EL BLOG DE LA BIBLIOTECA DEL IES "GOYA" DE ZARAGOZA


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domingo, 26 de noviembre de 2023

"Dos futuros" y otros tres poemas de Circe Maia

 

Buganvilla o santa-rita. Foto: Josefina López



DOS FUTUROS

¿Podremos ver crecer la santa-rita?
Anteayer fue plantada en el muro del fondo.
Llega hasta media altura
Tiene dos flores rojas.
En realidad son tres hojas rojas, que envuelven flores
diminutas y blancas.
Verla, en verdad, crecer, claro que es imposible.
Más vale no mirarla día a día.
Parece siempre igual. Y sin embargo
algún día habrá trepado al muro.
Derramará sus flores-hojas
hacia un lado y el otro.
(Ella no entiende esas separaciones)
¿Pero podremos verla?
Como nada es seguro
también podrá ocurrir que se muriera
como murió el cerezo en su primera infancia
en el mismo lugar en que ella crece. 
Hay grandes esperanzas, sin embargo,
sobre esos dos futuros:
el de la planta roja
y el de los ojos que querrían mirarla.

(De Dualidades, 2014)

DE ABRIL

para María Teresa

Este día tan lleno de niñez:
las cápsulas verdes de los eucaliptos
en el suelo, entre hojas.

El buen aroma frío y viejo, trae
de la mano, consigo,
los paseos al sol y por un parque
en un abril de viento.

Por mirar la vereda así y oír el ruido
de las hojas, arriba;
por recoger las cápsulas y aspirar hasta el alma
su antiguo olor, se puede
—a veces sí, se puede
abrir las puertas cerradas hacia días remotos:

las mañanas de sol y un aire limpio, fino
los bancos de madera por el borde del parque
las veredas desiertas
un viento decidido contra la cara, frío
y en la mano, tibieza de la mano materna.

(De En el tiempo, 1958)

EL PUENTE

En un gesto trivial, en un saludo,
en la simple mirada, dirigida
en vuelo, hacia otros ojos,
un áureo, un frágil puente se construye.
Baste esto sólo.

Aunque sea un instante, existe, existe.
Baste esto sólo.

(De El puente, 1970)

EL MEDIO TRANSPARENTE

Lo mejor sería no pensar demasiado
en ellas, las palabras. Ellas vienen
así o de otro modo y no es tan importante.

Vidrios, ventanas son y habría que limpiarlas
con cuidado, por eso. No pintarlas
—¿qué verías detrás?— y no adornarlas.

Por mirar el adorno en la ventana
no miraste hacia fuera.
El más breve vistazo
hubiera sido al menos suficiente
para mirar la luz del otro lado.

Sí, esa luz de afuera
sobre un rostro que pasa.

(De Superficies, 1990)
(Incluidos en Transparencias. Antología poética,
selección y prólogo de Diego Techeira, Visor, 2018)

Circe Maia./R. G. (Granada)

Circe Maia (Montevideo, Uruguay, 1932), ensayista, traductora y poeta, es una de las voces más originales de la lírica uruguaya actual. 

Julio Maia, su padre, escribano de profesión y uno de los fundadores del Partido Socialista en su ciudad, era natural de Tacuarembó. Su madre, María Magdalena Rodríguez, procedía de Rivera, ciudad limítrofe con la población brasileña de Santana do Libramento, particularidad que influyó en la transmisión de una cultura de frontera. Al poco de nacer la autora, la familia se mudó a Tacuarembó, donde permanecieron hasta 1937. Su padre, que antes de empezar la comida recitaba poesía en lugar de rezar, era una apasionado de la pintura española, especialmente de Goya, y poseía una nutrida biblioteca de poesía, de la que la autora recuerda especialmente los libros  de Antonio Machado, su principal influencia, y de García Lorca. En este ambiente, de amor a la pintura, la música y la poesía, creció Circe Maia, jugando con su hermana a recitar poemas y escuchando las canciones portuguesas que cantaba su madre. Escritora precoz, fue su padre quien le publicó su primer libro de poesía, Plumitas (1944), cuando tenía doce años. De vuelta a Montevideo, realiza estudios de primaria y secundaria, inicia los de Filosofía en el Instituto de Profesores Artigas y continúa estudiando en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República.  La muerte repentina de su madre cuando Circe tenía 19 años la marcó profundamente y dejó huella en su primera obra madura, En el tiempo, publicada a los 26 años.

En 1962, tras contraer matrimonio en 1957 con el médico Ariel Artigas, regresa a Tacuarembó con su esposo y sus dos hijas mayores. Allí trabó amistad con el poeta Washintong Benavides, que había sido compañero de colegio de su esposo, y se dedicó a la enseñanza de la Filosofía en el liceo departamental y en el Instituto de Formación Docente de esta ciudad. Pero en 1973 es apartada de la enseñanza por el régimen dictatorial, que detuvo a su marido en 1972. Ella se libra de ser detenida porque tenía una hija recién nacida, pero Ariel, acusado de tener vínculos con el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros,  cumplió dos años de condena, primero  en la ciudad de Salto y más tarde en el Penal de Libertad. Se inicia así un periodo muy difícil para la familia, un tiempo que Circe dedica a dar clases particulares y a ampliar sus conocimientos de lenguas extranjeras (griego moderno, francés e inglés), lo que no solo le posibilitará leer a los autores en su lengua, sino también dedicarse a la labor de traducción. En 1983 sufre la pérdida repentina de uno de sus hijos, fallecido en accidente de tráfico a los 18 años. Tras lo cual pasa tres años de desgarrador silencio, al final de los cuales surge el libro en prosa Destrucciones (1986), en el que encontramos algunas veladas alusiones a esta tragedia, que abordará más abiertamente en Dualidades (2014).   De sus visitas a la cárcel, en compañía de su hija, surge la novela Un viaje a Salto (1987), uno de los primeros testimonios publicados inmediatamente después de la dictadura, que relata los viajes, encuentros y esperas de una mujer y su hija para visitar a su marido preso. Restituida en su puesto de profesora de secundaria en 1985, siguió enseñando hasta su jubilación en 2001.

