al invasor
americano. La mayoría, jóvenes de apenas 20 años.
De
los soldados americanos vamos conociendo sus nombres, sus orígenes y
por qué están en esta guerra. El capitán, un militar de carrera.
El teniente, un titulado universitario, especialista en cultura
clásica, enrolado en el ejército como respuesta patriótica a los
atentados del 11 de septiembre. Varios soldados de distinta
procedencia, con nombres americanos, latinos, árabes, hindúes,
todos de nacionalidad americana, procedentes de apartados lugares de
su país. Algunos ya veteranos de otras guerras. Todos ellos han
encontrado en el ejército un modo de vida y un sustento familiar,
bajo el paraguas del patriotismo y el idealismo. Mirando hacia atrás,
podríamos definir a esta tropa como un ejército mercenario, que
lucha por la soldada, sin un claro análisis político y moral de su
acción.
Del
ejército atacante sabemos, de forma colateral, que pertenece a la
etnia pastún, dominante en el país, que vive en las montañas
próximas. Algunos mueren en la contienda, entre ellos el sayyid,
un principal, a quien se reconoce por el turbante negro; otros huyen,
no sabemos cuántos.
Es
sabido que el ejército americano posee el mejor armamento del mundo,
drones de observación y de ataque, los mejores fusiles de precisión,
etc. y entrenados especialistas en su manejo y sofisticadas
estrategias de combate. El ejército atacante utiliza armas antiguas,
heredadas y reutilizadas, y una vieja técnica, la guerrilla, cargada
de improvisación, complicidad, fidelidad y coraje, con una probada
eficacia histórica.
La
imagen del enemigo, el agresor, el traidor o el invasor se convierte
en la representación del mal, para uno u otro bando. Eso justifica
la acción, la agresión, la invasión, o el deseo de liberación,
como un proceso de purificación y restitución.
Guerra
a la guerra
Roy-Bhattacharya
no especifica ni el momento ni el lugar. No ofrece ningún dato para
identificar la batalla que relata. Realmente no importa ni el momento
ni el lugar. Se trata de un escenario, como telón de fondo, que el
autor sitúa en Afganistán porque es la guerra del momento, y un
tiempo impreciso, entre la llegada de los americanos, en octubre de
2001 (Operación Libertad Duradera) y la escritura de la novela, 2012
(desde 2015, el ejército americano y las fuerzas de la OTAN se
ocupan, con el respaldo de las Naciones Unidas, de la preparación y
asesoramiento del ejército de Kabul, Operación Apoyo Decidido).
Es
“la guerra”, una guerra en cualquier lugar del mundo, a lo largo
de los siglos. El autor, en su juego dialéctico, hace guiños a la
Guerra de Troya. ¿No es verdad que la guerra ha existido siempre?
La
novela se introduce en la guerra, narra la guerra desde dentro. Cómo
la hacen, la viven y la sienten sus protagonistas. Cómo la sufren
los seres humanos –todos los protagonistas son seres humanos- ,
sujetos agentes y pacientes. Incluso hay gestos de piedad, de duda.
La idea estúpida, imposible, de “humanizar la guerra”, siempre
denunciada por los pacifistas.
El
riesgo y el miedo de la propia muerte, la muerte del compañero, la
muerte de los seres queridos, las heridas, primero las materiales,
luego las inmateriales. Y las pérdidas, eso no estaba en los
cálculos. En algún momento surge la autorreflexión.
El
proceso de la guerra transforma las rectas y elevadas aspiraciones
iniciales, la idea de justicia, de patriotismo, incluso de
resarcimiento, en un sentido de fracaso, de rotura, de inseguridad y
de pérdida de identidad. ¿Esto es lo que queríamos hacer? ¿Acaso
estamos logrando nuestros objetivos? Y, finalmente, ¿merece la pena
tanta muerte y sufrimiento? Este proceso de transformación lo
experimenta cada uno de los actores individualmente, hasta que lo
ponen en común y se convierte en un sentimiento colectivo. La guerra
no ha servido para nada.
