César Simón, a la derecha, con Juan Gil-Albert |
César Simón (Valencia, 1932-1997) fue un poeta español que, aunque por edad pertenece a la generación de los 50, empezó a publicar en los años 70 y se mantuvo siempre fiel a su poética, al margen de tendencias, convirtiéndose en una figura aislada y olvidada pero con una enorme influencia en algunos poetas valencianos más jóvenes.
Pasó su infancia en Villar del Arzobispo, población a la que regresó asiduamente en su madurez. Dos espacios, el urbano y mediterráneo de la capital y el paisaje rural de interior, se convertirán en elementos centrales en su obra poética. La amistad con su primo, el escritor Juan Gil-Albert*, que regresa del exilio en 1947, fue determinante en su formación literaria.
Una grave enfermedad le obligó a abandonar los estudios de Derecho y a recluirse en un sanatorio durante meses de convalecencia, tiempo dedicado a la reflexión, la lectura y la música. Una vez repuesto, abandona los estudios de Derecho e inicia los de Filosofía y Letras. En 1961 obtiene la licenciatura en la especialidad de filosofía.
Posteriormente, marcha a Alemania para dar clases de español durante dos años. Allí contrae matrimonio en 1962 con Elena Aura, con quien tuvo tres hijos. A su regreso a España, ejerció como profesor de instituto y, tras doctorarse con una tesis sobre Juan Gil-Albert, como docente en la Universidad de Valencia, lo que le permitió entablar relación con poetas valencianos de generaciones posteriores.
La producción poética de César Simón se halla recogida en los siguientes poemarios: Pedregal (1971, Premio Ausias March 1970), Erosión (1971), Estupor final (1977), Precisión de una sombra (1984, recopilación de los libros anteriores, a los que se añade el que da título a esta publicación), Quince fragmentos sobre un único tema: el tema único (1985), Extravío (1991) y Templo sin dioses (1997, Premio Internacional Loewe de Poesía 1996).
Según Bachelard (citado por B. Pozo** ), la poesía de César Simón "ha estado orientada hacia la búsqueda, hacia el misterio, hacia el santuario que cada cual lleva en sí mismo y su poesía, mediante un proceso de despojo y desenmascaramiento, se ha convertido en el cuerpo, la casa, el templo donde enraizarse en el mundo". Sobre el libro Templo sin dioses, ha escrito el poeta: "A pesar de que los dioses cambian o incluso desaparecen, el misterio permanece dentro de nosotros, que somos nuestro propio templo". En el poema elegido, muestra de la interrelación entre música y poesía constante en la poesía simoniana, el sujeto poético se sitúa en el balcón, un espacio liminar que divide el mundo en dos, que relaciona los espacios interiores (la casa) y los exteriores (el jardín), e integra la vida y la muerte, como señala Begoña Pozo, quien añade que la música permite al sujeto "integrarse en la totalidad de un mundo que siempre fluye, que siempre suena".
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