Circe Maia suele ser adscrita a la Generación del 45, a la que pertenecen aquellos autores que surgieron artísticamente desde 1945 a 1950. El crítico Ángel Rama, sin embargo, distingue dos promociones dentro de la que ha denominado "generación crítica". La primera agrupa a los nacidos en torno a 1920 (Benedetti, Vilariño), mientras que la segunda -a la que pertenecería la autora-, denominada "promoción de la crisis", agrupa  a los nacidos  hacia 1930, que comienzan a actuar a partir de 1955, año en que se inicia la crisis económica en su país.

Para Circe Maia la poesía es una mirada que nos lleva hacia la realidad externa, y, como ha señalado la crítica, su poesía establece una relación entrañable con el mundo de lo cotidiano buscando diferenciarse de la concepción de la poesía como espacio sagrado (Carlos Machado). Sus poemas -señala Diego Techeira- abordan situaciones casi insignificantes y las presentan bajo una nueva luz:

Una luz que le aporta esa mirada capaz de intimar con lo que ve, de inaugurarlo con esa intimidad y, desde el compromiso que asume con la sutil realidad de su objeto (una planta, un paisaje, un reflejo, un diálogo, un texto) compartir su visión. Transformarla en presencia.

La autora ha manifestado así mismo que el "yo" del poeta no debería contaminar sentimentalmente o ideológicamente la imagen del mundo sino establecer un diálogo con aquello que aparece ante su mirada para después compartirlo con el lector. En consecuencia, en su poesía encontramos escasas referencias a sí misma y, como nos recuerda Techeira,  se observa un progresivo abandono de lo sentimental y de lo subjetivo, de modo que la primera persona pasa a ser "un testigo presencial de cuanto forma parte de la vida". Tres características fundamentales destaca Techeira en la poesía de Circe Maia: "Intensidad (de pensamiento), profundidad (de visión) y transparencia (de la voz)".

Es autora de más de veinte libros, entre los que se cuentan los poemarios En el tiempo (1958), Presencia diaria (1964), El puente (1970), Cambios, Permanencias (1978), Dos voces (1981), Destrucciones (1986), Superficies (1990), De lo visible (1998), Breve sol (2001), Dualidades (2014). Sus poemas han sido musicalizados por Héctor Numa Moraes y Daniel Viglietti. Su poema "Por detrás de mi voz" dio origen a "Otra voz canta", la conocida canción de Viglietti convertida en emblema de los desaparecidos de la dictadura.

Ha traducido a varios autores tanto del griego como del inglés, entre los que se cuentan Odisseas Elytis, Konstantin Kavafis, Yannis Ritsos, Roys Papangelos, William Shakespeare, William Carlos Williams y Robin Fulton.

Ha recibido varios premios y distinciones, de los que destacan  el Premio Nacional de Poesía de Uruguay (2007), un Homenaje de la Academia Nacional de Letras, durante el cual fue designada miembro de la misma, el Premio Bartolomé Hidalgo (2010) y Gran Premio a la Labor Intelectual, otorgada por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay en 2014. En los últimos años su figura, muy reconocida en su país, ha adquirido una proyección internacional, especialmente en España, donde se han editado algunas de sus obras y en 2023 se le ha concedido el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca. El acta del jurado de este premio ha dejado constancia de que Maia "se ha mantenido al margen de tendencias poéticas dominantes", como autora "de una obra personal y de influencia en español", habiendo "convertido la poesía en un método de conocimiento de la realidad, que se basa en la experiencia diaria, con un lenguaje transparente y exacto".

-Puedes escuchar la canción "Otra voz canta": AQUÍ.

Referencias:

-Roberto López Belloso, Circe Maia, la elegida de sus pares, la diaria libros, 17 de febrero de 2023. Consultado en: https://ladiaria.com.uy/libros/articulo/2023/2/circe-maia-la-elegida-de-sus-pares/
-Carlos Antonio Machado Alejandro, A experiência do olhar na poética de Circe Maia: reflexos merlau-pontyanos, Universidade Federal de Santa Catarina, Florianópolis,  2013. Consultado en:https://repositorio.ufsc.br/bitstream/handle/123456789/107080/320690.pdf?sequence=1&isAllowed=y
-Carlos  Machado, La poesía de Circe Maia como apertura a lo imposible, Revista de la Academia Nacional de Letras, Año 12, n. 15 (2019), págs. 25-39. Consultado en: file:///C:/Users/Personal/Downloads/Dialnet-LaPoesiaDeCirceMaiaComoAperturaALoImposible-7233104%20(1).pdf
-Néstor Sanguinetti, Circe Maia y la poesía de la resistencia. Cruces entre poesía y canción. Consultado en: file:///C:/Users/Personal/Downloads/211%20(1).pdf




jueves, 23 de noviembre de 2023

Eloy Tizón, autor de 'Plegaria para pirómanos'

Grupo de lectura "Leer juntos" del IES Goya
Sesión del 13 de noviembre de 2023
Autor: Eloy Tizón.
Obra comentada: Plegaria para pirómanos. Páginas de Espuma, 2023.