¿Qué
hacen las mujeres en las guerras?
“Mas, ¡ea! Vete a casa y atiende tus
labores, el telar y la rueca, y ordena a las criadas que al trabajo
se entreguen, pues la guerra ha de correr a cuenta de los varones
todos que en Ilión han nacido, y de mí especialmente”. En La
Ilíada (VI-490-494), Héctor,
matador de guerreros, despedía a su esposa con estas palabras antes
de volver al combate. Andrómaca, tras la heroica muerte de su esposo
y la terrible muerte de su hijo, se convirtió en botín de guerra y
fue entregada al enemigo. Efectos colaterales de las guerras.
La
guardia tiene dos capítulos
titulados con nombre de mujer. El primero, “Antígona”, presenta
a la protagonista principal, pues ella desencadena toda la trama de
la novela. Se trata de una mujer pastún que, según cuenta, ha
sufrido la pérdida de toda su familia, excepto el hermano menor,
cuando una bomba amiga
(su familia combatió al talibán) impactó, por error, en un grupo
familiar que volvía de una boda. En su ley sagrada, el varón
superviviente está obligado a vengar la muerte injusta de los suyos.
Pero el varón ha muerto en esta venganza y ella, tullida a causa del
mismo bombardeo, debe cumplir otra ley sagrada, enterrar a los
muertos. Extraña ley aquella que muestra, por un lado, la piedad y,
por otro, la ley del Talión, inscrita en la estela de Hammurabi
1.200 años antes de Cristo. Pero las mujeres cumplen la justicia
divina, aunque les cueste la vida. Nizan es el nombre de esta nueva
Antígona. Como Antígona, está destinada a morir. Morirá por un
absurdo error humano.
El
cuarto capítulo se titula “Ismene”. Es la hermana de Antígona,
y aunque permanecen unidas por el lazo fraternal en la disputa de
Eteocles y Polinices, Ismene se inclina por la justicia humana, y
salva su vida. La voz de este capítulo pertenece al traductor.
Masood es un joven afgano tayiko que puede expresarse en inglés y en
varias lenguas afganas. Pertenece al ejército de coalición y
colabora fielmente con los americanos, frente al enemigo talibán,
que ha matado a su familia. También él cumple el deber sagrado de
vengar a sus muertos; por eso no duda de que tiene enfrente al
enemigo.
Emily,
Sarah, la madre de Tommy, Linsey, la hermana de… Los sueños, los
recuerdos de los soldados vuelven a estas mujeres que han dejado en
la retaguardia. Mujeres que no han aprobado o no han entendido su
decisión, pero que han aceptado su destino. Pero un día dijeron no,
y ellos se quedaron solos. Ya no son el espejo de la fiel Penélope
que espera la vuelta del guerrero. El honor y el valor ya no están
en criar hijos para la patria, sino en educar a los hijos para la
paz. "Aprended para saber que la guerra no es necesaria y que podéis educar noblemente a vuestros hijos contra la guerra; y cuando hayáis aprendido esto, solo entonces, os habréis convertido en unas buenas maestras", decía Bertha von Suttner en Boston en 1904.
Epílogo
El
presidente Joe Biden anunció, hace unos días, la retirada
definitiva de los soldados americanos para el 11 de septiembre de
2021, veinte años después del atentado que dio origen al conflicto.
La inseguridad y la pobreza del país persisten. Los talibán
controlan casi la mitad del país.
La
ley sagrada nos sigue imponiendo un mandato taxativo: “No matarás”.
Bertha von Suttner, la primera mujer que recibió el Premio Nobel de
la Paz en 1905 decía: “La guerra es un crimen”. Por eso,
siguiendo su eslogan, ¡ABAJO LAS ARMAS”. Este es el mensaje que yo
he encontrado en La guardia,
la novela de Joydeep Roy-Battacharya.
Otras aportaciones del grupo de
lectura
Lo que más me ha impactado al leer el
libro ha sido la imagen de la mujer frágil en su carrito, dentro de
un paisaje de lo más inhóspito; frágil pero con unas fuertes
convicciones y unos valores sólidos. Tiene claro lo que tiene que
hacer.
