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jueves, 29 de agosto de 2024

"Píramo y Tisbe", de Ovidio


John William Waterhouse, Thisbe, 1909


Píramo y Tisbe


Píramo[1] y Tisbe[2], el joven más apuesto y la muchacha más bella de Oriente, vivían en casas inmediatas en la villa que Semíramis[3] rodeó de murallas portentosas[4]. La vecindad les hizo bien pronto conocerse y amarse con pasión. Hubieran deseado casarse, pero los familiares de ambos se opusieron con saña inaudita. Los corazones, igualmente abrasados, se consumían en la separación. No tenían a nadie en quien confiar. Empleaban para hablarse a distancia el movimiento de los ojos y de los dedos. Una hendidura en la pared que los separaba les permitió contemplarse de cerca. Por su parte, cada uno exclamó: “¡Oh pared que nos traes la felicidad y que eres, sin embargo, causa de nuestra desdicha! Quisiéramos reprocharte esta impiedad. Pero… ¡cómo hemos de hacerlo si te debemos mil piedades! Si al menos consintieras juntarse nuestras bocas…”

Todas las noches casi juntos las dejaban pasar en querellas y proyectos. Pasados unos meses y no pudiendo resistir más la separación, se decidieron a huir de sus casas. Cada uno se escaparía a distinta hora e irían a juntarse, a medianoche, al pie del sepulcro del rey Nino. Disfrazada huyó Tisbe. Y se refugió contra el tronco de un moral que daba sombra al sepulcro del gran monarca. De pronto… apareció una leona sedienta en busca del remanso inmediato. Aterrada la muchacha… pensó huir. Pensó quedarse inmóvil esperando que, saciada, marchase la fiera. Pero su velo blanco movido por el airecillo debió de atraer la atención leonina. Corrió Tisbe… Tropezó… Cayó… Brotó la sangre de su frente… Y como llegase Píramo a tiempo de poner en fuga a la leona, viendo ensangrentada a su amada, creyó haber llegado demasiado tarde. “¡Oh Tisbe! ¡Debiste de vivir tus luminosos días! ¡Yo sólo soy el culpable! ¡Y pues que yo lo soy por haberte dejado venir sola… justo es que tenga el fin que tú has tenido!” Dijo así, y en seguida, apoyando la empuñadura de su puñal contra el tronco del moral, se clavó de pecho contra la punta. La sangre regó generosamente el suelo y las raíces.

Tisbe no estaba sino desmayada. Al volver en sí… el espectáculo que sus ojos vieron la hizo enloquecer. Se mesaba los cabellos, arrodillada. Se abrazaba al cadáver de su amado. Le llamaba con suspiros anhelantes y con gritos desgarradores. “¡Oh Píramo, mi bien!... ¡Mi gloria!... ¡Vida mía!... ¿Qué mano impía te arrebató de mi lado?...” Y volvía a besarle en la boca, arrebatadamente. La desnuda vaina del puñal le dio la clave de aquella muerte. “¡El amor me dará fuerzas para seguirte, oh Píramo!... ¡Aun cuando es como si no tuviera vida! ¡Padres… padres desdichados!... ¡Nos quisisteis separar en vida y no hacéis sino juntarnos en la muerte!... Y tú, moral, árbol funesto que cubres el cuerpo de mi amado… y que cubrirás también el mío… ¡bien puedes, como testimonio de nuestra tragedia, cambiar el tono blanco de tus frutos en el tono rojizo de nuestras existencias sacrificadas!” Y se clavó en el seno aquel puñal que acababa de arrancar del pecho amado…

(Publio Ovidio Nasón, Las metamorfosis, Libro IV. Traducción del latín y notas por Federico Sainz de Robles. Espasa-Calpe, Col. Austral, Undécima edición, 1991)



[1] PÍRAMO. Príncipe de Asiria.
[2] TISBE. Hermosa joven de Babilonia.
[3] SEMÍRAMIS. Reina hermosísima de Babilonia. Su hijo Nimias la hizo matar, y para librarse del furor del pueblo hizo decir a los sacerdotes que había volado al cielo en forma de paloma.
[4] BABILONIA. Sus murallas tenían cien codos de altura, según afirmación de Quinto Curcio, y estaban flanqueadas por cincuenta torres. Sobre ellas podían cruzarse dos cuadrigas al galope.


