Me resulta muy emotivo hablar de Irene Vallejo y su obra entre
estas paredes que, con tanto cariño, abrigaron su pasión por el mundo clásico y
por la literatura.
Tuve la suerte de ser una de las profesoras de Irene Vallejo Moreu
y de Elisa Arguilé Martínez. La autora y la ilustradora de El silbido del arquero. La novela que hoy vamos a comentar en este
grupo.
A veces los profesores pensamos que somos importantes porque hemos
dejado alguna huella en nuestros alumnos. Pero yo no estoy muy segura. En
cambio sí estoy segura de que ellos han dejado profundas huellas en mí. Estoy
segura de que yo he evolucionado en la vida gracias a las enseñanzas de mis
alumnos.
Puedo describir perfectamente a Irene y a Elisa en sus respectivas
aulas. Y también a sus compañeros de clase.
Irene estaba en el aula de la derecha, al final del pasillo de
abajo. Siempre se sentaba en la primera fila. Cuando llegaba al aula, siempre
la encontraba, en silencio, repasando los apuntes y esperando a que yo llegara.
Durante toda la clase me miraba con unos ojos tan grandes y penetrantes que me
fascinaban. Hubo momentos en que pensé que solo hablaba para ella. Pero no, que
allí estaban reclamando mi atención las Palomas, las Anas y los Marios.
Elisa había estado siete años antes. Como a Irene, también le di
clase en COU, en el aula contigua a la biblioteca. Solía ponerse en la tercera
fila, al lado de la ventana; creo que se sentaba junto a Beatriz Arce y Sara
Armisén. Solía alternar su atención al sintagma nominal con miradas a los
árboles del patio: “¿Te has dado cuenta, Carmen? Ya ha florecido el árbol de
pasión”. Entonces yo dejaba un momento la explicación y miraba por la ventana.
Esta Elisa, como la de Garcilaso, me enseñaba los secretos de las flores. Un
lunes me trajo un ramillete de flores silvestres de Ontinar del Salz. Ella se
habrá olvidado, pero yo guardo un recuerdo muy vivo. Elisa que había nacido en
Zaragoza en 1972, el año 2007 recibió el premio nacional de ilustración, por Mi familia. Un libro con texto de Daniel
Nasquens.
Pero hoy nuestra protagonista es Irene Vallejo, nacida en Zaragoza
en 1979. Aunque ya es una escritora consagrada y con abundantes premios
literarios, yo me detendré en sus comienzos literarios en esta casa.
Conocí a Irene en 1998, su año de COU, y tuvo que padecerme como
profesora de Lengua, como profesora de Literatura y como Tutora. Es decir,
nueve horas a la semana. ¡Ahí queda eso! Sus profesores anteriores me habían
hablado mucho de esta alumna, sobre todo las profesoras de Lenguas Clásicas,
Pilar Iranzo y Pilar Idoipe. Aún puedo oír a Pilar Iranzo: “Carmen, Irene va a
estudiar Clásicas. Así que colabora y no te la lleves a Hispánicas”.
Aprovecho este momento para rendir un homenaje Pilar Iranzo, que
se nos fue demasiado pronto. Pilar fue una de mis profesoras más queridas.
También a mí me había hecho dudar entre Clásicas o Románicas. Pero en mis
tiempos no había Clásicas en Zaragoza.
Cuando Irene llegó a mis manos ya estaba enamorada de la cultura
griega. Por eso me sorprendió tanto el día que me dijo que tenía escrito un
cuento sobre la Guerra Civil en Zaragoza. A los pocos días me trajo el
manuscrito de La fisonomía del soldado.
Me quedé muda. Tenía una prosa de una gran madurez, un tono seguro y un gran
pulso narrativo.
-Y tú, como sabes tantas cosas de la Guerra Civil –le pregunté al
acabar la lectura.
-De mi abuela
Estaba muy decidida a mandarlo al Quinto Certamen de los Nuevos de Alfaguara, que hacía cuatro años
que se convocaba para los alumnos de secundaria de toda España. Tenía que
presentarlo e informarlo su profesora de literatura. Y así lo hice. Ella lo
maquilló un poco y yo lo mandé.
¡Qué alegría el día que me comunicaron que Irene estaba entre los
diez jóvenes ganadores! Teníamos que ir juntas a recoger el premio a Madrid.
Fuimos con su madre, Elena Moreu. El viaje resultó inolvidable. En el tren de
vuelta, se me ocurrió comentarle: “Irene, este relato es de una gran potencia
narrativa. Tiene que ser el germen de una novela”. Como acostumbraba, me miró
con ojos de asombro y no dijo nada. El año 2011, cuando publicó La luz sepultada, me dijo: “Esta novela
tiene origen en La fisonomía del soldado”.
Otra vez sentí una alegría inmensa. Aunque yo me había limitado a apoyarla en
sus comienzos, me sentí parte de su trayectoria narrativa.
Los relatos premiados se publicaron en un libro, La mascota virtual y otros relatos, de
Alfaguara/Santillana Juvenil, Serie Roja. Irene aparecía la última porque su
apellido comienza por la “V”. Presidía el jurado José María Merino. Fanny
Rubio, que también estaba en el jurado, elogió el ritmo poético de la prosa de
esta joven promesa aragonesa. Su relato no había dejado a nadie indiferente.
Para acabar con estos recuerdos del Instituto Goya, voy a traeros
un detalle del fino olfato lingüístico de Irene.
