El poeta, traductor y periodista argentino Juan Gelman Burichson nació en Buenos Aires el 3 de mayo de 1930. Hijo de inmigrantes judíos ucranianos, ha contado que se enamoró de la poesía a muy temprana edad por los versos del escritor ruso Pushkin (1799-1837) que recitaba su hermano y que él no comprendía. Con quince años ingresó en la Federación Juvenil Comunista y en 1948, en la Universidad de Buenos Aires, inició los estudios de Química que abandonó para dedicarse al periodismo, la política y la poesía. Formó parte del grupo de poetas "El pan duro", integrado por jóvenes comunistas que proponían una poesía comprometida. En 1963 fue encarcelado por pertenecer al Partido Comunista, del que más tarde se apartaría. Fundó el grupo 'Nueva Expresión' , además de la editorial 'La rosa blindada' y ejerció el periodismo en la revista 'Panorama', en el suplemento cultural de 'La Opinión', en la revista 'Crisis' y en el diario 'Noticias'. En 1967 se integró en la organización guerrillera de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) y, tras la fusión con Montoneros (movimiento guerrillero de izquierda peronista) en 1973, ejerció como secretario de prensa para Europa de esta organización hasta su alejamiento en 1979. La dictadura argentina del general Videla (1976-1983) marcó dolorosamente su vida y su obra pues lo obligó al exilio (en Roma, París, Managua, Nueva York y México, trabajando como traductor de la UNESCO) y le arrebató a su hijo Marcelo y a su nuera Claudia, embarazada en el momento de su detención, que pasaron a engrosar las listas de "desaparecidos". No pudo regresar a su país hasta 1988, después de que una protesta liderada por varios escritores (García Márquez y Vargas Llosa, entre otros) consiguiera el indulto de las cuentas pendientes con la justicia de su país tras la llegada de la democracia. No obstante, fijó su residencia en México. En el año 2000, cuando la joven contaba ya con 23 años, el poeta pudo encontrar en Uruguay a su nieta Macarena, nacida durante la detención de Claudia. Juan Gelman falleció en Ciudad de México, donde residía desde 1988, el 14 de enero de 2014.
La lucha por la recuperación de la memoria, la presencia de lo cotidiano y la denuncia de la injusticia son constantes en la obra de Gelman (adscrita al realismo crítico), en la que el sentimiento de pérdida se impone sobre el odio y el deseo de venganza. De él se ha escrito que transformó en belleza la tragedia de su vida, con una poesía brillante, irónica e innovadora, en la que mezcla muy variados registros y cuyos temas recurrentes son la memoria, el dolor, el amor y la muerte. De su abundante producción poética, destacan Violín y otras cuestiones (1956), El juego en que andamos (1959), Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Cólera buey (1968), Los poemas de Sidney West (1969), Fábulas (1971) y Si tan dulcemente (1980). Ha recibido galardones tan prestigiosos como el Premio Nacional de Poesía (1997), el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2005) y el Premio Cervantes (2007).
La lucha por la recuperación de la memoria, la presencia de lo cotidiano y la denuncia de la injusticia son constantes en la obra de Gelman (adscrita al realismo crítico), en la que el sentimiento de pérdida se impone sobre el odio y el deseo de venganza. De él se ha escrito que transformó en belleza la tragedia de su vida, con una poesía brillante, irónica e innovadora, en la que mezcla muy variados registros y cuyos temas recurrentes son la memoria, el dolor, el amor y la muerte. De su abundante producción poética, destacan Violín y otras cuestiones (1956), El juego en que andamos (1959), Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Cólera buey (1968), Los poemas de Sidney West (1969), Fábulas (1971) y Si tan dulcemente (1980). Ha recibido galardones tan prestigiosos como el Premio Nacional de Poesía (1997), el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2005) y el Premio Cervantes (2007).
En 1995, cuando habían pasado diecinueve años del robo de su nieta, Juan Gelman escribió esta conmovedora carta dirigida al nieto o nieta que no había conocido y que estaba buscando:
Carta abierta a mi nieto
Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. Él estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado “el Jardín”. Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron -y a vos con ella- cuando estuvo a punto de parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar -así era casi siempre- a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez, o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: Los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y, con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 12 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.
Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugna la posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera hubiese sido el hogar al que fuiste a parar, te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aun así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son los biológicos -como se dice-, sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido mucho.
También pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez -y fueron varias- que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica -por ser suficientemente chico o chica- para entender lo que había pasado. Para entender lo que había pasado. Para entender por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación. Pero ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen.
Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije.
Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera.”
12 de abril de 1995
Publicada en el semanario Brecha, Montevideo, el 23 de diciembre de 1998
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¡Glup! La carta es estremecedora, y con ella se entiende perfectamente el poema escrito seis años después: la misma sensación de su abuelo que no lo pudo abrazar. Me extraña vque al ser un hijo de exiliados ucranianos, supongo que por motivos políticos y religiosos, fuera miembro del Partido Comunista, aunque entiendo que los ideales comunistas no han sido los defendidos por los partidos políticos que predicaban ese ideario.
ResponderEliminarCarlos San Miguel