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jueves, 13 de julio de 2023

"La casa encantada", un cuento de Virginia Woolf



La casa encantada


A cualquier hora que te despertaras siempre había una puerta cerrándose. Iban de habitación en habitación, cogidos de la mano, levantando aquí, abriendo allá, cerciorándose: una pareja de duendes.

"Lo dejamos aquí", decía ella. Y él añadía: "¡Sí, pero también ahí!". "Está arriba", susurraba ella. "Y también en el jardín", musitaba él. "No hagamos ruidos —decían—, o los despertaremos".

Pero no nos despertabais. Oh, no. "Lo están buscando; están corriendo la cortina", podíamos decir, y seguir leyendo una o dos páginas más. "Ya lo han encontrado", podíamos asegurar, con el lápiz suspendido en el margen de la página. Y luego, cansados de leer, acaso nos levantaríamos e iríamos a comprobarlo en persona: la casa toda ella vacía, las puertas abiertas, tan solo las palomas torcaces con su alborozado arrullo y el zumbido lejano de la trilladora allá en la granja. "¿Por qué he venido aquí? ¿Qué pretendía encontrar?" Tenía las manos vacías. "¿Estará, acaso, arriba?" Había manzanas en el desván. Y de nuevo abajo, el jardín silencioso como de costumbre; tan solo el libro había caído sobre el césped.

Por fin lo encontraron en la sala de estar, aun cuando no se los pudiera ver. Los vidrios de las ventanas reflejaban manzanas, reflejaban rosas; todas las hojas eran verdes en el cristal. Si se movían por la sala de estar, las manzanas se limitaban a mostrar su lado amarillo. Sin embargo, instantes más tarde, cuando la puerta se abría, esparcido en el suelo, colgando de las paredes, pendiendo del techo..., ¿qué? Mis manos estaban vacías. La sombra de un zorzal cruzaba la alfombra; desde las más hondas simas del silencio llegaba el arrullo de la paloma torcaz. "A salvo, a salvo, a salvo...", latía suavemente el pulso de la casa. "El tesoro enterrado; la habitación..." El pulso se detenía bruscamente. ¡Oh! ¿Sería eso el tesoro enterrado?

Un momento después, la luz se había desvanecido. ¿Fuera, en el jardín, acaso? Pero los árboles tejían tinieblas para un rayo de sol errante. Tan tenue, tan fugaz, serenamente hundido bajo la superficie, el rayo que yo buscaba ardía siempre detrás del cristal. La muerte era ese cristal; la muerte nos separaba; acercándose primero a la mujer, cientos de años atrás, abandonando la casa, sellando todas las ventanas; las estancias habían quedado sumidas en las sombras. Él había abandonado la casa, la había dejado a ella, había ido al norte, había ido al este, había visto despuntar las estrellas en el cielo austral; había buscado la casa, la había encontrado hundida bajo los Downs. "A salvo, a salvo, a salvo...", latía suavemente el pulso de la casa. "El tesoro es tuyo."

El viento sube rugiendo por la avenida. Los árboles se inclinan a uno y otro lado. Rayos de luna salpican y chapotean furiosamente bajo la lluvia. Erguida y serena arde la vela. Deambulando por la casa, abriendo ventanas, musitando para no despertarnos, la pareja de duendes busca su regocijo.

"Aquí dormíamos", dice ella. Y él añade: "¡Cuántos besos!". "Al despertar por la mañana..." "Plata entre los árboles..." "Arriba..." "En el jardín..." "Cuando llegaba el verano..." "En la nieve invernal..." Las puertas siguen cerrándose en la distancia, batiendo dulcemente como el latido de un corazón.

Se acercan más; se detienen en la puerta. Cesa el viento, resbala, plateada, la lluvia en el cristal. Nuestros ojos se ensombrecen; no oímos pasos a nuestras espaldas; no vemos a dama alguna extender su manto espectral. Con sus manos, el caballero protege el farolillo. "Míralos —susurra—, ahí los tienes, profundamente dormidos, con el amor aflorando en sus labios."

Inclinados, sosteniendo su lamparilla de plata sobre nuestras cabezas, nos contemplan larga e intensamente. Sopla una ráfaga de viento; la llama tiembla levemente. Enfurecidos rayos de luna surcan el techo y las paredes, tiñendo a su paso los rostros inclinados; los rostros meditativos; los rostros que tratan de escrutar la dicha oculta de los durmientes.

"A salvo, a salvo, a salvo", late con orgullo el corazón de la casa. "Tantos años —suspira él—. Por fin me has vuelto a encontrar. " "Aquí —murmura ella—, dormida; leyendo en el jardín; riendo, acumulando manzanas en el desván. Aquí dejamos nuestro tesoro..." Al inclinarse, la luz me abre los párpados. "¡A salvo! ¡A salvo! ¡A salvo!", late enloquecido el pulso de la casa. Me despierto y grito: "La luz en el corazón, ¿es este vuestro tesoro enterrado?".

(En Cuentos de Virginia Woolf, trad. de Juan Bravo, Planeta, Barcelona, 2022)

La escritora Virginia Woolf


Virginia Woolf (Londres, 1882-Lewes, Sussex Oriental, 1941) formó parte del insigne grupo de Bloomsbury y fundó con su marido la  editorial Hogarth, en la que publicó, entre otros escritores importantes, a sus amigos  T. S. Eliot  y Katherine Mansfield. 

Virginia Woolf padecía un trastorno mental que hoy conocemos como trastorno bipolar. Tras acabar su última novela, Entre actos, sufrió una nueva depresión, que se vio agudizada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de su casa de Londres, entre otras causas. El 28 de marzo de 1941 se suicidó arrojándose al río Ouse con los bolsillos del abrigo llenos de piedras. Su cadáver no fue encontrado hasta el 18 de abril.

Además de valiosos cuentos y del célebre ensayo Una habitación propia (1929), escribió novelas tan famosas como La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Las olas (1931), en las que experimentó con la estructura temporal y espacial de la narración mediante un poderoso lenguaje narrativo en el que se equilibran perfectamente el mundo racional e irracional de los sueños y los delirios. Pionera en la reflexión sobre la identidad femenina, la condición de la mujer y su relación con la literatura y el arte, plasmó su pensamiento en sus ensayos y en la inclasificable Orlando (1928), novela en la que reflexiona acerca de las diferencias entre hombres y mujeres a través de las experiencias de su protagonista, un joven aristócrata que de manera involuntaria se transforma en mujer. La obra de la autora está considerada una de las cotas más altas de la prosa inglesa y a menudo sus cuentos constituían experimentos y ejercicios que desarrolló en sus novelas y que más tarde la encumbrarían, junto con Joyce, Proust y Faulkner, al exclusivo panteón de los mejores escritores del siglo XX. Su técnica del monólogo interior y estilo poético se considera una de las contribuciones más importantes a la novela moderna.

El cuento seleccionado trata sobre dos parejas que comparten la misma casa, una de las cuales está formada por dos espectros. La película A Ghost Story (2017), de David Lowewry, está basada en este cuento de Virginia Woolf.

[Imagen inicial: istockphoto]

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