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jueves, 1 de septiembre de 2022

"La pata de palo", un cuento de José de Espronceda



 LA PATA DE PALO

Voy a contar el caso más espantable y prodigioso que buenamente imaginarse puede, caso que hará erizar el cabello, horripilarse las carnes, pasmar el ánimo y acobardar el corazón más intrépido, mientras dure su memoria entre los hombres y pase de generación en generación su fama con la eterna desgracia del infeliz a quien cupo tan mala y tan desventurada suerte. ¡Oh cojos!, escarmentad en pierna ajena y leed con atención esta historia, que tiene tanto de cierta como de lastimosa; con vosotros hablo, y mejor diré con todos, puesto que no hay en el mundo nadie, a no carecer de piernas, que no se haya expuesto a perderlas.

Érase que en Londres vivían, no ha medio siglo, un comerciante y un artífice de piernas de palo, famosos ambos: el primero por sus riquezas, y el segundo, por su rara habilidad en su oficio. Y basta decir que ésta era tal, que aun los de piernas más ágiles y ligeras envidiaban las que solía hacer de madera, hasta el punto de haberse hecho de moda las piernas de palo, con grave perjuicio de las naturales. Acertó en este tiempo nuestro comerciante a romperse una de las suyas, con tal perfección, que los cirujanos no hallaron otro remedio más que cortársela, y aunque el dolor de la operación le tuvo a pique de expirar, luego que se encontró sin pierna, no dejó de alegrarse pensando en el artífice, que con una pata de palo le habría de librar para siempre de semejantes percances. Mandó llamar a Mister Wood* al momento (que éste era el nombre del estupendo maestro pernero), y como suele decirse, no se le cocía el pan, imaginándose ya con su bien arreglada y prodigiosa pierna, que, aunque hombre grave, gordo y de más de cuarenta años, el deseo de experimentar en sí mismo la habilidad del artífice, le tenía fuera de sus casillas.

No se hizo éste esperar mucho tiempo, que era el comerciante rico y gozaba renombre de generoso.

—Mr. Wood —le dijo—, felizmente necesito de su habilidad de usted.

—Mis piernas —repuso Wood— están a disposición de quien quiera servirse de ellas.

—Mil gracias; pero no son las piernas de usted, sino una pata de palo lo que necesito.

—Las de este género ofrezco yo —replicó el artífice—, que las mías, aunque son de carne y hueso, no dejan de hacerme falta.

—Por cierto que es raro que un hombre como usted, que sabe hacer piernas que no hay más que pedir, use todavía las mismas con que nació.

—En eso hay mucho que hablar pero al grano: usted necesita una pierna de palo, ¿no es eso?

—Cabalmente —replicó el acaudalado comerciante—; pero no vaya usted a creer que se trata de una cosa cualquiera, sino que es menester que sea una obra maestra, un milagro del arte.

—¡Un milagro del arte, eh! —repitió Mister Wood.

—Sí, señor, una pierna maravillosa, y cueste lo que costare.

—Estoy en ello: una pierna que supla en un todo la que usted ha perdido.

—No, señor; es preciso que sea mejor todavía.

—Muy bien.

—Que encaje bien, que no pese nada ni tenga yo que llevarla a ella, sino que ella me lleve a mí.

—Será usted servido.

—En una palabra, quiero una pierna..., vamos, ya que estoy en el caso de elegirla, una pierna que ande sola.

—Como usted guste.

—Conque ya está usted enterado.

—De aquí a dos días —respondió el pernero— tendrá usted la pierna en casa, y prometo a usted que quedará complacido.

Dicho esto, se despidieron, y el comerciante quedó entregado a mil sabrosas imaginaciones y lisonjeras esperanzas, pensando que de allí a tres días se vería provisto de la mejor pierna de palo que hubiera en todo el reino unido de la Gran Bretaña.

Entretanto, nuestro ingeniero artífice se ocupaba ya en la construcción de su máquina con tanto empeño y acierto, que de allí a tres días, como había ofrecido, estaba acabada su obra, satisfecho sobremanera de su adelantado ingenio.

