Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 13 de diciembre de 2021
Obra comentada: La utilidad de lo inútil. Manifiesto. El Acantilado, 2013
Autor: Nuccio Ordine
Traducción de J. Bayod Brau
Ilustración para este blog de Inmaculada Martín Catalán |
ORDINE, Nuccio: La utilidad de lo inútil. Manifiesto
(Reseña y crítica)
¿Cómo no iban a sentir deleite, satisfacción y agradecimiento (Concha dixit) unos ávidos lectores, formados sólida y provechosamente en la diversidad de Humanismo, profesionales del acompañamiento diario de alumnos en su desarrollo pleno, en el engrandecimiento de sus espíritus, al desgranar las páginas de esta pequeña y gran joya del ensayo argumentativo bello (Carmen dixit), pletórico de citas brillantes como perlas, engastadas lúcidamente en sus comentarios, y encabezadas por un oxímoron llamativo que recupera los viejos tópicos en torno a la necesidad de una formación integral de los ciudadanos, precisamente, sobre todo, a través de la lectura? Al menos, así es como se ha dado en nuestra tertulia del Instituto Goya. Sería difícil no acabar convencido por la pretensión de esta preciosa obra erudita, apasionada, al mismo tiempo que clarificadora y de dinámica lectura (Francisca dixit), en la que hay tantas referencias bibliográficas, bien acomodadas en la dirección del argumento, a veces con el contraste de notas disidentes y no necesariamente presentadas de una manera cronológica, para destacar qué se ha reflexionado sobre el provecho y la utilidad de los conocimientos, no circunscritos angostamente a una concepción moderna del pragmatismo inmediato.
La paradoja del título, La utilidad de lo inútil, está acompañada, en efecto, por su identificación como Manifiesto, es decir una pública declaración de un propósito, que queda expuesto principalmente en el segundo capítulo del libro, y que consiste en rechazar frontal y contumazmente el nuevo paradigma de gestión de las universidades y de las instituciones educativas en Europa, a través de un proceso múltiple en el que destacan la secundarización de la Universidad con su reducción perversa de los programas y la conversión de las clases cotidianas en un juego interactivo superficial; la retracción económica del Estado, llevado por las campañas austericidas de moda; el condicionamiento de la financiación según el concepto de éxito empresarial determinado por el número de graduados (fábrica de titulados); la conversión de las instituciones públicas en empresas, más interesadas en los ingresos que en la transmisión de saberes; la identificación de los alumnos como clientes, con las servidumbres correspondientes; la conversión de los profesores en burócratas que consumen su tiempo en el vano rellenado correspondiente, en lugar de en su ineludible formación permanente; y sobre todo, la reducción de las enseñanzas a su versión más utilitarista, olvidando la dimensión esencial del hombre que necesita desarrollarse a través de la educación.
En realidad, no estoy seguro de que Ordine llegue a enfatizar en su verdadera relevancia, pese al lírico apasionamiento razonado de esta obra, la estrecha y parcial concepción del ser humano que se esconde detrás de este replanteamiento respecto a las instituciones educativas, presente en otros muchos aspectos de la sociedad: si la especificidad de las materias ya convirtieron al estudioso en especialista extremo incapaz para una comprensión más amplia que la angosta parcela de su dedicación, aparentemente justificada por la competencia productiva, la progresiva reducción del estudiante a la función laboral que habrá de desempeñar (según Ordine: en cualquier hombre hay algo esencial que va mucho más allá del oficio que ejerce), aleja tal vez definitivamente a ese mismo ser humano, reducido implacablemente a la pieza útil del organigrama, de su desarrollo integral como totalidad a la que dignamente debería aspirar. Proyecto de hombres menguados, podríamos decir.
Este profesor de la Universidad de Calabria e investigador del mundo clásico y del Renacimiento (autor también de Clásicos para la vida) subraya, precisamente a tenor de todo lo anterior, la necesidad del acceso sin intermediación a la filosofía, la poesía, el arte o la música, que humanizan y amplían el horizonte mental y emocional del estudiante; el desarrollo de los teoremas multidisciplinares, que finalmente suelen revelarse más utilitaristas de lo previsto; y el contacto directo y educativo del profesor entregado, que transmite pasión y amor por el saber, manteniendo viva la llama de la curiositas, para la formación del profesional futuro como hombre íntegro.
Nuccio Ordine. (lavozdegalicia.es) |
Ordine, en su defensa de los saberes torpemente considerados inútiles, revisa entre otros muchos, el ejemplo de Don Quijote, el héroe por excelencia de la inutilidad. Cervantes ha exhibido en su magistral libro la doble cara de esta cualidad que, por un lado, critica duramente en su invectiva contra los perniciosos libros de caballerías (sin olvidar que se trata de un caballero constantemente castigado), pero al mismo tiempo la ensalza en la figura del héroe que representa la exaltación de la ilusión, la que aportan los ideales que dan sentido a la vida. Precisamente, creo que no resultaría excesivo tomar el ejemplo de nuestro caballero andante para recordarle a nuestro autor calabrés los riesgos de los excesos apasionados. En efecto, por un lado, si bien es cierto que la tópica confrontación entre los conocimientos útiles y los tachados despectivamente como inútiles requiere la ofendida réplica en defensa de los segundos, Ordine ha podido caer, a mi juicio, en un cierto menosprecio altanero de las primeras disciplinas, en un balance que resulta poco equilibrador (Carmen dixit). Del mismo modo, por otro lado, podría parecer que fingir actualmente un desentendimiento pleno de los aspectos prácticos, tales como los recursos dinerarios existentes, las fuentes de financiación, la interacción entre el mundo económico real y la Universidad (¿los menciona en algún momento?), podrían resultar, siguiendo el equilibrio de Cervantes, excesivamente quijotescos.
La primera parte del libro está dedicada a la revisión bibliográfica de algunos de los autores que han vinculado los conceptos del saber y la utilidad. No es fácil encuadrar esta disputa dentro de la escuela ética clásica del Utilitarismo, de carácter consecuencialista, cuya justificación moral de los actos es finalmente el logro de la felicidad, en tanto que es evidente cuánto, indiscutiblemente, aportarían los saberes humanísticos para conseguir ese propósito. Por otro lado, con la reducción materialista presente que nos ahoga, hace bien Ordine en enfatizar la relevancia del homo oeconomicus, de la doctrina del tener (e incluso, más allá: del mero aparentar) frente al ser, que actualmente constriñe la comprensión de ese utilitarismo, y que lleva a la desertificación que ahoga el espíritu, frente a la cual, la defensa de lo inútil resulta una rebelión necesaria para transformar una vida plana, una no-vida, en una vida fluida y dinámica.
De entre las muchas referencias bibliográficas recuperadas por Ordine, tal vez destaquen algunas brillantes reinterpretaciones (Francisca dixit) que aportan especial luz a nuestro propósito. Así, subraya nuestro autor cómo Shakespeare prioriza el dar frente al tener en El mercader de Venecia (más adelante, Ordine recordará un dar generoso por excelencia, el de compartir sabiduría, que lejos de vaciar a la parte dadora, le concede tantos beneficios como a la receptora), cómo la gratuidad y lo no sujeto al rigor utilitario material, parecen estar al abrigo de la fuerza destructiva del dios dinero, del utilitarismo más inhumano que condena a los hombres a convertirse en esclavos del beneficio y a transformarse en mercancía común. También el ser resulta más valioso que el tener en la reinterpretación de La isla del tesoro, de Stevenson, donde los riesgos y aventuras de los personajes acaban por desenmascarar que el verdadero valor del tan anhelado tesoro no consiste en los doblones y los cequíes sino en la cultura de la que ellos mismos son expresión. Me quedo, no obstante, con la re-definición de lo útil que se desprende de la cita de Heidegger, ya en pleno siglo XX: más allá de la asociación a un uso práctico inmediato, este concepto debería entenderse en el sentido de lo curativo, es decir: útil es aquello que lleva al ser humano a sí mismo, del mismo modo que (Heidegger echa mano aquí de la etimología) theoria es en griego la tranquilidad pura, la más elevada energheia, el modo más elevado de ponerse a la obra, prescindiendo de todos los manejos prácticos.
