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jueves, 23 de noviembre de 2023

Eloy Tizón, autor de 'Plegaria para pirómanos'

Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 13 de noviembre de 2023
Autor: Eloy Tizón.
Obra comentada: Plegaria para pirómanos. Páginas de Espuma, 2023.


¿Quién no quiere ser Tizón?

Algunos apuntes bio-bibliográficos sobre un pirómano de las letras

Carlos Salvador

Eloy Tizón. Foto de la editorial "Páginas de Espuma"

Lo quiere incluso el propio Eloy, ese madrileño que frisa en los sesenta y que prefirió pasar a la historia de la narrativa española con un segundo apellido con sabor a fuego, dejando sólo para fines administrativos el primero, mucho más prosaico, ese García que aún aparece en la portada de su primera publicación, La página amenazada (Ed. Arnao, 1984), un libro de poemas a veces muy narrativos, cuando aún no había acabado los estudios universitarios. Pese a tanta juventud, no son raros ni los destellos vertiginosos ni la melancolía: Todo va llenándose de tiempo. Las mesas están cubiertas de octubre, las estanterías se desploman, abres la tetera y sale un gritoNos queda la fascinación por la belleza que muere, un último gesto patético y hermoso, el fulgor enfermizo. La decadencia, unos rasgos poéticos inaugurales que parecen no haberle olvidado en su prosa posterior.

¿Qué letraherido no quisiera ser Tizón?, teniendo en cuenta el valor, la significación, el éxito de su primer libro editado de cuentos a sus veintiocho años, coincidiendo con los fastos hispánicos del 92, y ese gusto por el impacto, la provocación de sus títulos: Velocidad de los jardines (con reminiscencias borgianas, uno de sus héroes, aparte de Chejov, Cortázar, Onetti, Rulfo…, en este caso). La editorial Anagrama haría una reedición conmemorativa del libro veinticinco años después, prólogo del autor incluido, para celebrar esos atributos incuestionados del temprano logro, que el crítico Carreira identificaría como la piedra angular sobre la que se sostiene la última generación de autores de relato breve en España.

Velocidad… nace reflejando el período de cambios que el autor había experimentado durante los cinco años anteriores a la publicación: la despedida de la universidad, la mili, el primer trabajo, de nuevo bajo el signo de la melancolía. Cambios que también caracterizan a los personajes, sometidos a la incertidumbre de los ciclos, las despedidas y las transformaciones. Los temas del adiós, el paso del tiempo, las ilusiones juveniles comienzan aquí su expansión a través de los libros posteriores. Frente a la tendencia realista del momento, que representaba con maestría Carver, Tizón echa mano valiente, intensamente de su bagaje lírico para mostrar un rigor estilístico inusitado, buscando las epifanías deslumbrantes que se apoyan más en el descubrimiento inesperado del verbo y la imagen que en el despliegue de recursos. La vocación por la sorpresa, por la ruptura de los moldes previos que constreñían la expectativa del lector, viene acompañada por el ritmo moroso que llega a suspender el tiempo, por la inmersión decidida en los personajes, por la sensibilidad como esencia del pensamiento, por un humor que se entrelaza con lo absurdo, por esa compasión poética, amorosa, en la mirada sobre el mundo.

Pese a que la sola publicación de este libro convertiría a Tizón en un cuentista de culto, habían de sucederle tres novelas de la mano de la editorial Anagrama. En 1995, Seda salvaje, que recibió el Premio Crítica Española y fue finalista del Premio Herralde, una obra deslumbrante que gira en torno a la obsesión del protagonista por desvelar los secretos de los demás, cuya normalidad camufla la existencia de fantasmas, hasta el punto de espiar a su novia con la ayuda de un detective. Seis años más tarde publica Labia, una novela polifónica de historias sucesivas que conecta al autor con el neosimbolismo europeo, atravesado por lo subjetivo y lo imaginario, por lo mítico y el animismo y, sobre todo, por el culto juanramoniano de la belleza. Finalmente, en 2004 hará su aparición La voz cantante, centrada en la presencia de las pequeñas maldades en la vida de todos nosotros (su abuela, su futuro suegro, él mismo), como una sucesión de recuerdos, historias e introspecciones a partir del encuentro aparentemente casual del protagonista con Lucifer (esa voz cantante que gobierna nuestras vidas) en un vagón del metro, un demonio que se encuentra en todas partes y ante el que solo puede triunfar el amor.

Después de esta pequeña y rica serie de narrativa extensa, Tizón se sube de nuevo al vuelo sin motor del relato corto, con un segundo título que vuelve a afianzar su fama de tejedor primoroso: Parpadeos, de 2006, de nuevo en Anagrama, donde pueden encontrarse intuiciones arrebatadoras, impactantes, incluso en los relatos más débiles. Las trece historias nos adentran en mundos diversos presentados como cotidianos y accesibles, pero transidos de elementos que desbaratan su aparente normalidad. El tiempo se torna leve y la permanencia de los fenómenos, insustancial.