¿Quién no quiere ser Tizón?

Algunos apuntes bio-bibliográficos sobre un pirómano de las letras

Carlos Salvador

Eloy Tizón. Foto de la editorial "Páginas de Espuma"

Lo quiere incluso el propio Eloy, ese madrileño que frisa en los sesenta y que prefirió pasar a la historia de la narrativa española con un segundo apellido con sabor a fuego, dejando sólo para fines administrativos el primero, mucho más prosaico, ese García que aún aparece en la portada de su primera publicación, La página amenazada (Ed. Arnao, 1984), un libro de poemas a veces muy narrativos, cuando aún no había acabado los estudios universitarios. Pese a tanta juventud, no son raros ni los destellos vertiginosos ni la melancolía: Todo va llenándose de tiempo. Las mesas están cubiertas de octubre, las estanterías se desploman, abres la tetera y sale un gritoNos queda la fascinación por la belleza que muere, un último gesto patético y hermoso, el fulgor enfermizo. La decadencia, unos rasgos poéticos inaugurales que parecen no haberle olvidado en su prosa posterior.

¿Qué letraherido no quisiera ser Tizón?, teniendo en cuenta el valor, la significación, el éxito de su primer libro editado de cuentos a sus veintiocho años, coincidiendo con los fastos hispánicos del 92, y ese gusto por el impacto, la provocación de sus títulos: Velocidad de los jardines (con reminiscencias borgianas, uno de sus héroes, aparte de Chejov, Cortázar, Onetti, Rulfo…, en este caso). La editorial Anagrama haría una reedición conmemorativa del libro veinticinco años después, prólogo del autor incluido, para celebrar esos atributos incuestionados del temprano logro, que el crítico Carreira identificaría como la piedra angular sobre la que se sostiene la última generación de autores de relato breve en España.

Velocidad… nace reflejando el período de cambios que el autor había experimentado durante los cinco años anteriores a la publicación: la despedida de la universidad, la mili, el primer trabajo, de nuevo bajo el signo de la melancolía. Cambios que también caracterizan a los personajes, sometidos a la incertidumbre de los ciclos, las despedidas y las transformaciones. Los temas del adiós, el paso del tiempo, las ilusiones juveniles comienzan aquí su expansión a través de los libros posteriores. Frente a la tendencia realista del momento, que representaba con maestría Carver, Tizón echa mano valiente, intensamente de su bagaje lírico para mostrar un rigor estilístico inusitado, buscando las epifanías deslumbrantes que se apoyan más en el descubrimiento inesperado del verbo y la imagen que en el despliegue de recursos. La vocación por la sorpresa, por la ruptura de los moldes previos que constreñían la expectativa del lector, viene acompañada por el ritmo moroso que llega a suspender el tiempo, por la inmersión decidida en los personajes, por la sensibilidad como esencia del pensamiento, por un humor que se entrelaza con lo absurdo, por esa compasión poética, amorosa, en la mirada sobre el mundo.

Pese a que la sola publicación de este libro convertiría a Tizón en un cuentista de culto, habían de sucederle tres novelas de la mano de la editorial Anagrama. En 1995, Seda salvaje, que recibió el Premio Crítica Española y fue finalista del Premio Herralde, una obra deslumbrante que gira en torno a la obsesión del protagonista por desvelar los secretos de los demás, cuya normalidad camufla la existencia de fantasmas, hasta el punto de espiar a su novia con la ayuda de un detective. Seis años más tarde publica Labia, una novela polifónica de historias sucesivas que conecta al autor con el neosimbolismo europeo, atravesado por lo subjetivo y lo imaginario, por lo mítico y el animismo y, sobre todo, por el culto juanramoniano de la belleza. Finalmente, en 2004 hará su aparición La voz cantante, centrada en la presencia de las pequeñas maldades en la vida de todos nosotros (su abuela, su futuro suegro, él mismo), como una sucesión de recuerdos, historias e introspecciones a partir del encuentro aparentemente casual del protagonista con Lucifer (esa voz cantante que gobierna nuestras vidas) en un vagón del metro, un demonio que se encuentra en todas partes y ante el que solo puede triunfar el amor.

Después de esta pequeña y rica serie de narrativa extensa, Tizón se sube de nuevo al vuelo sin motor del relato corto, con un segundo título que vuelve a afianzar su fama de tejedor primoroso: Parpadeos, de 2006, de nuevo en Anagrama, donde pueden encontrarse intuiciones arrebatadoras, impactantes, incluso en los relatos más débiles. Las trece historias nos adentran en mundos diversos presentados como cotidianos y accesibles, pero transidos de elementos que desbaratan su aparente normalidad. El tiempo se torna leve y la permanencia de los fenómenos, insustancial.

