EL BLOG DE LA BIBLIOTECA DEL IES "GOYA" DE ZARAGOZA


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viernes, 30 de abril de 2021

I Premio en la categoría I en el “Concurso Intercentros Poesía para llevar” 2020-2021

 Inés Lázaro González (3º ESO), ganadora del concurso de poesía en la categoría I del IES Goya, fue nuestra representante en el Concurso Intercentros del programa Poesía para llevar, en el que participan y compiten todos los centros aragoneses que así lo desean. 

Confiábamos en las posibilidades de “Canción del poeta”, el poema de Inés, pero la participación era alta y la competencia dura. La alegría nos llegó el 23 de abril, Día del libro y Día de Aragón, cuando la organización de Poesía para llevar nos informó del resultado de las votaciones de este concurso de ámbito autonómico: “Canción del poeta” había sido el poema mejor valorado por los jurados de los centros aragoneses.

Aunque sabemos que lo verdaderamente importante es animar a nuestro alumnado a disfrutar con la lectura y conseguir que se atrevan a ejercitarse en la creación literaria, sus éxitos nos llenan de orgullo. ¡Felicidades, Inés!


 Aquí os dejamos el poema. Esperamos que os guste.  

 

CANCIÓN DEL POETA

 

Un reloj destartalado suena diez minutos antes.

Gotas caen contra el cristal de la ventana, crepitantes.

Por ella entra el haz gris de una víspera sombría

pintando con su acuarela el despacho de melancolía.

En los estantes, pilas de libros sueñan con pareados y sonetos,

y en aquel rincón descansa un baúl, colmado de libretas rotas, y abierto.

Sobre el escritorio, rey de la sala, se acumulan papeles desordenados,

lápices, plumas, bolígrafos y un portátil enterrado.

 

Irrumpe en el cuarto el poeta, al que unos ojos han hechizado,

y está dispuesto a convertirlos en dardos, joyas o astros.

Se sienta, empuña su arma y la afila. Es un maestro

capaz de buscar en el aire y hallar palabras y versos.

Su antiguo arte perdura, aunque algo modificado.

Los poemas ahora suenan: en conciertos, en la radio.

Los poetas de hoy añaden a sus obras ritmo y base,

para que impacten al mundo, más modernos, más salvajes.

 

Y otros simplemente van al parque, libreta en mano

a traducir el cantar de un gorrión al ser humano.

Aún arrecia la tempestad, para las gentes molesta y agria.

Para el poeta suena a bar de estación, sabe a descafeinado, huele a otoño en Cantabria.

Ni siquiera sabe él qué es realmente poesía:

deseos suspirados, emociones por escrito, canciones sin melodía.

 

Entrega de premios del XVI Concurso de Poesía IES Goya

 Hoy, viernes 30 de abril, se ha celebrado la entrega de premios a las alumnas ganadoras del XVI Concurso literario de Poesía, convocado en febrero por la Biblioteca y el Departamento de Lengua castellana y literatura del IES Goya. Los premios, patrocinados por la AMPA del instituto, consisten en libros de poesía contemporánea.

Las obras ganadoras junto con una selección de otros poemas escritos por alumnos se publicaron en el número 32 de los “Cuadernos de Biblioteca”

Las alumnas premiadas son las siguientes:

- Inés Lázaro González (E3A), primer premio, y Vega García González (E2B), segundo premio, en la categoría I (1º-3º ESO).

- Pilar García Marta (B1F), primer premio, y Candela Mindán López, (B1F), segundo premio, en la categoría II (4º Eso-Bach.).

¡Enhorabuena a las cuatro!

De izquierda a derecha: Pilar López -la directora-, las alumnas premiadas Candela Mindán, Inés Lázaro, Pilar García, y la profesora Marisa Mateo, coordinadora del Programa PPLL.

 

jueves, 29 de abril de 2021

Lecturas en alemán

 Publicamos, para conocimiento de nuestros estudiantes y demás usuarios, la lista de obras literarias en lengua alemana de que disponemos actualmente en la biblioteca del instituto.

En boletines sucesivos difundiremos las listas correspondientes a las lecturas (graduadas o no) en francés y en inglés.

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domingo, 25 de abril de 2021

"El albatros" y otros poemas de Charles Baudelaire





El albatros

Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.

Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.

Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél mima cojeando al planeador inválido!

El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.

Elevación

Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,

Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.

Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!

Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!

De Las flores del mal.Versiones de Antonio 
Martínez Sarrión, La Gaya Ciencia, Barcelona, 1976

I

EL EXTRANJERO

 

—¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?

—Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.

—¿A tus amigos?

—Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.

—¿A tu patria?

