© Gintare Drainelyte
[DOS]
Dos piernas, dos rodillas, dos tobillos, los dedos diminutos de los pies que son tan parecidos unos a otros y suman sus falanges en parejas, los huesos semejantes, sucedidos y su contaduría vertebral para escribir el peso o el fulgor son nómina y carbón en papel copia, perfecta simetría con que el cuerpo busca no estar tan solo y se consuela del lunes y su abrazo envenenado. Por eso se acompasa en paridad, escruta sus meninges, sus alardes, su tiempo entristecido y concluyente y cuenta sus costillas mientras gime, porque es inmensa la llanura sola y el sol está tan lejos como el mar. El día en que nos faltan los afectos, palabras olvidadas como trébede, justicia, lapicera o resplandor, cuando estalla la flor de la torpeza y aroma los manzanos al troncharse, el cuerpo se conforma como puede, busca su concordancia, su acomodo para la ley de las compensaciones y balancea su peso duplicado por el estrecho beso de lo dual. Tan solo los impares desiguales -el sexo, el corazón o la cabeza- revientan en su plomo solitario, reclaman con ardor para la sed y exigen de algún modo compañía, un canto en que se enreden otras voces haciendo más liviano el universo.
(De La ausente, 2004)
[LA IMAGINACIÓN DEL CEREAL]
En la imaginación del cereal la hoz se reduce a una herramienta.
Media luna que canta en el centeno su amor diseminado en cada corte, la violencia más dulce del verano.
Metal de la alianza, la apetencia en que la espiga entrega su esplendor, circulación y flujo de lo vivo que se resiste a ser identidad y busca diluirse entre la harina.
Melaza en que se aprietan hierro y cobre, aleación y prodigio de no ser lo que se era al principio. Convincente cesión hacia lo dúctil que transforma el rígido enunciado del objeto en savia derramada como aire, como metal en punto de fusión que corre enrojeciendo las dos manos.
En la ardiente planicie de la siega se estrechan la cuchilla y las gramíneas mientras los cuerpos buscan a los cuerpos y las letras se funden lentamente con la vocal redonda de la hoz. Disolución de lo que fue en el todo que es nacer y morir para la boca.
con Claudio Rodríguez, de nuevo
(De Fiebre y compasión de los metales, 2016)
[¿Y SI ERES NADIE?]
¿Y si eres nadie? Miras dentro de ti y solo hay un inmenso páramo en el que nada se oye. Ni siquiera la respiración agitada en el incendio de aquello que fuiste. ¿Adónde irás cargando tu vacío? Nada pesa lo que no tienes, pero no hay ligereza posible para ti porque el vacío te arrastra hacia sus pies. Ha arrasado con toda la flora, los días sin viento, las reservas de agua y de pardales. Quedan muchos más pájaros atrapados contra las vallas: vencejos, cormoranes, petirrojos. Un viejísimo albatros sacude su cabeza como si se hubiera atragantado con un mal verso. Entre ellos se disputan las raspas del sol y todos los poemas sobre ruiseñores o palomas que han sido capaces de digerir. Disputan también con quienes han quedado crucificados contra esas vallas, atrapados en la larga migración del hambre, de la guerra. Y mientras, tú sobre tu páramo vacío. Te asomas con miedo al brocal de la boca y solo se ve un espejo negro que parece saludarte desde el fondo. También alguna mano de gente difusa tras tantas pantallas entreabiertas. Nada se oye sino la frugalidad de la desgana. A lo lejos, tal vez el agua pida que abras la puerta de tu cuerpo. ¿O vas a conformarte con ser páramo? ¿Eriazo que no habilitan las hormigas? ¿Pedregal que golpea con su sed? ¿Y si nadie somos todos? Pájaro perro, pájaro persona, población y polluelo enardecido. ¿Qué harás en el tránsito de las taxonomías? En ti están los cien mil caracteres hereditarios que te atan dulcemente a los demás, los tres mil millones de letras del genoma humano que has aprendido sin esfuerzo y silbas con felicidad al levantarte, veinticuatro de los noventa elementos químicos, todas las maletas que quedan extraviadas frente a las aduanas y las noches de Ítaca y Caronte. En ti, partículas lejanísimas de estrellas y otros parientes, piedras, peces, patronímicos, banderas deslucidas y otros trapos del dolor. Incluso meteoros en el festejo de la luz. Todos ellos te bendicen y completan. Bendicen cada una de las capas freáticas que alimentas con tu desesperación y tu amor radical a esta extrañeza que llamaron vivir, estar viviendo. Porque tú no eres suficiente para ti. Desconoces quién eres y no importa. De pronto apremian la vida y los tendones. De pronto estallan granos rojísimos de luz sobre la superficie torpe de tu lengua. Algunos estorninos los disputan y te besan con su canción de alambre. ¿Cómo dejar entonces que el día colisione? ¿Que haya personas aparcadas como muebles mientras viajan las mesas en primera? Alguna vez recibiste en herencia un baúl y una silla de esparto pero hoy todo ha sido arrasado por el fuego, hasta el flequillo que desordenó los días y la expiación y nota a lápiz del convenio laboral, mientras hay personas aparcadas como muebles y están dentro de ti, son tu apellido. Con el agua que mana de sus letras humedeces tu frente y te levantas. con Fernando Pessoa y Antonio Machado
(De Incendio mineral, Vaso roto, 2021) |