EL BLOG DE LA BIBLIOTECA DEL IES "GOYA" DE ZARAGOZA


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lunes, 29 de junio de 2020

Libros: Novedades


El boletín de novedades de final de curso incluye el segundo lote de los "Libros para la Igualdad y la Coeducación, continuación de los reseñados en el boletín del mes de marzo.
Desde "El hacedor de sueños" os deseamos unas FELICES VACACIONES y unas FELICES LECTURAS. Y recordad que, aunque estemos de vacaciones, no faltarán colaboraciones como "Páginas escogidas" o "El poema de la semana".

domingo, 28 de junio de 2020

"Las nubes se dispersan...", de Basilio Sánchez

Nogales. Foto: Josefina López


LAS nubes se dispersan
sobre un campo de arándanos.

Las montañas
entre el aire y la tierra
se cubren con el trébol
y con la lana blanca de la acacia.

He heredado un nogal
sobre la tumba de los reyes.

Dichoso el que, sentado
bajo los grandes árboles
que iluminan de verde las
mañanas del mundo,
no renuncia al regalo de lo inmenso.

De He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes,
Visor, 2019

Entrada relacionada:

domingo, 21 de junio de 2020

"Elogio de lo imperfecto", de Trinidad Gan


Foto: Marta Syrco


Elogio de lo imperfecto

Espero lo imperfecto
al acercar mis manos hacia el mundo,
cuando toco los bordes del alféizar
que se abre agrietado a otra mañana
y se cuela en el cuarto el disonante
voltear de campanas y sus ecos
de metal y de viento fundidos en la altura.

Espero lo imperfecto
si giro la cabeza para mirar tu rostro,
surco limpio en las sábanas, amor aún dormido,
y siento ese tumulto de palabras escritas
que nos dejó la noche en los estantes.
También en esos gajos de naranja
que dispongo a la mesa de nuestro desayuno,
y en la ropa arrugada, de verano,
que viste ahora mi prisa
al bajar la escalera que me aleja de ti.
Mientras buscan mis ojos
en los árboles quietos algún brillo de aurora
o cuando trato en vano de distinguir las voces
que aceleran mis pasos por la calle,
y sobre todo al verme ya vuelta multitud
entre los que caminan,
tan manchada como ellos de miedo y de esperanza,
espero simplemente lo imperfecto:
que una vez más me roce su trazo de belleza,
irremediablemente humano.

De El tiempo es un león de montaña, Visor, 2018


Trinidad Gan nació en Granada en 1960. Es licenciada en Filología hispánica por la universidad de
Trinidad Gan. (ffe.es)
su ciudad natal y una de las voces poéticas más personales de la generación de los 80. Sus primeros textos aparecieron en antologías colectivas: Antología (Colección Genil-21, 1996), Nuevas voces de la literatura en Granada (1998) y Plumas femeninas en la literatura de Granada (siglos VII-XX), 2002. Sus poemas se han publicado en revistas (Litoral, Crátera, Fábula y Nayagua) y en antologías de 2013, 2015, 2016 y 2017.  En 1999 salió a la luz su plaqueta Las señas del pirata, pero no publicó su primer poemario, Fin de fuga (XX Premio Ciudad de Cáceres), hasta 2008. Después aparecieron Caja de fotos (2009, XII Premio Surcos), Receta para el fuego (antología poética), en Casa de la Poesía, Costa Rica, 2014, Papel ceniza (2014), El tiempo es un león de montaña (2018, XX Premio de Poesía Generación del 27) y La nave roja (2020). Su poema "El fugitivo" (incluido después en Papel ceniza) obtuvo en 2009 el accésit al Premio del Tren. En 2014 fue invitada al Festival Internacional de Poesía de Costa Rica.  

