Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 28 de febrero de 2022
Autor: Julian Barnes
Obra comentada: El ruido del tiempo, Barcelona, Editorial Anagrama, Panorama de narrativas, 2017, 4ª edición. 200 páginas.
AUTOR
Julian Barnes (wikipedia) |
OBRA[1]
- Novela
Hasta el presente ha publicado trece novelas, entre las que destacan: Metrolandia; El loro de Flaubert (1980); Inglaterra, Inglaterra (1984); Con las botas puestas, novela policiaca firmando como Dan Kavanagh (1985); Arthur and George (1998); El sentido de un final (2011); El ruido del tiempo (2016); La única historia (2018).
- Ensayo
Something to declare (2002); El perfeccionista en la cocina (2003); Nada que temer (2008); Through the window (2012): Con los ojos abiertos: ensayos de arte (2015).
- Biografía
El hombre de la bata roja (2021).
- Una importante cantidad de relatos breves.
Su obra ha sido galardonada con los más importantes premios: Entre 1981 (Premio Somerset Maugham) y 2021 (Premio Jerusalem) recibió el Premio de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras (1986), Premio Shakespeare de la Fundación Freiherr von Stein de Hamburgo (1993), el Premio Estatal de Austria de Literatura Europea (2004) y el Premio Booker (2011), entre otros. Es, además, Caballero de las Artes y las Letras de Francia desde 2004.
TÍTULO
El ruido del tiempo. Julian Barnes no ha creado el título de este libro, sino que lo ha hecho homónimo de la autobiografía de Ósip Mandelshtan (Varsovia, Imperio ruso 1891 – Vladivostok, 1938), quien fue un gran escritor y poeta ruso perteneciente al movimiento acmeísta. Muy valiente y comprometido políticamente, fue condenado por publicar en 1933 su poema “Epigrama contra Stalin”. Y ello es, sin duda, el primer acierto de esta novela, dado que la música de su protagonista, Shostakovich, fue tildada de “bulla” y “ruido” por el régimen de Stalin.
EL RUIDO DEL TIEMPO
El ruido del tiempo es la biografía novelada del músico Dimitri Dimitrievich Shostakovich (San Petersburgo, 1906 – Moscú, 1975). A diferencia de Strawinski y de Prokofiev[2] –a quienes admiró y siguió inicialmente–, vivió siempre en su Rusia natal, soportando la persecución y las constantes humillaciones del régimen soviético. Fue el mejor compositor ruso que permaneció en la URSS y, como tal, vivió todas las contradicciones del régimen que, por un lado, deseaba exhibirlo como el gran músico que era y, por otra, no cejó de acosarlo hasta lograr su sometimiento final. En consecuencia, se le otorgaron todos los premios, nombramientos y títulos honoríficos existentes en la Unión Soviética[3], pero se le obligó a firmar contra Solzhenitsyn y, más tarde, contra Sajarov y, finalmente, a afiliarse al Partido Comunista.
Julian Barnes construye una novela de estructura circular que narra, en tres capítulos, en tres intensos viajes en el tiempo, la vida de Shostakovich. Pero él es un personaje siempre quieto, ya sea de pie en el rellano de su casa, o en posición sedente en el asiento de un avión transoceánico o de un coche.
Tres vasos de vodka chocando en un tradicional brindis –uno para oír, uno para recordar y uno para beber– producen una triada perfecta, es decir, un acorde perfecto de tres notas, que el joven Shostakovich oye con total nitidez. Las triadas generan cuatro tipos de acordes usados por los compositores de música para transmitir emociones. No se explica al lector qué tipo de acorde escucha Dimitri en esa estación de tren, pero dado que tras él comienza a recordar sus miedos, bien pudiera ser un acorde menor, asociado al shock o al suspense. La realidad que revive es muy dura, pero la música resuena siempre perfecta en todo momento en sus oídos.
Tres veces, una vez en cada capítulo, se evoca este momento, localizado en una estación de ferrocarril, en un momento impreciso entre 1941 y 1945, durante la Gran Guerra Patriótica. Y a partir del sonido de esos modestos vasos, brota toda la novela como una sinfonía en solo tres movimientos o mejor, como una tragedia en tres actos.
ESTRUCTURA ESPACIAL
La narración presenta una cuidada estructura espacial, explícita en el título de cada uno de sus capítulos.
