Estas "Nanas de la cebolla", calificadas por Concha Zardoya como "las más trágicas canciones de cuna de toda la poesía española", fueron compuestas por Miguel Hernández el 9 de septiembre de 1939 en la cárcel de Torrijos (Madrid). Están motivadas por una carta de su esposa, Josefina Manresa, en la que le cuenta que a su segundo hijo, Manolillo, nacido en enero de ese mismo año (el primero había muerto en octubre de 1938), lo seguía amamantando a pesar de que le habían salido los primeros dientes, y que ella solo tenía para comer pan y cebolla, como se indica en el ladillo. En una carta del poeta a su mujer, fechada el 12 de septiembre de 1939, alude así a este poema:
Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que para mí no hay otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme.
Es este el último de los 74 poemas anotados por el poeta, entre marzo y septiembre de 1939, en una pequeña libreta que entregó a Josefina cuando, el 17 de septiembre de 1939, salió de la prisión de Torrijos y fue a Cox y a Orihuela para encontrarse con su familia. Algunos de estos poemas habían sido compuestos con anterioridad a su recopilación en el cuadernito.
Suele incluirse en el grupo de Poemas últimos; sin embargo, Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia lo consideran perteneciente a Cancionero..., porque, además de figurar en la libreta citada, se relaciona, temática y métricamente, con los restantes poemas del libro, inacabado debido a la temprana muerte del poeta el 28 de marzo de 1942, a los 31 años. Josefina Manresa, la viuda del poeta, compartía esta opinión, según indican los editores. En el cuaderno, el poema aparecía sin título y sin ladillo (aquí, entre corchetes). Se publicó por primera vez en la revista Halcón, de Valladolid, en el número 9, correspondiente a mayo de 1946, con el título "Nana a mi niño" y con el ladillo.
Miguel Hernández compuso los poemas de Cancionero y romancero de ausencias entre el 19 de octubre de 1938, fecha de la muerte de su primer hijo, y el 17 de septiembre de 1939, y el libro fue publicado póstumamente por la editorial Losada en Buenos Aires en 1958. Lo escribió, pues, cuando el poeta se sabía definitivamente derrotado (la mayoría de los poemas fueron compuestos en distintas cárceles), de ahí que los temas recurrentes sean la vida y la muerte, el hijo fallecido y el hijo vivo, además del amor como única esperanza. A ello se debe también que abandone el tono grandilocuente y épico de sus anteriores poemarios y escriba un libro de extraordinaria sencillez, en el que "se plantea las interrogaciones recapituladoras de lo que percibe como el fin de sus días", como observa Dana Guisasola:
El Cancionero y romancero de ausencias construye a lo largo de sus páginas un ethos íntimo, melancólico. El lenguaje sencillo, preciso, de gran emotividad, la sintaxis simple, que no solo rehúye de las estructuras subordinadas sino que frecuentemente presenta construcciones unimembres, muy breves, configuran una voz directa, sin afectación ni grandilocuencia, cuya inmediatez la aproxima al lector. La temporalidad presente de muchos poemas contribuye a ese efecto de inmediatez, en el que el lector es interpelado directamente, a través de tonos bajos y una estructura retórica sencilla, de metros en arte menor y rimas asonantes. La conversación en voz baja entre autor y lector se despliega a lo largo de poemas breves que abundan en imágenes sensoriales y construyen una figura de autor perceptivo, enraizado en lo sensitivo, lo que posibilita una identificación franca con el lector.
