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miércoles, 13 de enero de 2021

'Otra vida por vivir', de Theodor Kallifatides

Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 21 de diciembre de 2020
Obra comentada: Otra vida por vivir (
Galaxia Gutenberg, 2019) 
Autor: Theodor Kallifatides

Traducción del griego moderno por Selma Ancira

Imagen de Inmaculada Martín
 
 Kallifatides: Otra vida por vivir o un paradigma del expatriado

Esta novelita que el autor greco-sueco publicó hace apenas dos años se queda pequeña para domesticar debidamente todos los temas desatados. Dicho con un esfuerzo de reducción extrema, nada menos que intenta resolver el drama de toda una vida en apenas ciento cincuenta pequeñas páginas. El autor va a necesitar la habilidad para la ordenación -cavilación dice también- que él mismo asocia al mundo sueco, con la de poder acceder a la entraña apasionada –palpitación, puntualizará-, que reconoce, se reconoce, como griego. Nada menos que la síntesis de dos extremos de toda una Europa que él ya apenas reconoce, al mismo tiempo que los extremos de la geografía interna de un personaje en primera persona, que se permite el estallido de una crisis personal de raíz, cuando frisa ya los ochenta.

El tono reflexivo no podría haber sido evitado: cualquier anécdota narrada habrá de tener la carga significativa (el despacho donde siempre trabajó y que representa la vieja Suecia, abandonado; el incendio de la residencia de verano durante la plenitud de su crisis; la grulla solitaria que encuentra la dirección en su propio interior, como ejemplos), no siempre explicitadas, para ayudar al escritor que ya hace tiempo decidió tomar la propia vida como materia filosófica y literaria para sus futuras novelas. Un escritor que, siguiendo una estela ya trazada, a sus veintitantos emigró, desde una Grecia constreñida por la opresión política, hasta el paraíso socialdemócrata sueco, con el que se identificaría, para dominar pronto una lengua extraña, hasta el extremo de encumbrarse como el mejor representante de su novela contemporánea. No sólo un escritor que no puede eludir su inexorable destino, sino también un expatriado con capacidades luchando denodadamente por su reconocimiento en un paraje ajeno.

La novela, de hecho, comienza con la participación del protagonista en un congreso de escritores escandinavos celebrado en el Teatro Municipal de una ciudad sueca relevante que aún conserva la impronta de Bergman, en representación de su país de acogida a pesar de ser un extranjero, y terminará con el otro reconocimiento, más importante, aunque más modesto, en el anfiteatro al aire libre de la escuela de su pueblo natal, con la vibración presente de los versos de Esquilo (la mayor exaltación emocional del protagonista es ver su nombre en la placa de una calle).

Siguiendo esta misma línea, la reflexión sobre la naturaleza del escritor vertebra secundariamente la novela: la necesidad de veracidad (Bergman dixit); la de remontar el fracaso del escritor incipiente (que el propio Bergman subraya sin piedad, que el cachorrito de zorro clavado en la puerta del cazador tan bien simboliza y cuya superación le inspira ese otro ejemplar joven que es su hija); del reconocimiento del arte, del mito, la literatura como modelo para vivir (él incluso imita su propia literatura previa); la necesidad que siente el protagonista, en definitiva, de dar eternidad a su propia vida a través de la huella dejada en los otros, viviendo en la memoria de los que habrán de permanecer (la vida es la lucha por el pan y por el nombre). El personaje llamado Kallifatides no puede renunciar a la literatura porque, al igual que un soldado solitario de guardia en una garita, mientras todos duermen, siente el poder y la responsabilidad de custodiarlos a todos, el escritor, a través de su creación, es el responsable único del mundo completo, entero, inspirador, de sus propias palabras.

Pero este elemento vertebral de la novela resulta, finalmente, una de las caras del otro, principal, que lo absorbe naturalmente: en el momento de escribir su honda reflexión, el protagonista sufre como expatriado de su propio oficio y mantiene vivo el drama de ser un expatriado de su lengua. Si ha desaparecido el hombre escritor que había en él, sólo podrá reencontrarlo descendiendo a una pulsión más profunda, más originaria, la que palpita en su primera lengua. Si el Kallifatides escritor había recurrido al mito del heroico Aquiles en su afán de perduración de la vida a través de la fama (que protagoniza su versión de la Iliada en El asedio de Troya, 2018), tampoco evita el ejemplo del otro mito fundamental griego con la ansiada vuelta a Ítaca del Ulises de la Odisea (coprotagonista en la novela citada), cuando ansía el regreso a su Molaoi natal, como recuperación de una realidad problemática propia, de una voz no impostada por extranjera, la recuperación de esa identidad cuya fidelidad encareciera su se partir: no te olvides de quién eres. El cierre del círculo en la etapa final de la vida.

 

La vuelta a Grecia no resulta sencilla. Llegan los recuerdos, pero en principio no calan, no mueven aún el molino de sus entrañas: el síndrome de la nuez vacía. El drama del expatriado según este paradigma parece traer resonancias del mito de Prometeo: entre el siempre volveré y el siempre me iré, su permanente angustia por volver a un lugar que ya no existe, la permanente huida de sí mismo, son como las heridas eternas provocadas por la voraz águila insaciable. Incluso los versos de Esquilo elegidos para sellar su bienvenida hablan de unos persas acogiéndose en Grecia.

La crisis social constituye el tercer núcleo de referencias. El emigrante regresa a una patria llena ahora, precisamente, de inmigrantes desatendidos por una Europa ensimismada. Pero el protagonista no se reconocía ya en una Suecia encorsetada moralmente por un neoliberalismo irremediable, en una Europa que sufre los estragos de la nueva guerra mundial de la globalización y que sólo ofrece como alternativas políticas a los jóvenes los procesos identitarios más conservadores o incluso fundamentalistas. El regreso al hogar prístino (un desconocido ofrece a la pareja los frutos de la higuera bajo la que se cobija como exhibición de lo esencial: la emblemática dulzura de la vida en la mano aún capaz de dar) parece un acto de pureza, de limpieza de todas las impiedades de la experiencia.

Finalmente, el Kallifatides protagonista logra cerrar los tres ciclos que mueven su novela: el del escritor en crisis, que convierte precisamente la crisis tardía del escritor en tema de la obra; el del cambio del medio social ya irreconocible, que parece sublimar definitivamente en esta introspección máxima; y la que engloba a las anteriores, la del expatriado que recupera su lengua originaria (de nuevo la idea de la infancia y del potencial constructivo del artista como patria única), como la única patria que nunca habrá de traicionarle, no importa donde viva.

La sabiduría ancestral de un amigo compatriota en Suecia le había dado la vuelta al mito de Sísifo, paradójicamente afortunado por no dejar de trabajar nunca. Finalmente, el Kallifatides autor, ahora en griego, escribe su primera novela.

 Theodor Kallifatides, 2018 - Foto de Florence Montmare

 

 Carlos Salvador

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