Antonio María de Reyna Manescau (1859-1937), Mercado árabe |
Fábula primera
—Vete al mercado
—dijo el comerciante a su criado— y compra mi destino. Estoy seguro de que será
fácil encontrarlo. Pero no te dejes engañar, no pagues más de lo que vale.
—¿Cuánto he de
pagar? —preguntó el criado.
—Lo mismo que
para los demás. Mira cómo está el destino de los demás y paga lo mismo por el
mío.
El criado estuvo
ausente durante largo tiempo y volvió desazonado, asegurando a su amo que no
había encontrado su destino en el mercado, a pesar de haberlo buscado con gran
ahínco. El comerciante le reprendió con acritud y se quejó de su ineficacia.
—No puedo
encargarte la encomienda más sencilla. ¿Es que lo he de hacer todo yo? No puedo
—compréndelo— abandonar este negocio que sólo marcha si yo lo vigilo. Por otra
parte, me interesa mucho hacerme con ese destino. Sigue buscando y no vuelvas
por aquí sin haber dado con él.
El criado volvió
al mercado y durante días buscó el destino de su amo, sin encontrarlo en parte
alguna. Pero alguien le sugirió que buscara en otros mercados y ciudades porque
una cosa tan especial no tenía por qué hallarse allí. El criado volvió a casa
del comerciante a pedirle permiso y
dinero para el viaje, a fin de buscar un destino por toda la parte conocida del
país.
El comerciante
lo pensó y dijo:
—Bien, te
concedo ese permiso y ese dinero, a condición de que no hagas otra cosa que
buscar mi destino. No vuelvas por aquí sin él —y añadió— o sin la seguridad de
que no está en parte alguna y a merced de quien se lo quiera llevar.
El criado se
puso en viaje y ya no hizo otra cosa que recorrer toda la parte conocida del
país en busca del destino de su amo. Viajó por regiones muy lejanas y
envejeció; perdió la memoria pero, fiel a la promesa hecha a su amo, sólo
conservó la obligación contraída. También el comerciante envejeció y perdió
muchas de sus facultades. Un día su constante peregrinación llevó al criado
hasta el negocio de su amo a quien ya no reconocía, empero sí le interrogó
sobre el objeto de su búsqueda.
—Por lo que me
dices —dijo el comerciante—, tengo algo aquí que creo que te puede convenir —y
le mostró su propio destino.
—Es exactamente
lo que necesito —repuso el criado—. Pero espero que no cueste mucho. Llevo tantos
años buscándolo que me he gastado casi todo el dinero que tenía. Sólo me resta
esto.
—Ya es bastante
y me conformo —repuso el amo—. Este trasto lleva toda la vida en mi casa y a
nadie ha interesado hasta ahora. Te lo puedes llevar a condición de que me
digas para qué lo quieres.
—Eso no lo puedo
decir porque lo ignoro. Lo he olvidado. Sé muy bien que lo necesito, pero no sé
para qué.
—Entonces es
tuyo —replicó su viejo amo—; es un objeto que conviene a un desmemoriado. Creo recordar
que alguien lo olvidó aquí y no se me ocurre destino mejor para él que quedar
encerrado en el olvido de quien tanto lo necesitó.
Y cuando el
comerciante vio que su antiguo criado se alejaba con su destino bajo el brazo,
dijo para sus adentros:
—Al fin.
(Juan Benet, Una tumba y otros relatos. Edición de
Ricardo Gullón, Col. Temas de España, Taurus, Madrid, 1981)
Juan Benet. (Pinterest) |
Juan Benet pertenecía por edad a la Generación del medio siglo, pero su obra literaria, experimental e incluso hermética, guarda escasa relación con la de los autores de su generación, y no empieza a publicar hasta la década de los 60. Ha escrito los libros de relatos Nunca llegarás a nada (1961), que pasó inadvertido, Cinco narraciones y dos fábulas (1972), Sub Rosa (1973) y Trece fábulas y media (1981). Alcanzó notoriedad con Volverás a Región (1967), novela que, dentro de la narrativa española, representa la más radical ruptura con la tradición anterior. Hermética y difícil, trata sobre Región, espacio mítico creado por al autor al modo de lo que había hecho Faulkner con el imaginario condado de Yoknapatawpha, en el que ambientará muchas de sus novelas posteriores. Con una sintaxis complejísima y sin orden cronológico alguno, presenta la decadencia de la condición humana, asociada a la ruina de su entorno. El hermetismo de Benet, que escribe para la "clase culta", continúa en Una meditación (1970, Premio Biblioteca Breve), Un viaje de invierno (1972), La otra casa de Mazón (1973), Saúl ante Samuel (1980) y se atenúa en novelas posteriores como El aire de un crimen (1980) y Herrumbrosas lanzas (tres vols.: 1983, 1985, 1986).
¡Muy bueno! El comerciante joven quiere disponer del destino y cuando es viejo querría deshacerse de él porque no le gusta lo que tenía destinado...
ResponderEliminarVeo que Beber es el autor de El aire del crimen...Emitieron la peli basada en ese libro en Historia de nuestro Cine hace unos años, el trozo que vi me pareció muy interesante pero había algo raro: había guardias civiles y todo parecía la España interior, pero no se concretaba dónde ocurría la acción o tenía un nombre raro...y aquello le quitaba credibilidad. Claro que tampoco las actuaciones eran muy verídicas, creo recordar, porque como ocurre muchas veces los actores de la capital no saben interpretar a los personajes rurales tradicionales salvo los grandes actores de verdad como Francisco Rabal o Alfredo Landa...
Carlos San Miguel