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domingo, 14 de diciembre de 2025

Reseña de "Hamartía", de Dayhanne Ureña


Muy a menudo, por la imposición de los actuales planes de estudio y la presión de ese engendro académico en que se ha convertido la actual selectividad se confunde la literatura con una serie de fechas, autores y características que es necesario memorizar y analizar de forma simplista apartándola de lo verdaderamente humano y convirtiéndola en una especie de pesado fardo mental o de nutriente de poca sustancia que es mejor arrojar cuanto antes porque no aporta nada.

Y, sin embargo, no es así. Sabemos que no es así. Para los que amamos la literatura, como Dayhanne Ureña Peralta, excelente compañero y profesor con el que tuvimos la enorme fortuna de compartir docencia y conversaciones el curso pasado en nuestro instituto, la literatura es una piel invisible adherida al alma que forma parte de nuestra esencia más íntima y a través de la cual nos relacionamos con la realidad.  Así al menos lo atestigua en su primer libro Hamartía,  título bastante enigmático de resonancias míticas que procede de la tragedia griega y cuya traducción es algo similar a “error trágico” o “falta que conduce a la caída”.  La hamartía es, pues, ese error fatal e inadvertido que comete el héroe y por el cual cae como juguete del destino y de la caprichosa voluntad de los dioses sin que haya posibilidad de reparación, vuelta atrás o redención- al menos, inmediata. Eso lo supo muy bien Edipo y lo sabemos bien quienes ya tenemos una cierta experiencia vital y unas cuantas lecturas de las de verdad a nuestras espaldas.

La referencia no es producto del capricho o de un intelectualismo mal entendido sino está buscada muy a propósito porque el libro del profesor Ureña quiere conectar y dar testimonio personal de una serie de pensamientos recurrentes sobre la condición trágica del ser humano que todos compartimos y que forman quizás el núcleo -o mejor dicho- el problema principal de nuestra ahora denostada cultura occidental desde al menos hace doscientos años. En este sentido el libro enlaza nuestro actual mundo, al que miramos constantemente como un mundo en crisis a punto para el apocalipsis definitivo, con el mundo clásico y con esa gran revolución del arte y del pensamiento que fue el Romanticismo que dio carta de naturaleza al individuo y que lo imaginó como un ser inocente que busca continuamente el sentido a la existencia sin encontrarlo, un individuo que, al final se ve arrastrado por ciegas y tiránicas fuerzas que lo condenan a la destrucción o a la inanidad. Lo que viene a definir nuestra existencia como absurda dado que no parece que haya nadie en el Universo a quien le importemos, como seguramente intuyó Gregor Samsa segundos antes de yacer patas arriba y ser sacado su cuarto para ser arrojado a la basura por su padre. De ahí que en las páginas del libro de Dayhanne Ureña compuesto de capítulos breves, 58 en total, de gran densidad conceptual y sensibilidad, sean recurrentes figuras mitológicas como las de Prometeo, Sísifo o filósofos como Schopenhauer, Nietzsche o Cioran a los que conoce y comprende extraordinariamente bien.

Las figuras míticas, como puede sospecharse, son espejos o metáforas que Ureña utiliza para que nos veamos reflejados de forma mítica, y por lo tanto heroica y nostálgica. Nos muestran a la manera helénica que nuestras luchas están de antemano destinadas al fracaso, al sin sentido y que el tiempo de nuestra –a veces dolorosa- existencia no tiene mayor duración que la caída de una hoja. Sísifo no deja de ser alguien que pone el despertador a las 6 y pico de la mañana, se va a trabajar o a estudiar, come, mira durante horas Instagram, cena, se echa a dormir y al día siguiente vuelve a hacer lo mismo. Y sin embargo, en esa lucha estéril y titánica destinada a la mortalidad está la grandeza, como bien sabe nuestro escritor. Aunque, quizás en mirar Instagram no haya tanta grandeza.

Los pensadores, por su parte, vienen a certificar lo mismo que los héroes pero sin el adorno simulador de las metáforas. De manera cruda Schopennhauer y su discípulo Nietzsche nos caracterizan como voluntades condenadas perpetuamente al deseo y a la frustración sin que haya ningún reposo. El autor de El mundo como voluntad y representación  nos exhorta para superar ese estado a la contemplación estética o a elegir el ascetismo muy similar al que preconizan los budistas; su discípulo, tras proclamar que “Dios ha muerto”, gritarlo por las calles de Europa y abrazar a un caballo maltratado por un cochero poco antes de morir, nos propone la superación del nihilismo para dar a luz al Superhombre. Aún andamos en ello. Cioran-el filósofo favorito de Dayhanne Ureña y por el que se halla muy influido- plantea aceptar la Nada. Y si no nos convencen aún podemos abrazar el pensamiento de los estoicos.  Eso es lo que en algunos momentos parece decirnos Ureña, aunque es el lector el que debe verse en el espejo que nos propone el creador de Hamartía.

En cualquier caso, la creación de Dayhanne Ureña va más allá de la parte que da alma intelectual a sus cincuenta y ocho capítulos, el libro también es una especie de diario íntimo descarnado con aforismos brillantes donde podemos entrever que Dayhanne Ureña es uno de esos héroes no solo por su condición humana sino también porque no ha tenido una existencia fácil. En sus páginas da cuenta de un modo muy sutil y apenas sugerido de la dureza de una vida dedicada al trabajo, a la búsqueda de la verdad, a la literatura, a la superación de experiencias. En los trazos negros de la escritura que pacientemente ha ido bosquejando el escritor se vislumbran las noches de insomnio, los amores pasajeros que parecieron eternos, las caídas morales y físicas, sus reflexiones sobre el lenguaje y la literatura, su pasión por Dostoievski, , su lucha con las limitaciones de la lengua para expresar lo inefable.

Habrá quien piense que el libro es una invitación al desánimo pero no es así. Hamartía evidentemente no es un libro complaciente al modo que lo pueden ser los libros de autoayuda-  es una invitación al autoconocimiento del lector, una invitación a considerar la literatura –aunque no sea del todo suficiente-como una forma de conocimiento del mundo y una propuesta vital que busca antes que la felicidad el ser. Como dice un gran hallazgo de Ureña: Las palabras nunca alcanzan lo que nombran pero son la única manera de decir lo indecible.


                                                                                    José Luis Garrido, profesor de Lengua y Literatura



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