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jueves, 12 de noviembre de 2020

"Gracias", un cuento de Yasunari Kawabata

Otoño en Japón. (tohokukanko.jp)


 Gracias


Sería un buen año para los caquis. El otoño en la montaña era hermoso.

La ciudad portuaria estaba en la punta meridional de la península. El chofer del ómnibus bajó del primer piso de la terminal a la sala de espera, donde se sucedían humildes puestos de venta de golosinas. Su uniforme amarillo tenía un cuello púrpura. Ahí adelante estaba estacionado el gran ómnibus rojo con una bandera púrpura.

La madre de la niña se puso de pie, apretando el papel de una bolsa con caramelos, y se dirigió al chofer que se arreglaba los cordones de los zapatos.

—¿Así que hoy es su turno? Si es usted quien la lleva hasta allá, hay que agradecerlo, seguramente va a tener suerte. Es una señal de que algo bueno va a suceder.

El chofer miró a la muchacha que estaba al lado de la mujer y guardó silencio.

—No podemos seguir aplazando esto para siempre... Además, el invierno está casi sobre nosotros. Sería una pena enviarla con el frío. Si de todos modos debemos hacerlo, me parece que es conveniente hacerlo con este tiempo todavía agradable. Y he decidido acompañarla hasta allí.

El chofer asintió sin decir palabra, caminó con el aplomo de un soldado hasta el ómnibus, para acomodar el almohadón del asiento.

—Por favor, tome asiento aquí adelante, señora. No hay tanto traqueteo. Tienen un largo viaje por delante.

La mujer iba a una aldea por donde pasaba el ferrocarril, y que quedaba a sesenta kilómetros al norte, para vender a su hija.

Sacudida a lo largo del camino de montaña, la jovencita clavaba los ojos en la espalda del chofer que estaba justo delante de ella. El amarillo del uniforme colmaba su visión como si fuera un mundo en sí mismo. Las montañas que iban apareciendo se partían y pasaban de un hombro a otro del hombre. El ómnibus atravesó dos pasos muy elevados...

Se cruzó con un carro tirado por caballos, y éste se hizo a un costado.

—Gracias.

La voz del chofer era clara cuando saludaba con una agradable inclinación de cabeza, como un pájaro carpintero.

El ómnibus se encontró con una carreta llena de trastos que también se corrió con sus caballos y le cedió el paso.

—Gracias.

Un carretón.

—Gracias.

Un rickshaw.

—Gracias.

Un caballo.

—Gracias.

Si bien el chofer ya se había cruzado con treinta vehículos en diez minutos, nunca  dejaba de ser cortés. Y aunque tuviera que manejar durante cientos de kilómetros, nunca descuidaba su conducta y era como un cedro bien erguido, simple y natural.

Habían partido a eso de las tres. El chofer había tenido que encender las luces a mitad de camino. Pero cada vez que se encontraba con un caballo, las apagaba.

—Gracias.

—Gracias.

—Gracias.

Durante todo el trayecto, fue el chofer con mejor reputación entre los conductores de carretas, carretones y los jinetes. 

Cuando el ómnibus llegó a la plaza de la aldea en medio de la oscuridad, la muchachita empezó a temblar y se sintió mareada, como si le flotaran las piernas. Se aferró a su madre.

—Un momento —le dijo ésta a su hija y corrió tras el chofer para implorarle—. Mi hija dice que lo quiere. Se lo pido, se lo ruego con mis dos manos en oración. Mañana ella será juguete de un hombre cualquiera, por eso... Si hasta una muchacha de buena posición de la ciudad... con sólo viajar unos kilómetros con usted...

A la mañana siguiente, al amanecer, el chofer dejó la modesta pensión y cruzó la plaza con apostura de soldado. La madre y la hija corrieron tras él. El ómnibus rojo, con su bandera púrpura, salió del garaje y quedó a la espera del primer tren. 

La jovencita subió primero y acarició el asiento de cuero negro del chofer mientras se mordía los labios. La madre se defendía del frío cerrando el cuello de su kimono.