El título de El tiempo es un león de montaña se inspira en un verso de Raymond Carver, uno de los principales representantes del realismo sucio. El jurado del Premio Generación del 27 destacó que el libro "revela una escritura clara y de notable precisión, que aborda los recuerdos del amor y de las derrotas cotidianas y se enfrenta al mismo tiempo a la soledad, la esperanza, el deseo y el dolor". La meditación sobre el tiempo, simbolizado por el león de montaña, es el hilo conductor de un poemario que José Luis Morante define como "el diario de un desencanto".  El tiempo, "un depredador de mirada certera", nos acecha con "la fijeza  de unos ojos selváticos" y al final nos da caza.

jueves, 18 de junio de 2020

"La felicidad clandestina", de Clarice Lispector


Tatiana Nilovna  Yablonskaya, Niña leyendo


La felicidad clandestina


Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos planas. Como si no fuera suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un papá dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos; incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del papá. Para colmo siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad en donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísismas palabras como "fecha natalicia" y "recuerdos".

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía de odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejercitó su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como por casualidad, me informó de que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviera al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el transcurso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que, mientras la hiel no se escurriese por completo de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Ya había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra.

¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: "Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña". Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la mamá. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, esa mamá buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: "¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera quisiste leerlo!".

Y lo peor para esa mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos observaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: "Vas a prestar ahora mismo ese libro". Y a mí: "Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras". ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubieran regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Tomé el libro. No, no partí brincando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber en dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca  para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo.

Yo no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante.

(De Felicidade clandestina, 1971. En Cuentos reunidos, trad. Marcelo Cohen, Madrid, Alfaguara, 2002, págs. 253-256)


Clarice Lispector (1920- 1977) es una de las grandes escritoras del siglo XX y, junto a Gimarães
La escritora Clarice Lispector
Rosa, está considerada la gran escritora brasileña de la segunda mitad del siglo XX. Tercera hija de  un matrimonio de judíos rusos, nació  en la localidad ucraniana de Chetchelnik el 10 de diciembre de 1920, y le fue impuesto el nombre de Chaya ('Vida') Pinkhasovna Lispector. Al año siguiente, la familia abandonó el país huyendo de los progromos  contra los judíos. Tras pasar por Moldavia y Rumanía, en 1922 se establecieron en Maceió (Brasil), donde vivían otros familiares, y adoptaron nombres portugueses, de modo que la pequeña Chaya pasó a ser Clarice. Su padre apenas lograba mantener a la familia vendiendo ropa, por lo que más tarde se trasladaron a Recife. Su madre, que había sido violada por soldados rusos y había contraído la sífilis, murió en 1930, cuando tenía 42 años y Clarice 9. En 1935  Clarice se mudó a Río de Janeiro con su padre y una hermana. Gracias al empeño de su progenitor, pudo estudiar Derecho en la Universidad de Brasil cuando eran raras las mujeres que accedían a esos estudios, y empezó a colaborar en periódicos y revistas. Su padre, que había tenido que renunciar a su carrera como matemático para ganarse la vida, murió en 1940, con solo 55 años.

En 1943 Clarice se casó con Maury Gurgel Valente, un diplomático católico al que había conocido mientras estudiaba Derecho y con quien tuvo dos hijos. En 1944, con veintiún años, publicó El corazón salvaje, una novela introspectiva reconocida con el prestigioso premio de la Fundación Graça Aranha. Este libro, construido sobre el monólogo interior y sin apenas trama, fue una revelación por su forma innovadora y por la juventud de la autora. La comparación con Joyce y  con Virginia Woolf fue inevitable, aunque la autora no los había leído. La profesión de su esposo la llevó a residir en Milán, Londres, París y Berna.  De vuelta a Río en 1949, retomó su actividad periodística firmando con distintos seudónimos y publicó cuentos en la revista Senhor. En 1952 se desplazaron a Washington DC, donde permanecieron hasta 1959, año en que, tras separarse de su marido, Clarice regresó a Brasil con sus hijos.

En su país compatibilizó la actividad periodística con la creación literaria. En 1966 el incendio fortuito de su dormitorio, provocado por un cigarrillo, le produjo graves quemaduras y secuelas que la sumieron en profundas depresiones. Convertida ya en leyenda, murió, víctima de un cáncer, en Río de Janeiro el 9 de diciembre de 1977, un día antes de cumplir los 57 años. "Se muere mi personaje" fue su frase de despedida.  Fue enterrada en el cementerio de Cajú por el rito ortodoxo, envuelta en lino blanco. En su lápida figura su nombre hebreo: Chaya Bat Pinkhas, "la hija de Pinkhas". En 1976 le había sido concedido el Premio Nacional de Literatura.