Uno de los soportes de su habilidad narrativa es el juego con la voz, como él mismo reconoce en su aportación al libro de crítica colectivo El arquero inmóvil, también de 2006, muchos años antes de crear el personaje Erizo, protagonista variable del libro Plegarias…, que sirve de excusa para estas notas. En 2015, en El Cultural de El Mundo, crea el término postcuento para representar la clave interpretativa del relato breve contemporáneo, una innovación que nos anima a leer de otro modo y pone en entredicho la inercia de un sector de la crítica y la enseñanza. En su artículo “Metamorfosis”, de 2017, toma como comodín la conocida frase de Godard “si no se hace, hagámoslo”, para ilustrar la quiebra del cuento literario actual, entendido como un objeto de orfebrería perfecto, de apacible realismo académico, con su unidad de sentido, su planteamiento-nudo-desenlace, su conflicto obvio…, hasta ampliar los límites del género entero, aunque asegura no ser capaz de responder a la pregunta racional de ¿hasta dónde podemos eliminar determinados elementos diegéticos y todavía seguir hablando de cuento? En 2022, comentando la herencia descentrada del cuento actual español, asegura que todo relato breve digno de perdurar es relato limítrofe.  Pero había sido en 2019 cuando nos había ofrecido sus mejores páginas de crítica deslumbrante en Herido leve. Treinta años de memoria lectora, publicado por Páginas de Espuma. Este feliz ensayo literario pudiera parecer la simple confesión de un lector como tal, pero no hay mejor invitación a la lectura que este esfuerzo exitoso de Tizón, consistente en pulir los diamantes escondidos que encuentra en las obras elegidas, pertenecientes a autores tanto infrecuentes en las estanterías (Wolf, Zorn, Iles…) como consagrados y casi obvios (Cheever, Murakami, Cortázar…). Los libros resultan sagrados para quien ha dedicado su vida a leer y escribir y tal vez no haya mejor acercamiento a ellos que el camino que ofrece quien tan sutilmente los experimenta desde ambos lados. De nuevo una premonición de Erizo en las páginas de este ensayo: Todos somos ficciones. Lo que nos constituye como seres humanos es, básicamente, un relato. Eso que llamamos con cierto aire pomposo “yo” es bien virado, una construcción narrativa En el fondo no somos más que el relato que nos contamos que somos, a nosotros mismos y a los demás”. Las colaboraciones críticas en Revista de Libros, El País, Público, Telva, Revista de Occidente, Turia, El Cultural, etc., son numerosas.

Su tercera entrega de relatos había tenido lugar en 2013: Técnicas de Iluminación, en la misma casa que también acogería Plegaria...diez años después. De estos diez heterogéneos cuentos resulta pertinente destacar su profundidad y lirismo, su ágil fluidez y esa capacidad de experimentación tanto técnica como indagatoria de la percepción de la vida, como si la vida misma hiciese una introspección desacostumbrada e inquietante. El dominio del recurso de la evocación, de la elipsis, del silencio, esconde una potente llamada al lector para que rellene los huecos y reconstruya los potenciales sentidos, para que colabore con la claridad iluminada de cada relato. La exploración de los confines del mundo literario de este esperanzado escritor acompaña a una nueva vuelta en la reconstrucción de la vida humana, que se exhibe bella, vertiginosa, impactante, asombrosa e inasible, pese a una apariencia inicial de normalidad y orden. Tal vez destaque el cuento “Ciudad dormitorio”, una parodia desmembrada del mito de Orfeo, donde el cambio constante del punto de vista y la alternancia entre las tres personas verbales tal vez noqueen la visión acostumbrada del lector menos pertrechado.

Para Tizón el cuento, como género, siempre terreno fronterizo, como dijimos, se presta naturalmente a jugar con sus propios términos constructivos. Las fisuras de los decálogos constituyen el coto de pesca de los escritores no temerosos del abismo. No obstante la potencial precaución inicial del lector, los reconocimientos de este malabarista lírico son numerosos, pero baste mencionar su inclusión en 2013 en el Best European Fiction, prologado por Banville, pese a faltar una década para la publicación de Plegaria…

En efecto, diez años parecen muchos para los libros esperados, pero el autor asegura no dejarse marcar los tiempos por urgencias ni personales ni editoriales.  ¿Quién no quisiera ser como este profesor de escritura creativa en diversos talleres (actualmente de la Escuela de Escritores de Madrid), que puede permitirse coger la fruta solo cuando está en sazón?  El nuevo libro tiene un elemento innovador: un personaje, convertido en principal en algunos cuentos, secundario en otros, va metamorfoseando su rostro y configuración para convertirse en protagonista del libro. Le ha prestado su nombre un pequeño animal solitario pero acechador, un buen cazador introvertido que sabe protegerse bajo la bola de sus púas, cuya hibernación recuerda las ausencias editoriales de su creador. Por si la transparencia no es suficiente, sopésese que, en el primer relato, el más narrativo, “Grafía”, donde este protagonista, Erizo, ahora escritor fracasado, se compara con un autor de culto elitista, Xavier Serio, y una autora superventas, producto de la colaboración múltiple y de una probable intervención técnica, Halma Tigredi, leeremos una frase cuyo único adjetivo está enfatizado por el paréntesis: En el castillo de la literatura, erizado (¡atención a esto!) de torreones y oriflamas, ocupábamos extremos incomunicados. Sin llegar a la autoficción figurada, pero sin despreciar la reelaboración de su yo, este maestro de la enumeración (a veces, técnicamente, para avanzar; a veces, conceptualmente, para condensar; a veces, líricamente, para elevarse; el relato completo “Dichosos los ojos” es todo él una enumeración) encierra una reflexión meditada sobre la vida en el conjunto de sus páginas: la necesidad de revisitar la vida, que creíamos acotada, cuadrada, permanente, para recuperar el asombro. Un tizón es el resto de un fuego y (según el director de Páginas de espuma, su actual editorial), en nuestra oscura épica cotidiana, pirómanos somos todos. Vayamos un paso más lejos, aceptando la evocación del fuego de Heráclito que causa las posibilidades diversas del Ser dinámico. La inevitabilidad, vertiginosa, del cambio. Cada uno de los nueve cuentos es una oportunidad y una súplica, bien merecemos cada uno de nosotros una plegaria. Pero el pirómano es el que prende, no el que arde: el que transforma en sus ojos viendo. Leamos, pues, o releamos, Plegaria para pirómanos.

