Plegaria para pirómanos y la transgresión literaria
Carmen Romeo Pemán
Eloy Tizón, Plegaria para pirómanos, Páginas de Espuma, 2023, 192 páginas.
Nueve relatos, cuyo número recuerda a los Nueve Cuentos de
J.D. Salinger, 1953.
Los relatos de Eloy Tizón forman un todo coherente.
Tienen una gran lógica interna y están tejidos con abundantes hebras de
cohesión narrativa.
Prólogo. Grafía: el
primer relato. Aquí encontramos claves temáticas y técnicas que se repetirán en
otros relatos.
Primera
parte. El fango que suspira y Agudeza. Estos dos relatos, y Grafía,
están dominados por planteamientos globales, que permiten el uso de varias
tramas alternativas. Una gran novedad para el género.
Bisagra. Dichosos los ojos: No es propiamente un relato, es una pieza de prosa
poética, un canto a la belleza de lo sensorial.
Segunda Parte. Mi vida entre caníbales,
Ni siquiera monstruos, Anisópteros y Cárpatos. Aquí las estructuras
globales se rompen y dan paso a situaciones fragmentadas. Nada tiene que ver
con nada. La realidad son trozos (Anisópteros, p. 141).
Cierre. Confirmación del susurro. Lo pasional
baja el tono y la plegaria se convierte en un susurro.
Plegaria para pirómanos
En algunas entrevistas, Eloy Tizón ha hablado del choque semántico que
se produce entre las dos palabras del sintagma. Plegaria, la voz silenciosa, se opone a pirómanos, la acción brutal sin palabras. Pero eso es solo un
recurso literario frecuente en muchas piezas de nuestras letras.
Aquí nos interesan sus connotaciones globales. Podemos explicarlas de
muchas formas, pero encontramos la respuesta del autor en el relato Ni tan
siguiera monstruos.
Nosotros, todos, somos como ese niño soldado con lanzallamas al que le
han arrancado todo, al que le han matado hasta los sentimientos, al que una voz
narrativa no identificada lo anima a:
Quemarlo todo y después sentarse a fumar un cigarrillos, dos
cigarrillos, ¿quieres uno? Con toda parsimonia sobre los escombros calientes de
Buckingham Palace o del Vaticano (p.100).
Ese niño al que Erizo, el narrador, sin ser consciente del poder de su
máquina de fotos, lo mandó a la muerte. Ese niño es el símbolo de nuestras
atrocidades. Su muerte, y la de todos los niños como él, pesan sobre nuestras
conciencias. Ellos, los abatidos, los maltratados, los esquilmados, tienen
derecho a establecer un orden más justo en el mundo: Quemarlo todo. Oh boy
oh boy oh boy. Se enciende, se apaga, se enciende (p. 119).
Grafías
Erizo, un escritor fracasado, un estudioso de la obra de Xavier Serio,
está amenazado con perder su vivienda por no pagar las rentas. Le cambia la
vida cuando acepta escribir un prólogo de la obra de Halma Tigredi, una
escritora superventas.
El relato es una parodia, una crítica irónica a la nueva función del escritor
en la cultura de masas y en los intelectuales esnobistas. Esta parodia se
magnifica al expandirse en tres tramas simultáneas. Un gran alarde técnico y
una transgresión para el modelo de relato clásico.
Las tramas, tejidas por Erizo, narrador y personaje, aúnan tres formas
de obsesión por la literatura como un nuevo culto moderno, al margen de su calidad.
Xavier Serio, como canta su nombre, es un autor sesudo y serio, poco
conocido entre las masas, pero que despierta una gran pasión entre sus seguidores,
hasta tal punto que, entre ellos, se relacionan en el comercio de ediciones
clandestinas.
En paralelo, una editorial divulga y magnifica la obra de la reputada escritora
Halma Tigredi, un fenómeno comercial mundial. Estas dos tramas avanzan en oposición.
