Cucharas de palo
La cuchara
HABLAR de la cuchara humilde en los cajones no sirve, me dices, para un poema y yo sonrío, vieja ya de todo, no discuto, no contradigo... La cuchara con la que crié a mis hijos, la que llevas a tu boca cada día con suerte, la que tu madre usaba los días festivos, la que hacía música sobre el cristal de las copas, la que con su frío aplacaba el dolor de tus chichones, la de peltre, de mi abuela y de la suya que me dan sopas con honda cuando me crezco, sabihonda, y olvido el humilde valor de la cuchara y de mi origen.
HAN cocinado, frotado, acunado, planchado, llevado hijos, sujetado padres, consolado abuelos, repartido ternuras, esperado regresos, disculpado ausencias, acarreado agua, multiplicado escaseces, hecho milagros de los panes y los peces, dibujado sonrisas, aligerado cargas, intentado conquistas y además han procurado no perder su identidad y ejercer de Eva, pase lo que pase. Si pusiéramos en fila la inmensa cantidad de tareas invisibles que han hecho en la vida, no habría mundo capaz de contenerlas.
(De A la izquierda del padre, Pregunta, 2024)
Nada soy
CUANDO paseo en el bosque, árbol soy y el sol que se filtra entre las hojas, el aire que las mueve o el insecto que las habita. Y si es el mar lo que contemplo me hago ola mansa y espuma y pájaro marino. Si escucho música me transformo en nota o en prolongado silencio del pentagrama. Cuando es el cielo lo que veo ando volando, pues nube me hago, o lluvia fina, nieve a veces o hielo transparente. Piel se hace mi piel junto a la tuya y mano en la caricia y ojos en tu mirada, en palabra que pronuncias, me reconozco. Y cuando avanzo hacia ti, soy tú. Lo soy todo y nada de eso soy.
Mater amábilis
MI madre no recuerda el nombre de su madre. Ha olvidado el camino de regreso a la vida, no sabe usar el peine, ni la cuchara, se pone, casi siempre, la chaqueta al revés y revuelve cajones en su memoria, pero siempre sonríe al escuchar mi nombre. Mi madre no recuerda si tuvo algún amante, si ha viajado muy lejos, si ha perdido algún tren, dónde están sus anillos, si alguna vez fue guapa, que le gustaba tanto el Chinchón y el café, que las letras unidas tienen significado y que el perro que amaba nos dejó ya hace un mes. Mi madre me recuerda, sin amargura, lo que yo he olvidado tan tontamente, la oración de su abuela que me dormía, las canciones de cuna que me cantaba, y unas romanzas moras que, en letanía, desgrana mirando por la ventana. Mi madre y yo sujetamos recuerdos olvidados como podemos, a veces con dolor, otras con risas, siempre con esperanza.
(En: José María García Linares, Nacer para aprender, volar para vivir. Un acercamiento a la poesía de Begoña Abad, Pregunta, 2019)
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Máter amábilis me parece muy emotivo y hermoso. El terrible precio de llegar a la vejez y que paga la víctima que se ve impedida y la familia, que afronta la carga, el enfado y el dolor y tristeza que supone esa especie de zombie en que se convierte el paciente.
ResponderEliminarQue el Destino nos libre de convertirnos en uno de ellos.
Carlos San Miguel