1. En el rellano.
“Siempre venían a buscarte en mitad de la noche”.
Este primer capítulo evoca el terror sufrido por el músico. Iosif Vissarionovich Dzhugashvili (Gori, 1878 – Moscú, 1953), es decir, Iosif Stalin, (“hecho de acero” –sobrenombre que adoptó definitivamente a partir de 1917–) decide asistir en 1936 a la representación de la ópera de Shostakovich Lady Machbeth de Mtsend. La obra, basada en un relato de Nicolai Leskov (Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, 1865)[4], le ganó la enemiga del dictador: "Bulla en vez de música", sentenciaba un duro editorial de Pravda, que se rumoreaba que había sido escrito por el propio Stalin.
En consecuencia, en 1937 tuvo su primer “encuentro” con el Poder, que en Leningrado[5] estaba encarnado en el funcionario Zakrevski, que le sometió a un acosador interrogatorio y cuya súbita destitución le proporcionó un leve alivio. Pero el fusilamiento del mariscal Tujachevski –su amigo y protector– y de varios importantes musicólogos le hizo tomar conciencia de que en Rusia en el futuro sólo habría ya dos clases de compositores: “los vivos y asustados, y los muertos”.
Aterrorizado como miles de soviéticos temerosos de ser detenidos, a partir de ese momento, decidió pasar las noches en el rellano de su casa, provisto de una pequeña maleta con ropa y tabaco, para evitar que el NKVD (Comisariado del Pueblo para la Seguridad Interior), accediera a su apartamento y se llevase a su mujer, Nita, y a su hija, Galia. Pasaba las noches fumando de pie junto al ascensor cigarrillos de la marca Kazvek, que eran una seña de su estatus, pues Stalin fumaba los exclusivos Herzegovina Flor y la policía política, Belomor.
2. En el avión.
“Lo único que sabía era que esta vez era la peor.”
En 1949 recibe una llamada de Stalin en la que le dice que ha sido elegido para ir a Nueva York, al Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial, como representante de la URSS. Fue su segundo “encuentro” con el Poder y la segunda vez que se comportó como un lacayo, aceptando[6]. Es decir, “querían forjarlo, al igual que a todo el mundo. Querían rehacerlo, como a los prisioneros que construyeron el canal del Mar Blanco” (p.103) convertirlo en una herramienta más en la construcción del estado soviético… y consintió.
De regreso, evoca en su totalidad el encuentro/desencuentro con el mundo occidental. Su participación había resultado humillante, pues se limitó a leer discursos escritos por el gobierno y, en alguna ocasión, incluso a defender el texto de Zhdanov. Pero su frustración fue máxima al no poder entrevistarse con Igor Stravinski, que lo rechazó por ser el representante del Soviet.
Resultaba inevitable que el protagonista aquí trajera a su memoria, de una parte, a los comunistas de salón, los intelectuales y artistas occidentales como Malraux, Robeson, Romain Rolland, Bernard Shaw, (en el capítulo siguiente se lanzará también contra Sartre y Picasso), que lograban “asquearlo” porque, en sus visitas, se atrevían a decir a los rusos que vivían en un “paraíso”. Y, por otra, se revuelve contra aquellos intelectuales que, comprendiendo cuál es la verdadera situación en la Unión Soviética, exigen que individuos como Shostakovich combatan el régimen e incluso se conviertan en mártires.
A punto de aterrizar en Helsinki, el protagonista concede, no sin cierto cinismo, que el periplo americano había tenido también su parte positiva, pues numerosos artistas –Arthur Miller, Norman Mailer, entre otros– y cuarenta y dos músicos habían agradecido su visita. Y, además, traía una maleta repleta de discos de gramófono y cigarrillos americanos. Por todo ello, envilecido, afirma “sentir asco de sí mismo”.
3. En el coche.
“Lo único que sabía era que este era el peor momento”.
Cómodamente sentado en el asiento trasero de un Volga que le llevaba de vuelta a casa, el protagonista se hacía la siguiente pregunta:
“Lenin consideraba deprimente la música, Stalin creía que comprendía y apreciaba la música, Jruschov despreciaba la música. ¿Cuál de estas cosas es la peor para un compositor?”
