Foto: Eugenio Cortecero
ANÁFORA
En memoria de Marjorie Carr Stevens
Con mucha ceremonia, cada día comienza con pájaros, campanas, con las sirenas de una fábrica: son tan blancos de oro los cielos y nuestros ojos ven, al abrirse, tan brillantes los muros, que, por un momento, nos preguntamos: ¿Desde dónde vienen la música, la energía? ¿A qué inefable criatura, que debemos haber perdido, estaba destinado el día? Oh, enseguida surge y adquiere su carácter terrenal en un instante, en un instante cae víctima de una larga intriga, asumiendo la memoria y la mortal, mortal fatiga.
Más lento surge a la vista rociando las salpicadas caras, oscureciéndose, condensando toda su luz: a pesar de todos los sueños que malgastamos en él, con esta mirada, sufre nuestros usos y abusos, se hunde en la corriente de los cuerpos, se hunde en la corriente de las clases cuando anochece para el mendigo que, en el parque, fatigado, sin lámpara ni libro, prepara magníficos estudios: el acontecimiento apasionante de cada día en un interminable interminable asentimiento.
(Elizabeth Bishop, El arte de perder. Poesía Portátil, Literatura Random House, 2019. Trad.: D. Sam Adans y Joan Margarit)
ANAPHORA
Each day with so much
ceremony
begins, with birds, with bells,
with whistles from a factory;
such white-gold skies our eyes
first open on, such brilliant walls
that for a moment we wonder
'Where is the music coming from, the energy?
The day was meant for what ineffable creature
we must have missed?' Oh promptly he
appears and takes his earthly nature
instantly, instantly falls
victim of long intrigue,
assuming memory and mortal
mortal fatigue.
More slowly falling into sight
and showering into stippled faces,
darkening, condensing all his light;
in spite of all the dreaming
squandered upon him with that look,
suffers our uses and abuses,
sinks through the drift of bodies,
sinks through the drift of classes
to evening to the beggar in the park
who, weary, without lamp or book
prepares stupendous studies:
the fiery event
of every day in endless
endless assent. (The Complete Poems: 1927-1979) |
Yo creo que sí somos conscientes... por lo menos, cuando se llega a la madurez, a esa edad o ese estado en la que ya no hay apenas cambios en nuestras vidas y somos presas de la rutina perpetua. Y si los hay, suelen ser para mal jejeje.
ResponderEliminarTambién es muy cierta esa sensación de optimismo y energía matinal (tras el desayuno, eso sí), que nos regala el sueño pero que enseguida diluye esa anáfora implacable que rige la vida.
Carlos San Miguel