Todos tenemos un jardín oculto,
un pequeño parterre transeúnte
que nadie aceptaría como tal
salvo los que lo cuidan y mantienen.
Todos tenemos una tierra propia,
una pequeña huerta clandestina
en la que crecen flores bien extrañas,
extrañas para aquellos que no saben,
que no pueden saber lo bien que huelen
o cómo se enderezan sus corolas
cuando las baña el sol de la nostalgia
o las riegan las lluvias del consuelo.
Todos tenemos un jardín secreto
sembrado de dedales, cartas, libros,
caleidoscopios, cuentos, viejas fotos,
playas, reclinatorios, parameras...
Nadie diría que esto es un jardín
salvo aquellos que viven para cultivarlo,
para cambiar de sitio los cuadernos
y darle cuerda a los relojes viejos.
Sin embargo, resulta muy difícil
procurar que el jardín no se marchite,
darle el riego preciso a cada planta,
saber las que requieren sol
y las que son de sombra,
no dejar que se nublen los retratos,
abrir los libros y orear sus páginas
para que los recuerdos no se sequen
como si fueran hojas de eucaliptus.
Es difícil el arte de la jardinería.
De La herida absurda, Bartleby, Madrid, 2006
Gracias, Josefina! Es uno de los poemas más bellos que he leído. A partir de hoy, formará parte de mi jardín secreto.
ResponderEliminarPara mí es una alegría que te haya gustado este poema de Francisca Aguirre, poeta que no sé si goza del reconocimiento que merece. Un abrazo, Carmen.
Eliminar¡Qué bonitooooo! No sé si lo mío es un jardín o un trastero en el desván, pero comparto la idea de un sitio secreto para los recuerdos que sí, que hay que cultivar para que no se marchiten y mueran.
ResponderEliminarPues con las dos piezas que he leído, ya me parece una gran poetisa.
Carlos San Miguel