Y mientras tanto, Erizo, que ama profundamente la literatura, no tiene
lectores ni críticos, pero logrará sobrevivir a costa del fenómeno Tigredi.
Grafía es un relato
extenso, casi una novela breve, una especie de prólogo a los nueve cuentos en
los que se buscan nuevos universos creativos.
En esta aventura nos guía Erizo, un narrador presente en casi todos los
relatos, una especie de alter ego de las distintas personalidades que
habitan los mundos interiores de Eloy Tizón.
Erizo, en su afán experimental, había escrito la obra, r(ictus),
condenada al fracaso:
Carecía de signos de puntuación y de mayúsculas, no tenía final ni
comienzo. La numeración era aleatoria: a la página 37 sucedía la 6. Podía ser
leído en cualquier orden.
En algunas páginas el texto aparecía invertido, cabeza abajo, para
obligar al lector a torcer el cuello o dar a vuelta al volumen y perderle el
respeto al libro. La portadilla estaba colocada al final (p. 20).
Los experimentos y la reacción del público nos traen a la mente las
primeras vanguardias de finales del siglo XIX y principios del XX. También hay
una gran influencia de la revolución narrativa de los años sesenta y del boom latinoamericano. Cada pocos años
los paradigmas literarios se desgastan, entran en crisis, y se buscan nuevos
caminos fuera del canon consagrado. Esos caminos no siempre llevan a buen
puerto, pero siempre dejan su huella.
Grafía, además, es un
experimento en la mente de su narrador, una ruptura con la realidad en forma de
parodia y de broma infinita a lo Foster. Con este talante tenemos que
acercarnos a las obras de Eloy Tizón para entenderlas cabalmente.
En una nota al final, en un doble salto mortal de ironía narrativa,
añade un catálogo de citas, entre otros de Harold Bloom, Franz Kafka,
Samuel Beckett, Paul Morand, Vladimir Nabokov, Virginia
Woolf, Oscar Wilde. Una carcajada dialogística, como las de Bajtín, que
pone en solfa el canon tradicional. Acabamos de descubrir, con Tigredi, que
fuera del canon son posibles fenómenos editoriales de superventas mundiales:
No era más que una invención, un gólem, un avatar, un holograma, un
algoritmo, una base de datos, una orquesta de redactores dirigidos por una
batuta invisible, detrás de la cual habría otra batuta, y otra más, cada vez
más alejadas (p. 29). Era una catedral. Un puzle. Un relato colectivo y
polisémico erigido piedra a piedra con los esfuerzos mancomunados de una
pandilla de mercenarios dispersos (p. 29).
El fango que suspira
Erizo, un guionista, llega al portal de casa con las bolsas del
supermercado. Se encuentra a los vecinos reunidos por la muerte de la anciana
del 6ºF, que vivía sola en su piso. A continuación siguen la profanación de la
casa, de sus bienes y de su intimidad.
Una visión lírica de la muerte en soledad y de la gran burocracia que
sigue a las muertes. Una premonición de lo que nos puede pasar a cualquiera.
Cuando vacían el piso de la anciana, se produce una escena desgarradora.
En el momento que ella desaparece, todos los objetos cargados de valores
afectivos se convierten en cachivaches inverosímiles que solo sirven para llenar
los contenedores de la basura. El vacío de la casa no es neutro para los que
conocieron a la anciana, pero sí para los nuevos inquilinos que lo volverán a
llenar con su emotividad en los nuevos objetos.
Agudeza
Erizo, un tímido empleado de banca, desde niño está atormentado por su
timidez y su sentido de culpa. En
cambio, de adulto se atreve a abandonar en la mesa de un restaurante, sin
despedirse, a la chica a la que no se llegó a declarar ni le escribió una carta
por timidez. Esa chica que le ayuda a sacar su trauma es uno de los pocos
personajes que aspira a un nombre propio: llamémosla
Jelen (p. 82).
