Hacía un frío de mil demonios. Me había citado a las siete y cuarto en la esquina de Venustiano Carranza y San Juan de Letrán. No soy de esos hombres absurdos que adoran el reloj reverenciándolo como una deidad inalterable. Comprendo que el tiempo es elástico y que cuando le dicen a uno a las siete y cuarto, lo mismo da que sean las siete y media. Tengo un criterio amplio para todas las cosas. Siempre he sido un hombre muy tolerante: un liberal de la buena escuela. Pero hay cosas que no se pueden aguantar por muy liberal que uno sea. Que yo sea puntual a las citas no obliga a los demás sino hasta cierto punto; pero ustedes reconocerán conmigo que ese punto existe. Ya dije que hacía un frío espantoso. Y aquella condenada esquina está abierta a todos los vientos. Las siete y media, las ocho menos veinte, las ocho menos diez. Las ocho. Es natural que ustedes se pregunten que por qué no lo dejé plantado. La cosa es muy sencilla: yo soy un hombre respetuoso con mi palabra, un poco chapado a la antigua, si ustedes quieren, pero cuando digo una cosa la cumplo. Héctor me había citado a las siete y cuarto y no me cabe en la cabeza faltar a una cita. Las ocho y cuarto, las ocho y veinte, las ocho y veinticinco, las ocho y media, y Héctor sin venir. Yo estaba positivamente helado: me dolían los pies, me dolían las manos, me dolía el pecho, me dolía el pelo. La verdad es que si hubiese llevado mi abrigo café, lo más probable es que no hubiese sucedido nada. Pero esas son cosas del destino y les aseguro que a las tres de la tarde, hora en que salí de casa, nadie podía suponer que se levantara aquel viento. Las nueve menos veinticinco, las nueve menos veinte, las nueve menos cuarto. Transido, amoratado. Llegó a las nueve menos diez: tranquilo, sonriente y satisfecho. Con su grueso abrigo gris y sus guantes forrados:
—¡Hola, mano!
Así, sin más. No lo pude remediar: lo empujé bajo el tren que pasaba.
(Max Aub, Crímenes ejemplares, 1957)
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Max Aub en su despacho de Radio UNAM. México, 1962. (Foto: Ricardo Salazar. Fundación Max Aub) |
Max Aub Mohrenwitz (París, 1903-Ciudad de México, 1972) fue un autor español de origen francés que escribió toda su obra en español. De padre alemán y madre francesa de origen judío, su familia se trasladó a España en 1914 pues, una vez iniciada la Primera Guerra Mundial, su padre no podía permanecer en Francia por ser ciudadano alemán. Se establecieron en Valencia, donde cursó el bachillerato. Al terminar los estudios, recorrió España como viajante de comercio y, al cumplir los veinte años, optó por la nacionalidad española. En los años 20 asiste a tertulias de los vanguardistas y empieza a escribir teatro experimental. En 1923 fue testigo en Zaragoza del pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera. En 1926 contrajo matrimonio con Perpetua Barjau, con quien tuvo tres hijas. En 1929 ingresó en el Partido Socialista Obrero Español.
Cuando comenzó la Guerra Civil era ya un intelectual de prestigio. En 1936 dirige El Búho, teatro universitario de Valencia, y codirigió en Murcia el periódico La Verdad. Desde diciembre del 36 hasta julio del 37 fue agregado cultural de la embajada española en París y, como subcomisionado de la Exposición Universal de París, encargó a Picasso el Guernica, por orden del Gobierno. Organizó el II Congresos de Intelectuales Antifascistas en Valencia y Madrid y fue secretario general del Consejo Nacional de Teatro, dirigido por Antonio Machado. Hasta enero de 1939 colaboró con André Malraux en la película Sierra de Teruel, basada en la novela de este L'espoir (La esperanza). Al finalizar la Guerra Civil, se exilió en Francia, donde fue detenido mientras preparaba su marcha a México y, tras pasar por campos de concentración y prisiones franceses, fue trasladado al campo de concentración argelino de Djelfa, experiencia que inspiró su Diario de Djelfa. Allí permaneció hasta mayo de 1942 y en septiembre pudo embarcar rumbo a México gracias a la ayuda del escritor John Dos Passos.
En México, país en el que se naturalizó en 1956 y donde permaneció hasta su muerte, desarrolló una intensa actividad. Trabajó en el periodismo y en el cine, como director y guionista cinematográfico y como profesor en la Academia de Cinematografía, y escribió gran parte de su obra. En 1946 pudo reunirse con su familia. Desde mediados de la década de los cincuenta viaja por Estados Unidos y Europa, pero tiene prohibida la entrada en España hasta 1969, cuando ya habían fallecido sus padres. De este primer viaje a España, motivado por el encargo de un libro sobre Buñuel, dejó amarga noticia en La gallina ciega, publicado en México en 1971. Participó como jurado en el festival de Cannes y dio conferencias en distintos países. Tras un segundo viaje a España en 1972, muere el 22 de julio en Ciudad de México.
Max Aub es una de las principales figuras de la literatura española en el exilio, aunque en España fue
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Max Aub con León Felipe en México en 1965. (cervantesvirtual.com) |
silenciado y desconocido durante muchos años. Supo reflejar en su obra -integrada por teatro, ensayo, novelas, cuentos y poesía- la problemática de sus contemporáneos, de manera aguda y personal.
