EL BLOG DE LA BIBLIOTECA "IRENE VALLEJO" DEL IES GOYA DE ZARAGOZA


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miércoles, 4 de marzo de 2015

XII CONCURSO ESCOLAR DE LECTURA EN PÚBLICO


Dijo Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi conocimiento”. El lenguaje verbal es ese misterioso regalo que capacita al ser humano para construir su pensamiento y comunicarlo a los demás, para informar al otro, para transmitirle ideas, para convencerlo, para estimular su fantasía o para emocionarlo. 


El lenguaje oral fue el primero. Es espontáneo, natural y está plagado de matices afectivos. Sus efectos, sensaciones, posibilidades… son infinitas. Calmar al bebé  que oye la voz de la madre. Escuchar nuestro nombre, pronunciado por una voz amiga. Disfrutar con el relato de un cuento infantil y suplicar que vuelvan a contártelo una y otra vez, repitiendo no solo las palabras sino todos los matices de la voz adecuados al contenido. Arrancar la carcajada o la sonrisa con el ingenioso juego de palabras. Estremecerse con un poema bien recitado, con un texto dramático bien interpretado, con cualquier texto que logre llegar a nuestro corazón y nuestra inteligencia… Nuestro mundo sería otro muy distinto sin el lenguaje articulado, sin sus efectos constructivos, curativos y balsámicos.

La palabra dicha es poderosa. Hera castigó a la ninfa Eco, celosa de la belleza de sus palabras. Desdémona se enamoró de Otelo al escuchar sus maravillosas historias. Líderes religiosos y políticos arrastran masas capaces de hacer temblar los cimientos de civilizaciones. Que nuestros alumnos sean conscientes de ese poder y aprendan a disfrutarlo o a temerlo es también una de nuestras tareas. 

Y de todo esto iba también, en cierto modo, el Concurso Escolar de Lectura en público convocado por el Departamento de Educación, Universidad, Cultura y Deporte en colaboración con la Editorial Santillana, al que el día 26 de febrero, se presentaron nuestras alumnas de 3º de ESO (grupo B), Abigail Guaruma y Luisa Hidalgo. El objetivo era participar en unas sesiones en las que disfrutásemos de una “comunicación basada en la lectura expresiva”. 


Los grupos de alumnos de los diversos centros educativos participantes, públicos y privados, de la Comunidad Autónoma de Aragón, debían leer un par de textos en voz alta y en equipo, logrando una mezcla “coral”, una impresión “de orquesta coral”: un fragmento de libre elección, cuya duración no debía exceder los cuatro minutos, y otro seleccionado por el Jurado que, en esta convocatoria, fue un texto divertido, irónico y sorprendente: el inicio de uno de los capítulos de la novela juvenil Los hijos del trueno del escritor aragonés Fernando Lalana.

Todos los grupos mostraron un gran nivel. Había mucha ilusión en los participantes y era evidente que, junto con sus profesores, se habían preocupado por lograr que las voces, las pausas y el tono subrayasen las emociones (alegría, pena, admiración, sorpresa, tristeza…) y los distintos momentos de la lectura. Además se habían ocupado muy bien en seleccionar unos textos literarios de indiscutible calidad (Augusto Monterroso, Whitman, Cervantes o N. H. Kleinbaum (autor de El club de los poetas muertos) con cuya lectura todos hemos disfrutado pero que, en aquel momento, disfrutamos todavía más al cobrar vida en las expresivas voces de los estudiantes.

 

Nuestras representantes, siguiendo las instrucciones de la convocatoria, leyeron de forma colectiva y coral ambos textos y nos emocionaron a todos, especialmente con los versos del genial Whitman, un poema que, con su arranque de cuento infantil y sus imágenes, nos revela cómo un niño va incorporando a su experiencia el mundo que le rodea: la sorpresa ante la belleza de la naturaleza, la sencillez, los afectos, el bullicio urbano pero también el encuentro con la mezquindad, el autoritarismo, la pobreza o el racismo.

Abigail y Luisa lo leyeron realmente bien y desde aquí queremos felicitarlas por su entusiasmo e ilusión.  