A la vez, y en paralelo, discurre una nueva trama. Las aventuras de su
segundo mejor amigo el día que el oculista le puso unas lentillas de prueba.
Después, como en escenas de una comedia de los errores, pasa por comisaría, le
ocurren mil peripecias en el trayecto hasta dar con el domicilio del oculista y,
finalmente, todo acaba con un paseo
entre los pinos (p. 83).
En conjunto, es un elogio a la timidez en un mundo en el que triunfan
los oportunistas y exhibicionistas.
El título, irónico como todos y como el relato en su conjunto, apunta a
los fallos de la memoria: se sospecha si es real o no lo que cuenta el amigo.
Y, por otra parte, a la agudeza de Erizo, a cómo se las ingenia para dejar sola
a su novia.
Dichosos los ojos
El protagonista cuenta todo lo que ha visto a lo largo de su vida. El
viaje se inicia con la pregunta: ¿Qué me falta a mí por ver? En medio de
este largo poema, hay otras fórmulas para recordarnos que estamos viendo, no
leyendo. Por eso completan nuevas coletillas: Si ya he visto. Y detrás de cada coletilla una nueva serie de
enumeraciones, la entrada de nuevas series de enumeraciones.
Estas enumeraciones poéticas han estado muy presentes en nuestra
literatura tradicional, culta y popular, desde los Cantares de Gesta. Responden
a un especial gusto por nombrar. Esas enumeraciones, nombrando lugares
conocidos y evocadores, comunican una emoción positiva.
Lo nuevo de este relato es la elección de lo que se enumera y las
asociaciones sorprendentes entre los miembros de la enumeración positiva ante
lo nombrado. Y cuando mejor conocido sea para el lector, mayor es su placer.
Eloy Tizón elabora sus listas con paisajes y personajes procedentes de
la literatura culta, de la cultura popular, de los mitos, de los ambientes
mundanos, sucios y rutinarios. Y con sus propias filias y fobias.
Las listas de nombres y de enumeraciones de elementos visuales nos
provocan un sentimiento de agradecimiento a nuestra facultad de mirar. Es que
hemos desarrollado nuestra historia poética sobre el sentido de la vista. Ut
pictura poesis. Como la pintura así es la poesía (Horacio, Ars poética).
Mi vida entre caníbales
Escrito para El Cultural de El Español. Publicado el 9 de abril de 2022.
Una fábula corta, escrita en primera persona del plural. Los momentos
vividos por una compañía de teatro, el Club de las Amazonas, antes de una
desgracia. Las chicas de un colegio que representan una obra de teatro
teológico afrontan una denuncia policial.
Cordelia, una de las actrices, recuerda los ensayos de Los
infortunios de la virtud, una obra piadosa, simbólica y alegórica, que nos
recuerda a los autos sacramentales de Calderón de la Barca.
Cordelia, un personaje sacado de una tragedia de Shakespeare, incide en
las salvajes discusiones que se producían en los ensayos y en la decisión que
tomó una de la alumnas, Sacramento, de inyectarse el suero de la verdad: una
sustancia opalina repartida en ampollas de carácter inofensivo (p. 97). Suero
de la verdad o droga de la verdad es el nombre popular del pentotal sódico y
otros barbitúricos, una medicación psicoactiva que altera la función cognitiva
y se utiliza para facilitar la verdad.
Todo transcurrió en el sótano que les prestaron las monjas. En los
ensayos no se dieron cuenta de la presencia de un personaje que las vigilaba,
el que luego las denunció cuando una de ellas cayó indispuesta en medio del
estreno de la función teatral.
Ni siquiera monstruos
El título hace referencia a los niños soldados africanos y a todos los
que hemos visto nuestras vidas truncadas por poderes superiores. Como ese niño,
tenemos derecho a quemarlo todo y a renacer de nuestras ruinas.