En su mesilla, a modo de permanente recordatorio, una reproducción de El tributo de la moneda, de Tiziano: “Un hombre taimado y moreno, con un pendiente de rubí, sostiene una moneda entre el pulgar y el índice. Se la enseña a otro hombre más pálido, que no la toca, sino que mira directamente a los ojos al primer hombre” (p.134). Así de degradado se sentía él tras sus encuentros con el Poder, que había llegado al extremo de ponerle un tutor para su reeducación en el marxismo[7]. A cambio, ya sabía que Stalin había dado la orden de “no tocarlo”.
Sólo tenía un consuelo en su vida, la convicción de que “la gran música es inexpugnable”, porque sólo “la música podía oponerse al ruido del tiempo” y, si es lo suficientemente pura, se transforma en “el susurro de la historia”.
Corrían nuevos tiempos y con Jrushov el temor a la muerte despareció de su existencia, pero fue solo una ilusión, pues en esta última etapa no se libró de la más temible acción del Poder, que tampoco ahora renunciaba a exhibirlo como un artista domesticado.
Nadie se moría a tiempo… él, tampoco. Y durante sus últimos años, rehabilitada su ópera Lady Mackbeth, colmado él mismo de reconocimiento y de galardones, se despreciaba a diario y deseaba haber muerto[8]. Pero la vida aún le deparaba un tercer encuentro con el Poder y su definitiva claudicación ingresando en el Partido Comunista.
“Uno para beber”. El abuso del alcohol, el consumo compulsivo de tabaco, y las ideas suicidas –“aunque carecía del respeto a sí mismo que exigía el suicidio”–marcaron estos últimos años.
EL NARRADOR / ESTRUCTURA TEMPORAL
“Uno para recordar”. La mano segura del autor mantiene al lector a lo largo de doscientas páginas dentro de la cabeza del joven “que recuerda”, participando de la atormentada evocación surgida del brindis en la estación de tren.
“Siempre había sido supersticioso con respecto a los años bisiestos. Como mucha gente, creía que traían mala suerte”, anticipa la página 30. Es más, había llegado a pensar que su vida estaba organizada en tres ciclos de mala suerte cada doce años bisiestos: 1936 (primera denuncia), 1948 (segunda denuncia), 1960 (afiliación al Partido Comunista) y cree que su final puede llegar en 1972.[9].
Y Julian Barnes, conocedor de esta convicción del músico ruso, ajusta la novela a esa estructura temporal.
Es una biografía en la que el narrador en tercera persona apenas hace acto de presencia, aunque se reserva el comienzo y el final subrayando así la estructura circular del relato. Una posterior presencia, ya en contadas ocasiones en el resto de la novela, garantiza al lector que toda la historia, que transcurre en un constante flash-back del protagonista, ya sexagenario, no perderá su coherencia.
Barnes, oculto tras Shostakovich, mueve el relato en el tiempo en esas tres fechas, girando alrededor del trío formado por el Amor (que el músico consideraba que, si era auténtico, era indestructible), la Familia (especialmente sus hijos Galina y Maxim) y la Música, de la que afirmaba que no pertenece a nadie y por eso fracasó Stalin en su intento de encontrar un “Beethoven rojo”.
Amor, Familia y Música. A lo largo de la narración el orden de prioridad de estos tres elementos va cambiando en el tiempo. Y, sobre todo ello, siempre el Poder.
Toda la narración es un recuerdo, un flujo de conciencia del protagonista, manifiesto mediante el uso combinado del estilo directo, el estilo indirecto y el estilo indirecto libre, manejados con genial maestría por Julian Barnes.
Dmitri Shostakóvich en 1950 (wikipedia) |
SHOSTAKOVICH Y EL AMOR
Mención especial merece la vivencia del amor del protagonista. Según confesión propia, su vida estuvo siempre ligada a múltiples relaciones –amoríos, amantes e, incluso, prostitutas–, pero, paradójicamente, “se creía incapaz de mantener relaciones frívolas, deseaba siempre tener a su lado una esposa.” Tuvo tres: Nina (madre de sus dos hijos), Margarita e Irina. En su intensa vida sentimental, tenía un referente literario, el apasionado militar Parisse, su admirado héroe romántico, protagonista de Madame Parisse, de Guy de Maupassant. Anhelaba, pues, ser arrojado y valiente como su héroe, pero su conducta fue siempre la opuesta.
REPERCUSIÓN DE LA SITUACIÓN POLÍTICA EN SU OBRA
Amilanado por aquellas feroces críticas, compuso en 1949 La canción de los bosques, un oratorio que acompañaba a un texto de Dolmatovski, en exaltación de Stalin –”el gran jardinero”– y su nueva consigna de reforestación: “Llenemos la patria de bosques”.
De modo que no pudo sustraerse a “la luz del Poder”, pero nunca dejó, a pesar de ello, de creer en la Música con mayúsculas –el Arte que es el susurro de la historia que se oye por encima del tiempo.
A lo largo de su vida, fue tildado alternativa y constantemente de traidor y de patriota, lo que, sin duda también ha influido en la desigual valoración que ha sufrido su música, ensalzada y denostada por la crítica mundial[11].
***
Julian Barnes –que permite a su protagonista llamarse constantemente cobarde y sentir asco de su propio sometimiento– le ofrece al final de la novela una posibilidad de justificación, no exenta de ironía y de cinismo.
Se hace saber al lector que cada mañana, en vez de rezar, Shostakovich recitaba dos poemas de Yevgueni Evtushenko (Rusia, 1933 - Tulsa, USA, 2017):
En tiempos de Galileo, un colega suyo
no era un científico más estúpido que él.
Sabía muy bien que la tierra giraba,
pero tenía también que alimentar muchas bocas.
Así pues, había sacrificado su honorabilidad por su música, como "explican los versos finales de Evtushenko:
Proseguiré, por ende, mi carrera,
procurando no proseguir ninguna.
El ruido del tiempo es, sin duda, una novela extraordinaria.
Francisca Soria Andreu
[1] En inglés, los títulos no traducidos al español.
[2] Admiraba, además, a Bach, Beethoven, Mahler y Musorgski y todo ellos dejaron huella en sus composiciones.
[3] Sustanciosos Premios en metálico y numerosos Galardones: seis veces fue Premio Stalin y recibió en tres ocasiones la Orden de Lenin.
[4] Esta novela de Leskov fue llevada al cine en 1962, muy fielmente adaptada por Andrzej Wajda (Polonia, 1926-2016).
[5] Leningrado era el nombre soviético de San Petersburgo, también conocida como Petrogrado. Con ironía se denomina a esta ciudad en la novela como San Leninburgo.
[6] Escribió una carta de agradecimiento a Stalin, aceptando el honor de ser representante de la Unión Soviética en el Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial celebrado en Nueva York.
[7] Su tutor Troshin le entrega una lista de lecturas –todas ellas obra de J. Stalin –que incluían: El marxismo y los problemas de la lingüística y Problemas económicos del socialismo en la URSS.
[8] Premio Sybelius de Finlandia, miembro de la Academia santa Cecilia de Roma, Commandeur de l´Ordre des Arts et des Lettres de París, doctor Honoris Causa por la Universidad de Osford, miembro de la Royal Academy of Music de Londres. Fue también Presidente de la Unión de Compositores de la Federación Rusa.
[9] Pero el destino no se apiadó de él y sobrevivió hasta 1975. Desde 1960 su salud fue muy precaria, no podía subir escaleras y le prohibieron el tabaco y el alcohol. Le extrajeron una piedra del riñón y fue sometido a quimioterapia por un tumor en el pulmón. A pesar de todo, continuó bebiendo hasta el fin de sus días. Fue enterrado en el cementerio de Novodevich en Moscú.
[10] Vano Muradeli, (Gori, 1908-Tomsk, 1970), tras esta representación vio su obra censurada por el Partido Comunista. En 1968 fue rehabilitado.
[11] En una breve Nota del autor, al final del libro, Julian Barnes explicita sus fuentes bibliográficas principales, de gran interés todas ellas. Especialmente cita a Elizabeth Wilson, Shostakovich: A life Remembered (1994 y revisada en 2006), y a Solomon Volkov, Testimony: The Memoirs of Shostakovich (1979). Esta última obra “causó una conmoción tanto en Oriente como en Occidente y las llamadas Guerras de Shostakovich resonaron durante decenios” (p.198)
Francisca, como siempre, magistral.
ResponderEliminarExcelente y "poética" recensión del libro. Malgré tout oiré los susurros de las historia en la obra de Shostakovich. Hice media carrera escuchándolo, se lo debo.
ResponderEliminarNo sé qué me ha gustado más, si el fondo o la forma. El susurro.