Aunque pertenece por edad a la tercera fase del Modernismo, el de la Generación del 45 en Brasil, es autora de una obra muy personal, profunda, compleja y muy lírica, con la que renovó la narrativa brasileña, aportando una visión femenina, urbana y contemporánea. En sus  narraciones, de estilo desnudo, la trama pierde importancia en favor de la introspección. Sus protagonistas son mujeres de clase media muy reflexivas y sensibles. Es autora de extraordinarias colecciones de relatos como Lazos de familia (1960), La legión extranjera (1964) y Silencio (1974).  Entre sus novelas destacan La ciudad sitiada (1949), La manzana en la oscuridad (1971), La pasión según G. H. (1964) y Un soplo de vida (1978).

El 10 de diciembre de 2020 se cumplen cien años de su nacimiento.
Clarice Lispector, con su perro Ulisses

[Imagen inicial: Pinterest]

domingo, 14 de junio de 2020

Dos poemas de Rosana Acquaroni


Foto: Peter Turnley


LA DESTRUCCIÓN Y EL AMOR

Se querían, sabedlo (Vicente Aleixandre)

Se querían.
Ocultos, pusilánimes, 
como ratones ciegos en su rueda infinita.
Al principio sufrían por la luz.

Se citaban de noche
primero en los tranvías de azul amaneciendo,
después en los garajes
o en las bocas de metro,
o en la senda escondida
hallada en algún parque.

Se rendían
al arrecife calcáreo del deseo.

Sus cuerpos se buscaban 
como busca la herida el salitre del tiempo.

Se querían
como las flores a las espinas hondas,
a pesar del misal y la ceniza,
de los ciclos bursátiles,
de la murmuración de los serenos.
De los viajes de él
                      la costura de ella
(y la culpa acechante
como un rifle apostado en cualquier agujero).

Se querían de noche, cuando los perros hondos
nunca en los cines
nunca entre las familias
que arropan a sus hijos.

Se querían.
Sabedlo.


MADRE
he venido hasta aquí a restañar tus ataduras
a contener el frío alojado en tu boca.

Soy la hija 
que te aguardó despierta cada noche
y que ahora regresa
para lavar tu lengua
de la herida silente.

He cruzado el jardín del abandono.
He abatido sus puertas,
llevo una piel de niña para arropar tu cuerpo
y llenarte de juncos
mariposas
botones.

He vaciado tus frascos de pastillas,
las trago una por una
—sagrada eucaristía del olvido—.

Me he cubierto de musgo
para no lastimarte
y llevarte conmigo
hasta un claro del bosque
donde enterrar por fin
todo lo que perdimos.


De La casa grande, Bartleby, 2018


Rosana Acquaroni. (sites.uclouvain.be)

Rosana Acquaroni (Madrid, 1964) es poeta y grabadora. Licenciada en Filología hispánica y doctora en Lingüística aplicada, trabaja como profesora en el Centro Complutense para la Enseñanza del Español. Su tesis doctoral obtuvo en 2009 el Premio Extraordinario, así como el Premio Telémaco, dedicado a las publicaciones científicas que promueven los hábitos lectores y de escritura en el marco de los distintos niveles educativos. Es autora de materiales didácticos e imparte cursos de formación de profesores de ELE/L2 dentro y fuera de España. Ha publicado los siguientes poemarios: Del mar bajo los puentes (1987, Accésit del Premio Adonáis), El jardín navegable (1990, 2017), Cartografía sin mundo (1994, Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad), Lámparas de arena (2000), Discordia de los dóciles (2011) y La casa grande (2018), Premio Libro del Año 2019 en la modalidad de poesía, otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid. Ha sido incluida en numerosas antologías y traducida al francés, alemán, árabe y portugués.