Erizo, convertido en periodista gráfico, va contando su vida al revés.
Es decir, comienza viendo las fotos de su archivo y, a la vez, va mezclando sus
traumas de niño, su fracaso matrimonial y la nostalgia de hablar con sus hijos.
Solo al final adivinamos que la historia completa está rota y diseminada en
motivos narrativos que aparentan tres tramas narrativas. Pero solo hay una. El
fracaso de Erizo como persona, desde que el supervisor le hizo repetir un curso
por razones de edad. Su fracaso como marido, parodiado en la farsa de una
separación, sin que se enteren sus hijos. La separación definitiva lo llevó a
los barrios infrahumanos de Detroit. Vende el coche y acepta un trabajo en la
República de Kubeü, donde toma la
fotografía del niño soldado. Esta será
su éxito y su gran pecado.
Un niño soldado, africano, de unos siete u ocho años, no más, que posa
vestido con uniforme de guerrillero… Mientras su cuerpo asesina, sus ojos siguen
jugando con muñecos y peonzas. Da miedo, no por lo que pueda hacer, sino por lo
que antes han hecho con él… Para que este chaval sea capaz de matar, han tenido
que matarlo a él primero. Estrujarle el corazón. Extirparle la sonrisa… Tal vez
sin pretenderlo, el fotógrafo que disparó esa instantánea ha puesto precio a la
cabeza de un crío (p. 99-100).
Con expresiones literarias de aspecto surrealista y con los nombres de las
fotos, como si fueran aforismos, incide en el mensaje central: una crítica
salvaje a las formas opresivas de la civilización resultante de la aldea global
de McLuhan.
Que en Detroit lluevan gallinas es posible, dado el grado de suciedad y
devastación del suburbio. Nos recuerdan a las gallinazas de García Márquez. Y
ese respirar plumas, como en Anisópteros, nos hace pensar en la epidemia
covid, de naturaleza respiratoria, cuando no sabíamos bien de dónde procedía.
En este y otros cuentos, más que una transgresión hacia lo irracional,
veo una nueva forma de decir, correspondiente a una nueva realidad que ni Eloy
Tizón ni los demás acabamos de comprender.
Anisópteros o libélulas
Un diálogo desgarrado entre Cordelia, ingresada en un sanatorio, y
Magnes, su marido y cuidador. Con el telón de fondo de una pandemia de
libélulas. Esa plaga que nos sugieres las langostas de la Biblia y el reciente
covid.
En el juego de intersecciones entre los relatos, descubrimos que
Cordelia fue una antigua novia de Erizo. Unos personajes concebidos bajo el prisma
de Unamuno:
Y eso que en aquel tiempo yo tenía un novio medio artista o medio
escritor o medio algo que se llamaba Erizo. Un día me avisaron de que se había
muerto Erizo. A consecuencia de un accidente durante una expedición. Es todo
cuando sé. Erizo está muerto. El narrador debe morir… Es importante saber
contar bien las cosas. Siempre se escapa alguna hebra, que suele ser la más
importante… Eres un personaje, Magnes. (Anisópteros,
p.132).
Cordelia también es una de las actrices de la obra de teatro que se
ensaya en Mi vida entre caníbales:
Nos habíamos escapado, esa noche, descolgándonos por una ventana de la
lavandería. Éramos unas seis o siete internas, todas menores de edad. El Club
de las Amazonas, nos llamábamos (Anisópteros, p. 131).
En Anisópteros, Cordelia se plantea el tema de la escritura. Al principio
manifiesta un rechazo total.
¿Escribir, dices? No, gracias. Yo no quiero escribir. Lo intenté una
vez. Buf. Qué pesadilla. Fue como perseguir patos. Una jaula de
patos se abre, se escapan todos y tú tienes que atraparlos. Buf. Corren en
direcciones opuestas, los patos, las ideas, es imposible, cuando agarras una
frase se te escapa otra, no puedes. Patos y más patos. No, gracias. Escribir es
eso, o peor. Como perseguir patos (p. 146 y 147).
