Sesión del 15 de enero de 2024
Autora: Brenda Navarro
Obra comentada: Ceniza en la boca. Sexto Piso, 2022.
Ceniza en la boca, una historia de pérdidas
La escritora mexicana Brenda Navarro forma parte del fenómeno editorial denominado por cierta crítica “nuevo boom” o “boom femenino”, expresión acuñada para referirse al creciente peso de las escritoras latinoamericanas en el panorama literario internacional. Una etiqueta rechazada por ellas por considerarla “eurocéntrica y exotizante” y porque supone considerar el fenómeno como una continuación, una segunda parte, del boom de los 60, que invisibilizó a las mujeres escritoras.
Con solo dos novelas publicadas, pero reconocidas con importantes premios, Brenda Navarro ha conseguido hacerse un nombre en esa narrativa escrita por mujeres que triunfa a los dos lados del Atlántico. En ambas novelas, la autora se ocupa de la intimidad de las mujeres en contextos de violencia y precariedad material y afectiva. En ambas da voz a las mujeres protagonistas para que sean ellas quienes cuenten su propia historia. En Casas vacías nos enfrenta a dos visiones distintas sobre la maternidad: la de una mujer que nunca quiso ser madre y la de otra que rapta al hijo de la primera porque ser madre es lo que más ansía en el mundo. En Ceniza en la boca, la autora aborda el suicidio juvenil, considerado actualmente un problema de salud pública a nivel mundial, debido al considerable aumento de casos en los últimos años.
Navarro ha confesado que tenía entre manos otra novela cuando “llegó a su vida” la noticia del suicidio de un joven, lo que la impulsó a escribir Ceniza en la boca, un libro que “surge de pensar qué le puede pasar a un adolescente, o a cualquier persona, para que piense que lo menos malo que le puede pasar es no tener una vida”.
Esa es la pregunta que se formula una y otra vez la protagonista y narradora de la novela, medio hermana de Diego García, un adolescente mexicano que pone fin a su vida cuando vive en Madrid, ciudad en la que se reunió con su madre después de nueve años de separación. Toda la novela es un intento de comprender por qué su hermano tomó esa terrible decisión, por qué el adolescente que amaba el mar por encima de todo y soñaba con ser piloto eligió finalmente “volar al suelo”.
Narrada en primera persona, la historia comienza in media res, en el momento en que se desencadena la tragedia que rompe el precario equilibrio del mundo de la protagonista: “No lo vi yo, pero como si lo hubiera visto, porque la tengo taladrándome la cabeza. Siempre la misma imagen: Diego cayendo y el ruido de su cuerpo al impactar contra el suelo” (pág. 15). Un impresionante comienzo que encuentra su eco en la frase que cierra el libro, en una estructura circular que vuelve a la llamada telefónica anunciadora de la tragedia y a esa idea obsesiva de su hermano cayendo: “No lo vi yo, pero como si lo hubiera visto, porque lo tengo taladrándome la cabeza y no me deja dormir. Siempre la misma imagen: Diego cayendo y el ruido de su cuerpo al impactar contra el suelo” (pág.192).
Entre ambas frases, una narradora que se describe a sí misma encerrada en su cuarto pensando en Diego, va tejiendo un largo monólogo, con constantes saltos temporales y dividido en cuatro partes, que se corresponden con otras tantas etapas, ambientadas en tres ciudades distintas: México, Madrid y Barcelona. En busca de respuestas, vuelve la vista atrás para contar (contarse, más bien) sus vivencias en México y España. Recuerda que la responsabilizaron de cuidar de Diego siendo casi una niña, la sensación de abandono de ambos por la marcha de su madre, la frustración del niño cuando esta incumple la promesa de ir a buscarlos, el reencuentro, los problemas de su hermano en el instituto madrileño, el rechazo de los padres de su novia española, la desconfianza de los vecinos, los desencuentros de ambos con su madre, los primeros trabajos de la narradora como cuidadora y su traslado a Barcelona para alejarse del control materno, así como la última vez que vio a Diego, el sabor amargo que le dejó la visita de este a Barcelona, donde descubrió un Diego hasta entonces desconocido:
“Así era como recordaba yo a Diego, mientras iba en el tren de vuelta a Madrid después de que se suicidó: cínico, adolescente, indolente, muy hijo de la chingada; y sin embargo, yo iba llore y llore a pesar de que la gente me veía raro y yo les incomodaba el viaje de tren”. (pág. 104)
Pero el testimonio de Jimena sobre la generosidad de Diego con los niños de una familia desahuciada o la opinión de la que fue su novia en Madrid componen un retrato poliédrico hecho de luces y sombras.
Las preguntas de la protagonista no hallarán respuesta, como ella intuye muy pronto: “Para qué quiero la verdad, Diego, si de todas formas no la voy a tener?” (27). Sobre todo, porque Diego se había convertido en un adolescente hermético que hablaba poco y no dejó “ni una carta de despedida, ni un mensaje”. Las escasas pistas que iba dando, cual mensajes encriptados, solo son percibidas como tales cuando él ya ha desaparecido y dan a entender que su decisión no era fruto de un arrebato: su hermana no entiende la obsesión del adolescente por la canción “Don’t Life” de Vampire Weekend “hasta que se mató y regresé a tener mi duelo a México” (pág. 135).