Los americanos se muestran sin fuerza,
cansados, aburridos. No hay valores en ningún momento ni se ve que
tengan claro lo que deben hacer.
Me ha gustado la personalidad de la
mujer: ella sola enterrando y respetando a sus muertos. Matando el
cordero. Preparando el banquete para los forasteros hostiles, dando
una lección de respeto y valentía.
Creo que en este libro se refleja muy
bien el sinsentido de las guerras.
Inma
Martín
La lectura de La
guardia me ha producido
sentimientos parecidos a los que me trae un concierto sinfónico. En
este caso particular, un concierto de música programática que me
envuelve en imágenes de guerra y asedio, provocando un estado de
ánimo absolutamente tenso.
Describiría el primer tiempo/capítulo
como un adagio maestoso,
en el que se exponen los temas. Aparecen, apenas esbozados, los
personajes principales junto al tema central, Antígona.
Leo/oigo el segundo tiempo como un
andante ma non troppo.
Todos los personajes van apareciendo, de uno en uno, al tiempo que se
solapan como en una fuga, con sus variaciones, situación familiar,
sueños, gustos musicales, razones para estar allí. Y el perro, que
parece como una nota de adorno, pero que nos va a conectar con el
trágico desenlace.
El último capítulo/tiempo de la
sinfonía es un presto agitato
que expresa la necesidad de resolver ya el problema. Lo hace con un
ripieno, todos
los instrumentos a modo de coda final, para terminar en un repentino
pianissimo.
La muerte de Antígona.
Cristina
Baselga
La guerra,
las situaciones en las que se compromete la propia supervivencia,
acentúan ese instinto primario de pertenencia a una tribu, un
instinto que empuja a considerar como humanos solamente a aquellos
que pertenecen a nuestra tribu o a tribus amigas, rebajando de esa
categoría humana a aquellos que pertenecen a otras. Cuando ese
instinto se confronta con el todavía más básico instinto de
preservar la vida, de ayudar a aquellos que se encuentran indefensos,
el ejército necesita el faro de un capitán que, como Connolly,
mantenga el discurso imperialista americano, aquel según el cual la
misión de preservar el sistema democrático capitalista está por
encima de todo, aunque sea a sabiendas de que la democracia que se
está preservando es un nido de corrupción.
En Connolly
encontramos el ejemplo perfecto de cómo esa situación límite, en
la que su objetivo primario es preservar la vida de sus hombres, le
empuja a rebajar de la categoría humana a Nizam, una muchacha sin
piernas totalmente indefensa, por la que únicamente muestra interés
cuando percibe la posibilidad de enviarla a Alemania donde se le
pondrán unas prótesis y se convertirá en un nuevo objeto, esta vez
valioso, al servicio de la propaganda del ejército. Paradójicamente,
el mismo capitán acepta como “miembro de su tribu” a Minus, un
perro perdido tan indefenso como la chica, al que humaniza
concediéndole toda suerte de caprichos. La humanización de Minus
enfrentada a la deshumanización de Nizam, nos señala el camino
hacia las incongruencias de los instintos primarios que mueven al
Capitán, una figura que representa la propia esencia de las élites
del ejército, en este caso el americano.
Ignacio
Beltrán
La guardia es
una novela en la que el autor revive la figura mítica de la joven
Antígona en el siglo XXI. Nos presenta la impactante imagen de una
joven afgana, mutilada, arrastrándose en un carrillo de ruedas
impulsado por sus manos a través de la ruda y polvorienta montaña.
Una imagen tan dura como la de la larga y terrible guerra de
Afganistán.
En esta novela Antígona se enfrenta a un
ejército, acampada en medio de un descampado árido y frío.
Inevitable recordar y comparar esta versión con la que nos ofreció
Sófocles en el siglo V a. C, en la que Antígona está en un Palacio
frente al tirano Creonte, al que ha desobedecido para seguir la ley
divina de dar sepultura al cadáver de su hermano.