Detalle de la estatua de Ovidio en Constanza,
realizada por Ettore Ferrari


Publio Ovidio Nasón fue un poeta romano nacido en Sulmona,  Abruzos, en el año 43 a. C. (un año después del asesinato de Julio César), y fallecido en Tomis (actual Constanza, en Rumanía) en el 17 d. C., dos años después de la muerte del emperador Augusto. Fue uno de los escritores más prolíficos del naciente Imperio Romano y, probablemente, el poeta clásico que ha dejado una huella más profunda en la cultura occidental.

Hijo de una familia de la aristocracia rural, desde pequeño manifestó una sorprendente facilidad para la poesía. Fue enviado a Roma, donde comenzó a prepararse, al igual que su hermano, con los mejores maestros de retórica y elocuencia para dedicarse a la política, y en la capital alcanzó notoriedad leyendo en público sus poemas juveniles. Hasta los veinte años frecuentó el foro político romano. Sin embargo, su hermano murió y al poco tiempo, su padre, lo que lo convirtió en heredero único de la fortuna familiar, circunstancias que  le permitieron abandonar la carrera senatorial y centrarse en las letras. Con el fin de completar su formación,  viajó a Atenas, Asia Menor y Sicilia. Al regresar a Roma,  fue bien recibido en los cenáculos literarios (conoció a Horacio, a Propercio y, más superficialmente, a Virgilio) y se movió en el círculo del emperador Augusto, hasta que en el año 8 d. C. cayó en desgracia por causas que no han logrado esclarecerse y fue desterrado a Tomis (a orillas del Ponto Euxino, actual mar Negro), donde permaneció hasta su muerte sin haber logrado el perdón pero sin ser despojado de la ciudadanía romana. 

Se casó en tres ocasiones, tuvo varios hijos y numerosas amantes. Su primera esposa se escapó a la Galia con un procónsul. Su segundo matrimonio duró poco porque no llegó a congeniar con su esposa, que le dio una hija. Solo la tercera, una joven viuda llamada Fabia perteneciente a una ilustre familia, le permaneció fiel y le fue de gran ayuda durante el destierro.

Ovidio ha sido denominado "el poeta del amor" por su poesía erótica, pero en sus obras trató también el tema mitológico y el del exilio, como veremos a continación. 
   Su poesía erótica es obra de su etapa juvenil.  Se inicia con Amores, colección de cincuenta  poemas en dísticos elegíacos, el metro de la poesía amorosa, en los que mezcla el humor con el tono intimista. En muchas de estas elegías trenza una historia sentimental sobre los amores con una joven llamada  Corinna cuya identidad no ha podido ser desvelada: quizá se trate de una ficción literaria o reúna notas de las muchas mujeres a quienes amó el poeta. Algunos de los principales motivos (la figura de la alcahueta, el amor como milicia, el triunfo del amor o la promesa de no volver a enamorarse) llegaron a convertirse en tópicos de la poesía amorosa occidental. 
   Continúa con Heroidas (Heroidum epistolae), conjunto en el que reúne dieciocho ficticias cartas de enamoradas mitológicas (Penélope a Ulises, Dido a Eneas, Helena a Paris, entre otras) en las que plasma los sentimientos de nostalgia por la separación y los celos por supuestas infidelidades. En ellas, el poeta, buen conocedor de las mujeres, realiza un profundo análisis del corazón femenino. Impresionante resulta la epístola de Medea a Jasón, pues Medea era una de las figuras femeninas predilectas de Ovidio, quien escribió en su juventud la tragedia Medea, que no se ha conservado.
   Alcanza una de sus cimas creativas con Arte de amar (Ars amandi),  un tratado sobre  la seducción, en que combina los principios de la elegía amatoria con el género didáctico. Dividido en tres libros, en el primero enseña cómo conquistar a una mujer y en el segundo cómo conservarla una vez conquistada, mientras que en el tercero da consejos a las mujeres para conservar el amor de los hombres. El libro, basado en sus experiencias personales, escandalizó por su atrevimiento a una parte de la sociedad romana y disgustó  a Augusto, pues chocaba con las reformas emprendidas por él para moralizar la sociedad romana. Ovidio responde a sus críticos con  sus Remedios del amor (Remedia Amoris), en que se burla de sus detractores ofreciendo consejos y estrategias para evitar los daños que pueda causar el amor.

La etapa mitológica o de madurez comprende las Metamorfosis, su obra más personal y una de las cumbres de la literatura latina.  Es un poema épico en hexámetros, dividido en quince libros y compuesto de más de doce mil versos. Se trata de una especie de historia universal de la mitología que parte de la creación del mundo y culmina con la deificación de Julio César, transformado en estrella. Narra doscientas cincuenta leyendas entrelazadas en las cuales se produce una transformación o metamorfosis: Dafne en laurel o Narciso en flor. A esta etapa pertenece también los Fastos (Fasti), una descripción cronológica de fiestas y ritos romanos siguiendo el orden del calendario.