 La casa grande toma su título del nombre con que designaban en la familia de la autora el primer piso donde residieron, una vivienda amplia situada en una calle próxima al parque de El Retiro.  El poemario, dedicado Manuela Muñoz,  madre de la autora,  es un retorno a la infancia, como observa su editor: 
Una infancia marcada por un secreto familiar y atravesada por la presencia / ausencia de una madre, víctima de una época siniestra y tenebrosa como fueron la posguerra y la dictadura. La casa grande se convierte así en escenario vivo donde ir recuperando, a través de la mirada de una niña, sensaciones, vivencias, desencuentros; no como un ejercicio de nostalgia sino de denuncia.
La madre, amante desde su juventud de un hombre adinerado, se vio en la necesidad de casarse con otro porque, según la mentalidad de la época,  "no sirves de nada sin un hombre". Vivió, por tanto,  una pasión clandestina tejida de esperas, ausencias y sentimiento de culpa. Esa  doble vida le provocó problemas emocionales y fue internada en un centro psiquiátrico.  La hija adulta recupera ese pasado y expresa su comprensión, su empatía, hacia una madre que se rebeló contra las convenciones sociales en una época en que las mujeres  no gozaban de independencia en nuestro país.

En el primer poema, Rosana Acquaroni recurre a la intertextualidad para hablar de la pasión amorosa vivida por su madre. El título del poema se forma a partir de La destrucción o el amor, sustituyendo la conjunción o, con valor identificativo, del libro de Vicente Aleixandre  por la conjunción y, para expresar una relación de causa-efecto, un amor que inexorablemente conduce a la mujer a la destrucción. El poema se crea partiendo de una de las composiciones más célebres del libro de Aleixandre ("Se querían"), del cual inserta fragmentos, destacados en cursiva. Mediante este juego intertextual expresa la intensidad amorosa, pero también pone de relieve el carácter oculto y clandestino de esa pasión, frente al poema de Aleixandre, donde el amor trasciende a los amantes y se funde con el universo.

Puedes escuchar otros poemas de La casa grande, recitados por su autora:

domingo, 7 de junio de 2020

"Yo, también" (I, too), de Langston Hughes

Langston Hughes with neighborhood children in a Harlem garden.
Photo: Don Hustein, 1955


YO, TAMBIÉN

Yo, también, le canto a América.

Soy el hermano oscuro.
Me mandan a comer a la cocina
Cuando vienen las visitas, pero yo me río,
Y me alimento bien,
Y crezco fuerte.

Mañana
Me sentaré a la mesa 
Cuando vengan las visitas.
Nadie se atreverá 
A decirme:
"Come en la cocina"
De nuevo.

Entonces,
Ellos verán cuán hermoso soy
Y se avergonzarán.

Yo, también, soy América.

(Versión al castellano de Mijail Lamas*)

VERSIÓN ORIGINAL EN INGLÉS:

I, TOO

I, too, sing America.

I am the darker brother.
They send me to eat in the kitchen
When company comes,
But I laugh,
And eat well,
And grow strong.

Tomorrow,
I'll be at the table
When company comes
Nobody'll dare
Say to me,
"Eat in the kitchen",
Then.

Besides,
They'll see how beautiful I am
And be ashamed-

I, too, am America.

(The Collected Poems of Langston Hughes, 1994)

*En "Poesía norteamericana: Langston Hughes", Círculo de Poesía. Revista Electrónica de Literatura.

Otro poema del autor en este blog:

jueves, 4 de junio de 2020

"Rumores", de Cristina Peri Rossi

Berlín


Rumores


A finales del siglo XX se propagaron rumores sobre las ciudades. Algunos hablaban de su consunción; otros, de un raro renacimiento de los escombros. Grupos clandestinos y secretos cuchicheaban sobre ciudades todavía habitables, donde se podía caminar, ver un pájaro, recorrer un museo o contemplar el color del cielo. Pero eran las menos. Poco a poco se empezó a hablar de Berlín. No en público, ni en los diarios, ni en reuniones sociales. El nombre de Berlín empezó a circular como una clave secreta, una consigna mística, una cifra de iniciados sin sentido para los demás. Se hablaba de Berlín recogidamente, en la intimidad de la conversación luego del amor o en una habitación apartada, entre amigos escogidos. Una mujer desnuda, a la tenue luz de un cuarto privado, decía a su amiga, por ejemplo: 
    — He oído decir que en las calles de Berlín todavía crecen los tilos y hay cisnes en los lagos.
    O: 
   — Los mirlos cantan entre la nieve, en Berlín, y se bebe té en tazas de porcelana, con manteles de hilo.
    El hecho de que Berlín estuviera entre muros no desestimulaba a nadie: daba, a la ciudad, esa calidad de símbolo de los sueños que falta a tantas otras.
    Las amigas se pasaban recetas de strüdel entre ellas, como si de raros poemas se tratara, y al atardecer, detrás de las ventanas de metal o en los ásperos andenes deletreaban der traum in leben, a punto de comprender la lengua sólo por el deseo.
    Otros hablaban de San Francisco, pero una horrible peste anuló su prestigio: los elegidos eran también los apestados y la ciudad se hundió en un letargo de sábanas y cloroformo, convertida, de pronto, en una célula cancerosa en el redondel del mundo.
    Había ciudades —como Madrid— donde cundía una breve euforia, igual que la alegría antes de morir, y ciudades, como París, ensimismadas, vueltas hacia su antiguo prestigio, ahora llenas de indolencia.
   Pronto no quedó adonde ir y quienes huían hacia El Cairo, Praga, Buenos Aires o Varsovia lo hacían sin ilusión, sólo para demorar un poco más la muerte. La declinación de las ciudades se  extendió como una mancha de petróleo sobre las aguas.
    Quien esto escribe, en las postrimerías del siglo XX, no sabe si hay futuro, no sabe si hay ciudades, no sabe si hay lectura.

                  (Cristina Peri Rossi, Cosmoagonías, Laia/Literatura, Barcelona, 1988)


Cristina Peri Rossi
Cristina Peri Rossi nació en Montevideo, Uruguay, en 1941. Es una escritora y activista política, hija de inmigrantes italianos. Su madre, que era maestra, alentó su amor por la literatura y la música y la educó en los ideales feministas de igualdad. Trabajó y estudió hasta licenciarse en Literatura comparada. Ha sido profesora de literatura, traductora y periodista. Perseguida por la dictadura uruguaya, en 1972 se exilió en España, donde vive desde entonces. Se nacionalizó en 1975. Actualmente posee la doble nacionalidad.  Está considerada una de las escritoras más importantes en lengua castellana, de la que la crítica ha destacado su enorme imaginación y su lirismo. Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas. Cultiva el cuento, la poesía y la novela. Ha colaborado con El País, Diario 16 y El Periódico de Catalunya. 

Sus primeras obras narrativas fueron los libros de cuentos Viviendo (1963),  Los museos abandonados (1969) e Indicios pánicos (1970), y la novela El libro de mis primos (1970, Premio Marcha). En 1971 apareció Evohé, su primer libro de poemas, que escandalizó por su erotismo transgresor. Entre su producción posterior destacan los poemarios Descripción de un naufragio (1975), Diáspora (1976), Lingüística general (1976),  Babel bárbara (1991, Premio Ciudad de Barcelona 1990), Estado de exilio (2003, Premio Rafael Alberti),  Habitación de hotel (2007, Premio Ciudad de Torrevieja), Playstation (Premio Loewe 2008) y Estrategias del deseo (2013, Premio Don Quijote de poesía); las novelas La nave de los locos (1985), su libro más conocido, Solitario de amor (1988),  La última noche de Dostoievski (1992), El amor es una droga dura (1999) y Todo lo que te pude decir (2017), además de sus colecciones de relatos La rebelión de los niños (1980), El museo de los esfuerzos inútiles (1983), Una pasión prohibida (1986), Habitaciones privadas (2010, Premio Vargas Llosa) y Los amores equivocados (2016). El erotismo, el humor y la angustia están siempre presentes en su obra narrativa.

Actualización (10 de noviembre de 2021): Cristina Peri Rossi ha sido galardonada con el Premio Cervantes 2021.

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[Imagen inicial: Berlín es turismo. Foto de la autora: buscabiografías.com]