'Plegaria para pirómanos', de Eloy Tizón

Plegaria para pirómanos y la transgresión literaria

Carmen Romeo Pemán


Eloy Tizón
, Plegaria para pirómanos, Páginas de Espuma, 2023, 192 páginas. 

Nueve relatos, cuyo número recuerda a los Nueve Cuentos de J.D. Salinger, 1953.

Los relatos de Eloy Tizón forman un todo coherente. Tienen una gran lógica interna y están tejidos con abundantes hebras de cohesión narrativa.

Prólogo. Grafía: el primer relato. Aquí encontramos claves temáticas y técnicas que se repetirán en otros relatos.

Primera parte. El fango que suspira y Agudeza. Estos dos relatos, y Grafía, están dominados por planteamientos globales, que permiten el uso de varias tramas alternativas. Una gran novedad para el género.

Bisagra. Dichosos los ojos: No es propiamente un relato, es una pieza de prosa poética, un canto a la belleza de lo sensorial.

Segunda Parte. Mi vida entre caníbales, Ni siquiera monstruos, Anisópteros y Cárpatos. Aquí las estructuras globales se rompen y dan paso a situaciones fragmentadas. Nada tiene que ver con nada. La realidad son trozos (Anisópteros, p. 141).

Cierre. Confirmación del susurro. Lo pasional baja el tono y la plegaria se convierte en un susurro.


Plegaria para pirómanos

En algunas entrevistas, Eloy Tizón ha hablado del choque semántico que se produce entre las dos palabras del sintagma. Plegaria, la voz silenciosa, se opone a pirómanos, la acción brutal sin palabras. Pero eso es solo un recurso literario frecuente en muchas piezas de nuestras letras.

Aquí nos interesan sus connotaciones globales. Podemos explicarlas de muchas formas, pero encontramos la respuesta del autor en el relato Ni tan siguiera monstruos.

Nosotros, todos, somos como ese niño soldado con lanzallamas al que le han arrancado todo, al que le han matado hasta los sentimientos, al que una voz narrativa no identificada lo anima a:

Quemarlo todo y después sentarse a fumar un cigarrillos, dos cigarrillos, ¿quieres uno? Con toda parsimonia sobre los escombros calientes de Buckingham Palace o del Vaticano (p.100).

Ese niño al que Erizo, el narrador, sin ser consciente del poder de su máquina de fotos, lo mandó a la muerte. Ese niño es el símbolo de nuestras atrocidades. Su muerte, y la de todos los niños como él, pesan sobre nuestras conciencias. Ellos, los abatidos, los maltratados, los esquilmados, tienen derecho a establecer un orden más justo en el mundo: Quemarlo todo. Oh boy oh boy oh boy. Se enciende, se apaga, se enciende (p. 119).


Grafías

Erizo, un escritor fracasado, un estudioso de la obra de Xavier Serio, está amenazado con perder su vivienda por no pagar las rentas. Le cambia la vida cuando acepta escribir un prólogo de la obra de Halma Tigredi, una escritora superventas.

El relato es una parodia, una crítica irónica a la nueva función del escritor en la cultura de masas y en los intelectuales esnobistas. Esta parodia se magnifica al expandirse en tres tramas simultáneas. Un gran alarde técnico y una transgresión para el modelo de relato clásico.

Las tramas, tejidas por Erizo, narrador y personaje, aúnan tres formas de obsesión por la literatura como un nuevo culto moderno, al margen de su calidad.

Xavier Serio, como canta su nombre, es un autor sesudo y serio, poco conocido entre las masas, pero que despierta una gran pasión entre sus seguidores, hasta tal punto que, entre ellos, se relacionan en el comercio de ediciones clandestinas.

En paralelo, una editorial divulga y magnifica la obra de la reputada escritora Halma Tigredi, un fenómeno comercial mundial. Estas dos tramas avanzan en oposición.

Y mientras tanto, Erizo, que ama profundamente la literatura, no tiene lectores ni críticos, pero logrará sobrevivir a costa del fenómeno Tigredi.

Grafía es un relato extenso, casi una novela breve, una especie de prólogo a los nueve cuentos en los que se buscan nuevos universos creativos.

En esta aventura nos guía Erizo, un narrador presente en casi todos los relatos, una especie de alter ego de las distintas personalidades que habitan los mundos interiores de Eloy Tizón.

Erizo, en su afán experimental, había escrito la obra, r(ictus), condenada al fracaso:

Carecía de signos de puntuación y de mayúsculas, no tenía final ni comienzo. La numeración era aleatoria: a la página 37 sucedía la 6. Podía ser leído en cualquier orden.

En algunas páginas el texto aparecía invertido, cabeza abajo, para obligar al lector a torcer el cuello o dar a vuelta al volumen y perderle el respeto al libro. La portadilla estaba colocada al final (p. 20).

Los experimentos y la reacción del público nos traen a la mente las primeras vanguardias de finales del siglo XIX y principios del XX. También hay una gran influencia de la revolución narrativa de los años sesenta y del boom latinoamericano. Cada pocos años los paradigmas literarios se desgastan, entran en crisis, y se buscan nuevos caminos fuera del canon consagrado. Esos caminos no siempre llevan a buen puerto, pero siempre dejan su huella.

Grafía, además, es un experimento en la mente de su narrador, una ruptura con la realidad en forma de parodia y de broma infinita a lo Foster. Con este talante tenemos que acercarnos a las obras de Eloy Tizón para entenderlas cabalmente.

