PAPÁ NOEL DUERME EN CASA
La navidad en
que Papá Noel pasó la noche en casa fue la última vez que estuvimos todos
juntos, después de esa noche papá y mamá terminaron de pelearse, aunque no creo
que Papá Noel haya tenido nada que ver con eso. Papá había vendido su auto unos
meses atrás porque había perdido el trabajo, y aunque mamá no estuvo de
acuerdo, él dijo que un buen árbol de navidad era importante esa vez, y compró
uno de todas formas. Venía en una caja de cartón, larga y plana, y traía una
hoja que explicaba cómo encajar las tres partes y abrir las ramas de forma que
se viera natural. Armado era más alto que papá, era inmenso, y yo creo que por
eso ese año Papá Noel durmió en nuestra casa. Yo había pedido de regalo un
coche a control remoto. Cualquiera me venía bien, no quería uno en particular,
pero todos los chicos tenían uno en esa época y cuando jugábamos en el patio
los autos a control remoto se dedicaban a estrellarse contra los autos comunes,
como el mío. Así que había escrito mi carta y papá me había llevado hasta el correo
para enviarla. Y le dijo al tipo de la ventanilla:
—Se la enviamos
a Papá Noel —y le pasó el sobre.
El tipo de la
ventanilla ni saludó, porque había mucha gente y se ve que ya estaba cansado de
tanto trabajo, la época navideña debe ser la peor para ellos. Tomó la carta, la
miró y dijo:
—Falta el código
postal.
—Pero es para
Papá Noel —dijo papá, y le sonrió, y le guiñó un ojo, se ve que para hacerse
amigo, y el tipo dijo:
—Sin código
postal no sale.
—Usted sabe que
la dirección de Papá Noel no tiene código postal —dijo papá.
—Sin código
postal no sale —dijo el tipo, y llamó al siguiente.
Y entonces papá
trepó al mostrador, agarró al tipo del cuello de la camisa, y la carta salió.
Por eso yo
estaba preocupado ese día, porque no sabía si la carta le había llegado o no a
Papá Noel. Además no podíamos contar con mamá desde hacía casi dos meses, y eso
también me preocupaba, porque la que siempre estaba en todo era mamá, y las
cosas salían bien entonces. Hasta que dejó de preocuparse, así nomás, de un día
para el otro. La vieron unos médicos, papá siempre la acompañaba y yo me
quedaba en la casa de Marcela, que es nuestra vecina. Pero mamá no mejoró. Dejó
de haber ropa limpia, leche y cereales a la mañana, papá llegaba tarde a los
lugares a los que debía llevarme, y después llegaba otra vez tarde para pasarme
a buscar. Cuando pedí explicaciones papá dijo que mamá no estaba enferma ni
tenía cáncer ni se iba a morir. Que bien podría haber pasado algo así pero él
no era hombre de tanta suerte. Marcela me explicó que mamá simplemente había
dejado de creer en las cosas, que eso era estar “deprimido”, y te quitaba las
ganas de todo, y tardaba en irse. Mamá no iba más a trabajar ni se juntaba con
amigas ni hablaba por teléfono con la abuela. Se sentaba con su bata frente al
televisor, y hacía zapping toda la mañana, toda la tarde y toda la noche. Yo
era el encargado de darle de comer. Marcela dejaba comida hecha en el freezer con
las porciones marcadas. Había que combinarlas. No podía, por ejemplo, darle
todo el pastel de papas y después toda la tarta de verdura. La descongelaba en
el microondas y se la alcanzaba en una bandeja, con el vaso de agua y los
cubiertos. Mamá decía:
—Gracias mi
amor, no tomes frío —lo decía sin mirarme, sin perder de vista lo que sucedía
en el televisor.
A la salida del
colegio me agarraba de la mano de la mamá de Augusto, que era hermosa. Eso
funcionaba cuando venía a buscarme papá, pero después, cuando empezó a venir
Marcela, a ninguna de las dos parecía gustarle eso, así que esperaba solo debajo
del árbol de la esquina. Viniera quien viniera a buscarme, siempre llegaban
tarde.