Inició su obra narrativa con novelas vanguardistas como Geografías (1928) y Fábula verde (1933), a las que siguió Luis Álvarez Petreña (1934, 1964 y 1971), sobre un escritor fracasado que termina por suicidarse. En el exilio escribió sus más importantes novelas. Destaca sobre todo El laberinto mágico, ciclo novelístico -que consta de Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1968)- sobre los orígenes del conflicto bélico, la guerra misma y los primeros momentos del exilio. Otras obras narrativas suyas son: las novelas Las buenas intenciones (1954), en torno a la vida española desde mediados de los años veinte hasta el final de la Guerra Civil, y La calle de Valverde (1961), ambientada en la dictadura de Primo de Rivera; la documentada biografía de un autor ficticio amigo de Picasso, Jusep Torres Campalans (1958), y libros de cuentos como Crímenes ejemplares (1957), Cuentos mexicanos (1959) y La verdadera muerte de Francisco Franco y otros cuentos (1960).
Como dramaturgo, a partir de los años veinte escribió obras vanguardistas que no conocieron el éxito en la escena -las piezas breves Crimen (1923), El desconfiado prodigioso (1924), Una botella (1924); las tragedias El celoso y su enamorada (1925) y Narciso (1927) y las farsas Espejo de la avaricia (1927, 1935) y Jácara del avaro (1935), compuesta para el grupo teatral de las Misiones Pedagógicas. En el exilio escribió más de veinte obras breves en un acto -entre ellas, el drama psicológico Deseada (1948) y las agrupadas bajo el título de Los trasterrados, sobre el tema del destierro-, de carácter grave y trascendente. Entre lo que él mismo denominó "Teatro mayor", sobresalen San Juan (1942), sobre la persecución de los judíos por la Alemania nazi; Morir por cerrar los ojos (1944), drama de la ocupación nazi de París, y No (1952), contra la Segunda Guerra Mundial.
También realizó diversas incursiones en la poesía -entre las que se cuentan Poemas cotidianos (1925), Diario de Djelfa (1944), Canciones de la esposa ausente (1953) y Antología traducida (1972), colección de poemas atribuidos a autores imaginarios- y escribió algunos ensayos literarios: Discurso de la novela española contemporánea (1945) y La poesía española contemporánea (1954).
Crímenes ejemplares reúne una serie de microrrelatos agrupados en cuatro secciones: "Crímenes", "De suicidios", "De gastronomía" (canibalismo) y "Epitafios". La obra se abre con una "Confesión" en la que el autor explica que se trata de hechos que escuchó en Francia, España y México, y que con el tiempo comprendió que los hombres "desembuchan escuetamente las razones nada oscuras que los llevaron al crimen". Estas breves narraciones no tienen "más deseos que explicar el arrebato". La obra no se publicó en España hasta 1972, con escasa resonancia; sin embargo, en los últimos años, con el auge del microrrelato, ha tenido numerosas ediciones. Ha sido traducida a varios idiomas y objeto de adaptaciones teatrales e incluso de una adaptación musical en Italia, Delitti essemplari in concerto, estrenada en 1996. En Francia ganó el Premio Forneret de Humor en 1981.
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Max Aub con su esposa y sus hijas, María Luisa, Elena y Carmen, ca. 1950. /Foto: Simón Flechine SEMO. ( mediateca.inah.gob.mx) |
[Imagen inicial: Frepik]
Por impuntual, le llegó la hora.
ResponderEliminarYo también hubiera acabado debajo del tren; aunque seguramente bajo algún tren todavía posterior. Soy un desastre.
Al leer el relato, me ha descolocado el saludo de Héctor: "Hola, mano" (¿"mano"?). ¿Por qué "mano"?
¡Un abrazo, Josefina!
PD: Recuerdo con mucho cariño mi corta estancia en el Goya durante las prácticas del máster de profesorado.
Porque la acción transcurre en Ciudad de México. Se deduce por las calles a las que hace referencia. De ahí lo de "mano".
ResponderEliminarMe hace mucha ilusión saber de ti, Sesé. Nosotros también te recordamos con cariño. Espero que la vida te esté tratando bien.
Un abrazo.
Josefina
No soy partidaria de quitar la vida; pero sí comprendo su desesperación había tardado casi dos horas sin causa justificada, él se estaba, literalmente, congelando; además llega con toda la parsimonia
ResponderEliminarEstá tan bien escrito que consigue que comprendamos al asesino y sintamos antipatía por la víctima.
Eliminar¡Me impresionó la peli Sierra de Teruel, que emitieron en Historia de nuestro Cine hará cuatro años! Independientemente de su contenido propagandístico y ciñéndome a lo cinematográfico, recuerdo las escenas desde el bombardero ruso, con su carlinga acristalada tan característica y el final, propagándistico insisto, pero muy emotivo, con esa larga fila de gentes del pueblo...
ResponderEliminarBueno el relato. Y la vida y figura de Max Aub muy interesante; es irónico que sus padres vinieran a refugiarse a España por su origen alemán y que el hijo tuviera que exiliarse por su militancia republicana y, por tanto en ese momento, antialemana... Otra gran pérdida para nuestra cultura y el progreso de España.
Carlos San Miguel
Este texto nos lo compartió mi profesora de lengua española a mis compañeros y a mí, en el instituto, y lo recuerdo porque teníamos que leerlo y escribir lo que pensábamos.
ResponderEliminarSe sorprendió cuando muchos de nosotros llegamos a justificar lo que le ocurrió a la víctima al final del relato.
Ahora, leyéndolo otra vez y con otra perspectiva, entiendo que si el hombre cuenta los hechos de esta manera es, precisamente, para que le entendamos y lo veamos como la verdadera víctima. Si simplemente hubiese dicho que él llegó a las 19:15 y que lo mató a las 20:50, porque fue a esa hora cuando llegó, entonces nos preguntaríamos "¿y qué tiene que ver una cosa con la otra?".