llegar la brisa a los laureles secos
—hay algo en sus troncos,
en sus brazos cortados,
algo de reflexión o de dolor
hacia el cielo. Es el vaho del mar
que antecede a la lluvia.
Es el viento del norte azotando
la hojarasca en las calles.
Es la inminencia del frío,
el telón de las nubes anunciando
en los ciegos fragmentos del aire
la tormenta primera del invierno.
Es otra tarde en este
Todos tenemos unas tardes de invierno idealizadas en el corazón. seguramente muchas de ellas ambientadas en la infancia, en las que tan grato era meterse en casa a la salida de la escuela: mi abuela en el sofá escuchando la novela o el "Compro, vendo , cambio" en la SER, en un programa en el que salía el "Señor Casamatjor" (no sé cómo se escribe en catalán); a las seis ya era de noche (ahora también sucede, pero me fastidia mucho) y sólo quedaba ver a Espinete mientras merendaba y hacer los deberes. Muchas de aquellas tardes helaba y yo esperaba comprobar el fenómeno de la ropa tiesa por congelación en la ventana o poner un vaso con agua para comprobar cómo se congelaba. Bastantes veces nevaba y era un gustazo mirar cada poco rato cómo las tejas se iban cubriendo, engordando su silueta primero y después desapareciendo totalmente. Y el humo de las chimeneas, al abrir la ventana, aún olía a humo de leña, y era silencioso en lugar de acompañar al zumbido de la caldera de gasoil. Lo malo era que había que bajar a por leña o subir el cubo a la vuelta de la escuela. Y dejar para mañana otro cubo con trozos de carrasca a mano.
ResponderEliminarCarlos San Miguel