Al final, después de todas las reflexiones sobre el hecho mismo de
escribir, decide que todo pasará al papel.
Mira, después de todo, puede que sí escriba esto. Afilo mis lápices. Sé
lo difícil que es rajar el silencio. Arrancar cuesta abajo, ojalá mejore
después. Tengo miedo de contarlo mal. Tres, dos, uno. Respiro hondo. A ver por
dónde empiezo (p. 152).
Es la obsesión por la escritura la que vertebra todos los relatos.
En paralelo con esta reclusión de Cordelia, el tema de la pandemia de
libélulas-covid. El aislamiento de los personajes y los anisópteros-libélulas
funcionan como símbolos y metáforas de situación. Una forma indirecta,
desviada, de presentar un tema que afectó, y mucho, a toda la humanidad.
Cárpatos
Como hemos visto en otros relatos, la trama comienza in medias res.
Avanza hacia atrás, hacia el origen y vuelve hacia el final. Con este
tratamiento temporal nos da la sensación de que no hay trama, o está muy
reducida. Pero no. Después del desorden temporal, de las digresiones y
repeticiones de la obsesión por el K-rosydhol, advertimos una trama bastante
tradicional.
Erizo, un alcohólico, dependiente del K-rosydhol, también llamada droga
del cansancio. “A ratos el K-rosydhol me dejaba insensible, indiferente a todo,
libre de angustia, conforme con la vida, por eso era tan peligroso” (p. 163).
Todo comienza una noche con ganas de beber y con todos los bares
cerrados. Entra en el Vlad Tepes, el último bar abierto en los confines de
la ciudad, no muy lejos del aeropuerto, cuando yo iba buscando una farmacia de
guardia (p. 164). Allí conoce a Madison, su amante, dos años antes de la
acción del relato.
En ese tugurio se inscribe, sin saber cómo ni para qué, en una
expedición, con retos sobrehumanos, en los que van muriendo los participantes.
Al final se quedan solos Erizo y Madison, en una playa onírica, y
desaparecen en un ascensor acristalado que, como en los mejores cuentos de
hadas, los lleva al maravilloso fondo del mar. Y aquí me quedo con ganas de
decir: y fueron felices y comieron perdices.
La confirmación del susurro
Querida Marianne. Qué nombre darle a esto. Ni siguiera estoy seguro de
que sea una carta de despedida. Puede que no sea nada. Una bola de papel
arrugado que cruje y se destensa bajo una mesa. Un grito de expiación o socorro
o un borrador para futuras canciones (La confirmación del
susurro, p. 173).
Desde el principio sabemos que no es ni una carta mensajera ni una
epístola. Que es un texto confesional inundado de referencias personales
contadas con una nueva oralidad.
No necesitamos leer más para saber que quien escribe es Leonard Cohen,
el famoso cantautor. Se dirige a su amante y musa, Marianne Ihlen, que le
inspiró las baladas más emotivas. Se conocieron en los años sesenta del siglo
pasado, en la isla griega de Hydra. En 1994 ingresó en el Mount Baldy Zen
Center, en las montañas de San Gabriel, al norte de Los Ángeles. Tenía sesenta
años y, como recordaría años después, se encontraba en pleno bajón. Lo
rebautizaron con el nombre de Jikan, el silencioso en japonés. Del grito
y la canción, al silencio y el susurro.
La despedida es muy Cohen. Igual que entonces, al final de un largo
concierto, mientras mi garganta susurra a nadie en especial, a todos, al
universo entero: Gracias, gracias por la tristeza (p. 190). La tristeza que
invade las composiciones de Cohen es una de las sensaciones más hermosas de su
música.
La
transgresión literaria
Es bien sabido que la lengua es un instrumento de poder y de dominación.