Marcela y papá
se hicieron muy amigos, y algunas noches papá se quedaba con ella en la casa de
al lado, jugando al póquer, y a mamá y a mí nos costaba dormirnos sin él en la
casa. Nos cruzábamos en el baño y entonces mamá decía:
—Cuidado mi
amor, no tomes frío —y volvía frente al televisor.
Muchas tardes
Marcela estaba en casa, eran las tardes en que cocinaba para nosotros y
ordenaba un poco. No sé por qué lo hacía. Supongo que papá le pediría ayuda y
como ella era su amiga se sentía en la obligación, porque la verdad es que no
se la veía muy contenta. Un par de veces le apagó el televisor a mamá, se sentó
frente a ella y le dijo:
—Irene, tenemos
que hablar, esto no puede seguir así…
Le decía que
tenía que cambiar de actitud, que así no llegaría a ningún lado, que ella ya no
podía seguir ocupándose de todo, que tenía que reaccionar y tomar una decisión
o terminaría por arruinarnos la vida. Pero mamá nunca contestaba. Y al final
Marcela terminaba yéndose con un portazo, y esa noche papá pedía pizza porque
no había nada para cenar, y a mí la pizza me encanta.
Yo le había
dicho a Augusto que mamá había dejado de “creer en las cosas”, y que entonces
estaba “deprimida”, y él quiso venir a ver cómo era. Hicimos algo muy feo que a
veces me avergüenza: saltamos frente a ella un rato, mamá apenas nos esquivaba
con la cabeza; después le hicimos un sombrero de papel de diario, se lo
probamos de distintas maneras y se lo dejamos puesto toda la tarde, pero ella
ni se movió. Le quité el sombrero antes de que llegue papá. Estaba seguro de
que mamá no iba a decirle nada, pero me sentía mal de todos modos.
Después llegó
navidad. Marcela hizo su pollo al horno con verduras horribles pero como era
una noche especial me preparó además papas fritas. Papá le pidió a mamá que
dejara el sillón y cenara con nosotros. La movió cuidadosamente hasta la mesa
—Marcela la había preparado con un mantel rojo, velas verdes y los platos que
usamos para las visitas—, la sentó en una de las cabeceras y se alejó unos
pasos hacia atrás, sin dejar de mirarla, supongo que pensó que podía funcionar,
pero en cuanto él estuvo lo suficientemente lejos de ella se levantó y volvió a
su sillón. Así que mudamos las cosas a la mesa ratonera del living y comimos
ahí con ella. La tele estaba prendida, por supuesto, y el noticiero mostraba
una nota sobre un sitio de gente pobre que había recibido un montón de regalos
y comida de gente de más plata, y entonces ahora estaban muy contentos. Yo
estaba nervioso y miraba todo el tiempo el árbol de navidad porque ya iban a
ser las doce y quería mi auto. Entonces mamá señaló el televisor. Fue como
moverse un mueble. Papá y Marcela se miraron. En la tele Papá Noel estaba
sentado en el living de una casa, con una mano abrazaba a un chico sentado
sobre sus piernas, y con la otra a una mujer parecida a la mamá de Augusto, y
entonces la mujer se inclinaba y besaba a Papá Noel y Papá Noel te miraba y
decía:
—… y cuando
vuelvo del trabajo sólo quiero estar con mi familia —y un logo de café aparecía
en la pantalla.
Mamá se puso a
llorar. Marcela me tomó de la mano y me dijo que subiera al cuarto, pero yo me
negué. Volvió a decírmelo, esta vez con el tono impaciente con el que le habla
a mamá, pero nada iba a alejarme esa noche del árbol. Papá quiso apagar el
televisor pero mamá empezó a luchar con él como una nena. Sonó el timbre y yo
dije:
—Es Papá Noel —y
Marcela me dio una cachetada y entonces papá empezó a pelear con Marcela y mamá
encendió otra vez el televisor pero Papá Noel ya no estaba en ningún canal. El
timbre volvió a sonar y papá dijo:
—¿Quién mierda
es?
