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domingo, 4 de abril de 2021

Homenaje poético a don Francisco de Goya

Francisco de Goya, Autorretrato ante su
caballete (1785)


A Goya

Poderoso visionario,
raro ingenio temerario,
por ti enciendo mi incensario.

Por ti, cuya gran paleta, 
caprichosa, brusca, inquieta,
debe amar todo poeta;

por tus lóbregas visiones,
tus blancas irradiaciones,
tus negros y bermellones; 

por tus colores dantescos,
por tus majos pintorescos
y la gloria de tus frescos.

Porque entra en tu gran tesoro
el diestro que mata al toro,
la niña de rizos de oro,

y con el bravo torero,
el infante, el caballero,
la mantilla y el pandero.

Tu loca mano dibuja
la silueta de una bruja
que en la sombra se arrebuja,

y aprende una abracadabra
del diablo patas de cabra
que hace una mueca macabra.

Musa soberbia y confusa,
ángel, espectro, medusa.
Tal aparece tu musa.

Tu pincel asombra, hechiza,
ya en sus claros electriza,
ya en sus sombras sinfoniza;

con las manolas amables,
los reyes, los miserables,
o los cristos lamentables.

En tu claroscuro brilla
la luz muerta y amarilla
de la horrenda pesadilla,

o hace encender tu pincel
los rojos labios de miel
o la sangre del clavel.

Tienen ojos asesinos
en sus semblantes divinos
tus ángeles femeninos.

Tu caprichosa alegría
mezclaba la luz del día
con la noche oscura y fría:

Así es de ver y admirar
tu misteriosa y sin par
pintura crepuscular.

De lo que da testimonio:
por tus frescos, San Antonio;
por tus brujas, el demonio.

(Rubén Darío, Cantos de vida y esperanza, 1905)

  
Francisco de Goya, Toro enmaromado (1793)
                    
               Goya

       La dulzura, el estupro,
       la risa, la violencia,
       la sonrisa, la sangre,
       el cadalso, la feria.
       Hay un diablo demente persiguiendo
       a cuchillo la luz y las tinieblas.

       De ti me guardo un ojo en el incendio.
       A ti te dentelleo la cabeza.
       Te hago crujir los húmeros. Te sorbo
       el caracol que te hurga en una oreja.
       A ti te entierro solamente
       en el barro las piernas.
                Una pierna.
                Otra pierna.
                                                             Golpea.

       ¡Huir!
       Pero quedarse para ver,
       para morirse sin morir.

¡Oh luz de enfermería!
Ruedo tuerto de la alegría.
Aspavientos de la agonía.
Cuando todo se cae
y en adefesio España se desvae
y una escoba se aleja.
                                                              Volar.
       El demonio, senos de vieja.
       Y el torero,
       Pedro Romero.
       Y el desangrado en amarillo,
       Pepe-Hillo.
       Y el anverso
       de la duquesa con reverso.
       Y la Borbón esperpenticia
       con su Borbón espertenticio.
       Y la pericia
       de la mano del Santo Oficio.
       Y el escarmiento
       del más espantajado
       fusilamiento.
       Y el repolludo
       cardenal narigado,
       narigudo.
       Y la puesta de sol en la Pradera.
       Y el embozado
       con su chistera.
       Y la gracia de la desgracia.
       Y la desgracia de la gracia.
       Y la poesía
       de la pintura clara
       y la sombría.
       Y el mascarón
       que se dispara
       para
       bailar en la procesión.

El mascarón, la muerte,
la Corte, la carencia,
el vómito, la ronda,
la hartura, el hambre negra,
el cornalón, el sueño,
la paz, la guerra.

¿De dónde vienes tú, gayumbo extraño, animal fino,
corniveleto,
rojo y zaíno?
¿De dónde vienes, funeral,
feto,
irreal
disparate real,
boceto,
alto
cobalto,
nube rosa,
arboleda,
seda umbrosa,
jubilosa
seda?