Uno de los soportes de su habilidad narrativa es el juego con la voz, como él mismo reconoce en su aportación al libro de crítica colectivo El arquero inmóvil, también de 2006, muchos años antes de crear el personaje Erizo, protagonista variable del libro Plegarias…, que sirve de excusa para estas notas. En 2015, en El Cultural de El Mundo, crea el término postcuento para representar la clave interpretativa del relato breve contemporáneo, una innovación que nos anima a leer de otro modo y pone en entredicho la inercia de un sector de la crítica y la enseñanza. En su artículo “Metamorfosis”, de 2017, toma como comodín la conocida frase de Godard “si no se hace, hagámoslo”, para ilustrar la quiebra del cuento literario actual, entendido como un objeto de orfebrería perfecto, de apacible realismo académico, con su unidad de sentido, su planteamiento-nudo-desenlace, su conflicto obvio…, hasta ampliar los límites del género entero, aunque asegura no ser capaz de responder a la pregunta racional de ¿hasta dónde podemos eliminar determinados elementos diegéticos y todavía seguir hablando de cuento? En 2022, comentando la herencia descentrada del cuento actual español, asegura que todo relato breve digno de perdurar es relato limítrofe.  Pero había sido en 2019 cuando nos había ofrecido sus mejores páginas de crítica deslumbrante en Herido leve. Treinta años de memoria lectora, publicado por Páginas de Espuma. Este feliz ensayo literario pudiera parecer la simple confesión de un lector como tal, pero no hay mejor invitación a la lectura que este esfuerzo exitoso de Tizón, consistente en pulir los diamantes escondidos que encuentra en las obras elegidas, pertenecientes a autores tanto infrecuentes en las estanterías (Wolf, Zorn, Iles…) como consagrados y casi obvios (Cheever, Murakami, Cortázar…). Los libros resultan sagrados para quien ha dedicado su vida a leer y escribir y tal vez no haya mejor acercamiento a ellos que el camino que ofrece quien tan sutilmente los experimenta desde ambos lados. De nuevo una premonición de Erizo en las páginas de este ensayo: Todos somos ficciones. Lo que nos constituye como seres humanos es, básicamente, un relato. Eso que llamamos con cierto aire pomposo “yo” es bien virado, una construcción narrativa En el fondo no somos más que el relato que nos contamos que somos, a nosotros mismos y a los demás”. Las colaboraciones críticas en Revista de Libros, El País, Público, Telva, Revista de Occidente, Turia, El Cultural, etc., son numerosas.

Su tercera entrega de relatos había tenido lugar en 2013: Técnicas de Iluminación, en la misma casa que también acogería Plegaria...diez años después. De estos diez heterogéneos cuentos resulta pertinente destacar su profundidad y lirismo, su ágil fluidez y esa capacidad de experimentación tanto técnica como indagatoria de la percepción de la vida, como si la vida misma hiciese una introspección desacostumbrada e inquietante. El dominio del recurso de la evocación, de la elipsis, del silencio, esconde una potente llamada al lector para que rellene los huecos y reconstruya los potenciales sentidos, para que colabore con la claridad iluminada de cada relato. La exploración de los confines del mundo literario de este esperanzado escritor acompaña a una nueva vuelta en la reconstrucción de la vida humana, que se exhibe bella, vertiginosa, impactante, asombrosa e inasible, pese a una apariencia inicial de normalidad y orden. Tal vez destaque el cuento “Ciudad dormitorio”, una parodia desmembrada del mito de Orfeo, donde el cambio constante del punto de vista y la alternancia entre las tres personas verbales tal vez noqueen la visión acostumbrada del lector menos pertrechado.

Para Tizón el cuento, como género, siempre terreno fronterizo, como dijimos, se presta naturalmente a jugar con sus propios términos constructivos. Las fisuras de los decálogos constituyen el coto de pesca de los escritores no temerosos del abismo. No obstante la potencial precaución inicial del lector, los reconocimientos de este malabarista lírico son numerosos, pero baste mencionar su inclusión en 2013 en el Best European Fiction, prologado por Banville, pese a faltar una década para la publicación de Plegaria…

En efecto, diez años parecen muchos para los libros esperados, pero el autor asegura no dejarse marcar los tiempos por urgencias ni personales ni editoriales.  ¿Quién no quisiera ser como este profesor de escritura creativa en diversos talleres (actualmente de la Escuela de Escritores de Madrid), que puede permitirse coger la fruta solo cuando está en sazón?  El nuevo libro tiene un elemento innovador: un personaje, convertido en principal en algunos cuentos, secundario en otros, va metamorfoseando su rostro y configuración para convertirse en protagonista del libro. Le ha prestado su nombre un pequeño animal solitario pero acechador, un buen cazador introvertido que sabe protegerse bajo la bola de sus púas, cuya hibernación recuerda las ausencias editoriales de su creador. Por si la transparencia no es suficiente, sopésese que, en el primer relato, el más narrativo, “Grafía”, donde este protagonista, Erizo, ahora escritor fracasado, se compara con un autor de culto elitista, Xavier Serio, y una autora superventas, producto de la colaboración múltiple y de una probable intervención técnica, Halma Tigredi, leeremos una frase cuyo único adjetivo está enfatizado por el paréntesis: En el castillo de la literatura, erizado (¡atención a esto!) de torreones y oriflamas, ocupábamos extremos incomunicados. Sin llegar a la autoficción figurada, pero sin despreciar la reelaboración de su yo, este maestro de la enumeración (a veces, técnicamente, para avanzar; a veces, conceptualmente, para condensar; a veces, líricamente, para elevarse; el relato completo “Dichosos los ojos” es todo él una enumeración) encierra una reflexión meditada sobre la vida en el conjunto de sus páginas: la necesidad de revisitar la vida, que creíamos acotada, cuadrada, permanente, para recuperar el asombro. Un tizón es el resto de un fuego y (según el director de Páginas de espuma, su actual editorial), en nuestra oscura épica cotidiana, pirómanos somos todos. Vayamos un paso más lejos, aceptando la evocación del fuego de Heráclito que causa las posibilidades diversas del Ser dinámico. La inevitabilidad, vertiginosa, del cambio. Cada uno de los nueve cuentos es una oportunidad y una súplica, bien merecemos cada uno de nosotros una plegaria. Pero el pirómano es el que prende, no el que arde: el que transforma en sus ojos viendo. Leamos, pues, o releamos, Plegaria para pirómanos.

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