Durante todo el curso, había insistido en la tenue línea que
separa las oraciones coordinadas adversativas de las subordinadas concesivas:
“Prestadme atención, que una de estas os tocará en Selectividad”. Cuando mis
alumnos salieron del examen de lengua vinieron a verme: “Carmen, estaba
chupado, una oración de las de aunque.
Muy fácil, muy fácil”, gritaban todos. En ese momento llegó sudorosa Paloma Villarroya:
“Atención, que hay un problema. Todos hemos puesto concesiva, menos Irene. Por
favor, míralo, Carmen”. Y yo: “No tengo nada que mirar, Paloma, si Irene dice
que es adversativa, estoy segura de que lo es”. Ese año hubo varios
sobresalientes en lengua, pero solo un 10.
Después se licenció en Filología Clásica. El año 2007 se doctoró
por las universidades de Zaragoza y Florencia. A partir de ese momento, comenzó
su brillante carrera literaria.
- 2008. Publicó un ensayo dedicado a Marcial en la Institución
Fernando el Católico, que recibió el premio de la Sociedad Española de Estudios
Clásicos.
- 2010. El pasado que te
espera, editorial Anorak. Una recopilación de algunas de sus columnas de El Heraldo. Un singular periodismo en el
que explica los temas de actualidad con mitos
del mundo antiguo.
- 2011. La luz sepultada,
editorial Paréntesis. Su primera novela.
- 2014. El inventor de viajes,
editorial Comuniter. Una divertida incursión en los viajes clásicos. Se lo
dedicó a su hijo Pedro, que acababa de nacer. Pedro, como su madre, tendrá por
compañeros de sueños a los argonautas.
- 2015. El silbido del arquero,
editorial Contraseña.
En El silbido del arquero, a
través de la máscara de Virgilio podemos oír la voz de Irene: He encontrado mi voz (p. 197) Mis versos transformarán las penas en música (p. 205) En las sabias palabras del viejo Homero he
encontrado mi senda (p. 205). Y cumple los deseos de la legendaria Helena: Los poetas cantarán nuestros sufrimientos a
generaciones que están por nacer (p. 196). Ella, como las sibilas griegas,
sabe interpretar los oráculos y ver que los problemas que padecemos hoy ya
existían en el mundo antiguo: Aquellos a
quienes hoy llamamos héroes fueron un día seres azotados por la desgracia. De
la vendimia del sufrimiento brota el vino de las leyendas (p. 197). No se
puede decir de manera más hermosa.
Antes de terminar quiero ofreceros una primicia. Irene está
preparando la publicación de un cuento juvenil ilustrado: una adaptación libre
y personal de la fábula de Ovidio Ceix y
Alcíone. El texto de Irene estará acompañado por las acuarelas y los
dibujos a lápiz de Lina Vila García, otra de mis antiguas alumnas del Goya. Y
sé que les gustaría presentar su nueva publicación aquí, en su instituto.
Ahora entenderéis por qué he llamado a esta presentación Caminos que confluyen. El título me lo
ha regalado la propia Irene: Caminos que
confluyen entre mis alumnas del Goya.
Gracias, Irene, ¡por tantas cosas! Por esta novela y por todos
esos escritos con los que hemos disfrutado tanto. Pero, sobre todo, gracias por
ser como eres. Es un orgullo que vuelvas al Goya con el cariño de siempre y con
tan copiosa cosecha. Bienvenida a la que fue tu casa y la mía.
Carmen Romeo Pemán
Sería difícil encontrar una mejor presentación para Irene Vallejo. La intervención de Carmen Romeo fue un magnífico preludio de una sesión extraordinaria en la que Irene, de forma entusiasta y amenísima, demostró sus profundos conocimientos y su amor contagioso por los clásicos.
ResponderEliminarAcabo de topar con este artículo, leyendo sobre Irene Vallejo, después de terminar su ensayo "El infinito en un junco" y saber que ha resultado ganadora del Premio Nacional de Ensayo. No suelo escribir comentarios en redes, pero me ha dejado una sensación tan bonita, que no puedo dejar de agradecerle ( sin conocerla) su manera de trabajar como profesora, siendo persona y acompañante de sus alumnos, de los que habla con tanto cariño y cercanía. Mi enhorabuena a Carmen y también a Irene. Las retrata a las dos de forma que desearíamos conocerlas personalmente. un saludo desde Palencia
ResponderEliminarHoy nuestros caminos confluyen con uno nuevo que llega desde Palencia. No hay nada más enriquecedor que un cruce de caminos en el que se funden todas las inteligencias y sensibilidades.
ResponderEliminarGracias por este comentario. Tus palabras me han emocionado hasta la lágrima. Para mí ha sido muy hermoso acompañar a Irene desde sus inicios hasta este Premio Nacional de Ensayo.
Hoy la alumna hace grande a una profesora que se limitó a dar las clases lo mejor que sabía y a estar atenta al despertar literario de sus alumnos.
Hoy Irene, una escritora grande, ya no es aquella adolescente del Goya.
Hoy se ha convertido en mi maestra. Y esto es lo mejor que le puede pasar a un profesor.
Muchas gracias por pasarte por aquí, aunque sea de forma accidental, y por comentar con tanto acierto y cariño.
¡Al loro! Y ya van...¿cuántos goyescos ilustres...?
ResponderEliminarCarlos San Miguel