       Duendecitos. Soplones.
       Despacha, que despiertan.
       El sí pronuncian y la mano alargan
       al primero que llega.
       Ya es hora.

                             ¡Gaudeamus!
                                                           Buen viaje.

       Sueño de la mentira.

                                             Y un entierro
       que verdaderamente amedrenta al paisaje.

       Pintor.
       En tu inmortalidad llore la Gracia
       y sonría el Horror.

(Rafael Alberti, A la Pintura. Poema del color y la línea, 1948)


Francisco de Goya, Carlos IV en traje
de caza (1799)


Carlos IV

Bartolomé Zenarro, arcabucero
del Rey, esta magnífica escopeta
fabricó, y es tan fina y tan coqueta
como listo este perro perdiguero.

Riofrío, La Granja, El Pardo, los ardores
cinegéticos vieron y amorosos,
con que pasaron por aquí dichosos
los currutacos y los mirliflores.

Los ciervos y conejos cortesanos,
siempre al alcance de las reales manos,
acuden a batidas y encerronas.

Don Carlos cuarto los persigue y mata,
bonachón y feliz, cual lo retrata
el oro viejo de las peluconas*.

(Manuel Machado, Apolo. Teatro pictórico, 1911)

----
*pelucona: moneda, onza de oro, y especialmente
cualquiera de las acuñadas con el busto de uno de
los reyes de la casa de Borbón, hasta Carlos IV inclusive.


Con esta selección de poemas, el blog de la biblioteca del IES Goya de Zaragoza quiere rendir homenaje a don Francisco de Goya en el 275 aniversario de su nacimiento, celebrado el pasado 30 de marzo.

Nuestro humilde homenaje se enriquece con el arte de Inmaculada Martín Catalán, que ha querido rendir tributo a nuestro pintor más universal con sus magníficas reinterpretaciones de dos de los Caprichos de Goya.

©Inmaculada Martín Catalán

 
 
Vídeo "Aragón, tierra de Goya" 
(Gobierno de Aragón y Diputación Provincial de Zaragoza)
 

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domingo, 9 de julio de 2017

"Castilla", de Manuel Machado




                                CASTILLA


El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos[1] y espaldares[2]
y flamea[3] en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo[4].
Nadie responde. Al pomo[5] de la espada
y al cuento[6] de las picas[7], el postigo[8]
va a ceder… ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba[9]
su carita curiosa y asustada.

Buen Cid, pasad[10]… El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada[11].

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: —"¡En marcha!"

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.


                                 De Alma, 1900




[1] peto: pieza de la armadura que defiende el pecho.
Junto con el espaldar forma la coraza.
[2] espaldar: pieza de la armadura que defiende la espalda.
[3] flamea: forma llamas.
[4] a piedra y lodo: a cal y canto, cerrado completamente.
[5] pomo: parte superior de la empuñadura de una espada.
[6] cuento: contera, refuerzo de metal en el extremo inferior 
de la pica.
[7] pica: lanza larga.
[8] postigo: puerta pequeña abierta en otra más grande.
[9] nimba: rodea de luz.
[10] pasad: pasad de largo.
[11] Cita modernizada del v. 47 del Poema de Mio Cid:
 “Cid, en el nuestro mal, vos non ganades nada”.