—Y ahora debo llevarla de nuevo a casa. Esta mañana ella lloró, usted me increpó... Compadecerme de ella ha sido un error. Voy a llevarla a casa, ¿bien? Pero sólo hasta la primavera. Sería una pena enviarla ahora que va a iniciarse la temporada del frío. Puedo arreglarme. Pero cuando el tiempo mejore, ya no podré tenerla en casa.

El primer tren le lanzó tres pasajeros al ómnibus.

El chofer acomodó su almohada. Los ojos de la muchachita se fijaron en la cálida espalda que tenían ante sí. La brisa matinal del otoño se deslizaba sobre esos hombros.

El ómnibus quedó enfrentado a un carro tirado por caballos. Y éste se hizo a un lado.

—Gracias.

Un carretón.

—Gracias.

Un caballo.

—Gracias.

—Gracias.

—Gracias.

—Gracias.

El chofer regresaba, lleno de gratitud, cruzando los sesenta kilómetros de montañas y campos hasta la ciudad portuaria en el extremo meridional de la península.

Era un buen año para los caquis. El otoño en la montaña era bello.

(Yasunari Kawabata, Historias de la palma de la mano, 1972)


El escritor Yasunari Kawabata. (revistadeartes.com.ar)

Yasunari Kawabata fue un escritor japonés, el primero de su país en ganar el Premio Nobel de Literatura, en 1968. 

Nació en Osaka en 1899 en el seno de una familia acomodada. Su vida estuvo marcada por las pérdidas sucesivas de sus familiares más cercanos (su padre, su madre, su abuela y su única hermana) durante su niñez, lo que le privó de una infancia normal y lo sumió en la soledad y el desarraigo. Graduado en 1924 por la Universidad Imperial de Tokio,  fue profesor de literatura japonesa y de lengua inglesa. En su juventud fundó con otros jóvenes escritores el grupo denominado Bungei Jidai (Nueva Era Artística), partidarios del movimiento literario denominado neosensacionismo, que defendía el lirismo y el impresionismo frente al realismo social imperante. Contrajo matrimonio en 1931 y durante la Segunda Guerra Mundial se trasladó a Manchuria y se dedicó a estudiar La historia de Genji, un clásico de la literatura japonesa, escrito en el siglo XI. Presidió durante cuatro años el PEN Club japonés y en 1959 recibió la medalla  Goethe. Tras recibir el Premio Nobel, impartió clases en  universidades estadounidenses. Fue uno de los firmantes del manifiesto contra la Revolución Cultural en China. Su mala salud y la tristeza provocada por el suicidio ritual de su mejor amigo, el escritor Yukio Mishima, en 1970, fueron los desencadenantes de una profunda depresión que le llevó a quitarse la vida en su apartamento de Zushi, el 16 de abril de 1972. Se da la paradoja de que el escritor había condenado el suicidio en su discurso de recepción del Nobel.

En su obra, descrita como "lírica melancólica", con un estilo de gran belleza lírica escribe  sobre la soledad y la muerte, además de explorar las relaciones amorosas y el  sexo en la cultura y en la vida del individuo, así como la relación del ser humano con la naturaleza.  Se dio a conocer con La bailarina de Izu (1926), novela basada en su amor de juventud por una bailarina de catorce años. Después de la guerra publicó su novela más famosa, El país de la nieve (1948), sobre la relación entre un esteta maduro y una geisha que envejece. A esta siguieron Mil grullas (1951); El sonido de la montaña (1954),  sobre la crisis de una familia, premiada por la Academia japonesa y considerada su mejor obra; El lago (1955), La casa de las bellas durmientes (1960), Kyoto (1962) y Lo bello y lo triste (1965). 

Yasunari Kawabata recibiendo en Nobel de Literatura, 1968

1 comentario:

  1. Un gran tipo este conductor que, sin discursos ni vanagloriarse, va sembrando la concordia y un ejemplo de rectitud moral...quiero creer...porque en la pensión no pasó nada de lo que pudiera avergonzarse ¿no es eso?.
    Me ha gustado mucho, sobre todo ese estilo, como de fábula infantil dramatizada, que tiene el cuento.
    En cuanto a la ideología del autor, una tontería criticar el suicidio; algo que es tan personal, que sólo puede atañer al individuo y, a lo sumo, a quienes están bajo su responsabilidad...¿criticarlo por razones morales? ¿teológicas? jajaja
    Carlos San Miguel

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