Os presentamos el boletín de las principales novedades que hemos adquirido en el primer trimestre con algunas sugerencias para las próximas vacaciones navideñas.
jueves, 7 de diciembre de 2023
domingo, 3 de diciembre de 2023
"Ojos claros, serenos..." y otros dos poemas de Gutierre de Cetina
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Gutierre de Cetina por Francisco Pacheco. Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, Biblioteca de la Fundación Lázaro Galdiano |
domingo, 26 de noviembre de 2023
"Dos futuros" y otros tres poemas de Circe Maia
Circe Maia (Montevideo, Uruguay, 1932), ensayista, traductora y poeta, es una de las voces más originales de la lírica uruguaya actual.
Julio Maia, su padre, escribano de profesión y uno de los fundadores del Partido Socialista en su ciudad, era natural de Tacuarembó. Su madre, María Magdalena Rodríguez, procedía de Rivera, ciudad limítrofe con la población brasileña de Santana do Libramento, particularidad que influyó en la transmisión de una cultura de frontera. Al poco de nacer la autora, la familia se mudó a Tacuarembó, donde permanecieron hasta 1937. Su padre, que antes de empezar la comida recitaba poesía en lugar de rezar, era una apasionado de la pintura española, especialmente de Goya, y poseía una nutrida biblioteca de poesía, de la que la autora recuerda especialmente los libros de Antonio Machado, su principal influencia, y de García Lorca. En este ambiente, de amor a la pintura, la música y la poesía, creció Circe Maia, jugando con su hermana a recitar poemas y escuchando las canciones portuguesas que cantaba su madre. Escritora precoz, fue su padre quien le publicó su primer libro de poesía, Plumitas (1944), cuando tenía doce años. De vuelta a Montevideo, realiza estudios de primaria y secundaria, inicia los de Filosofía en el Instituto de Profesores Artigas y continúa estudiando en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República. La muerte repentina de su madre cuando Circe tenía 19 años la marcó profundamente y dejó huella en su primera obra madura, En el tiempo, publicada a los 26 años.
En 1962, tras contraer matrimonio en 1957 con el médico Ariel Artigas, regresa a Tacuarembó con su esposo y sus dos hijas mayores. Allí trabó amistad con el poeta Washintong Benavides, que había sido compañero de colegio de su esposo, y se dedicó a la enseñanza de la Filosofía en el liceo departamental y en el Instituto de Formación Docente de esta ciudad. Pero en 1973 es apartada de la enseñanza por el régimen dictatorial, que detuvo a su marido en 1972. Ella se libra de ser detenida porque tenía una hija recién nacida, pero Ariel, acusado de tener vínculos con el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, cumplió dos años de condena, primero en la ciudad de Salto y más tarde en el Penal de Libertad. Se inicia así un periodo muy difícil para la familia, un tiempo que Circe dedica a dar clases particulares y a ampliar sus conocimientos de lenguas extranjeras (griego moderno, francés e inglés), lo que no solo le posibilitará leer a los autores en su lengua, sino también dedicarse a la labor de traducción. En 1983 sufre la pérdida repentina de uno de sus hijos, fallecido en accidente de tráfico a los 18 años. Tras lo cual pasa tres años de desgarrador silencio, al final de los cuales surge el libro en prosa Destrucciones (1986), en el que encontramos algunas veladas alusiones a esta tragedia, que abordará más abiertamente en Dualidades (2014). De sus visitas a la cárcel, en compañía de su hija, surge la novela Un viaje a Salto (1987), uno de los primeros testimonios publicados inmediatamente después de la dictadura, que relata los viajes, encuentros y esperas de una mujer y su hija para visitar a su marido preso. Restituida en su puesto de profesora de secundaria en 1985, siguió enseñando hasta su jubilación en 2001.
Circe Maia suele ser adscrita a la Generación del 45, a la que pertenecen aquellos autores que surgieron artísticamente desde 1945 a 1950. El crítico Ángel Rama, sin embargo, distingue dos promociones dentro de la que ha denominado "generación crítica". La primera agrupa a los nacidos en torno a 1920 (Benedetti, Vilariño), mientras que la segunda -a la que pertenecería la autora-, denominada "promoción de la crisis", agrupa a los nacidos hacia 1930, que comienzan a actuar a partir de 1955, año en que se inicia la crisis económica en su país.
Para Circe Maia la poesía es una mirada que nos lleva hacia la realidad externa, y, como ha señalado la crítica, su poesía establece una relación entrañable con el mundo de lo cotidiano buscando diferenciarse de la concepción de la poesía como espacio sagrado (Carlos Machado). Sus poemas -señala Diego Techeira- abordan situaciones casi insignificantes y las presentan bajo una nueva luz:
Una luz que le aporta esa mirada capaz de intimar con lo que ve, de inaugurarlo con esa intimidad y, desde el compromiso que asume con la sutil realidad de su objeto (una planta, un paisaje, un reflejo, un diálogo, un texto) compartir su visión. Transformarla en presencia.
La autora ha manifestado así mismo que el "yo" del poeta no debería contaminar sentimentalmente o ideológicamente la imagen del mundo sino establecer un diálogo con aquello que aparece ante su mirada para después compartirlo con el lector. En consecuencia, en su poesía encontramos escasas referencias a sí misma y, como nos recuerda Techeira, se observa un progresivo abandono de lo sentimental y de lo subjetivo, de modo que la primera persona pasa a ser "un testigo presencial de cuanto forma parte de la vida". Tres características fundamentales destaca Techeira en la poesía de Circe Maia: "Intensidad (de pensamiento), profundidad (de visión) y transparencia (de la voz)".
Es autora de más de veinte libros, entre los que se cuentan los poemarios En el tiempo (1958), Presencia diaria (1964), El puente (1970), Cambios, Permanencias (1978), Dos voces (1981), Destrucciones (1986), Superficies (1990), De lo visible (1998), Breve sol (2001), Dualidades (2014). Sus poemas han sido musicalizados por Héctor Numa Moraes y Daniel Viglietti. Su poema "Por detrás de mi voz" dio origen a "Otra voz canta", la conocida canción de Viglietti convertida en emblema de los desaparecidos de la dictadura.
Ha traducido a varios autores tanto del griego como del inglés, entre los que se cuentan Odisseas Elytis, Konstantin Kavafis, Yannis Ritsos, Roys Papangelos, William Shakespeare, William Carlos Williams y Robin Fulton.
Ha recibido varios premios y distinciones, de los que destacan el Premio Nacional de Poesía de Uruguay (2007), un Homenaje de la Academia Nacional de Letras, durante el cual fue designada miembro de la misma, el Premio Bartolomé Hidalgo (2010) y Gran Premio a la Labor Intelectual, otorgada por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay en 2014. En los últimos años su figura, muy reconocida en su país, ha adquirido una proyección internacional, especialmente en España, donde se han editado algunas de sus obras y en 2023 se le ha concedido el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca. El acta del jurado de este premio ha dejado constancia de que Maia "se ha mantenido al margen de tendencias poéticas dominantes", como autora "de una obra personal y de influencia en español", habiendo "convertido la poesía en un método de conocimiento de la realidad, que se basa en la experiencia diaria, con un lenguaje transparente y exacto".
-Puedes escuchar la canción "Otra voz canta": AQUÍ.
Referencias:
jueves, 23 de noviembre de 2023
Eloy Tizón, autor de 'Plegaria para pirómanos'
Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 13 de noviembre de 2023
Autor: Eloy Tizón.
Obra comentada: Plegaria para pirómanos. Páginas de Espuma,
2023.
¿Quién no quiere ser Tizón?
Algunos apuntes bio-bibliográficos sobre un pirómano de
las letras
Carlos
Salvador
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Eloy Tizón. Foto de la editorial "Páginas de Espuma" |
Lo quiere incluso el propio Eloy, ese madrileño que frisa
en los sesenta y que prefirió pasar a la historia de la narrativa española con
un segundo apellido con sabor a fuego, dejando sólo para fines administrativos
el primero, mucho más prosaico, ese García
que aún aparece en la portada de su primera publicación, La página amenazada (Ed.
Arnao, 1984), un libro de poemas a veces muy narrativos, cuando aún no había
acabado los estudios universitarios. Pese a tanta juventud, no son raros ni los
destellos vertiginosos ni la melancolía: Todo
va llenándose de tiempo. Las mesas están cubiertas de octubre, las estanterías
se desploman, abres la tetera y sale un grito… Nos queda la fascinación
por la belleza que muere, un último gesto patético y hermoso, el fulgor enfermizo.
La decadencia, unos rasgos
poéticos inaugurales que parecen no haberle olvidado en su prosa posterior.
¿Qué letraherido no quisiera
ser Tizón?, teniendo en cuenta el valor, la significación, el éxito de su
primer libro editado de cuentos a sus veintiocho años, coincidiendo con los
fastos hispánicos del 92, y ese gusto por el impacto, la provocación de sus
títulos: Velocidad de los jardines
(con reminiscencias borgianas, uno de sus héroes, aparte de Chejov, Cortázar,
Onetti, Rulfo…, en este caso). La editorial Anagrama haría una reedición
conmemorativa del libro veinticinco años después, prólogo del autor incluido,
para celebrar esos atributos incuestionados del temprano logro, que el crítico
Carreira identificaría como la piedra angular sobre la que se sostiene
la última generación de autores de relato breve en España.
Velocidad… nace reflejando el período de
cambios que el autor había experimentado durante los cinco años anteriores a la
publicación: la despedida de la universidad, la mili, el primer trabajo, de
nuevo bajo el signo de la melancolía. Cambios que también caracterizan a los
personajes, sometidos a la incertidumbre de los ciclos, las despedidas y las
transformaciones. Los temas del adiós, el paso del tiempo, las ilusiones
juveniles comienzan aquí su expansión a través de los libros posteriores.
Frente a la tendencia realista del momento, que representaba con maestría
Carver, Tizón echa mano valiente, intensamente de su bagaje lírico para mostrar
un rigor estilístico inusitado, buscando las epifanías deslumbrantes que se
apoyan más en el descubrimiento inesperado del verbo y la imagen que en el
despliegue de recursos. La vocación por la sorpresa, por la ruptura de los
moldes previos que constreñían la expectativa del lector, viene acompañada por
el ritmo moroso que llega a suspender el tiempo, por la inmersión decidida en
los personajes, por la sensibilidad como esencia del pensamiento, por un humor
que se entrelaza con lo absurdo, por esa compasión poética, amorosa, en la
mirada sobre el mundo.