El poema -compuesto en París, donde Manuel Machado residía desde la primavera de 1899- recrea un famoso pasaje del cantar de gesta medieval Cantar o Poema de Mio Cid, en el que el héroe castellano, camino del destierro, llega a Burgos. Pide posada y sale a abrirle una niña rogándole que pase de largo pues el rey Alfonso ha prohibido que le den alojamiento, amenazando con graves castigos si desobedecen su orden. El episodio en que se inspira se encuentra al comienzo de Cantar (vv. 31-51). Lo ofrecemos en versión modernizada de Pedro Salinas :
Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba; /cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada. /Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa / que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada. /La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba, /los de dentro no querían contestar una palabra. /Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba, /el pie sacó del estribo y con él gran golpe daba, /pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada. /La niña de nueve años muy cerca del Cid se para: /"Campeador, que en bendita hora ceñiste la espada, /el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta, /con severas prevenciones y fuertemente sellada. No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada, /porque si no, perderíamos los haberes y las casas; /perderíamos también los ojos de nuestras caras. /Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada. / Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas."/Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa. / Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia. /De allí se aparta, por Burgos, a buen paso atravesaba.
En contraste con el texto medieval y en consonancia con la estética modernista, el poema de Manuel Machado resalta los elementos plásticos y sensoriales en la descripción de "la terrible estepa castellana". La dureza de las armas, la fuerza y las rudas voces de los guerreros contrastan con la fragilidad y la delicadeza de la figura de la niña y su voz "pura, de plata", para lo que se sirve del léxico y los cambios de ritmo: obsérvese cómo con la aparición de la niña aumenta la proporción de versos heptasílabos. El empleo de la silva arromanzada (serie de versos heptasílabos y endecasílabos, mezclados caprichosamente, y con rima asonante en los pares), la estructura métrica preferida por su hermano Antonio, sirve eficazmente al propósito del autor, que transforma el episodio del cantar de gesta en una composición de carácter lírico sobre la generosidad y hombría de bien del Cid y sus hombres.
El poema constituye una manifestación del primitivismo modernista, como ha señalado el profesor Rafael Alarcón Sierra ("De roca y flor de lis: Rubén Darío y Manuel Machado"):
"Castilla" expresa la atracción por lo primitivo y lo bárbaro que traspasa todo el final de siglo. El exotismo de un Medievo fantástico, épico y legendario, opuesto a la moderna sociedad occidental, que había aparecido como tema en el romanticismo, y sería heredada por el prerrafaelismo, el simbolismo y el modernismo. Esta nueva ética también irá acompañada de una estética: imitar la sencillez artesanal, el encanto y la gracia de las obras de arte y los textos antiguos.

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domingo, 1 de mayo de 2016

"Los fusilamientos de la Moncloa", de Manuel Machado

Francisco de Goya, Los fusilamientos del 3 de mayo, 1814
Museo del Prado, Madrid



LOS FUSILAMIENTOS DE LA MONCLOA


Él lo vio...Noche negra, luz de infierno...
Hedor de sangre y pólvora, gemidos...
Unos brazos abiertos, extendidos
en ese gesto del dolor eterno.

Una farola en tierra, casi alumbra,
con un halo amarillo que horripila,
de los fusiles la uniforme fila
monótona y brutal en la penumbra.

Maldiciones, quejidos... Un instante
primero que la voz de mando suene;
un fraile muestra el implacable cielo.

Y en convulso montón agonizante,
a medio rematar, por tandas viene
la eterna carne de cañón al suelo.

           De Apolo. Teatro pictórico, 1911


El escritor Manuel Machado es quizá el poeta más representativo del Modernismo en España. Hijo del folclorista Antonio Machado Álvarez y hermano mayor de Antonio Machado*, nació en Sevilla en 1874, pero se trasladó con su familia a Madrid cuando tenía nueve años. Estudió en la Institución Libre de Enseñanza* y en la facultad de Filosofía y Letras de Sevilla finalizó su formación universitaria. Desde muy joven frecuentó las tertulias literarias.
    En 1899  realizó un primer viaje  a París, al que seguirán otros. En la capital francesa trabajó como traductor  en la editorial Garnier, conoció la  bohemia, se relacionó con Gómez Carrillo, Rubén Darío* (por el que sentía una profunda admiración), Amado Nervo* y Oscar Wilde;  entró en contacto con la poesía simbolista y parnasiana, y escribió sus primeros poemas. En 1900 publicó  su primer poemario, Alma. Tras un tiempo en Barcelona, regresó a Sevilla, donde en 1910 contrajo matrimonio con su prima Eulalia Cáceres, mujer de profundas convicciones religiosas que, al quedar viuda, ingresó en una congregación religiosa. 
     De nuevo en Madrid, desempeñó el cargo de archivero en las bibliotecas Nacional y Municipal de Madrid, de la que llegó a ser director. Al acabar la Primera Guerra Mundial, fue corresponsal en Bélgica y París del periódico El Liberal
     El estallido de la Guerra Civil Española (1936) sorprendió al matrimonio en Burgos, después capital de la España franquista, donde el poeta fue detenido el 29 de septiembre y puesto en libertad el 1 de octubre, gracias a la intercesión de varias personas. La guerra supuso una separación de su familia, no solo física sino también ideológica, pues en Manuel (que había sido republicano)  se produjo un cambio  y un acercamiento al bando franquista. Durante la contienda participó en proyectos como Los versos del combatiente o Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, además de componer el poema "Al sable del caudillo" (de lo que más tarde se arrepentiría), después de la toma de Madrid en 1939. En 1938, en plena guerra, fue elegido miembro de la Real Academia Española, por unanimidad.  Falleció en Madrid en 1947.