Era una mañana de mayo y empezaba a rayar el día feliz en que habían de cumplirse las mágicas ilusiones del despernado comerciante, que yacía en su cama muy ajeno a la desventura que le aguardaba. Faltábale tiempo ya para calzarse la prestada pierna, y cada golpe que sonaba a la puerta de la casa retumbaba en su corazón. "Ese será", se decía a sí mismo; pero en vano, porque antes que su pierna llegaron la lechera, el cartero, el carnicero, un amigo suyo y otros mil personajes insignificantes, creciendo por instantes la impaciencia y ansiedad de nuestro héroe, bien así como el que espera un frac nuevo para ir a una cita amorosa y tiene al sastre por embustero. Pero nuestro artífice cumplía mejor sus palabras, y ¡ojalá que no la hubiese cumplido entonces! Llamaron, en fin, a la puerta, y a poco rato entró en la alcoba del comerciante un oficial de su tienda con una pierna de palo en la mano, que no parecía sino que se le iba a escapar.

—Gracias a Dios —exclamó el banquero—: veamos esa maravilla del mundo.

—Aquí la tiene usted —replicó el oficial—, y crea usted que mejor pierna no la ha hecho mi amo en su vida.

—Ahora veremos —y enderezándose en la cama, pidió de vestir, y luego que se mudó la ropa interior, mandó al oficial de piernas que le acercase la suya de palo para probársela. No tardó mucho tiempo en calzársela. Pero aquí entra la parte más lastimosa. No bien se la colocó y se puso en pie, cuando sin que fuerzas humanas fueran bastantes a detenerla, echó a andar la pierna por sí sola con tal seguridad y rapidez tan prodigiosa que, a su despecho, hubo de seguirla el obeso cuerpo del comerciante. En vano fueron las voces que éste daba llamando a sus criados para que le detuvieran. Desgraciadamente, la puerta estaba abierta, y cuando ellos llegaron, ya estaba el pobre hombre en la calle. Luego que se vio en ella, ya fue imposible contener su ímpetu. No andaba, volaba; parecía que iba arrebatado por un torbellino, que iba impelido por un huracán. En vano era echar atrás el cuerpo cuando podía, tratar de asirse a una reja, dar voces que le socorriesen y detuvieran, que ya temía estrellarse contra alguna tapia, el cuerpo seguía a remolque el impulso de la alborotada pierna; si se esforzaba a cogerse de alguna parte, corría el riesgo de dejarse allí el brazo, y cuando las gentes acudían a sus gritos, ya el malhadado banquero había desaparecido. Tal era la violencia y rebeldía del postizo miembro. Era lo mejor que se encontraba algunos amigos que le llamaban y aconsejaban que se parara, lo que era para él lo mismo que tocar con la mano al cielo.

—Un hombre tan formal como usted —le gritaba uno— en calzoncillos y a escape por esas calles, ¡eh!, ¡eh!

Y el hombre, maldiciendo y jurando y haciendo señas con la mano de que no podía absolutamente pararse.

Cuál le tomaba por loco, otro intentaba detenerle poniéndose delante y caía atropellado por la furiosa pierna, lo que valía al desdichado andarín mil injurias y picardías. El pobre lloraba; en fin, desesperado y aburrido, se le ocurrió la idea de ir a casa del maldito fabricante de piernas que tal le había puesto. Llegó, llamó a la puerta al pasar pero ya había traspuesto la calle cuando el maestro se asomó a ver quién era. Sólo pudo divisar a lo lejos un hombre arrebatado en alas de un huracán que con la mano se las juraba. En resolución, al caer la tarde, el apresurado varón notó que la pierna, lejos de aflojar, aumentaba en velocidad por instantes. Salió al campo y, casi exánime y jadeando, acertó a tomar un camino que llevaba a una quinta de una tía suya que allí vivía. Estaba aquella respetable señora, con más de setenta años encima, tomando té junto a una ventana del parlour*, y como vio a su sobrino venir tan chusco y regocijado corriendo hacia ella, empezó a sospechar si había llegado a perder el seso, y mucho más al verle tan deshonestamente vestido. Al pasar el desventurado cerca de su ventana, le llamó y, muy seria, empezó a echarle una exhortación muy grave acerca de lo ajeno que era en un hombre de su carácter andar de aquella manera.

—¡Tía! ¡Tía! ¡También usted! —respondió con lamentos sus sobrino pernialígero.