Pese a que la sola publicación
de este libro convertiría a Tizón en un cuentista de culto, habían de sucederle
tres novelas de la mano de la editorial Anagrama. En 1995, Seda salvaje, que recibió el Premio Crítica Española y fue
finalista del Premio Herralde, una obra deslumbrante que gira en torno a la
obsesión del protagonista por desvelar los secretos de los demás, cuya
normalidad camufla la existencia de fantasmas, hasta el punto de espiar a su
novia con la ayuda de un detective. Seis años más tarde publica Labia, una novela polifónica de
historias sucesivas que conecta al autor con el neosimbolismo europeo,
atravesado por lo subjetivo y lo imaginario, por lo mítico y el animismo y,
sobre todo, por el culto juanramoniano de la belleza. Finalmente, en 2004 hará
su aparición La voz cantante,
centrada en la presencia de las pequeñas maldades en la vida de todos nosotros
(su abuela, su futuro suegro, él mismo), como una sucesión de recuerdos,
historias e introspecciones a partir del encuentro aparentemente casual del
protagonista con Lucifer (esa voz cantante que gobierna nuestras vidas)
en un vagón del metro, un demonio que se encuentra en todas partes y ante el
que solo puede triunfar el amor.
Después de esta pequeña y rica
serie de narrativa extensa, Tizón se sube de nuevo al vuelo sin motor del
relato corto, con un segundo título que vuelve a afianzar su fama de tejedor
primoroso: Parpadeos, de
2006, de nuevo en Anagrama, donde pueden encontrarse intuiciones arrebatadoras,
impactantes, incluso en los relatos más débiles. Las trece historias nos
adentran en mundos diversos presentados como cotidianos y accesibles, pero
transidos de elementos que desbaratan su aparente normalidad. El tiempo se
torna leve y la permanencia de los fenómenos, insustancial.
Uno de los soportes de su
habilidad narrativa es el juego con la voz, como él mismo reconoce en su
aportación al libro de crítica colectivo El
arquero inmóvil, también de 2006, muchos años antes de crear el
personaje Erizo, protagonista variable del libro Plegarias…, que sirve de excusa para estas notas. En 2015,
en El Cultural de El Mundo, crea el término postcuento para representar
la clave interpretativa del relato breve contemporáneo, una innovación que nos
anima a leer de otro modo y pone en entredicho la inercia de un sector de la
crítica y la enseñanza. En su artículo “Metamorfosis”, de 2017, toma como
comodín la conocida frase de Godard “si no se hace, hagámoslo”, para ilustrar
la quiebra del cuento literario actual, entendido como un objeto de orfebrería
perfecto, de apacible realismo académico, con su unidad de sentido, su
planteamiento-nudo-desenlace, su conflicto obvio…, hasta ampliar los
límites del género entero, aunque asegura no ser capaz de responder a la
pregunta racional de ¿hasta dónde podemos eliminar determinados elementos
diegéticos y todavía seguir hablando de cuento? En 2022, comentando la herencia
descentrada del cuento actual español, asegura que todo relato breve
digno de perdurar es relato limítrofe.
Pero había sido en 2019 cuando nos había ofrecido sus mejores páginas de
crítica deslumbrante en Herido leve.
Treinta años de memoria lectora, publicado por Páginas de Espuma. Este
feliz ensayo literario pudiera parecer la simple confesión de un lector como
tal, pero no hay mejor invitación a la lectura que este esfuerzo exitoso de
Tizón, consistente en pulir los diamantes escondidos que encuentra en las obras
elegidas, pertenecientes a autores tanto infrecuentes en las estanterías (Wolf,
Zorn, Iles…) como consagrados y casi obvios (Cheever, Murakami, Cortázar…). Los
libros resultan sagrados para quien ha dedicado su vida a leer y escribir y tal
vez no haya mejor acercamiento a ellos que el camino que ofrece quien tan
sutilmente los experimenta desde ambos lados. De nuevo una premonición de Erizo
en las páginas de este ensayo: Todos somos ficciones. Lo que nos constituye
como seres humanos es, básicamente, un relato. Eso que llamamos con cierto aire
pomposo “yo” es bien virado, una construcción narrativa En el fondo no somos
más que el relato que nos contamos que somos, a nosotros mismos y a los demás”.
Las colaboraciones críticas en Revista de Libros, El País, Público, Telva,
Revista de Occidente, Turia, El Cultural, etc., son numerosas.
Su tercera entrega de relatos
había tenido lugar en 2013: Técnicas
de Iluminación, en la misma casa que también acogería Plegaria...diez
años después. De estos diez heterogéneos cuentos resulta pertinente destacar su
profundidad y lirismo, su ágil fluidez y esa capacidad de experimentación tanto
técnica como indagatoria de la percepción de la vida, como si la vida misma
hiciese una introspección desacostumbrada e inquietante. El dominio del recurso
de la evocación, de la elipsis, del silencio, esconde una potente llamada al
lector para que rellene los huecos y reconstruya los potenciales sentidos, para
que colabore con la claridad iluminada de cada relato. La exploración de los
confines del mundo literario de este esperanzado escritor acompaña a una nueva vuelta
en la reconstrucción de la vida humana, que se exhibe bella, vertiginosa,
impactante, asombrosa e inasible, pese a una apariencia inicial de normalidad y
orden. Tal vez destaque el cuento “Ciudad dormitorio”, una parodia desmembrada
del mito de Orfeo, donde el cambio constante del punto de vista y la
alternancia entre las tres personas verbales tal vez noqueen la visión
acostumbrada del lector menos pertrechado.
Para Tizón el cuento, como
género, siempre terreno fronterizo, como dijimos, se presta naturalmente
a jugar con sus propios términos constructivos. Las fisuras de los decálogos
constituyen el coto de pesca de los escritores no temerosos del abismo. No
obstante la potencial precaución inicial del lector, los reconocimientos de
este malabarista lírico son numerosos, pero baste mencionar su inclusión en
2013 en el Best European Fiction, prologado por Banville, pese a faltar
una década para la publicación de Plegaria…
En efecto, diez años parecen
muchos para los libros esperados, pero el autor asegura no dejarse marcar los
tiempos por urgencias ni personales ni editoriales. ¿Quién no quisiera ser como este profesor de
escritura creativa en diversos talleres (actualmente de la Escuela de
Escritores de Madrid), que puede permitirse coger la fruta solo cuando está en
sazón? El nuevo libro tiene un elemento
innovador: un personaje, convertido en principal en algunos cuentos, secundario
en otros, va metamorfoseando su rostro y configuración para convertirse en
protagonista del libro. Le ha prestado su nombre un pequeño animal solitario
pero acechador, un buen cazador introvertido que sabe protegerse bajo la bola
de sus púas, cuya hibernación recuerda las ausencias editoriales de su creador.
Por si la transparencia no es suficiente, sopésese que, en el primer relato, el
más narrativo, “Grafía”, donde este protagonista, Erizo, ahora escritor
fracasado, se compara con un autor de culto elitista, Xavier Serio, y una
autora superventas, producto de la colaboración múltiple y de una probable
intervención técnica, Halma Tigredi, leeremos una frase cuyo único adjetivo
está enfatizado por el paréntesis: En el castillo de la literatura, erizado
(¡atención a esto!) de torreones y oriflamas, ocupábamos extremos incomunicados.
Sin llegar a la autoficción figurada, pero sin despreciar la reelaboración de
su yo, este maestro de la enumeración (a veces, técnicamente, para avanzar; a
veces, conceptualmente, para condensar; a veces, líricamente, para elevarse; el
relato completo “Dichosos los ojos” es todo él una enumeración) encierra una
reflexión meditada sobre la vida en el conjunto de sus páginas: la necesidad de
revisitar la vida, que creíamos acotada, cuadrada, permanente, para recuperar
el asombro. Un tizón es el resto de un fuego y (según el director de
Páginas de espuma, su actual editorial), en nuestra oscura épica cotidiana, pirómanos
somos todos. Vayamos un paso más lejos, aceptando la evocación del fuego de
Heráclito que causa las posibilidades diversas del Ser dinámico. La
inevitabilidad, vertiginosa, del cambio. Cada uno de los nueve cuentos es una
oportunidad y una súplica, bien merecemos cada uno de nosotros una plegaria.
Pero el pirómano es el que prende, no el que arde: el que transforma en sus
ojos viendo. Leamos, pues, o releamos, Plegaria
para pirómanos.
'Plegaria para pirómanos', de Eloy Tizón
Plegaria para pirómanos y la transgresión literaria
Carmen Romeo Pemán
Eloy Tizón, Plegaria para pirómanos, Páginas de Espuma, 2023, 192 páginas.
Nueve relatos, cuyo número recuerda a los Nueve Cuentos de
J.D. Salinger, 1953.
Los relatos de Eloy Tizón forman un todo coherente.
Tienen una gran lógica interna y están tejidos con abundantes hebras de
cohesión narrativa.
Prólogo. Grafía: el
primer relato. Aquí encontramos claves temáticas y técnicas que se repetirán en
otros relatos.
Primera
parte. El fango que suspira y Agudeza. Estos dos relatos, y Grafía,
están dominados por planteamientos globales, que permiten el uso de varias
tramas alternativas. Una gran novedad para el género.
Bisagra. Dichosos los ojos: No es propiamente un relato, es una pieza de prosa
poética, un canto a la belleza de lo sensorial.
Segunda Parte. Mi vida entre caníbales,
Ni siquiera monstruos, Anisópteros y Cárpatos. Aquí las estructuras
globales se rompen y dan paso a situaciones fragmentadas. Nada tiene que ver
con nada. La realidad son trozos (Anisópteros, p. 141).
Cierre. Confirmación del susurro. Lo pasional
baja el tono y la plegaria se convierte en un susurro.
Plegaria para pirómanos
En algunas entrevistas, Eloy Tizón ha hablado del choque semántico que
se produce entre las dos palabras del sintagma. Plegaria, la voz silenciosa, se opone a pirómanos, la acción brutal sin palabras. Pero eso es solo un
recurso literario frecuente en muchas piezas de nuestras letras.
Aquí nos interesan sus connotaciones globales. Podemos explicarlas de
muchas formas, pero encontramos la respuesta del autor en el relato Ni tan
siguiera monstruos.
Nosotros, todos, somos como ese niño soldado con lanzallamas al que le
han arrancado todo, al que le han matado hasta los sentimientos, al que una voz
narrativa no identificada lo anima a:
Quemarlo todo y después sentarse a fumar un cigarrillos, dos
cigarrillos, ¿quieres uno? Con toda parsimonia sobre los escombros calientes de
Buckingham Palace o del Vaticano (p.100).
Ese niño al que Erizo, el narrador, sin ser consciente del poder de su
máquina de fotos, lo mandó a la muerte. Ese niño es el símbolo de nuestras
atrocidades. Su muerte, y la de todos los niños como él, pesan sobre nuestras
conciencias. Ellos, los abatidos, los maltratados, los esquilmados, tienen
derecho a establecer un orden más justo en el mundo: Quemarlo todo. Oh boy
oh boy oh boy. Se enciende, se apaga, se enciende (p. 119).
Grafías
Erizo, un escritor fracasado, un estudioso de la obra de Xavier Serio,
está amenazado con perder su vivienda por no pagar las rentas. Le cambia la
vida cuando acepta escribir un prólogo de la obra de Halma Tigredi, una
escritora superventas.
El relato es una parodia, una crítica irónica a la nueva función del escritor
en la cultura de masas y en los intelectuales esnobistas. Esta parodia se
magnifica al expandirse en tres tramas simultáneas. Un gran alarde técnico y
una transgresión para el modelo de relato clásico.
Las tramas, tejidas por Erizo, narrador y personaje, aúnan tres formas
de obsesión por la literatura como un nuevo culto moderno, al margen de su calidad.
Xavier Serio, como canta su nombre, es un autor sesudo y serio, poco
conocido entre las masas, pero que despierta una gran pasión entre sus seguidores,
hasta tal punto que, entre ellos, se relacionan en el comercio de ediciones
clandestinas.
En paralelo, una editorial divulga y magnifica la obra de la reputada escritora
Halma Tigredi, un fenómeno comercial mundial. Estas dos tramas avanzan en oposición.
Y mientras tanto, Erizo, que ama profundamente la literatura, no tiene
lectores ni críticos, pero logrará sobrevivir a costa del fenómeno Tigredi.
Grafía es un relato
extenso, casi una novela breve, una especie de prólogo a los nueve cuentos en
los que se buscan nuevos universos creativos.
En esta aventura nos guía Erizo, un narrador presente en casi todos los
relatos, una especie de alter ego de las distintas personalidades que
habitan los mundos interiores de Eloy Tizón.
Erizo, en su afán experimental, había escrito la obra, r(ictus),
condenada al fracaso:
Carecía de signos de puntuación y de mayúsculas, no tenía final ni
comienzo. La numeración era aleatoria: a la página 37 sucedía la 6. Podía ser
leído en cualquier orden.
En algunas páginas el texto aparecía invertido, cabeza abajo, para
obligar al lector a torcer el cuello o dar a vuelta al volumen y perderle el
respeto al libro. La portadilla estaba colocada al final (p. 20).
Los experimentos y la reacción del público nos traen a la mente las
primeras vanguardias de finales del siglo XIX y principios del XX. También hay
una gran influencia de la revolución narrativa de los años sesenta y del boom latinoamericano. Cada pocos años
los paradigmas literarios se desgastan, entran en crisis, y se buscan nuevos
caminos fuera del canon consagrado. Esos caminos no siempre llevan a buen
puerto, pero siempre dejan su huella.
Grafía, además, es un
experimento en la mente de su narrador, una ruptura con la realidad en forma de
parodia y de broma infinita a lo Foster. Con este talante tenemos que
acercarnos a las obras de Eloy Tizón para entenderlas cabalmente.
En una nota al final, en un doble salto mortal de ironía narrativa,
añade un catálogo de citas, entre otros de Harold Bloom, Franz Kafka,
Samuel Beckett, Paul Morand, Vladimir Nabokov, Virginia
Woolf, Oscar Wilde. Una carcajada dialogística, como las de Bajtín, que
pone en solfa el canon tradicional. Acabamos de descubrir, con Tigredi, que
fuera del canon son posibles fenómenos editoriales de superventas mundiales:
No era más que una invención, un gólem, un avatar, un holograma, un
algoritmo, una base de datos, una orquesta de redactores dirigidos por una
batuta invisible, detrás de la cual habría otra batuta, y otra más, cada vez
más alejadas (p. 29). Era una catedral. Un puzle. Un relato colectivo y
polisémico erigido piedra a piedra con los esfuerzos mancomunados de una
pandilla de mercenarios dispersos (p. 29).
El fango que suspira
Erizo, un guionista, llega al portal de casa con las bolsas del
supermercado. Se encuentra a los vecinos reunidos por la muerte de la anciana
del 6ºF, que vivía sola en su piso. A continuación siguen la profanación de la
casa, de sus bienes y de su intimidad.
Una visión lírica de la muerte en soledad y de la gran burocracia que
sigue a las muertes. Una premonición de lo que nos puede pasar a cualquiera.
Cuando vacían el piso de la anciana, se produce una escena desgarradora.
En el momento que ella desaparece, todos los objetos cargados de valores
afectivos se convierten en cachivaches inverosímiles que solo sirven para llenar
los contenedores de la basura. El vacío de la casa no es neutro para los que
conocieron a la anciana, pero sí para los nuevos inquilinos que lo volverán a
llenar con su emotividad en los nuevos objetos.
Agudeza
Erizo, un tímido empleado de banca, desde niño está atormentado por su
timidez y su sentido de culpa. En
cambio, de adulto se atreve a abandonar en la mesa de un restaurante, sin
despedirse, a la chica a la que no se llegó a declarar ni le escribió una carta
por timidez. Esa chica que le ayuda a sacar su trauma es uno de los pocos
personajes que aspira a un nombre propio: llamémosla
Jelen (p. 82).
A la vez, y en paralelo, discurre una nueva trama. Las aventuras de su
segundo mejor amigo el día que el oculista le puso unas lentillas de prueba.
Después, como en escenas de una comedia de los errores, pasa por comisaría, le
ocurren mil peripecias en el trayecto hasta dar con el domicilio del oculista y,
finalmente, todo acaba con un paseo
entre los pinos (p. 83).
En conjunto, es un elogio a la timidez en un mundo en el que triunfan
los oportunistas y exhibicionistas.
El título, irónico como todos y como el relato en su conjunto, apunta a
los fallos de la memoria: se sospecha si es real o no lo que cuenta el amigo.
Y, por otra parte, a la agudeza de Erizo, a cómo se las ingenia para dejar sola
a su novia.
Dichosos los ojos
El protagonista cuenta todo lo que ha visto a lo largo de su vida. El
viaje se inicia con la pregunta: ¿Qué me falta a mí por ver? En medio de
este largo poema, hay otras fórmulas para recordarnos que estamos viendo, no
leyendo. Por eso completan nuevas coletillas: Si ya he visto. Y detrás de cada coletilla una nueva serie de
enumeraciones, la entrada de nuevas series de enumeraciones.
Estas enumeraciones poéticas han estado muy presentes en nuestra
literatura tradicional, culta y popular, desde los Cantares de Gesta. Responden
a un especial gusto por nombrar. Esas enumeraciones, nombrando lugares
conocidos y evocadores, comunican una emoción positiva.
Lo nuevo de este relato es la elección de lo que se enumera y las
asociaciones sorprendentes entre los miembros de la enumeración positiva ante
lo nombrado. Y cuando mejor conocido sea para el lector, mayor es su placer.
Eloy Tizón elabora sus listas con paisajes y personajes procedentes de
la literatura culta, de la cultura popular, de los mitos, de los ambientes
mundanos, sucios y rutinarios. Y con sus propias filias y fobias.
Las listas de nombres y de enumeraciones de elementos visuales nos
provocan un sentimiento de agradecimiento a nuestra facultad de mirar. Es que
hemos desarrollado nuestra historia poética sobre el sentido de la vista. Ut
pictura poesis. Como la pintura así es la poesía (Horacio, Ars poética).
Mi vida entre caníbales
Escrito para El Cultural de El Español. Publicado el 9 de abril de 2022.
Una fábula corta, escrita en primera persona del plural. Los momentos
vividos por una compañía de teatro, el Club de las Amazonas, antes de una
desgracia. Las chicas de un colegio que representan una obra de teatro
teológico afrontan una denuncia policial.
Cordelia, una de las actrices, recuerda los ensayos de Los
infortunios de la virtud, una obra piadosa, simbólica y alegórica, que nos
recuerda a los autos sacramentales de Calderón de la Barca.
Cordelia, un personaje sacado de una tragedia de Shakespeare, incide en
las salvajes discusiones que se producían en los ensayos y en la decisión que
tomó una de la alumnas, Sacramento, de inyectarse el suero de la verdad: una
sustancia opalina repartida en ampollas de carácter inofensivo (p. 97). Suero
de la verdad o droga de la verdad es el nombre popular del pentotal sódico y
otros barbitúricos, una medicación psicoactiva que altera la función cognitiva
y se utiliza para facilitar la verdad.
Todo transcurrió en el sótano que les prestaron las monjas. En los
ensayos no se dieron cuenta de la presencia de un personaje que las vigilaba,
el que luego las denunció cuando una de ellas cayó indispuesta en medio del
estreno de la función teatral.
Ni siquiera monstruos
El título hace referencia a los niños soldados africanos y a todos los
que hemos visto nuestras vidas truncadas por poderes superiores. Como ese niño,
tenemos derecho a quemarlo todo y a renacer de nuestras ruinas.
Erizo, convertido en periodista gráfico, va contando su vida al revés.
Es decir, comienza viendo las fotos de su archivo y, a la vez, va mezclando sus
traumas de niño, su fracaso matrimonial y la nostalgia de hablar con sus hijos.
Solo al final adivinamos que la historia completa está rota y diseminada en
motivos narrativos que aparentan tres tramas narrativas. Pero solo hay una. El
fracaso de Erizo como persona, desde que el supervisor le hizo repetir un curso
por razones de edad. Su fracaso como marido, parodiado en la farsa de una
separación, sin que se enteren sus hijos. La separación definitiva lo llevó a
los barrios infrahumanos de Detroit. Vende el coche y acepta un trabajo en la
República de Kubeü, donde toma la
fotografía del niño soldado. Esta será
su éxito y su gran pecado.
Un niño soldado, africano, de unos siete u ocho años, no más, que posa
vestido con uniforme de guerrillero… Mientras su cuerpo asesina, sus ojos siguen
jugando con muñecos y peonzas. Da miedo, no por lo que pueda hacer, sino por lo
que antes han hecho con él… Para que este chaval sea capaz de matar, han tenido
que matarlo a él primero. Estrujarle el corazón. Extirparle la sonrisa… Tal vez
sin pretenderlo, el fotógrafo que disparó esa instantánea ha puesto precio a la
cabeza de un crío (p. 99-100).
Con expresiones literarias de aspecto surrealista y con los nombres de las
fotos, como si fueran aforismos, incide en el mensaje central: una crítica
salvaje a las formas opresivas de la civilización resultante de la aldea global
de McLuhan.
Que en Detroit lluevan gallinas es posible, dado el grado de suciedad y
devastación del suburbio. Nos recuerdan a las gallinazas de García Márquez. Y
ese respirar plumas, como en Anisópteros, nos hace pensar en la epidemia
covid, de naturaleza respiratoria, cuando no sabíamos bien de dónde procedía.
En este y otros cuentos, más que una transgresión hacia lo irracional,
veo una nueva forma de decir, correspondiente a una nueva realidad que ni Eloy
Tizón ni los demás acabamos de comprender.
Anisópteros o libélulas
Un diálogo desgarrado entre Cordelia, ingresada en un sanatorio, y
Magnes, su marido y cuidador. Con el telón de fondo de una pandemia de
libélulas. Esa plaga que nos sugieres las langostas de la Biblia y el reciente
covid.
En el juego de intersecciones entre los relatos, descubrimos que
Cordelia fue una antigua novia de Erizo. Unos personajes concebidos bajo el prisma
de Unamuno:
Y eso que en aquel tiempo yo tenía un novio medio artista o medio
escritor o medio algo que se llamaba Erizo. Un día me avisaron de que se había
muerto Erizo. A consecuencia de un accidente durante una expedición. Es todo
cuando sé. Erizo está muerto. El narrador debe morir… Es importante saber
contar bien las cosas. Siempre se escapa alguna hebra, que suele ser la más
importante… Eres un personaje, Magnes. (Anisópteros,
p.132).
Cordelia también es una de las actrices de la obra de teatro que se
ensaya en Mi vida entre caníbales:
Nos habíamos escapado, esa noche, descolgándonos por una ventana de la
lavandería. Éramos unas seis o siete internas, todas menores de edad. El Club
de las Amazonas, nos llamábamos (Anisópteros, p. 131).
En Anisópteros, Cordelia se plantea el tema de la escritura. Al principio
manifiesta un rechazo total.
¿Escribir, dices? No, gracias. Yo no quiero escribir. Lo intenté una
vez. Buf. Qué pesadilla. Fue como perseguir patos. Una jaula de
patos se abre, se escapan todos y tú tienes que atraparlos. Buf. Corren en
direcciones opuestas, los patos, las ideas, es imposible, cuando agarras una
frase se te escapa otra, no puedes. Patos y más patos. No, gracias. Escribir es
eso, o peor. Como perseguir patos (p. 146 y 147).
Al final, después de todas las reflexiones sobre el hecho mismo de
escribir, decide que todo pasará al papel.
Mira, después de todo, puede que sí escriba esto. Afilo mis lápices. Sé
lo difícil que es rajar el silencio. Arrancar cuesta abajo, ojalá mejore
después. Tengo miedo de contarlo mal. Tres, dos, uno. Respiro hondo. A ver por
dónde empiezo (p. 152).
Es la obsesión por la escritura la que vertebra todos los relatos.
En paralelo con esta reclusión de Cordelia, el tema de la pandemia de
libélulas-covid. El aislamiento de los personajes y los anisópteros-libélulas
funcionan como símbolos y metáforas de situación. Una forma indirecta,
desviada, de presentar un tema que afectó, y mucho, a toda la humanidad.
Cárpatos
Como hemos visto en otros relatos, la trama comienza in medias res.
Avanza hacia atrás, hacia el origen y vuelve hacia el final. Con este
tratamiento temporal nos da la sensación de que no hay trama, o está muy
reducida. Pero no. Después del desorden temporal, de las digresiones y
repeticiones de la obsesión por el K-rosydhol, advertimos una trama bastante
tradicional.
Erizo, un alcohólico, dependiente del K-rosydhol, también llamada droga
del cansancio. “A ratos el K-rosydhol me dejaba insensible, indiferente a todo,
libre de angustia, conforme con la vida, por eso era tan peligroso” (p. 163).
Todo comienza una noche con ganas de beber y con todos los bares
cerrados. Entra en el Vlad Tepes, el último bar abierto en los confines de
la ciudad, no muy lejos del aeropuerto, cuando yo iba buscando una farmacia de
guardia (p. 164). Allí conoce a Madison, su amante, dos años antes de la
acción del relato.
En ese tugurio se inscribe, sin saber cómo ni para qué, en una
expedición, con retos sobrehumanos, en los que van muriendo los participantes.
Al final se quedan solos Erizo y Madison, en una playa onírica, y
desaparecen en un ascensor acristalado que, como en los mejores cuentos de
hadas, los lleva al maravilloso fondo del mar. Y aquí me quedo con ganas de
decir: y fueron felices y comieron perdices.