Las "Nanas " son uno de los más logrados ejemplos de lo expuesto por Guisasola sobre el Cancionero. Sin embargo, como señaló Luis Felipe Vivanco*, reúnían todas las condiciones para ser un poema malo: un poema de circunstancias sobre un niño y una madre hambrientos mientras el padre está preso, en el que, además, el autor utiliza una estrofa popular, la seguidilla con bordón (7- 5a 7- 5a 5b 7- 5b). Para evitar que lo sea, le sirve de ayuda al autor, según Vivanco, su condición de expoeta conceptista barroco que no ha dejado de serlo del todo:
Hay un primer intento de convertir a la cebolla en metáfora pura y lograr así, de entrada, la validez de mundo poético. La cebolla va a ser escarcha, cerrada y pobre, o grande y redonda. De ser escarcha pasa a ser hielo negro y, más allá del planteamiento imaginista, hambre. Más adelante el niño mismo va a ser: alondra de mi casa, es decir, alondra de verdad, en sentido opuesto a la de Gerardo Diego. Y esta imagen de la alondra que aparece en la cuarta estrofa [...] le va a servir ya hasta el final, para pedirle que vuele, riéndose e ignorando, y hasta que le haga volar a él, el padre prisionero, con su risa. Más de las dos terceras partes del poema están construidas sobre esta metáfora del niño como alondra que se remonta, ajena a las circunstancias adversas que le rodean. Pero hay otras muchas, como en la seguidilla décima, donde los dientecillos recién brotados, que son cinco, van a ser azahares, diminutas ferocidades y jazmines adolescentes.
Estas imágenes le dan al poema calidad poética, pero lo que le da grandeza y trascendencia, es "la fidelidad de la imaginación creadora a esa circunstancia", en opinión de Vivanco, para quien "lo que manda en la imaginación es la temperatura o vibración cordial de la voz " y así logra vencer el doble peligro de "lo sentimental disminuido" o de "lo preciosista afectado":
Nadie menos sentimental o preciosista que Miguel Hernández en su exigencia de forma. El verso es breve, pero el aliento largo. La estrofa es tal vez graciosa, pero la arquitectura, trágica. Estos contrastes voluntarios y necesarios a un tiempo -así como la superposición de tecnicismo barroco y desnudez última expresiva- le sirven para referirlo todo, con angustia enmascarada de luz, a lo único que le interesa, que es [...] su necesidad de alegría en el hijo, o, más entrañablemente aún, su necesidad del hijo mismo como alegría. El poema, desesperado y pesimista, es también un gran canto de alegría, aunque no de esperanza.
EL PASADO 28 DE MARZO SE CUMPLIERON 80 AÑOS DE LA MUERTE DE MIGUEL HERNÁNDEZ.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
-GUISASOLA, Dana: Cancionero y romancero de ausencias, de Miguel Hernández: la voz y el lector. IX Congreso Internacional Orbis Tertius de Teoría y Crítica Literaria, 3 al 5 de junio de 2015, Ensenada, Argentina. Lectores y lectura. Homenaje a Susana Zanetti. En Memoria Académica. Disponible en: https: //memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.8660/ev.8660.pdf
-VIVANCO, Luis Felipe: "Las nanas de le cebolla". En Cuadernos de Ágora, Números 49-50, Noviembre-diciembre 1960, pp. 36-40. Recuperado en: https://cvc.cervantes.es/literatura/cuadernos_de_agora/pdf/49_50/49_50_completo.pdf.
-AQUÍ puedes escuchar el poema cantado por Joan Manuel Serrat.
-AQUÍ, en la voz de Enrique Morente.
Puedes leer otros poemas del autor en este blog:
-"Antes del odio": AQUÍ.
-"Me llamo barro aunque Miguel me llame": AQUÍ.
-"Vientos del pueblo me llevan": AQUÍ.
-"Las abarcas desiertas": AQUÍ.
¡Qué largo es...! Se ve que en los libros de texto de la escuela sólo publicaban un fragmento, pues.
ResponderEliminarMe ha asombrado que se publicara en esa revista vallisoletana en una fecha tan temprana como 1946 y no comprendo cómo pudo burlar a la censura.
Siguiendo la teoría de los 6 grafos de separación entre los habitantes del mundo "civilizado", a mí me separan de Miguel Hernández...¡sólo cuatro! y es que, el padre de mi cuñado era de Orihuela, y el padre de éste fue coetáneo y conocido -y también cabrero en su niñez- del poeta.
¿Y qué sería de Manolillo? Voy a comprobarlo pero así, sin saberlo aún, ya me pongo triste porque supongo que todas esas esperanzas del poeta acerca del hijo, tan bellamente expuestas en el poema, es probable que fueran ilusiones frustradas por el correr del tiempo.
Carlos San Miguel