En una nota al final, en un doble salto mortal de ironía narrativa, añade un catálogo de citas, entre otros de Harold Bloom, Franz Kafka, Samuel Beckett, Paul Morand, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, Oscar Wilde. Una carcajada dialogística, como las de Bajtín, que pone en solfa el canon tradicional. Acabamos de descubrir, con Tigredi, que fuera del canon son posibles fenómenos editoriales de superventas mundiales:

No era más que una invención, un gólem, un avatar, un holograma, un algoritmo, una base de datos, una orquesta de redactores dirigidos por una batuta invisible, detrás de la cual habría otra batuta, y otra más, cada vez más alejadas (p. 29). Era una catedral. Un puzle. Un relato colectivo y polisémico erigido piedra a piedra con los esfuerzos mancomunados de una pandilla de mercenarios dispersos (p. 29).


El fango que suspira

Erizo, un guionista, llega al portal de casa con las bolsas del supermercado. Se encuentra a los vecinos reunidos por la muerte de la anciana del 6ºF, que vivía sola en su piso. A continuación siguen la profanación de la casa, de sus bienes y de su intimidad.

Una visión lírica de la muerte en soledad y de la gran burocracia que sigue a las muertes. Una premonición de lo que nos puede pasar a cualquiera.

Cuando vacían el piso de la anciana, se produce una escena desgarradora. En el momento que ella desaparece, todos los objetos cargados de valores afectivos se convierten en cachivaches inverosímiles que solo sirven para llenar los contenedores de la basura. El vacío de la casa no es neutro para los que conocieron a la anciana, pero sí para los nuevos inquilinos que lo volverán a llenar con su emotividad en los nuevos objetos.


Agudeza

Erizo, un tímido empleado de banca, desde niño está atormentado por su timidez y su sentido de culpa.  En cambio, de adulto se atreve a abandonar en la mesa de un restaurante, sin despedirse, a la chica a la que no se llegó a declarar ni le escribió una carta por timidez. Esa chica que le ayuda a sacar su trauma es uno de los pocos personajes que aspira a un nombre propio: llamémosla Jelen (p. 82).

A la vez, y en paralelo, discurre una nueva trama. Las aventuras de su segundo mejor amigo el día que el oculista le puso unas lentillas de prueba. Después, como en escenas de una comedia de los errores, pasa por comisaría, le ocurren mil peripecias en el trayecto hasta dar con el domicilio del oculista y, finalmente, todo acaba con un  paseo entre los pinos (p. 83).

En conjunto, es un elogio a la timidez en un mundo en el que triunfan los oportunistas y exhibicionistas.

El título, irónico como todos y como el relato en su conjunto, apunta a los fallos de la memoria: se sospecha si es real o no lo que cuenta el amigo. Y, por otra parte, a la agudeza de Erizo, a cómo se las ingenia para dejar sola a su novia.


Dichosos los ojos

El protagonista cuenta todo lo que ha visto a lo largo de su vida. El viaje se inicia con la pregunta: ¿Qué me falta a mí por ver? En medio de este largo poema, hay otras fórmulas para recordarnos que estamos viendo, no leyendo. Por eso completan nuevas coletillas: Si ya he visto. Y detrás de cada coletilla una nueva serie de enumeraciones, la entrada de nuevas series de enumeraciones.

Estas enumeraciones poéticas han estado muy presentes en nuestra literatura tradicional, culta y popular, desde los Cantares de Gesta. Responden a un especial gusto por nombrar. Esas enumeraciones, nombrando lugares conocidos y evocadores, comunican una emoción positiva.

Lo nuevo de este relato es la elección de lo que se enumera y las asociaciones sorprendentes entre los miembros de la enumeración positiva ante lo nombrado. Y cuando mejor conocido sea para el lector, mayor es su placer.

Eloy Tizón elabora sus listas con paisajes y personajes procedentes de la literatura culta, de la cultura popular, de los mitos, de los ambientes mundanos, sucios y rutinarios. Y con sus propias filias y fobias.

Las listas de nombres y de enumeraciones de elementos visuales nos provocan un sentimiento de agradecimiento a nuestra facultad de mirar. Es que hemos desarrollado nuestra historia poética sobre el sentido de la vista. Ut pictura poesis. Como la pintura así es la poesía (Horacio, Ars poética).


Mi vida entre caníbales

Escrito para El Cultural de El Español. Publicado el 9 de abril de 2022.

Una fábula corta, escrita en primera persona del plural. Los momentos vividos por una compañía de teatro, el Club de las Amazonas, antes de una desgracia. Las chicas de un colegio que representan una obra de teatro teológico afrontan una denuncia policial.

Cordelia, una de las actrices, recuerda los ensayos de Los infortunios de la virtud, una obra piadosa, simbólica y alegórica, que nos recuerda a los autos sacramentales de Calderón de la Barca.

Cordelia, un personaje sacado de una tragedia de Shakespeare, incide en las salvajes discusiones que se producían en los ensayos y en la decisión que tomó una de la alumnas, Sacramento, de inyectarse el suero de la verdad: una sustancia opalina repartida en ampollas de carácter inofensivo (p. 97). Suero de la verdad o droga de la verdad es el nombre popular del pentotal sódico y otros barbitúricos, una medicación psicoactiva que altera la función cognitiva y se utiliza para facilitar la verdad.

Todo transcurrió en el sótano que les prestaron las monjas. En los ensayos no se dieron cuenta de la presencia de un personaje que las vigilaba, el que luego las denunció cuando una de ellas cayó indispuesta en medio del estreno de la función teatral.


Ni siquiera monstruos

El título hace referencia a los niños soldados africanos y a todos los que hemos visto nuestras vidas truncadas por poderes superiores. Como ese niño, tenemos derecho a quemarlo todo y a renacer de nuestras ruinas.

