Grupo
de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión
del 24 de marzo de 2025
Autora:
Natalia Ginzburg
Obra
comentada: Léxico familiar. Barcelona, Penguin/ Random Hause,
Lumen, 2024, 256 páginas.
¿QUIÉN
ES NATALIA GINZBURG?
Natalia Ginzburg (Palermo, Italia, 1916
– Roma, 1991) fue hija de Giuseppe Levi, judío, y de Lidia Tanzi, católica,
ambos no practicantes. Su padre, profesor de Anatomía, fue un reconocido
investigador en la Italia de Benito Mussolini, quien persiguió a casi todos los
componentes de esta familia. Natalia contrajo matrimonio con Leone Ginzburg,
judío de origen ruso, Lector de Literatura eslava de la Universidad de Turín y
reconocido antifascista, que murió encarcelado en Roma en 1944. Aunque volvió a
contraer matrimonio –con el escritor Gabriele Baudini–, conservó siempre el
apellido Ginzburg. Trabajó durante muchos años en la Editorial Einaudi, de la
que fue redactora hasta el final.
![]() |
Natalia Ginzburg en 1983 (foto de wikipedia) |
Dejó una ingente obra de la que destacamos
la que ha sido traducida al español:
Novelas y relatos
Camino a la ciudad (1942)
Así fue (1947)
Nuestros ayeres (1952)
Las palabras de la noche (1961)
Léxico familiar (1963)
La ciudad y la casa (1984)
Teatro
Me casé por alegría (1965)
Ensayo
Las pequeñas virtudes (1962)
Nunca me preguntes (1970)
Serena Cruz o la verdadera justicia (1990)
Cine
A todo lo anterior se añade una nada
despreciable incursión en el guion de cine, de la que únicamente ha llegado a
nosotros Las voces de la noche, llevada a la pantalla grande en España
por el director Salvador García Ruiz en 2003.
¿QUÉ ES LÉXICO FAMILIAR?
Es la
segunda novela de Natalia Ginzburg, que obtuvo el prestigioso Premio Strega [1]
en 1963 y aún sigue gozando de gran popularidad, difusión y profundos estudios
en todos los idiomas.
Con Léxico
familiar, inaugura la autora una serie de narraciones centradas en el estrecho
mundo de la familia: Querido Miguel (1973), Familia (1977), La
ciudad y la casa (1984) e, incluso, La familia Manzoni (1983) sobre
el famoso escritor italiano.
Natalia
Gingzburg en una previa Nota de la autora apremia al
lector con unas breves afirmaciones que se
perciben necesarias como guía de lectura. No desea que este libro sea interpretado
como una novela más y es que: “Todos los lugares, hechos y personas que
aparecen en este libro son reales. Nada es ficticio. Siempre que, debido a mi
costumbre de novelista, inventaba algo, me sentía obligada a destruirlo. Hasta
los nombres son reales”.
Pero avisa también de que no se trata
de una crónica, es decir, de un relato exhaustivo de todo lo ocurrido en un
tiempo, sino de lo que ella recuerda de ese tiempo. “La memoria es débil” y,
por lo tanto, la historia tiene lagunas.
El lector debe leer este libro como una novela, “sin pedir más, ni
tampoco menos de lo que una novela puede ofrecer”.
Y así se lee
y se entiende que su intención, desde el principio, fue compartir el mundo de
su excepcional familia, porque sintió desde niña el deseo de escribir un libro sobre
su gente y esta novela es ese libro.
De madre
católica y padre judío, siempre fue y se sintió hija de una familia judía.
Formó la suya propia también con un judío de origen ruso y padeció por ambos
motivos todas las persecuciones y sucesos trágicos que este pueblo tuvo que
soportar en Italia.
La historia abarca unos treinta y cinco
años de su vida, porque todo comienza en los veinte años de gobierno de
Mussolini y termina poco después de la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de ese
tiempo la vida de los miembros de la familia Levi, de sus amigos y de su
círculo de relaciones, encarnan el relato de la vida política italiana. Y es
que sus padres, sus hermanos y sus amigos fueron parte activa en los
movimientos antifascistas.