—Ignoro en qué latitud está situada.

—¿A la belleza?

—Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.

—¿Al oro?

—Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.

—Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?

—Quiero a las nubes…, a las nubes que pasan… por allá…,¡a las nubes maravillosas!

 

XXXIII

EMBRIAGAOS

 

Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua.

Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.

Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la tristona soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el reloj; os contestarán: “¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; a su gusto.”

 De Pequeños poemas en prosa. Traducción de Enrique Diez-Canedo, Col. Austral, Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires, 1948


Baudelaire retratado por su amigo Nadar en 1855. Musée d'Orsay

Charles Baudelaire (París, 1821-1867) fue un  poeta, ensayista, crítico de arte y traductor francés. Precursor del simbolismo y de las vanguardias del siglo XX, está considerado el primer poeta de la modernidad y el máximo representante de lo que se ha dado en llamar "poeta maldito" por su vida atormentada y su obra provocadora.

Era hijo de un pintor y exsacerdote que, por edad, podría haber sido su abuelo pues lo concibió cuando tenía 62 años. Este  murió en 1927 y un año después su joven viuda volvió a casarse con el comandante Aupick, que pronto llegaría a general y a senador, y con quien el joven Charles mantendría una difícil relación a lo largo de toda su vida.  Tras unos años de tormentoso internado, del que fue expulsado en 1939, se matriculó en la Facultad de Derecho y empezó a relacionarse con artistas del Barrio Latino y con prostitutas. Quizá por esta época contrajera la sífilis, enfermedad que marcaría su vida con terribles secuelas. A los veinte años, su padrastro, deseoso de apartarlo de su vida desordenada y de su creciente pasión por la literatura, lo embarcó con destino a la India, pero  el joven decidió regresar a Francia desde la isla Mauricio. En París conoce a la mulata Jeanne Duval, que se convertirá en la más duradera de sus amantes, y traba amistad con los poetas parnasianos Gautier y Banville.

Jeanne Duval dibujada por Baudelaire.
(wikipedia)

Tras alcanzar la mayoría de edad (veintiún años), accede a la herencia paterna, que derrocha ostentosamente, cultivando el dandismo —se le podía ver paseando por los Campos Elíseos con el pelo teñido de verde y vestido con un blusón de campesino sobre un frac e invitando a exquisitos banquetes a sus amigos literarios, de forma que en un año había consumido casi la mitad de su herencia. Por este motivo, su padrastro convocó un consejo de familia que decidió tutelar su herencia y pasarle una modesta pensión, pero no lograron impedir que sus deudas se fueran incrementando a lo largo de toda su vida. Un año después, en 1845, publica un prematuro estreno como crítico de arte y lleva a cabo su primera tentativa de suicidio.

En los años siguientes se relaciona con artistas de la bohemia parisina y comienza a consumir hachís, mientras escribe brillantes críticas de arte, publica sus primeros poemas en revistas y la novelita autobiográfica La Fanfarlo (1947) que, en opinión de José María Valverde, puede leerse como autocaricatura introductoria de toda su obra. Conoce la obra de Poe, que le causará una profunda impresión y que dará a conocer en Europa traduciendo sus cuentos. Simpatiza brevemente con la revolución de 1848 llegó a defenderla en las barricadas, pero el fracaso de esta y el ascenso de Luis Napoleón lo llevan a refugiarse en su "torre de marfil". Como observa Valverde, quien había dicho que había que elegir entre ser dandy y socialista elige lo primero.  Se apasiona por la música de Wagner y vive continuamente asediado por las deudas y atormentado por su enfermedad  y por las crisis con Jeanne Duval. 

En 1857 publica el libro al que debe su fama,  Las flores del mal, que no tardará en ser secuestrado por la justicia por considerarlo obsceno, blasfemo y una amenaza contra la moral debido al contenido de seis de sus poemas, que serán censurados y le acarrearán una multa. En 1861 aparece una segunda edición en la que los seis poemas suprimidos son reemplazados por treinta y cinco composiciones nuevas. El mismo año publica también Los paraísos artificiales, que incluye el célebre poema "Sobre el vino y el hachís", donde concluye que el primero es útil y benéfico, y el segundo, inútil y perjudicial. La enfermedad de Jeanne, que se queda hemipléjica, agrava su situación económica, apenas paliada por las pequeñas pensiones oficiales que recibe. En 1864 viajó a Bruselas, donde residió dos años, para pronunciar una serie de conferencias y con la intención de publicar sus obras completas; sin embargo, el proyecto fracasó por falta de editor. En 1866 aparecen varios de sus poemas en 'Le Parnasse contemporain', revista de los parnasianos, pero en marzo  sufre un ataque que le paraliza medio cuerpo y le hace perder el habla. Trasladado por su madre a un hospital de París, donde es sometido a crueles tratamientos,  falleció en agosto de 1867, tras permanecer un año paralizado y casi mudo. Tenía 47 años. Fue enterrado en el cementerio de Montparnasse, en la misma tumba que su odiado padrastro.