Mª Luisa Mateo Alcalá











Este es el poema: 

                                 Walt Whitman


Érase un niño que se lanzaba a la aventura todos los días,
Y en el primer objeto que miraba y aceptaba con asombro, piedad,
amor o temor, en ese objeto se convertía,
Y ese objeto se hacía parte de él durante el día o una parte del día
…o durante muchos años o largos ciclos de años.
Las primeras lilas se hacían parte de este niño,
Y la hierba y el dondiego de día, blanco y rojo, y el trébol, blanco y
rojo, y el canto del febe,
Y los corderos nacidos en marzo y los lechones sonrosados
de la marrana, y el potro de la yegua y el ternero de la vaca
y la pollada ruidosa en el corral o junto al fango del
estanque, y los peces que se suspenden tan curiosamente
allá abajo, y el hermoso y curioso líquido, y las plantas
acuáticas con sus cabezas gráciles y planas… todo se hacia
parte suya.
Y los brotes de abril y de mayo se hacían parte suya… los retoños
del grano en invierno, los del maíz amarillento y las raíces
comestibles del huerto,
Y los manzanos floridos y el fruto después… y las bayas… y las
hierbas más vulgares de los caminos;
Y el viejo borracho que se tambalea hacia casa desde el retrete
exterior de la taberna, de donde acababa de levantarse,
Y la maestra que pasaba de camino a la escuela… y los afectuosos
muchachos que pasaban… y los pendencieros… y las
cuidadas muchachas de mejillas frescas… y el muchacho
y la muchacha negros con pies descalzos,
Y todos los cambios de la ciudad y del campo adondequiera
que iba.
Sus mismos padres, el que había impulsado la sustancia paterna
durante la noche y lo había engendrado, y la que lo
concibió en su útero y le dio a luz… ellos dieron a este niño
más que eso,
La dieron después cada uno de sus días… se hicieron parte suya.
La madre en casa poniendo plácidamente los platos en la mesa
para la cena,
La madre de palabras dulces… el gorro y el camisón limpios… su
persona y ropas exhalando un olor sano cuando pasa;
El padre fuerte, seguro, viril, mezquino, colérico, injusto,
El bofetón, la palabra rápida y violenta, el pacto estricto, la
persuasión astuta,
El trato familiar, el lenguaje, la compañía, los muebles…
el corazón anhelante y henchido,
El afecto que no será denegado… La sensación de lo que es real
… la idea de si en definitiva todo será irreal,
Las dudas diurnas y las dudas nocturnas… el sí y el cómo
extraños,
Si lo que parece ser así es así… o si no son más que destellos y
manchas,
Hombres y mujeres apretujándose en las calles… si no son
destellos y manchas, ¿qué son?
Las calles mismas y las fachadas de las casas… las mercancías en
los escaparates,
Vehículos, caballos de tiro, embarcaderos de tablones, y el enorme
tránsito en los ferris;
El pueblo en la colina visto de lejos al ocaso… el río entre
ambos,
Sombras, aureola y bruma, luz cayendo en los tejados y aguilones
blancos o pardos, a tres millas de distancia,
La goleta cercana cabeceando soñolienta con la marea, el pequeño
bote remolcado a popa con el cabo flojo,
Las olas que corren y voltean y las crestas que al chocar se rompen
con rapidez;
Los estratos de nubes multicolores… la larga franja de tinte
castaño solitaria… la extensión de pureza en la que flota
inmóvil,
El filo del horizonte, el cuerpo marino en vuelo, la fragancia de la
marisma y el cieno de la playa,
Todas estas cosas se hicieron parte de aquel niño que se lanzaba a
la aventura todos los días y que se lanza ahora y se lanzará a la
aventura cada día,
Y todas estas cosas se hacen parte de aquel o de aquella que ahora
las lee atentamente.


Walt Whitman, “Riachuelos de Otoño”, Hojas de hierba



1 comentario:

  1. ¿Somos lo que aprendimos a ser en la niñez o al contrario, intentamos no serlo? Una mezcla de ambos, supongo.
    ¡Qué mal parado sale el rol de padre... Supongo que Whitman se dejó llevar por el subjetivismo de su caso particular.
    Carlos San Miguel
    Carlos San Miguel

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