Erizo, convertido en periodista gráfico, va contando su vida al revés. Es decir, comienza viendo las fotos de su archivo y, a la vez, va mezclando sus traumas de niño, su fracaso matrimonial y la nostalgia de hablar con sus hijos. Solo al final adivinamos que la historia completa está rota y diseminada en motivos narrativos que aparentan tres tramas narrativas. Pero solo hay una. El fracaso de Erizo como persona, desde que el supervisor le hizo repetir un curso por razones de edad. Su fracaso como marido, parodiado en la farsa de una separación, sin que se enteren sus hijos. La separación definitiva lo llevó a los barrios infrahumanos de Detroit. Vende el coche y acepta un trabajo en la República de Kubeü, donde  toma la fotografía del niño soldado. Esta  será su éxito y su gran pecado.

Un niño soldado, africano, de unos siete u ocho años, no más, que posa vestido con uniforme de guerrilleroMientras su cuerpo asesina, sus ojos siguen jugando con muñecos y peonzas. Da miedo, no por lo que pueda hacer, sino por lo que antes han hecho con él… Para que este chaval sea capaz de matar, han tenido que matarlo a él primero. Estrujarle el corazón. Extirparle la sonrisa… Tal vez sin pretenderlo, el fotógrafo que disparó esa instantánea ha puesto precio a la cabeza de un crío (p. 99-100).

Con expresiones literarias de aspecto surrealista y con los nombres de las fotos, como si fueran aforismos, incide en el mensaje central: una crítica salvaje a las formas opresivas de la civilización resultante de la aldea global de McLuhan.

Que en Detroit lluevan gallinas es posible, dado el grado de suciedad y devastación del suburbio. Nos recuerdan a las gallinazas de García Márquez. Y ese respirar plumas, como en Anisópteros, nos hace pensar en la epidemia covid, de naturaleza respiratoria, cuando no sabíamos bien de dónde procedía.

En este y otros cuentos, más que una transgresión hacia lo irracional, veo una nueva forma de decir, correspondiente a una nueva realidad que ni Eloy Tizón ni los demás acabamos de comprender.


Anisópteros o libélulas

Un diálogo desgarrado entre Cordelia, ingresada en un sanatorio, y Magnes, su marido y cuidador. Con el telón de fondo de una pandemia de libélulas. Esa plaga que nos sugieres las langostas de la Biblia y el reciente covid.

En el juego de intersecciones entre los relatos, descubrimos que Cordelia fue una antigua novia de Erizo. Unos personajes concebidos bajo el prisma de Unamuno:

Y eso que en aquel tiempo yo tenía un novio medio artista o medio escritor o medio algo que se llamaba Erizo. Un día me avisaron de que se había muerto Erizo. A consecuencia de un accidente durante una expedición. Es todo cuando sé. Erizo está muerto. El narrador debe morir… Es importante saber contar bien las cosas. Siempre se escapa alguna hebra, que suele ser la más importante… Eres un personaje, Magnes. (Anisópteros, p.132).

Cordelia también es una de las actrices de la obra de teatro que se ensaya en Mi vida entre caníbales:

Nos habíamos escapado, esa noche, descolgándonos por una ventana de la lavandería. Éramos unas seis o siete internas, todas menores de edad. El Club de las Amazonas, nos llamábamos (Anisópteros, p. 131).

En Anisópteros, Cordelia se plantea el tema de la escritura. Al principio manifiesta un rechazo total.

¿Escribir, dices? No, gracias. Yo no quiero escribir. Lo intenté una vez. Buf. Qué pesadilla. Fue como perseguir patos. Una jaula de patos se abre, se escapan todos y tú tienes que atraparlos. Buf. Corren en direcciones opuestas, los patos, las ideas, es imposible, cuando agarras una frase se te escapa otra, no puedes. Patos y más patos. No, gracias. Escribir es eso, o peor. Como perseguir patos (p. 146 y 147).

Al final, después de todas las reflexiones sobre el hecho mismo de escribir, decide que todo pasará al papel.

Mira, después de todo, puede que sí escriba esto. Afilo mis lápices. Sé lo difícil que es rajar el silencio. Arrancar cuesta abajo, ojalá mejore después. Tengo miedo de contarlo mal. Tres, dos, uno. Respiro hondo. A ver por dónde empiezo (p. 152).

Es la obsesión por la escritura la que vertebra todos los relatos.

En paralelo con esta reclusión de Cordelia, el tema de la pandemia de libélulas-covid. El aislamiento de los personajes y los anisópteros-libélulas funcionan como símbolos y metáforas de situación. Una forma indirecta, desviada, de presentar un tema que afectó, y mucho, a toda la humanidad.


Cárpatos

Como hemos visto en otros relatos, la trama comienza in medias res. Avanza hacia atrás, hacia el origen y vuelve hacia el final. Con este tratamiento temporal nos da la sensación de que no hay trama, o está muy reducida. Pero no. Después del desorden temporal, de las digresiones y repeticiones de la obsesión por el K-rosydhol, advertimos una trama bastante tradicional.

Erizo, un alcohólico, dependiente del K-rosydhol, también llamada droga del cansancio. “A ratos el K-rosydhol me dejaba insensible, indiferente a todo, libre de angustia, conforme con la vida, por eso era tan peligroso” (p. 163).

Todo comienza una noche con ganas de beber y con todos los bares cerrados. Entra en el Vlad Tepes, el último bar abierto en los confines de la ciudad, no muy lejos del aeropuerto, cuando yo iba buscando una farmacia de guardia (p. 164). Allí conoce a Madison, su amante, dos años antes de la acción del relato.