Si extrañamos la lengua y la alejamos de su uso convencional, la convertiremos
en un instrumento de transgresión, en un instrumento contra el poder dominante.
Estos cuentos de Eloy Tizón son una pura y permanente transgresión, desde todos
los planos y puntos de vista. El resultado es una literatura combativa que no
necesita de denuncias ni actitudes moralizantes. Sus sorprendentes piruetas
verbales, como las de Valle Inclán, son la bomba que destripa el terrón
maldito de España. Como en Valle, el lector asiste perplejo a un ritual, a
una especie de oración o plegaria para los amantes del fuego. Esos pirómanos
que con su ardor y pasión combaten lo establecido, las normas que nos
encorsetan en lo cotidiano, en el vivir de cada día. Combaten las nuevas modas
y la cultura de la aldea global, esas corrientes que normalizan y automatizan
lo que nos tiraniza como personas. Se alarman ante la incapacidad de distinguir
entre lo natural y lo artificial. Y lo denuncia con imágenes tan sorprendentes
como una liebre aparcaba en doble fila (Cárpatos, p. 163). En
cambio, si le damos la vuelta y decimos un coche
aparcaba junto a un conejar, nos parece vulgar y esperable en un suburbio
en el que conviven la basura con los animales y las personas. La transgresión
está, pues, en la forma de decir.
Aquellos montes y aquellas simas eran incomprensibles para mí, puñetazos
de los dioses, del mismo modo que para un monje cisterciense, encorvado en el
escritorio de su monasterio medieval resultaría incomprensible la frase:
—Vamos a hacer una cosa: métete en la aplicación (Cárpatos,
p. 162).
O esta imagen que solo entenderá una persona que vea el mundo a través
de una pantalla: El cielo era un salvapantallas. El perfil quebrado de los
árboles tenía forma de gráfico de empresa (Cárpatos, p. 163).
Los propios títulos nos dejan perplejos e inermes. Sabemos que se espera
de nosotros una actitud activa para superar dificultades. A simple vista, es
difícil de imaginar que Anisópteros, una plaga de libélulas, sea un
símbolo y una metáfora de situación de la pandemia covid. Las situaciones
nuevas requieren nuevas claves y una nueva forma de nombrar y narrar. La
gente comulgaba bichos y estornudaba antenas… Vagones de metro cargados de
mariposas muertas… La epidemia se extendía a saltos inconexos (Anisópteros,
p. 143).
Se espera que, con nuestras lecturas, contribuyamos a dar carta de
naturaleza a esta nueva forma de expresión que va más allá de la epidermis
lingüística. Que afecta a la estructura de los textos y a las convenciones de los
géneros literarios.
Para
terminar
Eloy Tizón realiza un ejercicio de superación literaria. Entiendo que un
profesor de literatura creativa que les pide a sus alumnos que suelten amarras
e intenten algo personal, algo rompedor, ha querido darles un ejemplo práctico.
Estos nueve cuentos, como los de Salinger, son una perfecta clase de cómo se
pueden romper los principios estéticos que han regido el canon. Ha
desautomatizado la forma clásica de escribir para lograr escrituras más
conscientes.
Las vanguardias más avanzadas parten de las etapas primigenias de las
literaturas. La forma de ensartar los cuentos a través de elementos formales
mínimos: un personaje que no evoluciona ni aspira a serlo, núcleos temáticos de
un relato ampliados en otros, la nueva forma de ordenar los relatos se repite en
casi todos ellos, y algunos recursos más, me hacen pensar en las primeras
colecciones de relatos como, por ejemplo, El
collar de la paloma y en las novelas medievales paratácticas antes de que
llegara la estructura subordinada del Barroco.
El tema de la escritura atraviesa estas páginas en
distintas formas. Nos encontramos con una teoría del relato metida dentro del
propio relato, igual que Cervantes metió su teoría sobre la novela dentro de
sus novelas.
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