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domingo, 14 de febrero de 2016

"El beso", de Ernestina de Champourcín



                                  EL BESO


   ¡Tus labios en mis ojos!
Qué dulzura de estrellas alisa lentamente
mis párpados caídos...
Nada existe del mundo. Sólo siento tu boca
y el temblor de mi espíritu hecho carne de luz.
   Sé cruel al besarme. Desgarra mis pupilas
y arranca de su sombra la lumbre de mi sueño.
Con ella te daré mi última mirada.
   ¡Abrásame los ojos! Que el peso de tus labios
despoje mi horizonte de lo que tú no has visto.
Quiero olvidarlo todo y anularme en la niebla 
que ciñen tus caricias.

                                        De Cántico inútil, 1936

Ernestina Michels de Champourcín y Morán de Loredo, poeta española, pertenece por edad, amistad y estilo a la generación del 27, si bien esta condición ha sido cuestionada e incluso ignorada, a pesar de que Gerardo Diego la incluyó en la segunda edición de su antología Poesía española contemporánea, de 1934.  
    Nació el 10 de julio de 1905 en Vitoria. Su padre, barón de Champourcín, era un abogado de ideas monárquicas cuya familia procedía de Provenza. Su madre, hija única de un militar asturiano, nació en Montevideo, pero viajó con frecuencia a Europa. Ernestina recibió desde niña  una exquisita educación a cargo de institutrices francesas e inglesas, por ello dominaba el inglés y el francés, algo poco frecuente en la España de la época, y más tratándose de una mujer. Este conocimiento de idiomas le permitió convertirse en la madurez en una excelente traductora. 
    Pasó su infancia y su juventud en Madrid. A partir de los diez años estudió en el colegio Sagrado Corazón  y más tarde  se examinó de bachillerato, como alumna libre,  en el instituto Cardenal Cisneros. A pesar de su interés, no pudo ingresar en la universidad por la oposición de su padre. Su  preocupación por la cultura femenina la llevó a colaborar en el Lyceum Club Femenino (fundado por María de Maetzu y Concha Méndez en 1926), del que fue secretaria y encargada de asuntos literarios. En el Lyceum se desarrolló una intensa actividad cultural y en sus tertulias participaron los principales artistas e intelectuales de la época. En 1930 conoció al poeta  Juan Domenchina, secretario personal del Presidente Manuel Azaña, con quien contrajo matrimonio civil  en noviembre de 1936.
Champourcín y Domenchina
   Al comenzar la Guerra Civil,  Zenobia Camprubí, esposa de Juan Ramón Jiménez y presidenta de la Junta de Protección de Menores, solicitó su ayuda para paliar la situación de desamparo en que habían quedado algunos huérfanos. Ernestina cocinó para ellos en un viejo convento situado en la calle Fúcar hasta que, debido a la violencia  en las calles y a los lazos familiares de Ernestina, Zenobia le aconsejó que no volviera. Después cuidó niños en una guardería del Instituto-Escuela y colaboró en el hospital de sangre, presidido por Lola Rivas Cherif de Azaña, al que trasladaban a los heridos del frente de la sierra. En noviembre de 1936, poco después de su boda,  el matrimonio fue evacuado a Valencia, y más adelante, cuando todo estaba perdido para los republicanos, se vieron obligados a trasladarse a Barcelona.
   Al finalizar la guerra,  marcharon al exilio en Francia y, finalmente, una invitación de Alfonso Reyes, de la Casa de España en México, los llevó a este país. Ernestina se adaptó con facilidad a su nueva vida, pero no así su esposo, que se sintió siempre un transterrado. En México, Ernestina colaboró en revistas literarias y trabajó como intérprete para la Asociación de Personal Técnico de Conferencias Internacionales y tradujo unos cincuenta volúmenes para la editorial Fondo de Cultura Económica. Juan Domenchina falleció en 1959 y Ernestina sufrió una crisis espiritual que la acercaría al Opus Dei. En 1972 regresó a España y se instaló en Madrid, donde murió en 1999. 
    Solo a partir de 1989 fue reconocida en su país, con el Premio Euzkadi de Poesía, el Premio Mujer Progresista, la creación en Vitoria del Certamen de Poesía Ernestina de Champourcín, la nominación al Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1992 y la concesión de la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid en 1997.



En la producción poética de Ernestina Champourcín se distingue una primera etapa cuyo tema principal es el amor humano y que abarca los cuatro libros escritos antes de la Guerra Civil: En silencio (1926), Ahora (1928), La voz del viento (1931) y Cántico inútil (1936). En ella evoluciona desde una poesía influida por el romanticismo tardío y el modernismo hasta una poesía pura bajo el magisterio de Juan Ramón. 
   Su segunda etapa está separada de la anterior por un largo paréntesis durante el cual la escritora, dedicada a la traducción como medio de vida, no tiene apenas tiempo para escribir. Este nuevo periodo, centrado en en el amor divino y la inquietud religiosa, comprende los libros Presencia a oscuras (Madrid, 1952), El nombre que me diste... (México, 1960), Cárcel de los sentidos (México, 1964), Haikais espirituales (México, 1967), Cartas cerradas (1968) y Poema del ser y del estar (Madrid, 1972). 
   El regreso del exilio da lugar a una nueva etapa en su poesía (la mejor, en opinión de algunos estudiosos), en la que se conjuga la evocación de lugares y momentos del pasado con la reflexión sobre el paso del tiempo, la conciencia de la vejez y la búsqueda de la verdad. Pertenecen a ella Primer exilio (1978), La pared transparente (1984), Huyeron todas las islas (1988) y Presencia del pasado (1996). En 1991 apareció la recopilación de gran parte de su poesía bajo el título de Poesía a través del tiempo.
    El poema elegido, formado por doce versos sin rima (tres heptasílabos y nueve alejandrinos), expresa un anhelo absoluto de amor, un deseo de entrega total, de unión definitiva mediante la disolución del yo poético en el tú.

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1 comentario:

  1. Visto está que nunca hay que decir "De este agua no beberé" Después de lo que fue, terminar multando en el Opus...La vida es un misterio: a "la Pasionaria" le ocurrió jústamente lo contrario, al menos cara el público.
    Masoquista me ha parecido el poema, y más tratándose de una mujer moderna (y se supone que insumisa) en aquella época...Al menos, me ha sorprendido la crueldad del texto.
    Carlos San Miguel

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