Don de la ebriedad es el primer poemario escrito por Claudio Rodríguez (1934-1999), un libro de rara perfección con el que ganó el Premio Adonáis antes de cumplir los veinte años. Se trata de una obra de adolescencia en la que, como el propio poeta escribió más tarde (Desde mis poemas), se concibe la poesía como un don: "Poesía -adolescencia- como un don y ebriedad como un estado de entusiasmo, en el sentido platónico, de inspiración, de rapto, de éxtasis, o, en terminología cristiana, de fervor". Se trata, en efecto, de una poesía en la que es fundamental el fervor lírico ante la vivencia inmediata y el contacto del poeta con la tierra y el mundo campesino. Ese estado de éxtasis vital, que lo aproxima a la literatura mística, se expresa con delicada musicalidad en endecasílabos -versos que se adaptan al ritmo andariego-, asonantados en los libros primero y tercero, y blancos en el segundo. Es una poesía marcada por el irracionalismo -que, por tanto, no debe entenderse sino captarse emocionalmente-, en la que la claridad -relacionada con la Verdad y con el conocimiento- y la ebriedad -la emoción, lo inconsciente del proceso de creación- son los símbolos centrales.
Sobre el poema seleccionado, ha escrito Ángel Luis Prieto de Paula (Poetas españoles de los cincuenta. Estudio y antología, Salamanca, Ediciones Colegio de España, 1995, pág. 312):
Sobre el poema seleccionado, ha escrito Ángel Luis Prieto de Paula (Poetas españoles de los cincuenta. Estudio y antología, Salamanca, Ediciones Colegio de España, 1995, pág. 312):
La composición arranca de un ofrecimiento amoroso, de carácter cósmico y religioso, que el poeta hace a los demás de su voz poética, pero también, metonímicamente, de todo él. Los elementos naturales preceden al hombre en el ejercicio de la donación: así el viento, la luz, el canto de las aves, la flor que, al darse, se convierte "en ímpetu de entrega". El fervor irracionalista de Don de la ebriedad se muestra aquí en forma de imperativos, preguntas al aire, imprecaciones y rupturas del discurso lógico. Un lenguaje afín al de la mística, sincopado y paradójico -la noche que "en los chopos arde"-, expresa ese calambre visionario mediante la referencia a la muerte: "Que todo acabe aquí, que todo acabe / de una vez para siempre!" El poema, que había comenzado con el júbilo del ofrecimiento, termina con una amarga execración del cuerpo, incapaz de "ser hostia para darse" y cumplir así el afán panteísta de disolución en lo ajeno.
Luis M. García Jambrina y Luis Ramos de la Torre (Guía de lectura de Claudio Rodríguez: hacia sus poemas, Madrid, Ed. de la Torre, 1988, pp. 28-29) señalan, por su parte, la aparición de simetrías sintácticas y series binarias:
Todo esto proporciona una impresión de armonía y de unidad, justamente la misma impresión de armonía y unidad que se da entre las cosas, los seres, los elementos de la naturaleza, gracias a su "unánime entrega". Esta es la entrega que anhela, que persigue el poeta cuando le pide al invierno que le haga "parte", "inútil polen"... "de todos y de nadie", o cuando se duele por su limitación "de no poder ser hostia para darse". La hostia, con su significado y su redondez, se convierte así en la imagen más cabal y afortunada de la entrega, dado que esa entrega implica a la vez muerte y resurrección del poeta.Entrada relacionada:
Ah, si es para sentirla en lugar de para entenderla...pues bien.
ResponderEliminarCarlos San Miguel