En efecto, la defensa de los saberes inútiles, aunque sea por la rebeldía lógica (se presentan los ejemplos próximos al arte-por-sí-mismo de Byron, Gautier o Ionesco, entre otros), a mi juicio no deja de confirmar de nuevo una significación comúnmente aceptada de lo útil, respecto a la que nos atrevemos a hacer solo algunas matizaciones, dándose el caso de que desde el Diccionario de Autoridades del s. XVIII, la RAE admite una doble acepción de la palabra, relacionando útil con provecho, comodidad, fruto o interés, y con aquello que sirve y aprovecha en alguna línea, pero sin reducirlo en ningún momento a un beneficio económico, a la obtención de una posición social, al aumento del reconocimiento por parte de los demás o a cualquiera de los otros aspectos que el utilitarismo actual podría considerar como válidos. Es decir, evita identificar útil con medro, concepto que sí que me parece que está circunscrito a la mejora de la fortuna basada en bienes, reputación, etc., y a la que el propio diccionario adhiere una connotación negativa, puesto que lo asocia con artimañas y aprovechamiento de circunstancias (medrar también quiere decir mejorar el ganado, pensando en el beneficio del ganadero, matiz éste jugoso en un planteamiento como éste sobre la deshumanización). El oxímoron que encabeza el libro puede ser, por tanto, una ocurrencia feliz y un sugerente reclamo de lectura, pero tal vez ya llegó el momento de interiorizar, como intenta Heidegger, un concepto distinto de utilidad que nos salve como humanos en nuestra integridad y, por tanto, prescindir completamente de la sombra de la inutilidad.
Otro aspecto que tal vez hubiera merecido mayor consideración en el libro de Ordine que la de una simple referencia breve en la introducción, es el de si verdaderamente aquellos medios sirven para lograr estos fines, es decir parece evidente que no hay garantías de que los saberes humanísticos puedan ser el factor principal que explique la existencia de ciudadanos responsables en cuanto a los valores de solidaridad, tolerancia, reivindicación de la libertad, protección de la naturaleza y apoyo a la justicia, como sí se asegura en la parte tercera del libro, verdadero alegato en favor de una dignitas hominis vinculada al conocimiento y ajena a la posesión. Sin embargo, ni siquiera los saberes humanísticos tienen, en mi opinión, la capacidad de garantizar un desarrollo integral del hombre que por esta vía podría reducirse a la erudición vana, a la acumulación inoperativa de datos o a la mera exhibición ostentosa. De nuevo, llevado por su entusiasmo militante (Manifiesto), Ordine parece hacer una identificación, posiblemente de índole renacentista, entre hombre culto (cultivado) y hombre libre y pleno, respecto a la que su libro no aporta indicios de cabal cuestionamiento, cuando el proyecto de la Ilustración (de acuerdo con Hannah Arendt) se ha desvelado insolvente en tantas ocasiones a lo largo de los siglos pasados. Tan sólo en la introducción referida, Ordine cita insuficientemente la prevención de su amigo George Steiner: la elevada cultura y el decoro ilustrado no ofrecieron ninguna protección contra la barbarie del totalitarismo. Los saberes humanísticos, en efecto, resultan un instrumento imprescindible para el desarrollo integral humano, pero como ocurre con todo instrumento útil, su valor lo pone la actualización que es capaz de hacer con ello el usuario. Tal vez afortunadamente, el hombre está más allá de todo conocimiento.
Carlos Salvador Martín
¡Jo,vuestras tertulias literarias serían dignas de ser transmitidas por Aragón TV...
ResponderEliminarCiñéndonos a lo meramente material, hoy se podría hablar de lo contrario: de la inutilidad de lo útil; me refiero a la enormidad de productos, en variedad y en número, de que disponemos hoy en día...y que no necesitamos realmente no nos hacen felices, cuando nuestros abuelos, que no tenían ni un par de camisas, encontraban la motivación diaria para trabajar con ahínco e ilusión.
Sin duda, debe encontrarse ese punto de equilibrio entre materialismo e idealismo en la docencia, entre el decadente Club de los poetas muertos que no saben de dónde viene el pan que comen, y la fábrica de economistas sin alma que el capitalismo global (o de ciudadanos sin alma que supongo que buscaba también el colectivismo marxista en los aspectos humanistas) pretenden que sean los institutos y las universidades supeditadas a los Mercados ésos, que sólo miran el pan para hoy, sin prever las consecuencias humanas ni ambientales.
Carlos San Miguel