A mediados del siglo XX, en 1.967, María
Zambrano publica La tumba de
Antígona: nos presenta a la
joven Antígona en la oscuridad de su tumba, en donde afirma su
destino dialogando desde el fondo de sí, con las voces que escucha
en su conciencia, y se dirige a todas las personas de su horizonte
existencial, las mujeres y los hombres de su vida.
Son tres visiones de una joven mujer
frente al Poder, al que a lo largo de los siglos tiene que seguir
afirmándose.
Ino
Torres
Después de veinte años de guerra en
Afganistán, las tropas de Estados Unidos abandonan el país. Cabe
preguntarse entonces: ¿qué sentido ha tenido esta guerra?, ¿qué
sentido tiene cualquier guerra? ¡Cuántas preguntas se les plantean
a los soldados y mandos que están desplazados allí! ¿Han ido por
falta de recursos económicos? ¿Han ido por patriotismo, altruismo,
cooperación, defensa de la libertad…? ¿Qué preguntas de carácter
existencial se hacen una vez que se ven inmersos en el conflicto?
“¿Qué hacemos aquí? ¿Venimos a liberar a los afganos del yugo
de los talibanes? Si, al ayudar matamos, ¿podemos asumirlo como
daños colaterales?”
No saben que serán también considerados como “daños
colaterales”.
¡Cuántas preguntas seguirán haciéndose
cuando, situados en la base, en medio de territorio pastún y
cercados por los talibanes, aparece una joven afgana, llamada Nizam
(Armonía), en un carrito, ya que le faltan los miembros inferiores,
reclamando el cuerpo de su hermano muerto en el ataque a la base, el
día anterior!
Se desarrollará así una nueva tragedia
griega, una Antígona
completamente actual, con unos conflictos que confrontarán a Oriente
y Occidente. ¿Por ignorancia, por desconocimiento, por unos
estereotipos sobre la guerra, valentía, sin razón...? Veremos las
consecuencias que estas guerras actuales nos harán volver a vivir.
En lugar de dar una única respuesta a
todas estas preguntas, el autor da voz a todos los personajes con sus
diferentes puntos de vista. Cada uno, según su ideología y su
experiencia personal, interpretará los distintos sucesos y, sobre
todo, el de la aparición de Nizam, “la mujer”. Esta mujer viene
arrastrándose con ayuda de un carrito y cargada con un rubab,
instrumento musical con traste similar al laúd, de cuerda frotada,
expandido por el Magreb, Medio Oriente y Lejano Oriente. Cuando lo
oye Duggal, le dice al sargento primero Whalen que le ha recordado la
música de su tierra, del Punjab. Hace ese sonido como de lluvia que
cae sobre el agua (186).
A través de lo que estos personajes van
escuchando en el desarrollo de la historia, se va formando una banda
sonora que los acompaña a lo largo del tiempo. Otro elemento
reflejado de forma visible.
Ya en la portada, preciosamente diseñada,
aparece el reloj, como metáfora del paso del tiempo. El tiempo que
les queda, “tiempo regalado”. El tiempo, que en el capítulo del
teniente Nick Frobenius es medido tan escrupulosamente en una
sucesión constante, implacable, día y noche. Noche interminable,
llena de insomnios y malos augurios.“Estamos todos tan cansados que
es como si estuviéramos muertos” (217).
En este ambiente de muerte se impone el
Réquiem.
“¡Señor, sácanos de esta noche oscura! Réquiem
aeternam dona eis, Domine”.
Oído una y otra vez. Réquiem,
Réquiem...
El teniente Simonis es amante del rock
duro y escucha a Ozzy Osbourna, War Pigs, Desert Angel (124). Dice
parte de una estrofa: “la gente era libre de cruzar las líneas,
pero luego sucedió algo en el desierto, algo rompió las estrellas
en pedazos. Bueno, yo vivo debajo de una gran montaña roja, con la
forma de una gran bestia enorme”. KANDAHAR quiere decir “Montañas
Rojas”.
Llanos
Collado