Durante la sesión del grupo de lectura
fue unánime la opinión acerca de esta novela, que en ocasiones parece más una
escueta y fría enumeración de acontecimientos que una íntima biografía. Y es
que Natalia Ginzburg utiliza con moderación los recursos narrativos. Trae a sus
páginas una gran cantidad de personajes –cuyas vidas son tratadas de forma
bastante extensa– y que enlaza con extrema sencillez y eficacia. Ello
contribuye a la sensación de economía de recursos que ofrece la lectura, que
sugiere influencia de la narración cinematográfica.
La descripción, en cambio, es dilatada,
se detiene con mimo en los interiores de la casa (de sus diferentes casas) como
centro de su vida de niña y de adulta. Ofrece a lo largo de toda la novela una típica
visión femenina de los detalles, que cobran, a sus ojos y a los nuestros, una
insospechada importancia.
Percibió la
potencia de ese mundo y sintió que había que contarlo. Cuando todo se hunde –encarcelan
a tu padre, tus hermanos, tu marido, tus amigos– es necesario hincar los pies hasta hundirlos en los cimientos de tu
casa (sometida a múltiples cambios, como nómadas) para no dejarse llevar de la
corriente voraz que arrastra y hace posible el olvido. De todo eso, un miembro
de una familia judía sabe mucho desde hace siglos.
Y la
escritura se le reveló como la manera de no desaparecer por alguno de esos
azares. Hay que suponer una profunda observación y reflexión para concluir que
las peculiaridades comunicativas en el seno de la familia, el llamado con
acierto léxico
familiar, constituyen en realidad su misma esencia.
Merece la
pena desentrañar el sentido del título, Léxico familiar. ¿Qué es un
léxico? El DRAE ofrece varios significados y dos podrían cuadrar a esta obra.
El nº 4. “Vocabulario, conjunto de palabras de un idioma, o de las que
pertenecen al uso de una región, a una actividad determinada, a un campo
semántico dado, etc.” Y el nº 5. “Caudal de voces, modismos y giros de un
autor”.
Natalia comprendió
que el idiolecto de sus padres, es decir, el léxico de la familia Levi,
permanecería igual que su herencia genética, si la familia se viera obligada a
dispersarse. La forma de hablar de Beppino y Lidia, sus progenitores, había
marcado la vida de sus hermanos –Paola, Gino, Alberto, Mario– y la suya propia y les había traspasado para
siempre su visión del mundo.
Ginzburg muestra
que el frágil mundo de su familia se asienta, paradójicamente, sobre la sólida
base de las palabras y expresiones que se repetían en la vida diaria y que adquirían
en ella y, sólo en ella, un sentido que no compartía el resto de la sociedad. Y
eleva el conjunto de sustantivos, adjetivos y expresiones de su casa a la
categoría de léxico de autor, pues reconoce en ellos singularidad y repetición.
Al transcribirlo todo en esta obra, lo inmortaliza y lo consagra
definitivamente como un “léxico”.
Su padre, un
prestigioso científico ensimismado, que “valoraba el socialismo, Inglaterra,
las novelas de Zola, la Fundación Rockefeller y los guías de montaña del valle
de Aosta” y carecía de sentido del humor, usaba constantemente adjetivos y
expresiones que adquieren a ojos del lector la forma de un modo absolutamente
peculiar de entender la vida doméstica y social. Su concepto estricto de la
educación y de la vida cuaja en expresiones que muestran generalmente su
desagrado ante hechos y conductas habituales. Y así tachaba de: “vaniloquio,
megalómano, borrico, palurdo” a algún hijo, pero daba órdenes delegando en su
esposa las prohibiciones “dile que no haga…; dile que prohíbo que se case”.