En ese tugurio se inscribe, sin saber cómo ni para qué, en una expedición, con retos sobrehumanos, en los que van muriendo los participantes.

Al final se quedan solos Erizo y Madison, en una playa onírica, y desaparecen en un ascensor acristalado que, como en los mejores cuentos de hadas, los lleva al maravilloso fondo del mar. Y aquí me quedo con ganas de decir: y fueron felices y comieron perdices.


La confirmación del susurro

Querida Marianne. Qué nombre darle a esto. Ni siguiera estoy seguro de que sea una carta de despedida. Puede que no sea nada. Una bola de papel arrugado que cruje y se destensa bajo una mesa. Un grito de expiación o socorro o un borrador para futuras canciones (La confirmación del susurro, p. 173).

Desde el principio sabemos que no es ni una carta mensajera ni una epístola. Que es un texto confesional inundado de referencias personales contadas con una nueva oralidad.

No necesitamos leer más para saber que quien escribe es Leonard Cohen, el famoso cantautor. Se dirige a su amante y musa, Marianne Ihlen, que le inspiró las baladas más emotivas. Se conocieron en los años sesenta del siglo pasado, en la isla griega de Hydra. En 1994 ingresó en el Mount Baldy Zen Center, en las montañas de San Gabriel, al norte de Los Ángeles. Tenía sesenta años y, como recordaría años después, se encontraba en pleno bajón. Lo rebautizaron con el nombre de Jikan, el silencioso en japonés. Del grito y la canción, al silencio y el susurro.

La despedida es muy Cohen. Igual que entonces, al final de un largo concierto, mientras mi garganta susurra a nadie en especial, a todos, al universo entero: Gracias, gracias por la tristeza (p. 190). La tristeza que invade las composiciones de Cohen es una de las sensaciones más hermosas de su música.


La transgresión literaria

Es bien sabido que la lengua es un instrumento de poder y de dominación. Si extrañamos la lengua y la alejamos de su uso convencional, la convertiremos en un instrumento de transgresión, en un instrumento contra el poder dominante. Estos cuentos de Eloy Tizón son una pura y permanente transgresión, desde todos los planos y puntos de vista. El resultado es una literatura combativa que no necesita de denuncias ni actitudes moralizantes. Sus sorprendentes piruetas verbales, como las de Valle Inclán, son la bomba que destripa el terrón maldito de España. Como en Valle, el lector asiste perplejo a un ritual, a una especie de oración o plegaria para los amantes del fuego. Esos pirómanos que con su ardor y pasión combaten lo establecido, las normas que nos encorsetan en lo cotidiano, en el vivir de cada día. Combaten las nuevas modas y la cultura de la aldea global, esas corrientes que normalizan y automatizan lo que nos tiraniza como personas. Se alarman ante la incapacidad de distinguir entre lo natural y lo artificial. Y lo denuncia con imágenes tan sorprendentes como una liebre aparcaba en doble fila (Cárpatos, p. 163). En cambio, si le damos la vuelta y decimos un coche aparcaba junto a un conejar, nos parece vulgar y esperable en un suburbio en el que conviven la basura con los animales y las personas. La transgresión está, pues, en la forma de decir.

Aquellos montes y aquellas simas eran incomprensibles para mí, puñetazos de los dioses, del mismo modo que para un monje cisterciense, encorvado en el escritorio de su monasterio medieval resultaría incomprensible la frase:

—Vamos a hacer una cosa: métete en la aplicación (Cárpatos, p. 162).

O esta imagen que solo entenderá una persona que vea el mundo a través de una pantalla: El cielo era un salvapantallas. El perfil quebrado de los árboles tenía forma de gráfico de empresa (Cárpatos, p. 163).

Los propios títulos nos dejan perplejos e inermes. Sabemos que se espera de nosotros una actitud activa para superar dificultades. A simple vista, es difícil de imaginar que Anisópteros, una plaga de libélulas, sea un símbolo y una metáfora de situación de la pandemia covid. Las situaciones nuevas requieren nuevas claves y una nueva forma de nombrar y narrar. La gente comulgaba bichos y estornudaba antenas… Vagones de metro cargados de mariposas muertas… La epidemia se extendía a saltos inconexos (Anisópteros, p. 143).

Se espera que, con nuestras lecturas, contribuyamos a dar carta de naturaleza a esta nueva forma de expresión que va más allá de la epidermis lingüística. Que afecta a la estructura de los textos y a las convenciones de los géneros literarios.


Para terminar

Eloy Tizón realiza un ejercicio de superación literaria. Entiendo que un profesor de literatura creativa que les pide a sus alumnos que suelten amarras e intenten algo personal, algo rompedor, ha querido darles un ejemplo práctico. Estos nueve cuentos, como los de Salinger, son una perfecta clase de cómo se pueden romper los principios estéticos que han regido el canon. Ha desautomatizado la forma clásica de escribir para lograr escrituras más conscientes.

Las vanguardias más avanzadas parten de las etapas primigenias de las literaturas. La forma de ensartar los cuentos a través de elementos formales mínimos: un personaje que no evoluciona ni aspira a serlo, núcleos temáticos de un relato ampliados en otros, la nueva forma de ordenar los relatos se repite en casi todos ellos, y algunos recursos más, me hacen pensar en las primeras colecciones de relatos como, por ejemplo, El collar de la paloma y en las novelas medievales paratácticas antes de que llegara la estructura subordinada del Barroco.

El tema de la escritura atraviesa estas páginas en distintas formas. Nos encontramos con una teoría del relato metida dentro del propio relato, igual que Cervantes metió su teoría sobre la novela dentro de sus novelas.