Su poética innovadora, que dio origen al movimiento simbolista,  se traduce en la musicalidad del poema, la audacia de la imagen y las "correspondencias". Las flores del mal, un  libro gestado a lo largo de veinte años, representa una ruptura radical con la lírica anterior  y constituye una de las cimas de la literatura del siglo XIX. Baudelaire se propuso crear una obra que no fuese una mera recopilación de poemas, sino que respondiera a una rigurosa arquitectura y a un orden propio, donde las partes se subordinasen al conjunto. Aparece dividido en cinco secciones, después de su famoso poema introductorio, "Al lector": Spleen e Ideal, Cuadros parisienses, El vino, Flores del mal y Rebelión, seguidas de una conclusión: La muerte

Retrato de Baudelaire. (Getty)
Las flores del título, explica Cano Menéndez, "son el mal, el sadismo y la perversidad latente en cada ser humano, flores débiles que ayudan a mitigar el hastío (spleen), el tedio de vivir (tedium vitae), tema fundamental del libro, enfermedad característica del dandy, ocioso y lúcido, que habiendo degustado todos los placeres sin haber conseguido el Ideal deseado, ya sólo puede hundirse en el abismo". El mismo Baudelaire declaró que en él había pretendido "extraer la belleza del mal" y definió el libro como un diccionario de crímenes, vicios y melancolías, pero también, como recuerda su traductor al catalán Pere Rovira, de generosidad y compasión, pues Baudelaire aborrece la sociedad en que le ha tocado vivir —no cree en la democracia y desprecia la idea de libertad política y la fe en el progreso social y, sin embargo, expresa ternura hacia los desechos de esa sociedad, los marginados. Y, como observa Rovira, una de las novedades de la poesía de Baudelaire es, precisamente, que convierte en protagonistas trágicos, en un escenario urbano, a estos personajes que rara vez habían alcanzado categoría poética (traperos, prostitutas, delincuentes, borrachos...) y, "acompañándolos, el poeta solitario, residuo también de la sociedad". Un poeta que, para el autor francés, es un ser iluminado, alguien que, como el albatros, debe vivir en las alturas, porque una vez en tierra, entre el resto de la gente, es completamente inútil. 

La novedad de su poesía alcanza tanto al contenido (introduce temas hasta entonces ajenos a la poesía) como a la forma, si bien se sirve, de una manera nueva, de los modelos del verso francés clásico: frente a los poemas largos cultivados por V. Hugo o Leconte de Lisle, prefiere la brevedad y concisión; buena parte de sus composiciones son sonetos, aunque también utilizará otras fórmulas métricas, y junto al alejandrino utilizará el eneasílabo, versos propios de la versificación francesa antigua recuperados por Gautier, a quien dedicó su libro. 

Las flores... encuentra su complemento en el libro póstumo Pequeños poemas en prosa (1869), otro de los grandes avances de la poesía moderna, que supone la ruptura definitiva con las formas poéticas clásicas. Partiendo del modelo de Gaspard de la nuit, del poeta romántico Aloysius Bertrand, quiso aplicar a la descripción de la ciudad moderna la forma que aquel había usado en la evocación del pasado. Se trata de una colección de cincuenta poemas que ofrecen una nueva versión del mundo urbano. Fueron publicados en periódicos a partir de 1855. En 1864 el diario Le Figaro publicó cuatro partes de la obra bajo el título Le spleen de Paris, que suele figurar como subtítulo en las ediciones de Pequeños poemas... Baudelaire explicó que le daba ese título para "formar contrapartida a Las flores del mal". Presentan breves escenas y estampas de la vida cotidiana que fijan su atención en los marginados y encuentran en la prosa poética la forma más adecuada. 

EL PASADO 9 DE ABRIL SE CUMPLIERON DOS SIGLOS DEL NACIMIENTO DE BAUDELAIRE.

Courbet, Taller del pintor. A la derecha, leyendo, Baudelaire

Édouard Manet, La amante de Baudelaire, reclinada

Referencias:
-Cano Menéndez, María Dolores: "Aproximación a Las flores del mal", La Vanguardia (16 / 10 / 2020).
-Martínez Sánchez, Jesús, y otros: Literatura Universal. Bachillerato, Akal, 1998.
-Rovira, Pere: "Les flors del mal, audacia y tradición", La Vanguardia (27/03/2021).
-Valverde, José María: "El arranque de la modernidad poética. De Baudelaire al simbolismo", en Martín de Riquer y José María Valverde, Historia de la Literatura Universal, vol. 8, Planeta, Barcelona, 1986, págs. 5-92.

[Imagen inicial: conocelafauna.com]

domingo, 18 de abril de 2021

"El azul" y otro poema de Francisco Brines



                              EL AZUL

   Busqué el azul, perdí la juventud.
Los cuerpos, como olas, se rompían
en arenas desiertas. Hubo amor 
en el rincón florido de un jardín
clausurado. Y quise hallar palabras
que alguien pudiera amar, y me valieran.
Voy llegando al final. Ciega mis ojos
un desolado azul iluminado.

       De La última costa, Tusquets, 1995


PALABRAS PARA UNA DESPEDIDA

Está la luz despierta,
y se adentra en los ojos el contorno del monte,
y el grito de los pájaros desvanece el oído
al venir de los húmedos huertos.
Los blancos pueblos de la costa,
felices de lujuria y juventud,
alientan junto al mar, lejanos.
No estoy allí, mas lo que fui deseo:
la dicha viva, los sentidos borrados,
ahora que en el jardín el tiempo se arrincona en las sombras,
y el olor de las rosas sube al aire.
Hay humos blancos, y calladas palomas
en la altura, y voces que se alejan,
hay demasiada vida para una despedida.

Y un día habrá de ser,
sin que la grata luz, las voces de la casa,
los cultivos del huerto, los días recordados
de la remota y breve juventud,
ni tampoco el amor que me tenéis,
retrasen la obligada despedida.

Tendré que aposentarme en la aridez,
y perdida la imagen de este mundo
y perdido yo mismo,
siento que aquel reposo será estéril,
que la vida no fue, que el fervor
de cualquier despedida es un engaño.

De Aún no (1971). En Entre dos nadas, Renacimiento, 2017
 

El 23 de abril, fecha en que conmemoramos la muerte de Cervantes y se celebra el Día del Libro, es también el día  en que tiene lugar, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, el acto de entrega del Premio Cervantes, que en la edición de 2020 correspondió al poeta valenciano Francisco Brines. Sin embargo, el estado de salud del galardonado, de 89 años, le impide desplazarse desde la localidad de Oliva, donde reside, hasta Alcalá, razón por la cual se ha suspendido la ceremonia de entrega, que no se celebrará en la fecha prevista.

Actualización (21-05-2021):
Francisco Brines falleció el día 20 de mayo de 2021 en el hospital de Gandía, donde estaba ingresado desde el día 13. El día anterior, 12 de mayo, los  Reyes se desplazaron a Oliva (Valencia) para entregarle el Premio Cervantes en  un acto íntimo, sin discursos protocolarios, celebrado en casa del escritor.

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La imagen ha sido tomada de imagui.com.

jueves, 15 de abril de 2021

"Cementerio alemán", un relato de Javier Morales


Cementerio alemán de Cuacos de Yuste, Cáceres. (wikipedia)


 Cementerio alemán


                                                                                                                                       "Respeto y humildad para los muertos, mas,
                                                                                                               no, nunca jamás, para la muerte". (2008)
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                ÁLVARO VALVERDE
                                                                                                                                                             Regreso al cementerio alemán


EL 28 DE MARZO DE 1943 un escuadrón británico de la base aérea de Gibraltar avistó y hundió cerca del Peñón de Ifach al submarino alemán U-77, uno de los que más daño había causado a los barcos aliados que navegaban por el Mediterráneo para abastecer a las tropas instaladas en África. De los cuarenta y cinco tripulantes del sumergible, murieron treinta y seis. El resto logró sobrevivir gracias al auxilio prestado por unos marineros calpianos. A los fallecidos los enterraron en Altea y Alicante y en 1983, junto a los restos de otros soldados alemanes de la Primera y la Segunda Guerra Mundial desperdigados por España, los trasladaron al cementerio de Yuste, en Cáceres. Fue allí donde vi por primera vez a Paul Kirkwood.

EL DÍA DE MI ENCUENTRO con Kirkwood, mi padre estaba de un humor de perros. De madrugada, cuando se levantó para mirar al cielo, empezó a gritar y a maldecir su suerte en la vida. Despertó a toda la familia. Por suerte para ellos, mis dos hermanos mayores se habían ido ya a trabajar a la central nuclear de Almaraz y, como siempre, mi padre acabó discutiendo con mi madre, como si ella fuera la culpable del mal tiempo. Aproveché para leer un rato antes de ir a clase. Cuando regresé del instituto, mi padre dormía la mona en un banco de madera que teníamos en la cocina. Mi madre veía la televisión. Tenía los ojos enrojecidos. No me hizo falta preguntar por qué. Se ofreció a servirme el almuerzo, pero le dije que no. Comí a toda velocidad, me calcé las botas de goma, guardé dos libros en uno de los bolsillos interiores del impermeable  y salí de nuevo a la calle, en dirección al cementerio alemán. Solía refugiarme allí cuando quería estar solo.
     Aún llovía con saña. Me sorprende que la gente deteste los días lluviosos. A mí me salvaban la vida. Un cielo crispado, amenazador, era mi pasaporte, el salvoconducto para disfrutar de mi tiempo libre. Me sentía un poco culpable por esos momentos de felicidad, a fin de cuentas vivíamos del campo, sobre todo de la cereza, pero el remordimiento cesaba en cuanto salía del pueblo.
     Empecé a caminar. La cabeza escondida en la capucha no solo me protegía de la lluvia, también de las miradas untuosas de los vecinos. Cabizbajo, mi mundo se reducía a lo que veían los pies. Las calles empedradas, las vigas de madera que sujetaban las casas de adobe, una fuente, el porche de la iglesia, un sendero de tierra, el paso de un pequeño puente que cruza una cascada, una trocha que asciende en una loma, más gargantas, con la piedra pulida por la erosión de años, la carretera sinuosa que se abre en la montaña abancalada, el muro del monasterio de Yuste.
    El agua emborronaba las letras grabadas en la lápida de bronce de la entrada del cementerio: "Recordad a los muertos con profundo respeto y humildad". Me gustaba pasear entre las tumbas, alineadas, como en un último desfile, manchas grises en un campo sesgado en terrazas de olivos, vides y cerezos. Casi me sabía de memoria el nombre de los soldados: Hermann Lange, Otto Meyer, Heinz Ernest, Friedrich Ludders, Otto Schüssler, Sigfried Lorenz, Paul Neumann... Me estremecía al leer la edad de los muertos, con apenas unos años más que yo cuando perdieron la vida.
     El cementerio casi nunca recibía visitantes, pero esa tarde, sin embargo, había alguien más. Desde el parterre de la entrada vi a un joven entre las tumbas. Bajé las escaleras hasta el porche de piedra. Le observé. El joven parecía varado en la tumba de Otto Hartmann, el comandante del U-77 hundido por una escuadrilla de pilotos británicos. Llevaba una mochila pequeña y un impermeable verde, grueso, como el que usan los ganaderos y los pescadores. Me extrañó que no se hubiera puesto la capucha, el agua le resbalaba por la melena y daba a su cabeza un aspecto de medusa.
     Mientras esperaba a que el joven se marchara, decidí cambiar de planes. Leer primero y pasear después. Me senté en uno de los muros del porche y me recosté en una columna. Uno de los libros que llevaba en el bolsillo me lo había regalado mi profesora de Literatura. Cuando me entregó el paquete después de clase, me quedé atónito. Me emocionó que se hubiera acordado de mi cumpleaños. En mi casa no se estilaban los regalos, para mi padre eran algo superfluo e innecesario. Rasgué el papel y leí el título, Una oculta razón, de Álvaro Valverde. Tiene un poema dedicado al cementerio alemán, me dijo la profesora, mientras revolvía mi pelo con la mano. A mi profesora le había enseñado algunos de mis ripios, inspirados en la lectura de una antología de los cincuenta que habíamos analizado en clase. Un libro que cambió mi vida. Si echo la vista atrás, compruebo que siempre ha habido un libro acompañando las decisiones importantes que he tomado, las que me han transformado como ser humano. Con los poetas de los cincuenta, los Brines, Rodríguez, Hierro y compañía, no solo aprendí a leer poesía, también a escribirla. Abrí el libro por el poema Cementerio alemán. Yuste. Con el mismo ritual de los últimos meses, lo leí en voz alta, mi voz amortiguada por la lluvia incesante:

Tiene la muerte una medida exacta.
En línea, los túmulos recuerdan
los nombres y las fechas de los héroes.
La edad ignora cuándo
podría haber llegado el dulce fruto
final de la derrota. 
Nada  preserva, en cambio, la memoria
de aquellos que cayeron en combate.
Sus rostros son anónimos. Sus vidas,
hermosas y lejanas como el sueño
que habita las ciudades que dejaron.  
 
Nos trae a este lugar una costumbre
de  ausencia y de sosiego.
Hacia el sur, bajo el muro,
duermen  viñas caídas
y a la sombra sin sombra de los viejos olivos
el silencio es solemne.
Con las últimas luces, la mirada se pierde,
luminosa de eterno. 
 
    Cuando terminé, lo guardé de nuevo en el bolsillo interior del impermeable. El joven seguía en el mismo sitio. Ahora formaba parte del paisaje, el verde del chubasquero parecía haberse fundido con la masa boscosa que se veía al otro lado del valle. Saqué la novela que tenía entre manos, La metamorfosis. Era de mi hermano mayor. Me había prohibido que le cogiera las cosas de la estantería sin su permiso, pero estaba seguro de que no se daría cuenta. Inmerso en la historia de Gregor Samsa, casi convertido yo mismo en un insecto, no oí los pasos del joven.
      -Die Verwandlung -dijo una voz cavernosa.
      Por un momento pensé que uno de los soldados alemanes había resucitado.
      -¿Qué? -pregunté, como si me acabara de despertar.
   -Perdona que te haya asustado -dijo, mientras sacaba de la mochila un ejemplar ajado de La metamorfosis, en alemán-. Cuando me acercaba he visto que leemos el mismo libro y me ha hecho gracia. Me llamo Paul, Paul Kirkwood.
     Su español era casi perfecto, con un leve acento extranjero que no supe ubicar.
     -¿Eres alemán?
     -No -rió-. De Belfast. Irlanda del Norte.
   Era la primera vez que hablaba con alguien de otro país y sentí una mezcla de intimidación y curiosidad. Me levanté. Paul era un poco más alto que yo. Sus facciones me resultaban familiares, la cara redonda, la mirada apacible, con un poso de ingenuidad que contrastaba con su voz. Su cara me sonaba, no sabía de qué. Le había visto antes, pero no en la vida real, sino en la televisión, de eso me di cuenta después. Aunque Paul era rubio, me recordó a Ed, el nativo americano de Doctor en Alaska, una serie a la que me había enganchado. Me preguntó si solía ir al cementerio a leer. Le dije que sí.
    -Es un lugar idóneo. Este silencio -dijo, pero no terminó la frase, sino que giró la cabeza y con la mano abarcó las tumbas, lo que había más allá de la cortina de agua.
     Nos sentamos en el poyo y estuvimos unos minutos sin hablar, hechizados por el sonido monocorde de la lluvia. Le dije que era raro que no le hubiera visto antes en el pueblo, que nadie hubiera hablado de él. 
     -Solo llevo un día aquí. Aún no ha dado tiempo para los chismes -dijo, entre risas-. Además, me alojo en el hotel rural. Casi no he salido de allí.
    Me llamó la atención el vocabulario tan preciso que utilizaba. De no ser por su aspecto y el deje extranjero de su acento, habría pensado que era español. Me contó que había pasado temporadas en varios países y aparte del castellano hablaba con fluidez alemán, francés e italiano. Le pregunté por Irlanda del Norte. De Belfast yo apenas sabía nada. Asociaba el nombre al terrorismo y al IRA, a los atentados de los que cada cierto tiempo daban cuenta en la televisión. En clase de inglés habíamos visto hacía poco Agenda oculta, de Ken Loach, pero al final tenía la duda de si los irlandeses del IRA eran buenos o malos. Paul se rio.
     -¿Matar a alguien es bueno o malo?
     -Malo, claro, pero si lo haces en nombre de una causa, para defenderte, está justificado, ¿no? ¿Cómo habríamos derrotado a los nazis sin un ejército?
     -Suponiendo que sea lícito el uso de la violencia en algunas situaciones, como la que dices, creo que el punto débil de tu argumento es cómo definir qué causa es la justa, por qué merece la pena matar a alguien y si tenemos derecho a hacerlo.
     Me quedé un rato pensando.
     -¿Qué tal la vida en el pueblo? ¿Estás contento? -Paul cambió de tema.
     Fruncí el ceño. Le dije que no. Cuando terminara el instituto al año siguiente, iría a la Universidad. Paul me contó que había estudiado Económicas, pero no quería trabajar en ninguna empresa y la única opción laboral que le quedaba era dar clase en un instituto, algo que detestaba.
     -No soporto a los adolescentes -dijo.
     Al ver la expresión de mi cara, al fin y al cabo yo tenía dieciséis años, añadió.
     -Como alumnos, claro -posó su mano en la mía durante unos segundos.
     Le pregunté por su viaje a España. Había decidido tomarse un año sabático para escribir un libro, una novela, y pensaba que la visita al cementerio alemán podía servirle de inspiración. Quise saber por qué y observé que a Paul le cambió el gesto. Le temblaban los labios o eso me pareció. Temí que le hubiera sentado mal la pregunta. Había dejado de llover y su silencio era rotundo, más tenso. Yo le miraba, expectante.
     -Déjame que lo piense -dijo al fin-. Es una especie de superstición. Puede parecerte raro, pero no me gusta hablar de lo que estoy escribiendo. Creo que si lo hago, de alguna manera modificaré el resultado, como una teoría de la física cuántica, que el observador altera lo observado a escala atómica.
     Era la primera vez que hablaba con un escritor, cara a cara, y me sentí orgulloso, importante. Aunque no entendía muy bien su reparo a hablar de su libro ni sus explicaciones, me halagaba que compartiera esa intimidad conmigo, con un desconocido. Pensé que Paul era alguien con quien podía conectar, que hablábamos el mismo idioma, aunque viviésemos en países distintos y en realidades diferentes. Era un sentimiento nuevo y excitante.

CUANDO SALIMOS del cementerio, me propuso que fuéramos a tomar algo. Le dije que sí sin dudarlo, no deseaba que el día terminara nunca. Como era viernes, podía regresar más tarde, no me importaba que a la mañana siguiente tuviera que levantarme de madrugada para ir a la finca.
     -Mientras regresábamos al pueblo, apenas hablamos. Después de desahogarse durante todo el día, las nubes flotaban ahora con mansedumbre entre los últimos rayos de sol, los charcos espejeaban a nuestro paso. Paul me preguntó si conocía algún lugar para cenar. No era un hábito que tuviéramos en mi casa, nunca salíamos excepto en las bodas o comuniones. Ni siquiera lo hacían mis hermanos mayores, que podían permitírselo y habían visto algo de mundo. Me daba vergüenza que Paul pensara de mí que era un paleto, pero le dije la verdad, que no se me ocurría ningún sitio, salvo el bar "Los leones". Lo descarté porque mi padre estaría chateando allí en ese momento con sus amigos y no quería encontrarme con él, menos si iba con Paul.
     -Te comprendo -dijo.
     No sabía a qué se refería, pero no quise indagar.
    -Si te parece bien, podemos ir a mi hotel. Allí no nos verá nadie -dijo, como si de pronto nuestro encuentro se hubiera convertido en algo clandestino, una idea que aportaba una nueva dimensión del momento.

EL HOTEL ESTABA al otro lado del pueblo, se accedía a través de un camino de tierra. Bajo la techumbre de los robles y castaños, el cielo adquirió un tono ceniciento. Apenas llevaba  abierto un año y casi todo el mundo, incluidos mis padres y mis hermanos, hablaban mal de él, con desconfianza, lo veían como una amenaza a su forma de vida secular, dedicada a la agricultura y la ganadería. Con el paso de los años, cualquiera que tuviera una casa vieja aprovecharía la oportunidad de las subvenciones para convertirla en alojamiento rural, pero en aquella época la llegada de los visitantes aún se percibía como una novedad inquietante.
    Cuando llegamos no se veía a nadie. Nos adentramos en el vestíbulo y subimos un tramo de las
El submarino U-77 sumergiéndose. (guerra-abierta.blogspot.com)
escaleras que llevaban a las habitaciones. La oscuridad impregnaba nuestra presencia allí de un barniz clandestino, prohibido.
     -Hola -gritó Paul varias veces, hasta que de una puerta enorme y pesada salió un hombre joven, de unos treinta años.
     Supuse que era el dueño de la casa. Paul le preguntó si podíamos cenar algo y el hombre nos llevó al comedor. Estaba cerrado, también a oscuras. El hombre nos trajo la carta y  nos señaló los platos que podíamos pedir y los que no. Me sorprendió saber que Paul era vegetariano. Me parecía algo exótico, como casi todo lo que iba conociendo de él. Cuando terminamos de cenar, subimos a su habitación. Había dos camas y me senté en una de ellas. Me sentía cohibido por estar con alguien a quien acababa de conocer en un lugar tan íntimo, y tomé una de las revistas que había en la mesita de noche. Paul empezó a pasear de un lado a otro, parecía inquieto. Yo le observaba con el rabillo del ojo. Al cabo de un rato, por fin se tumbó en la otra cama y empezó a hablar, al principio con una voz temblorosa.
     Me contó que su abuelo estaba destinado en la base de Gibraltar cuando los dos cazas de la RAF hundieron el U-77. Al parecer, el talón de Aquiles de estos temibles submarinos era su escasa autonomía. Cada cierto tiempo debían emerger para recargar la batería del motor eléctrico, un momento que podían aprovechar los aviones enemigos para hundirlo, como así ocurrió. Aunque el abuelo de Paul no participó directamente en el ataque, que con el tiempo adquiriría tintes heroicos, su paso por la guerra no era algo de lo que se sintiera orgulloso. Sus abuelos hablaban poco de esos años. En realidad, me dijo Paul, la vida de sus abuelos era casi un secreto para sus hijos y para sus nietos, no porque tuvieran algo que ocultar, sino porque apenas le daban importancia, se vive, sin más, decían, se asumen las luces y las sombras, no hay necesidad de hablar, ni siquiera de episodios tan dolorosos como la guerra, en la que sus abuelos se habían enfrentado de cara a la muerte. Cuando Paul descubrió por azar que había un cementerio alemán en el que estaban enterrados los soldados del U-77, quiso visitarlo.
     -Mi abuelo había muerto años atrás y ya no podía compartir la noticia con él. Pero a medida que pensaba en el cementerio, en su significado, de algún modo empecé a desentrañar también la vida de mi abuelo, a entender qué fue lo que lo atormentó durante tantos años, aunque se negase a hablar de ello. ¿Qué habría sido de los jóvenes si el conflicto bélico no se los hubiera llevado por delante? Estoy seguro de que mi abuelo se lo había preguntado decenas de veces. Y en parte para honrar su memoria, decidí escribir una historia inventada de cada uno de los soldados muertos, pequeñas biografía imaginadas, como si la vida les hubiera otorgado una segunda oportunidad.