La madre,
Lidia, de natural más vitalista, un poco estrambótica, amante de las relaciones
sociales, esparce constantemente esas características en el vocabulario que
usa. Su ámbito de influencia es muy grande pues irradia a toda la vida
doméstica de sus hijos y aun de sus nietos: “alguien le da cordel o no le da
cordel” (un modo de clasificación social propio). Y utiliza con frecuencia los
“Me aburro o Esta ciudad es aburrida”, “¡Qué nombre tan feo!”. “¡Tengo
alquitranacia!”, en realidad, “una mezcla de melancolía y sensación de soledad,
unida generalmente a una indigestión” (p.146). Siempre ansía la diversión y ama,
sobre todo, la evasión que proporciona el cine.
Es una novela de un relato seguido, sin
capítulos, en secuencias separadas por un espacio doble de párrafo. A lo largo
de sus más de doscientas páginas salta de un personaje a otro con
extraordinaria maestría, mediante hábiles y sencillas transiciones, que logran
que se lea con la misma facilidad y con la misma velocidad de quien ve una
película.
Francisca Soria Andreu
Ilustración de Inmaculada Martín para este trabajo
Sobre Léxico familiar de Natalia
Ginzburg. Unas reflexiones desde la Historia.
Otras literaturas, la francesa, la alemana
o la rusa, por ejemplo, tienen en su vademécum abundantes obras sobre sagas
familiares, historias propias y particulares que, desde el s. XIX [1],
tratan de perpetuar, dar a conocer y dar valor a la vida de personas,
profesionales, intelectuales, artesanos de clases medias, cuando el cambio
político y económico promueve el auge de la burguesía. En la literatura
española, este género literario es menos habitual o más tardío.
Muchas, no todas, de estas familias
historiadas son judías. ¿Tienen los judíos europeos especial necesidad de dejar
registros escritos sobre su historia y sus vivencias? En realidad, la ciencia
histórica, hasta la creación del estado de Israel, no se ha ocupado mucho de
ellos. Mientras en la sociedad del Antiguo Régimen han tenido poca presencia
social, su especial vinculación con la cultura y la ciencia y con la economía
les han hecho adquirir un lugar predominante en el cambio de era. Es su momento
y, quizá, una de las razones de su historia futura.
La segunda razón de la relevancia de
este estilo literario y de esta novela, está en la II Guerra Mundial y el muy
trágico hecho que hemos denominado Holocausto. Probablemente, la necesidad de
narrar este hecho en primera persona es más personal, psicológica, que
colectiva [2]. Sea cual sea la causa, estas narraciones
aportan una visión muy diferente de los acontecimientos y, sobre todo, muestran
el auténtico horror y la criminalidad de las guerras. Como en el caso anterior,
muchas de estas narraciones cuentan experiencias de personas judías, uno de los
colectivos más afectados.
Esta visión está, casi siempre,
ausente en los libros de historia, en los que las víctimas pasan a ser una
cifra estadística de las consecuencias y efectos colaterales. Sin esta
literatura desconoceríamos la realidad de los hechos, la historia humana, la
historia total. También en este punto nuestra literatura es más escasa y
tardía.
La vivencia de la autora de estas
dos realidades es personal, directa y profunda. Llama enormemente la atención
la capacidad y voluntad de la escritora de situarse en un plano alejado (?) de
los acontecimientos. Con la misma sencillez y naturalidad que cuenta episodios
anecdóticos de su familia, cuenta los grandes traumas soportados durante la
guerra mundial, incluida la trágica muerte de su marido y otras desgracias
familiares. ¿Por qué lo hace así?
Finalmente, querría destacar el
valor de esta literatura para dar a conocer hechos del pasado, sobre todo
aquellos que han tenido consecuencias importantes en el presente colectivo. La
historia tiene sus ritmos y sus momentos, también su propia audiencia. La
literatura es más universal, puede llegar a otros niveles, otros lectores de
muchas edades y condiciones, y puede perdurar en el tiempo. Un buen instrumento
para lo que hoy llamamos “memoria histórica”.
Concha
Gaudó
[1]
Este género tiene profundas raíces, pero mis conocimientos no me permiten
entrar en ese campo.
[2]
Pienso en Paul Celan o Primo Levi, pero también en Victor Frankl o Jorge
Semprún.