La confirmación del susurro
Querida Marianne. Qué nombre darle a esto. Ni siguiera estoy seguro de
que sea una carta de despedida. Puede que no sea nada. Una bola de papel
arrugado que cruje y se destensa bajo una mesa. Un grito de expiación o socorro
o un borrador para futuras canciones (La confirmación del
susurro, p. 173).
Desde el principio sabemos que no es ni una carta mensajera ni una
epístola. Que es un texto confesional inundado de referencias personales
contadas con una nueva oralidad.
No necesitamos leer más para saber que quien escribe es Leonard Cohen,
el famoso cantautor. Se dirige a su amante y musa, Marianne Ihlen, que le
inspiró las baladas más emotivas. Se conocieron en los años sesenta del siglo
pasado, en la isla griega de Hydra. En 1994 ingresó en el Mount Baldy Zen
Center, en las montañas de San Gabriel, al norte de Los Ángeles. Tenía sesenta
años y, como recordaría años después, se encontraba en pleno bajón. Lo
rebautizaron con el nombre de Jikan, el silencioso en japonés. Del grito
y la canción, al silencio y el susurro.
La despedida es muy Cohen. Igual que entonces, al final de un largo
concierto, mientras mi garganta susurra a nadie en especial, a todos, al
universo entero: Gracias, gracias por la tristeza (p. 190). La tristeza que
invade las composiciones de Cohen es una de las sensaciones más hermosas de su
música.
La
transgresión literaria
Es bien sabido que la lengua es un instrumento de poder y de dominación.
Si extrañamos la lengua y la alejamos de su uso convencional, la convertiremos
en un instrumento de transgresión, en un instrumento contra el poder dominante.
Estos cuentos de Eloy Tizón son una pura y permanente transgresión, desde todos
los planos y puntos de vista. El resultado es una literatura combativa que no
necesita de denuncias ni actitudes moralizantes. Sus sorprendentes piruetas
verbales, como las de Valle Inclán, son la bomba que destripa el terrón
maldito de España. Como en Valle, el lector asiste perplejo a un ritual, a
una especie de oración o plegaria para los amantes del fuego. Esos pirómanos
que con su ardor y pasión combaten lo establecido, las normas que nos
encorsetan en lo cotidiano, en el vivir de cada día. Combaten las nuevas modas
y la cultura de la aldea global, esas corrientes que normalizan y automatizan
lo que nos tiraniza como personas. Se alarman ante la incapacidad de distinguir
entre lo natural y lo artificial. Y lo denuncia con imágenes tan sorprendentes
como una liebre aparcaba en doble fila (Cárpatos, p. 163). En
cambio, si le damos la vuelta y decimos un coche
aparcaba junto a un conejar, nos parece vulgar y esperable en un suburbio
en el que conviven la basura con los animales y las personas. La transgresión
está, pues, en la forma de decir.
Aquellos montes y aquellas simas eran incomprensibles para mí, puñetazos
de los dioses, del mismo modo que para un monje cisterciense, encorvado en el
escritorio de su monasterio medieval resultaría incomprensible la frase:
—Vamos a hacer una cosa: métete en la aplicación (Cárpatos,
p. 162).
O esta imagen que solo entenderá una persona que vea el mundo a través
de una pantalla: El cielo era un salvapantallas. El perfil quebrado de los
árboles tenía forma de gráfico de empresa (Cárpatos, p. 163).
Los propios títulos nos dejan perplejos e inermes. Sabemos que se espera
de nosotros una actitud activa para superar dificultades. A simple vista, es
difícil de imaginar que Anisópteros, una plaga de libélulas, sea un
símbolo y una metáfora de situación de la pandemia covid. Las situaciones
nuevas requieren nuevas claves y una nueva forma de nombrar y narrar. La
gente comulgaba bichos y estornudaba antenas… Vagones de metro cargados de
mariposas muertas… La epidemia se extendía a saltos inconexos (Anisópteros,
p. 143).
Se espera que, con nuestras lecturas, contribuyamos a dar carta de
naturaleza a esta nueva forma de expresión que va más allá de la epidermis
lingüística. Que afecta a la estructura de los textos y a las convenciones de los
géneros literarios.
Para
terminar
Eloy Tizón realiza un ejercicio de superación literaria. Entiendo que un
profesor de literatura creativa que les pide a sus alumnos que suelten amarras
e intenten algo personal, algo rompedor, ha querido darles un ejemplo práctico.
Estos nueve cuentos, como los de Salinger, son una perfecta clase de cómo se
pueden romper los principios estéticos que han regido el canon. Ha
desautomatizado la forma clásica de escribir para lograr escrituras más
conscientes.
Las vanguardias más avanzadas parten de las etapas primigenias de las
literaturas. La forma de ensartar los cuentos a través de elementos formales
mínimos: un personaje que no evoluciona ni aspira a serlo, núcleos temáticos de
un relato ampliados en otros, la nueva forma de ordenar los relatos se repite en
casi todos ellos, y algunos recursos más, me hacen pensar en las primeras
colecciones de relatos como, por ejemplo, El
collar de la paloma y en las novelas medievales paratácticas antes de que
llegara la estructura subordinada del Barroco.
El tema de la escritura atraviesa estas páginas en
distintas formas. Nos encontramos con una teoría del relato metida dentro del
propio relato, igual que Cervantes metió su teoría sobre la novela dentro de
sus novelas.