No se le volvió a ver más desde entonces, y muchos creyeron que se había ahogado en el canal de la Mancha al salir de la Isla. Hace, no obstante, algunos años que unos viajeros recién llegados de América afirmaron haberle visto atravesar los bosques del Canadá con la rapidez de un relámpago. Y poco hace se vio a un esqueleto desarmado vagando por las cumbres del Pirineo, con notable espanto de los vecinos de la comarca, sostenido por una pierna de palo. Y así continúa dando la vuelta al mundo con increíble presteza, la prodigiosa pierna, sin haber perdido aún nada de su primer arranque, furibunda velocidad y movimiento perpetuo.

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*Notas del editor:

-Mr. Wood: Mr. Madera; juego irónico con el que Espronceda identifica al personaje humano con su profesión.
-Parlour: Cuarto bajo o locutorio. (Nota del autor.)

(En Cuentos del siglo XIX. Edición de José María Carandell. Barcelona, La Gaya Ciencia, 1981)


José de Espronceda (1808-1842) publicó  "La pata de palo" en El Artista en 1835 y un año después en No me olvides. Se trata de un relato fantástico en el que el autor desarrolla el tema del "doble", la división de la identidad o la presencia de otro "yo": la pata de palo, que adquiere voluntad propia, como explica Pilar Vega Rodríguez*.  

La trama del relato no es original, sino que procede de un cuento popular difundido por la prensa europea. Como ya señaló Stephen Vasari (citado por Vega Rodríguez) Espronceda sigue muy de cerca un relato publicado en 1830, con ligeras variantes,  en  tres revistas europeas distintas, dos de las cuales confesaban haber seguido, a su vez,  otro relato aparecido en la Polar Star (1830) con el título Mynheer von Wondenblock. El texto de la Polar seguía fielmente la versión de Henry Glasford Bell publicada en la Edinburgh Literary Journal, (LXVII). 

Vega Rodríguez considera que el cuento provenía de una tradición popular que Bell literaturizó, una street ballad universalmente conocida:
Nuestra tesis al respecto es que Espronceda conoció las versiones literarias, pero posiblemente se inspiró de modo preferente en la balada popular cuya interpretación pudo escuchar en algún café concierto, en un teatro de music-hall, o sencillamente en una velada social.
Añade, asimismo, que la principal objeción a esta tesis es que en el relato de Espronceda no aparece  un motivo esencial en la balada, donde la animación de la pierna se produce en castigo a la avaricia del comerciante. Pero señala que el argumento de "La pata de palo" guarda relación  con otros arquetipos de origen folclórico como el del "castigo de la necedad" o de "los deseos inmoderados", en los que la satisfacción del deseo aparentemente imposible se convierte en un castigo terrible.

Espronceda podría haber utilizado el cuento para aludir a algún acontecimiento de la actualidad española de aquellos momentos. Al parecer, podría tratarse del debate que tuvo lugar en las Cortes españolas a finales de 1834 sobre los presupuestos nacionales, para los cuales habían contado con un préstamo de 10 millones de reales de los bancos londinenses. Con él el autor querría advertir de que, igual que el inválido de la pata de palo se siente aliviado de su desgracia solo momentáneamente, el auxilio de los bancos ingleses podría causar la ruina de la nación poco después.

*VEGA RODRÍGUEZ, Pilar: Sobre las fuentes del cuento fantástico de Espronceda: "La pata de palo". DECIMONÓNICA, Vol. 8, NUM 2. Summer/Verano 2011. Recuperado en:  http://www.decimononica.org/wp-content/uploads/2013/01/Vega-Rodriguez_8.2.pdf

[Imagen: curriculumnacional.cl]

1 comentario:

  1. Jajaja...¡Genial el cuento! Desconocía esta faceta "cuentista" de Espronceda y me ha sorprendido mucho. Aunque al final me has hecho sentir decepcionado con tus explicaciones sobre su falta de originalidad. De todos modos está muy bien contado y lo hace de una manera muy divertida, carácter que también me ha extrañado en la visión que yo tenía de Espronceda. Además, y mejor todavía, es el fin moralista de la fábula, algo que doscientos años después no hemos aprendido en España al aceptar tan alegremente los préstamos europeos.
    Carlos San Miguel

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