ME QUEDÉ DORMIDO pensando en la historia que me había contado Paul y cuando desperté era de día. La luz arañaba los cristales de las ventanas. Me había dormido con la ropa puesta. Me giré y vi el cuerpo de Paul en la otra cama, bajo la sábana. Me levanté con cuidado. La vivienda estaba a oscuras y tuve que bajar con sigilo para no despertar a los dueños. Me costó abrir el portón de madera. La casa se encontraba a pocos metros de un riachuelo y a esa hora se oía el palpitar del agua, parecido al de mi corazón cuando eché a correr para llegar a casa.

PIENSO EN AQUEL DÍA, el de mi encuentro con Paul. Medio pueblo andaba buscándome. Se habían llevado a mi padre al hospital. Nunca más volvería a verlo con vida. Tampoco vi más a Paul. Justo ahora estoy sentado en el mismo lugar en el que conversamos durante horas, guarecidos de la lluvia. Esta mañana las tumbas reflejan la luz de un sol primaveral, como si estuvieran enviando un mensaje al cielo. Como antaño, voy a aprovechar el silencio de los muertos para abrir un libro y leer. The other lives, by Paul Kirkwood. Las otras vidas. Las de Hermann Lange, Otto Meyer, Heinz Ernest, Friedrich Ludders, Otto Schüssler, Sigfried Lorenz, Paul Neumann. Aunque a través de otros, quiero pensar que de alguna manera su novela habla también de mi propia vida, la que vino después. Tal como quería, dejé el pueblo para estudiar en la Universidad. Aprobé unas oposiciones y ahora enseño Lengua y Literatura castellana en un instituto de la periferia de Barcelona. Tengo la misma edad que Paul cuando nos conocimos, pero no se me da mal el trato con los adolescentes, incluso me gusta. Y dentro de poco publicaré mi primer libro de poemas, en el que aún resuena el eco de los versos que leí tantas veces en el cementerio alemán. 

(Javier Morales, La moneda de Carver, Madrid, Reino de Cordelia, 2020, pp. 31-43)

Javier Morales. (elperiodicodeextremdurura.com)

Javier Morales
(Plasencia, España, 1968) es escritor, periodista y profesor de escritura en varios centros y universidades. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense (UCM) de Madrid, ciudad en la que reside actualmente. Prepara una tesis doctoral sobre el escritor y crítico de arte John Berger.  Ha publicado los libros de relatos La despedida, Lisboa, Ocho cuentos y medio y La moneda de Carver, las novelas Pequeñas biografías por encargo  y Trabajar cansa, y el ensayo autobiográfico El día que dejé de comer animales.

Ha colaborado con los principales medios de comunicación españoles, como reportero y como periodista literario: El País, El Mundo, EFE, Quimera, Leer, entre otros. Desde hace años mantiene una columna semanal sobre libros, Área de Descanso, en El Asombrario, revista cultural asociada al diario Público.es. Ha recogido sus artículos en un libro con el mismo título, Área de Descanso. Diario de lecturas.

Con un lenguaje conciso y eficaz, los ocho relatos que componen La moneda de Carver se centran en la infancia en el mundo rural, el paso a la edad adulta, la búsqueda de la felicidad, las respuestas  que el arte puede ofrecer a las grandes preguntas o la vida malograda de algunos escritores como Raymond Carver.