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Otoño en la comarca del Jiloca, Teruel. Foto: Josefina López
Oda al otoño
Ay cuánto tiempo tierra sin otoño, cómo pudo vivirse! Ah qué opresiva náyade la primavera con sus escandalosos pezones mostrándolos en todos los árboles del mundo, y luego el verano, trigo, trigo, intermitentes grillos, cigarras, sudor desenfrenado. Entonces el aire trae por la mañana un vapor de planeta. Desde otra estrella caen gotas de plata. Se respira el cambio de fronteras, de la humedad al viento, del viento a las raíces. Algo sordo, profundo, trabaja bajo la tierra almacenando sueños. La energía se ovilla, la cinta de las fecundaciones enrolla sus anillos.
Modesto es el otoño como los leñadores. Cuesta mucho sacar todas las hojas de todos los árboles de todos los países. La primavera las cosió volando y ahora hay que dejarlas caer como si fueran pájaros amarillos. No es fácil. Hace falta tiempo. Hay que correr por todos los caminos, hablar idiomas, sueco, portugués, hablar en lengua roja, en lengua verde. Hay que saber callar en todos los idiomas y en todas partes, siempre dejar caer, caer, las hojas.
Difícil es ser otoño, fácil ser primavera. Encender todo lo que nació para ser encendido. Pero apagar el mundo deslizándolo como si fuera un aro de cosas amarillas, hasta fundir olores, luz, raíces, subir vino a las uvas, acuñar con paciencia la irregular moneda del árbol en la altura derramándola luego en desinteresadas calles desiertas, es profesión de manos varoniles, Por eso, otoño, camarada alfarero, constructor de planetas, electricista, preservador de trigo, te doy mi mano de hombre a hombre y te pido me invites a salir a caballo, a trabajar contigo. Siempre quise ser aprendiz de otoño, ser pariente pequeño del laborioso mecánico de altura, galopar por la tierra repartiendo oro, inútil oro. Pero, mañana, otoño, te ayudaré a que cobren hojas de oro los pobres del camino.
Otoño, buen jinete, galopemos, antes que nos ataje el negro invierno. Es duro nuestro largo trabajo. Vamos a preparar la tierra y a enseñarla a ser madre, a guardar las semillas que en su vientre van a dormir cuidadas por dos jinetes rojos que corren por el mundo: el aprendiz de otoño y el otoño.
Así de las raíces oscuras y escondidas podrá salir bailando la fragancia y el velo verde de la primavera.
De Odas elementales, 1954 |
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Precioso otoño. Imaginativo poema.
ResponderEliminarCarlos San Miguel