Las tristes (Tristia) y Las pónticas o Cartas desde el Ponto (Epistulae ex Ponto) son las dos obras elegíacas que Ovidio compuso durante el destierro. Las tristes fueron compuestas en los primeros años de exilio. Consisten en cincuenta elegías repartidas en cinco libros y dedicadas, sobre todo, a Fabia, su tercera esposa. En ellas defiende su inocencia y pide la intercesión de su esposa o de algún amigo para lograr el perdón del emperador. Esta obra tiene un interés extraordinario, pues es la fuente principal para conocer la biografía de Ovidio, especialmente la elegía IV, 10, en la que narra su vida. Las pónticas contienen cuarenta y seis epístolas dirigidas a sus amigos de Roma con súplicas y adulaciones a los poderosos para que le sea levantado el castigo. Ambas obras ofrecen información sobre el paisaje, el clima y las costumbres de la región,  sobre la actividad militar en esa zona fronteriza del imperio, así como acerca de los sentimientos y pensamientos del autor.


El relato de los trágicos amores de Píramo y Tisbe es, como ha observado Ruiz de Elvira, uno de los que han ejercido una influencia perdurable en la tradición clásica, como precedente de los enamorados Romeo y Julieta, inmortalizados por Shakespeare, quien también recuerda esta leyenda en El sueño de una noche de verano.

De enorme difusión gozó así mismo  entre los poetas españoles del Siglo de Oro; entre ellos,  Cervantes, que adoptó el sobrenombre de "Ovidio español". La predilección de Cervantes por esta fábula ovidiana  se manifiesta con claridad en tres pasajes del Quijote en que la rememora o la recrea: la historia de Cardenio y Luscinda en la primera parte de la novela; en la segunda, el soneto de intención desmitificadora de don Lorenzo Miranda, hijo del Caballero del Verde Gabán, y la inversión cómica de los trágicos amores  en el episodio de las bodas de Camacho.  

Entre  las versiones burlescas, sobresale la  "Fábula de Píramo y Tisbe", un largo romance de quinientos ocho versos, compuesto por Góngora en 1618.

Referencias:
-Martín de Riquer, La literatura antigua en griego y latín. En Martín de Riquer y José María Valverde, Historia de la Literatura universal, vol. 1, Planeta, 1984.
-Alberto Sánchez, "Historia y poesía: el mito de Píramo y Tisbe en el Quijote", en Anales Cervantinos, XXXIV (1998), pp. 9-22. Consultado en: https://cvc.cervantes.es/literatura/quijote_antologia/sanchez.htm, con fecha 19/08/2024.

3 comentarios:

  1. ¡Qué interesante esta incursión en la literatura latina...
    O sea que lo que aquí hemos leído en prosa es la traslación de un poema, ¿no es eso?. Bueno, las razones espacio lo justificarán pero habría estado bien leerlo en el formato original.
    Digo yo que esa talante impúdico de sus poesía bien pudo ser la causa del enfado de Augusto y del destierro de Ovidio.
    Ah, y Cervantes me parece un poco soberbio e inmodesto al adoptar ese apelativo, siendo, además que no destacó sobremanera en la poesía.
    Carlos San Miguel

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    1. Encontrarás lo que quieres en el siguiente enlace: https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Ovidio-Metamorfosis-bilingue.pdf

      En cuanto a Cervantes, hay que tener en cuenta que la burla y la ironía son una constante en su obra. Se considera que el apelativo de "Ovidio español", si lo tomamos en serio, se explicaría por las metamorfosis o transformaciones que se producen en su obra: el hidalgo Alonso Quijano se transforma en el caballero andante don Quijote de la Mancha; el rústico Sancho Panza, en escudero; la labradora Aldonza Lorenzo, en Dulcinea del Toboso; los molinos, en gigantes, etc. Pero J. Montero Reguera considera que puede interpretarse como una burla de una costumbre entre los escritores de la época (existen otros ejemplos en su obra) que consistía en identificarse con el nombre de una autoridad reconocida, pero también puede entenderse como una muestra de autoestima literaria.

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    2. ¡ Ahhh.... Así sí que me gusta más Cervantes jejeje ¡Gracias
      Carlos

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