Hay libros que llegan en el momento
preciso y dejan una marca que nunca desaparece. Para mí, Retrum, de
Francesc Miralles, fue uno de ellos. Recuerdo perfectamente la primera vez que
lo leí: esa mezcla de misterio, melancolía y romance envolvente me atrapó desde
la primera página y me hizo sentir parte de su mundo. No era solo una historia
gótica sobre jóvenes vestidos de negro que visitaban cementerios, sino un viaje
emocional que hablaba de duelo, amor y la búsqueda de un lugar en el mundo.
La
novela sigue a Christian, un chico que carga con el peso de una pérdida que lo
ha cambiado para siempre. Su vida da un giro inesperado cuando conoce a un
grupo de jóvenes con una fascinación por la muerte y los cementerios, entre
ellos, la enigmática y seductora Alexia. A través de ellos, Christian entra en
un universo de sombras y misterio, pero también de pasión y descubrimiento
personal.
Uno
de los aspectos que más me impactó de Retrum fue su atmósfera
envolvente. Francesc Miralles logra crear un mundo en el que la tristeza tiene
un extraño encanto, donde la soledad no es solo un vacío, sino un espacio donde
se pueden forjar conexiones profundas. Sus descripciones de los cementerios
europeos, las noches frías y las conversaciones teñidas de poesía y reflexión
hacían que todo pareciera casi onírico. Era imposible no quedar hechizada por
la historia.
Al
releerlo, me doy cuenta de lo mucho que este libro me marcó como lectora. Fue
uno de los primeros que me hicieron sentir que la literatura podía ser un
refugio, un espejo y una puerta a otros mundos. Retrum me enseñó que la
belleza no siempre está en lo evidente, que la oscuridad también puede ser un
lugar acogedor cuando encontramos a las personas adecuadas. Y, sobre todo, que
algunas historias nunca nos abandonan del todo, porque siempre habrá una parte
de nosotros que pertenezca a sus páginas.
Reseña
de la profesora Aroa Jiménez