© Inmaculada Martín Catalán |
CORDERO DE DIOS
Marx se equivocó al creer que el sufrimiento económico
sería la base de la revolución; quizá lo sea la angustia psíquica, el
sufrimiento espiritual.
JOHN ZERZAN (1999)
IMBUIDO EN
UN CAOS a cámara lenta, roto el
círculo de juicio y control, de equilibrio y realidad, rogándole a un dios
desconocido que todo sea un mal sueño, una pesadilla de verano, cae de
rodillas, alza las manos al cielo y con los ojos cerrados y la mandíbula
desencajada expulsa un grito de dolor del que tendrá que alimentarse el resto
de sus días.
Mercedes negro de última generación bajo un sol de
justicia, instala al niño en la silla —asegurando firmemente las correas y los
cierres—, revisa el nudo de su corbata de seda y se atusa el pelo moteado de
canas en el espejo retrovisor, a pesar de la ducha ya tiene la frente perlada
de sudor, deposita la americana y el maletín de cuero negro en el asiento
contiguo y enciende el climatizador y la radio, “ola de calor en el país… la
temperatura podrá alcanzar hoy los cuarenta y cinco grados a la sombra”,
concentrado en firmes pensamientos —el ultimátum de sus jefes, una relación
basada en la comodidad, falta de ilusiones, anemia de sentimientos, depresión,
deterioro del cuerpo y de las defensas— avanza entre
una amalgama de casas unifamiliares repetidas, gente repetida corta
mecánicamente un césped repetido, pasea a un perro de caza repetido o besa en
la mejilla a una mujer repetida que le desea un buen día, habitantes de un paraíso
abstracto, adictos a la luz artificial y al dinero de plástico, herederos de
dudas y tristezas, circula a mayor velocidad de la permitida, sorteando
repartidores andróginos y jubilados sin nada que hacer, jubilados como su
padre, un hombre marcado por una guerra y una mujer alargando su vida en una
residencia de la provincia de Huesca, intenso dolor de cabeza y el regusto
amargo del café en la boca del estómago, si la delegación japonesa que hoy
visita la fábrica no invierte en la nueva planta se acabó la casa unifamiliar,
el coche de importación, el gimnasio, las vacaciones exóticas, el club de golf…
los valores fundamentales —si no puedes comprar no existes—, de todo eso se
habló en la última reunión, un solo camino, una sola dirección: para juzgar al
mundo hay que estar en el lado de los vencedores, les mostrará, en su mejor
inglés comercial, todo el proceso de fabricación, paso a paso, calibrando cada
palabra, cada latido, argumentando con sencillez y seguridad (el catecismo del
vendedor: la seguridad), impermeable y límpido, explayándose de una forma
clarividente en las cuestiones importantes, desplegando todo su abanico de
trucos con sinceridad fingida, toda su arquitectura de palabras vacías, alejado
de sus propias miserias para contagiar entusiasmo por un proyecto en el que ni
él ni sus superiores creen, si consigue transmitir el mensaje habrá triunfado,
invertirán, y esa inversión solventará el fantasma del cierre de la empresa o
su traslado al tercer mundo, el atasco se perfila importante a la entrada de la
autovía, cientos de coches avanzan de forma sumisa en dos carriles, avanzan y
luego se detienen, con el bombeo inconstante de un corazón enfermo, las ocho y
treinta de la mañana y su intranquilidad se traduce en ardor de estómago y anquilosamiento
de los músculos, el saxo de Charlie Parker amortigua la quietud de los coches
desde la radio, “resignación” es la palabra que todo el mundo lleva escrita en
mitad de la frente, mira a una mujer de labios almibarados y porte altivo y se
imagina su vida con ella, es joven, delgada como una promesa, pañuelo
multicolor anudado al cuello y rayos uva, unos veinte años a lo sumo, se muerde
las uñas de la mano derecha con la mirada lejana, inalcanzable, y un mohín de
niña disgustada en el rostro, el abrazo de tela del vestido ceñido reafirma
unos pechos voluptuosos, por un momento, por una décima de segundo está desnuda
a su lado —hoyuelos de felicidad, pelo púbico enmarañado y piel tersa y
brillante— musitando obscenidades en su oído sobre la cama de una habitación de
hotel, siente el perfume de su sexo… , no, basta de fantasías, debe dormir la
lujuria y centrase en el mensaje, el día le exige una castidad de ideas, una
pureza mental impecable, la sociedad está construida únicamente para los
ganadores, su futuro es algo serio, lo es todo, el móvil le saca de su
estancamiento, reconoce el número del jefe de inmediato y contesta con una voz
aturdida, algo impostada, “buenos días… , sí, claro, de camino… , un atasco a
la altura del hipermercado… ya han llegado, sí, me hago cargo… hasta luego”,
enajenado, golpea el volante con una violencia inusual, desproporcionada, y
respira hondo, intentando dominar su calvario particular, la impotencia del
momento le está destrozando los nervios, daría su brazo derecho por fumar un
cigarrillo, profundas caladas de humo gris y tranquilidad acunando su ánimo, el
parche de nicotina le recuerda con brusquedad su compromiso: ha dejado de
fumar, de pronto se atisba algo de movimiento, avanza renqueante, de forma
irregular, adelanta a la mujer y la olvida, las luces de la policía le
descubren la causa del atasco: la vida de un ciclista se derrama en el asfalto,
ineludiblemente posa su mirada en la figura caída y en el amasijo de hierros
que fue su bicicleta, un hombre angustiado llora en silencio por la vida que
acaba de seccionar, “en realidad no tiene la culpa —piensa—, nadie tiene la