El dolor se mezcla con el sentimiento de culpa (“¿Qué quisiste decirnos, Diego, que no escuché?”, pág. 43) y la compasión hacia su hermano:
“Nadie con Diego. El cuerpo de mi hermano solo, sin eco, sin consignas, porque a quién le importaba un niño más de cualquier barrio de Madrid que ni siquiera había nacido ahí”. (pág. 43)
La rabia inicial, la indignación hacia su hermano, dará paso lentamente a la comprensión:
“Yo entendía a Diego. Desde que llegamos a España estábamos como amputados, pero sin diagnóstico. Como que nos faltaba algo, pero todos lo negaban. […] ¿Qué nos podían amputar? Pues México, pensaba yo. Nos amputan México. Pero México no como país, sino como lo que dicen que es saudade. Te da saudade, te enfermas, te mueres un poco. ¿Cómo no iba a entender a Diego?” (pág. 108)
Y, más tarde, cuando en México se encuentre con el horror de las desapariciones y las ejecuciones que afectan a su entorno más próximo, halla consuelo pensando que, entre todas la muertes, la de Diego es “la más loable” (pág. 135). Será en México también, durante la misa por Diego, cuando llegue a entender las razones de su hermano y a aceptar finalmente su decisión:
“De pronto, así, acompañada, justifiqué a Diego, abracé su decisión. No había toda una vida por delante, al contrario: migajas, piezas de rompecabezas sueltas, un reloj con el tic tac avanzado y una serie de acontecimientos abollados, encimados los unos encima de los otros sin rumbo fijo. Nada de vida por delante, ni para Diego ni para mí. Al menos mi hermano tuvo la claridad de verlo y tomar el riesgo de ser el único que decidía sobre su destino”. (pág.134)
En esta particular novela de aprendizaje, la joven que salió de México en compañía de su hermano no es la misma que regresa sola a Madrid después de llevar sus cenizas. Ella –versión femenina de Orfeo, según la autora— se había impuesto la tarea de salvar a su hermano, de rescatarlo del infierno del pasado para que tenga una vida, pero al fracasar en su misión salvadora, siente que ya no hay “nada por lo que me parezca que valga la pena luchar” (pág. 190). La mujer que regresa a México ha perdido un hermano, la que retorna a Madrid ha perdido además el único hogar donde le dieron afecto, la casa de sus abuelos, y un país, México, al que no puede regresar. Se ha convertido así en una persona desarraigada, viajera sin destino que siempre está queriendo irse porque no encuentra su lugar en el mundo, pues el México que añoraba ya no existe, y España, donde se siente víctima de otro tipo de violencia (la de la explotación y la xenofobia), no es para ella un país de acogida.
Esta es también una novela sobre la inmigración de las mujeres hispanoamericanas que llegan a nuestro país huyendo de la violencia y la pobreza y buscando un futuro mejor. Dedicadas a tareas de limpieza o de cuidados y explotadas y vejadas por sus empleadores. Se observa en ellas dos actitudes opuestas: la de la madre, que busca la integración y soporta durante años las duras condiciones de trabajo para conseguir, por fin, un empleo legal con vacaciones pagadas, o el grupo de las primas, que se organiza y lucha para mejorar esas condiciones. Frente a ellas, la narradora no desea adaptarse a la nueva situación y no acepta ninguna de las opciones que se le ofrecen (coser, limpiar, estudiar); dos actitudes opuestas, que se pueden resumir así:
“¿Por qué siempre estás enojada?, me recriminaba mi mamá. ¿Por qué no estás enojada tú? ¡Esa es la pregunta!” (pág. 182)
El libro sitúa a la sociedad española ante un espejo que nos devuelve la negativa imagen que estas mujeres tienen sobre nosotros —“Los españoles te ofrecen su casa, pero nunca te dan su dirección”—, especialmente cuando se trata de sus empleadores: el relato de la narradora sobre sus experiencias laborales en Barcelona es absolutamente demoledor, lo que ha costado algunas críticas a la autora. Sin embargo, no debemos atribuir a la escritora las opiniones de personajes de ficción, aunque estas se basen, con toda probabilidad, en vivencias de mujeres reales. Otro tanto podríamos decir acerca de las opiniones de la narradora sobre el profesorado de la pública.
Las referencias a la banda de indie rock estadounidense Vampire Weekend y a algunas de sus canciones atraviesan toda la novela, en un constante juego intertextual que arranca con la cita inicial, un fragmento de su canción “Sympathy”, que parece inspirada en el adolescente mexicano, pues habla de un Diego García “solitario entre las olas, pero en todos los sentidos”, y avanza así algunos rasgos del personaje. Todas estas referencias, además de ayudarnos a entender al personaje, le permiten a la autora establecer relaciones entre las distintas partes del texto, contribuyendo a su cohesión. Del mismo modo, el vaivén de los pensamientos —que avanzan y retroceden para retomar asuntos ya tratados y añadir nuevos detalles, un nuevo punto de vista o distinto desenlace— contribuye a establecer relaciones en el seno de la novela, dando lugar a una estructura perfectamente trabada. Así, el enojo de la protagonista por sentirse abandonada por su madre, que se muestra ya en las primeras páginas, encuentra su réplica en la defensa de la marcha de la madre por parte de la abuela y en el relato de Jimena sobre las dificultades de la madre en España (partes 3ª y 4ª); el episodio del robo del libro tendrá una segunda parte con un nuevo desenlace; de igual forma, la narradora vuelve al asunto de la ruptura con Carlota y Manuela, que parecía concluido, para contarnos la reconciliación.
La lengua presenta numerosos rasgos de oralidad y abundantes americanismos de los distintos países de procedencia de los personajes (México, Colombia, Bolivia o Cuba), así como frases en catalán y en inglés. Porque Navarro ha apostado en esta novela por representar la riqueza y variedad lingüística que se escucha en las calles de España y ha llevado a sus páginas ese “español latinoamericano castellanizado al que no le estamos prestando demasiada atención”, según la autora.
Ceniza en la boca es una novela dura, sin concesiones a la esperanza, pero una novela brillante que nos plantea preguntas propias de la buena literatura.
Josefina López Granada
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