Pensé que ojalá
que no fuese el del correo porque volverían a pelear porque papá ya estaba de
mal humor.
El timbre sonó
otra vez muchas veces seguidas y entonces papá se cansó, fue hasta la puerta y
cuando la abrió vio que era Papá Noel. No era tan gordo como en televisión y se
lo veía cansado, no podía mantenerse de pie y se apoyaba un momento de un lado
de la puerta, otro momento del otro.
—¿Qué quiere?
—dijo papá.
—Soy Papá Noel
—dijo Papá Noel.
—Y yo soy Blanca
Nieves —dijo papá y le cerró la puerta.
Entonces mamá se
levantó, corrió hacia la puerta, la abrió y Papá Noel todavía estaba ahí,
tratando de sostenerse, y lo abrazó. A papá le agarró un ataque:
—¿Éste es el
tipo, Irene? —le gritó a mamá, y empezó a decir malas palabras y a tratar de separarlos. Y mamá le dijo a
Papá Noel:
—Bruno, no puedo
vivir sin vos, me estoy muriendo.
Papá logró
separarlos y le dio a Papá Noel una trompada y Papá Noel cayó para atrás y
quedó seco sobre la entrada. Mamá empezó a gritar como loca. Yo estaba triste
por lo que le estaba pasando a Papá Noel, y porque todo esto atrasaba lo del
auto, aunque por otro lado me alegraba ver a mamá otra vez en movimiento.
Papá le dijo a
mamá que iba a matarlos a los dos y mamá le dijo que si él era tan feliz con su
amiga por qué ella no podía ser amiga de
Papá Noel, cosa que a mí me pareció lógica. Marcela se acercó a ayudar a Papá
Noel, que empezaba a moverse en el piso, y le dio una mano para levantarse. Y
entonces papá otra vez empezó a decirle de todo y mamá a gritar. Marcela decía
cálmense, entremos, por favor, pero nadie la escuchaba. Papá Noel se llevó la
mano a la nuca y vio que le sangraba. Escupió a papá y papá le dijo:
—Maricón de
mierda.
Y mamá le dijo a
papá:
—Maricón serás
vos, hijo de puta —y también le escupió.
Le dio a Papá
Noel la mano, lo hizo entrar en la casa, se lo llevó a su cuarto y se encerró.
Papá se quedó como congelado, y en cuanto reaccionó se dio cuenta que yo todavía seguía ahí y me mandó furioso a la cama. Sabía que no estaba en condiciones de discutir, me fui al cuarto sin navidad y sin regalo. Esperé acostado a que todo quedara en silencio, mirando nadar en las paredes el reflejo de los peces de plástico de mi velador. No tendría mi auto a control remoto, eso era clarísimo, pero Papá Noel dormía en casa esa noche y eso me aseguraba un año mejor.
(Samanta Schweblin, Pájaros en la boca y otros cuentos, Literatura Random House, 2017)
Entrada relacionada:
http://elhacedordesuenos.blogspot.com/2020/05/mariposas-un-cuento-de-samanta-schweblin.html
Imagen: eluniversal.com.
Samanta Schwebling es una de mis autoras preferidas. Siempre toca temas contemporáneos desde un nuevo punto de vista. Aquí, para el niño es más importante tener el mito, Papá Noel durmiendo en su casa, que un regalo especifico. Samanta siempre siempre parte de lo concreto y lo transciende para defender valores universales. Es una autora argentina, una clásica del cuento moderno.
ResponderEliminarGracias por compartir este relato tan hermoso.
Felices sueños con Papá Noel.
Ambas compartimos el aprecio por la obra de esta excelente cuentista argentina, de la que ya publicamos otro relato en El hacedor de sueños. De este cuento me encanta el contraste entre la triste realidad y la visión ingenua y esperanzada del niño que narra la historia.
EliminarGracias, Carmen, por tus siempre oportunas y agudas observaciones.
Desolador y al mismo tiempo encantador...ya lo rodó Roberto Benigni: "La vida es bella"
ResponderEliminarCarlos San Miguel