culpa: era su destino”, la bola de fuego del astro rey se refleja con una
claridad terrorífica en el charco de sangre, incrementa la velocidad, conduce
ajeno al agreste paisaje de chabolas con antena parabólica, toxicómanos
durmiendo en tiendas de campaña y basura, la anarquía de solares vallados y
naves en construcción le anuncian la proximidad del polígono industrial, en la
radio dos contertulios divagan sobre el mapa del genoma humano y el mal de las
vacas locas, sus palabras son ejercicios de estilo —sin una pizca de
inteligencia ni de intuición— para su propio lucimiento, los imagina orgullosos
y arrogantes, hinchados como pavos, con los antebrazos apoyados en una mesa
circular, bebiendo agua mineral a sorbitos y apagando sus cigarrillos
mentolados en las paredes de un cenicero, el smog y la periferia de la gran
ciudad le inyectan un aire flemático y cautivador: va a hechizar a esos
malditos japoneses, atraviesa el polígono color mostaza y llega a la fábrica,
le da los buenos días al guardia de seguridad —rostro enjuto y piel ambarina en
un cuerpo de músculos cultivados cinco horas al día en un gimnasio y
esteroides— que, desde la garita, le devuelve el saludo, le hace firmar y
levanta la barrera bicolor, coloca el coche en su plaza de mando intermedio
(plaza número 536), en el inmenso puzzle alquitranado que es el aparcamiento,
sale del mismo y una voz le increpa “que se dé prisa, que comienzan a ponerse
nerviosos”, es una voz sin candidez ni clemencia: la voz de un tratante de
miedo: su jefe, le da una palmada en la espalda —altruismo intencionado— y le
desea buena suerte con un brillo gélido en las pupilas, los japoneses —figuras
arcaicas de rostro árido e inexpugnable, regios trajes de paño y corbatas
impregnadas en naftalina y oscuridad— inclinan la cabeza a su llegada y le dan
la mano firmemente, impacientes como novios en el día de su boda, después, en
la sala de juntas, esquemas y transparencias, humo de puros y café aguado,
charla de presentación y teatro de supervivencia, teatro de muy alto nivel, la
verdad, seriedad y un chiste oportuno, de efecto liberador, visita rutinaria a
pie de fábrica siguiendo una ruta prefijada, con un casco amarillo, unos
tapones de caucho para amortiguar el ruido y una bata de cirujano, la atención
para las máquinas y la invisibilidad para los empleados, explicaciones y más
explicaciones, cifras infladas —unidades por hora, número de contenedores por
día, crecimiento teórico gracias a la nueva planta, apertura de mercados—,
datos y más datos, y al final, de vuelta al punto de partida: la sala de
juntas, dos horas más tarde —seis desde que llegó a la fábrica—, física y
psicológicamente extenuado, los japoneses toman una decisión, una decisión
positiva, explosiones de júbilo, clímax conmovedor, euforia colectiva reflejada
en los rostros, en el espejo del alma, todo el mundo satisfecho, encantados de
ratificar el acuerdo con un gran apretón de manos, una firma por sextuplicado y
una gran copa de champán, pero, extrañamente, la mañana no es completa, algo no
encaja en esa felicidad, ¿qué?
Un
pensamiento repentino estalla en su cabeza inundándolo todo: una imagen aérea
del inmenso aparcamiento —cientos de filas de coches alineados en un orden
estricto, coches de directivo y coches de trabajador, coches imponentes y
coches desguazados, coches con el color de la selva y coches con el color del
desierto, capotas pulidas refulgiendo bajo un sol amenazador— y un niño,
prácticamente un bebé, (que alguien olvidó llevar a la guardería) atado
fuertemente a una silla por diversos cierres de seguridad en el interior de un
mercedes negro de última generación en plena ola de calor.
( Ósar Sipán Sanz, Pólvora mojada, XVII Premio de Narrativa "Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal", Diputación Provincial de Zaragoza, 2003, pp. 19-24 )
Óscar Sipán [amigoslibro.blogspot.co] |
Óscar Sipán Sanz (Huesca, 1974) es un escritor aragonés ganador de numerosos premios de relato y novela, y coeditor, junto a Mario de los Santos, de Tropo Editores. Ha sido destacado como uno de los mejores jóvenes narradores españoles por la editorial Granta, de Reino Unido. Ha publicado Rompiendo corazones con los dientes (Premio de Novela Odaluna 1998), Pólvora mojada (2003), Leyendario. Monstruos de agua (2004), Escupir sobre París (2005), Tornaviajes (Premio Búho 2006), Guía de hoteles inventados (IX Premio de Libro Ilustrado 2007), Leyendario. Criaturas de agua (Premio al libro mejor editado en Aragón 2007), Avisos de derrota (2008, que ha inspirado el cortometraje Il mondo mio), Almanaque de los días felices (2009), Concesiones al demonio (2011), Cuando estás en el baile, bailas (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2012), Quisiera tener la voz de Leonard Cohen para pedirte que te marcharas (2013, finalista en 2014 del Primer Premio Iberoamericano de Cuento "Gabriel García Márquez", convocado por el gobierno de Colombia) y La novia francesa de Ho Chi Minh (2017).
Buen relato y buena ilustración.
ResponderEliminarComparto tu opinión sobre el relato y sobre la ilustración. Muchas gracias, Carmen.
EliminarY trata sobre un asunto que, desgraciadamente, está de mucha actualidad en nuestro país. Todavía estamos impresionados por la reciente noticia del olvido de una bebé en el coche, con terribles consecuencias.
ResponderEliminarAsí es. Muchas gracias.
Eliminar¡Magistral!
ResponderEliminarCarlos San Miguel