La influencia modernista se observa en sus primeros libros, Alma  (en el que encontramos paisajes exóticos,  erotismo, voluntad de evasión, dolor por el mundo y amor por lo hispánico) y Caprichos (1905). Dicha influencia se va atenuando a partir de Alma. Museo. Los cantares (1907), dando paso a una voz cada vez más personal. En  El mal poema (1909) introduce la poesía urbana, influido por Baudelaire y Verlaine*, y en Cante hondo (1912)  cultiva la canción popular andaluza. A partir de Ars moriendi (1921), libro en el que predomina un tono triste, reflexivo y resignado, se produce un nuevo giro en su poesía.
      En colaboración con su hermano Antonio escribió varias obras dramáticas, entre las que se cuentan: Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1928), La Lola se va a los puertos (1929), La duquesa de Benamejí (1930), todas ellas en verso, y El hombre que murió en la guerra, en prosa, que terminó sin la participación de su hermano y estrenó en 1941, cuando este ya había muerto en el exilio.
Antonio y Manuel Machado

El poema elegido forma parte de los veinticinco sonetos sobre cuadros famosos que conforman su poemario Apolo, y es el tercero de los dedicados a Goya. En ellos recupera la tradición retórica de la écfrasis,  la descripción literaria de una obra de arte. En el caso que nos ocupa, describe la pintura de Goya que muestra la dura represión sufrida por el pueblo madrileño tras su levantamiento contra las tropas napoleónicas el 2 de mayo de 1808.
     El poeta se enfrenta a la descripción con total libertad, pues como ha señalado Miguel d'Ors en Estudios sobre Manuel Machado, imaginando la escena real que reproduce el cuadro, añade elementos sonoros (gemidos, maldiciones, quejidos, la voz de mando) y olfativos (hedor de sangre y pólvora), lo que constituye un enriquecimiento del cuadro. Respecto a los aspectos visuales, D'Ors destaca que todos los elementos del poema figuran en el cuadro, salvo el fraile señalando el cielo, el cual pudo tomar Machado, "consciente o inconscientemente, de la   tradición iconográfica del tema del ajusticiamiento pero puede proceder también del propio Goya, de uno de Los desastres de la guerra, concretamente el titulado Duro es el paso (que, casualmente, representa también una ejecución)". Contradiciendo la opinión de Miguel d'Ors, Yolanda Coronado Carrillo (El ékfrasis en la poesía de Manuel Machado) constata la presencia en el cuadro de un fraile (la figura con hábito  y tonsura), pero -añadimos nosotros- no en la actitud que indica Machado.
    Llama la atención Coronado Carrillo sobre la escasez de verbos  en el poema y la abundancia de sustantivos, que lo convierten, según López  Estrada, en "una sucesión entrecortada de sintagmas nominales", y, por el flujo de imágenes, lo aproxima a la poesía impresionista.

Otros poemas del autor en este blog:

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-Antonio Machado: 
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-Institución Libre de Enseñanza:
-Amado Nervo: