EL BLOG DE LA BIBLIOTECA DEL IES "GOYA" DE ZARAGOZA


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miércoles, 29 de octubre de 2014

La biblioteca de Drácula


Fotograma de Drácula, de Bram Stoker (1992), de Francis Ford Coppola

Para estas fechas en que celebramos nuestra VI Semana de la literatura de misterio y terror, nada más adecuado que recordar a uno de los grandes clásicos de la literatura gótica: Drácula (1897), del irlandés Bram Stoker.  En esta ocasión hemos elegido una parte que transcurre en la biblioteca del castillo de Drácula, donde el conde se reúne con el joven abogado londinense Jonathan Harker. Este ha acudido a la morada del conde, en Transilvania, para cerrar con él la compra de unas propiedades en Inglaterra, país al que Drácula piensa trasladarse en un futuro inmediato en busca de sangre joven. Así refleja  el joven Harker en su diario su entrevista con el vampiro,  en la que ya  se  traslucen algunos detalles inquietantes:
En la biblioteca encontré, para mi gran regocijo, un vasto número de libros en inglés, estantes enteros llenos de ellos, y volúmenes de periódicos y revistas encuadernados. Una mesa en el centro estaba llena de revistas y periódicos ingleses, aunque ninguno de ellos era de fecha muy reciente. Los libros eran de las más variadas clases: historia, geografía, política, economía política, botánica, biología, derecho, y todos refiriéndose a Inglaterra y a la vida y costumbres inglesas. Había incluso libros de referencia tales como el directorio de Londres, los libros "Rojo" y "Azul", el almanaque de Whitaker, los catálogos del Ejército y la Marina, y, lo que me produjo una gran alegría ver, el catálogo de Leyes.
     Mientras estaba viendo los libros, la puerta se abrió y entró el conde. Me saludó de manera muy efusiva y deseó que hubiese tenido buen descanso durante la noche.
     Luego, continuó:
     —Me agrada que haya encontrado su camino hasta aquí, pues estoy seguro de que aquí habrá muchas cosas que le interesarán. Estos compañeros —dijo, y puso su mano sobre unos libros— han sido muy buenos amigos míos, y desde hace algunos años, desde que tuve la idea de ir a Londres, me han dado muchas, muchas horas de placer. A través de ellos he aprendido a conocer a su gran Inglaterra; y conocerla es amarla. Deseo vehemente caminar por las repletas calles de su poderoso Londres; estar en medio del torbellino y la prisa de la humanidad, compartir su vida, sus cambios y su muerte, y todo lo que la hace ser lo que es. Pero, ¡ay!, hasta ahora sólo conozco su lengua a través de libros. A usted, mi amigo, ¿le parece que sé bien su idioma?
      —Pero, señor conde —le dije —, ¡usted sabe y habla muy bien el inglés!
      Hizo una grave reverencia.
      —Le doy las gracias, mi amigo, por su demasiado optimista estimación; sin embargo, temo que me encuentro apenas comenzando el camino por el que voy a viajar. Verdad es que conozco la gramática y el vocabulario, pero todavía no me expreso con fluidez.
      —Insisto —le dije— en que usted habla en forma excelente.
    —No tanto —respondió él—. Es decir, yo sé que si me desenvolviera y hablara en su Londres, nadie allí hay que no me tomara por un extranjero. Eso no es suficiente para mí. Aquí soy un noble, soy un boyar; la gente común me conoce y yo soy su señor. Pero un extranjero en una tierra extranjera, no es nadie; los hombres no lo conocen, y no conocer es no importar. Yo estoy contento si soy como el resto, de modo que ningún hombre me pare si me ve, o haga una pausa en sus palabras al escuchar mi voz, diciendo: "Ja, ja, ¡un extranjero!" He sido durante tanto tiempo un señor que seré todavía un señor, o por lo menos nadie prevalecerá sobre mí. Usted no viene a mí solo como agente de mi amigo Peter Hawkins, de Exéter, a darme los detalles acerca de mi nueva propiedad en Londres. Yo espero que usted se quede conmigo algún tiempo, para que mediante muestras conversaciones yo pueda aprender el acento inglés; y me gustaría mucho que usted me dijese cuando cometo un error, aunque sea el más pequeño, al hablar. Siento mucho haber tenido que ausentarme durante tanto tiempo hoy, pero espero que usted perdonará  a alguien que tiene tantas cosas importantes en la mano.
     Por supuesto que yo dije todo lo que se puede decir acerca de tener buena voluntad, y le pregunté si podía entrar en aquel cuarto cuando quisiese. Él respondió que sí, y agregó:
     —Puede usted ir a donde quiera en el castillo, excepto donde las puertas están cerradas con llave, donde por supuesto usted no querrá ir. Hay razón para que todas las cosas sean como son, y si usted viera con mis ojos y supiera con mi conocimiento, posiblemente entendería mejor.
     Yo le aseguré que así sería, y él continuó:
    —Estamos en Transilvania; y Transilvania no es Inglaterra. Nuestra manera de ser no es como su manera de ser, y habrá para usted muchas cosas extrañas. Es más, por lo que usted ya me ha contado de sus experiencias, ya sabe algo de qué cosas extrañas pueden ser.
    Esto condujo a mucha conversación; y era evidente que él quería hablar aunque sólo fuese por hablar. Le hice muchas preguntas relativas a cosas que ya me habían pasado o de las cuales yo ya había tomado nota. Algunas veces esquivó el tema o cambió de conversación simulando no entenderme; pero generalmente me respondió a todo lo que le pregunté de la manera más franca. Entonces, a medida que pasaba el tiempo y yo iba entrando en más confianza, le pregunté acerca de algunos de los sucesos extraños de la noche anterior, como por ejemplo, porqué el cochero iba a los lugares a donde veía la llama azul. Entonces él me explicó que era creencia común que cierta noche del año (de hecho la noche pasada, cuando los malos espíritus, según se cree, tienen ilimitados poderes) aparece una llama azul en cualquier lugar donde haya sido escondido algún tesoro.
     —Que hayan sido escondidos tesoros en la región por la cual usted pasó anoche —continuó él—, es cosa que está fuera de toda duda. Esta ha sido tierra en la que han peleado durante siglos los valacos, los sajones y los turcos. A decir verdad, sería difícil encontrar un pie cuadrado de tierra en esta región que no hubiese sido enriquecido por la sangre de hombres, patriotas o invasores. En la antigüedad hubo tiempos agitados, cuando los austriacos y húngaros llegaban en hordas y los patriotas salían a enfrentárseles, hombres y mujeres, ancianos y niños, esperaban su llegada entre las rocas arriba de los desfiladeros para lanzarles destrucción y muerte a ellos con sus aludes artificiales. Cuando los invasores triunfaban encontraban muy poco botín, ya que todo lo que había era escondido en la amable tierra.
    —¿Pero cómo es posible —pregunté yo— que haya pasado tanto tiempo sin ser descubierto, habiendo una señal tan certera para descubrirlo, bastando con que el hombre se tome el trabajo solo de mirar?
    El conde sonrió, y al correrse sus labios hacia atrás sobre sus encías, los caninos, largos y agudos, se mostraron insólitamente. Respondió:
    —¡Porque el campesino es en el fondo de su corazón cobarde e imbécil! Esas llamas sólo aparecen en una noche; y en esa noche ningún hombre de esta tierra, si puede evitarlo, se atreve siquiera a espiar por su puerta. Y, mi querido señor, aunque lo hiciera, no sabría qué hacer. Le aseguro que ni siquiera el campesino que usted me dijo que marcó los lugares de la llama sabrá donde buscar durante el día, por el trabajo que hizo esa noche. Hasta usted, me atrevo a afirmar, no sería capaz de encontrar esos lugares otra vez. ¿No es cierto?
      —Sí, es verdad —dije yo—. No tengo ni la más remota idea de dónde podría buscarlos.
     Luego pasamos a otros temas.
    —Vamos —me dijo al final—, cuénteme de Londres y de la casa que ha comprado a mi nombre.
    Excusándome por mi olvido, fui a mi cuarto a sacar los papeles de mi  portafolios. Mientras los estaba colocando en orden, escuché un tintineo de porcelana y plata en el otro cuarto, y al atravesarlo, noté que la mesa había sido arreglada y la lámpara encendida, pues para entonces ya era bastante tarde. También en el estudio o biblioteca estaban encendidas las lámparas, y encontré al conde yaciendo en el sofá, leyendo, de todas las cosas en el mundo, una Guía Inglesa de Bradshaw. Cuando yo entré, él quitó los libros y papeles de la mesa; y entonces comencé a explicarle los planos y los hechos, y los números. Estaba interesado por todo, y me hizo infinidad de preguntas relacionadas con el lugar y sus alrededores. Estaba claro que él había estudiado de antemano todo lo que podía esperar en cuanto al tema de su vecindario, pues evidentemente al final él sabía mucho más que yo. Cuando yo le señalé eso, respondió:
     —Pero, mi amigo, ¿no es necesario que sea así? Cuando yo vaya allá estaré completamente solo, y mi amigo Harker Jonathan, no, perdóneme, caigo siempre en la costumbre de mi país de poner primero su nombre patronímico; así pues, mi amigo Jonathan Harker no va a estar a mi lado para corregirme y ayudarme. Estaré en Exéter, a kilómetros de distancia, trabajando probablemente en papeles de la ley con mi otro amigo, Peter Hawkins. ¿No es así?
    Entramos de lleno al negocio de la compra de la propiedad en Purfleet. Cuando le hube explicado los hechos y ya tenía su firma para los papeles necesarios, y había escrito una carta con ellos para enviársela al señor Hawkins, comenzó a preguntarme cómo había encontrado un lugar tan apropiado. Entonces yo le leí las notas que había hecho en aquel tiempo, y las cuales transcribo aquí:
    "En Purfleet, al lado de la carretera, me encontré con un lugar que parece ser justamente el requerido, y donde había expuesto un rótulo que anunciaba que la propiedad estaba en venta. Está rodeado de un alto muro, de estructura antigua, construido de pesadas piedras, y que no ha sido reparado durante un largo número de años. Los portones cerrados son de pesado roble viejo y hierro, todo carcomido por el moho.
    "La propiedad es llamada Carfax, que sin duda es una corrupción del antiguo Quatre Face, ya que la casa tiene cuatro lados, coincidiendo con los puntos cardinales. Contiene en total unos veinte acres, completamente rodeados por el sólido muro de piedra arriba mencionado. El lugar tiene muchos árboles, lo que le da un aspecto lúgubre, y también hay una poza o pequeño lago, profundo, de apariencia oscura, evidentemente alimentado por algunas fuentes, ya que el agua es clara y se desliza en una corriente bastante apreciable. La casa es muy grande y de todas las épocas pasadas, diría yo, hasta los tiempos medievales, pues una de sus partes es de piedra sumamente gruesa, con solo unas pocas ventanas muy arriba y pesadamente abarrotadas con hierro.
    “Parece una parte de un castillo, y está muy cerca a una vieja capilla o iglesia. No pude entrar en ella, pues no tenía la llave de la puerta que conducía a su interior desde la casa, pero he tomado con mi kodak vistas desde varios puntos. La casa ha sido agregada, pero de una manera muy rara, y solo puedo adivinar aproximadamente la extensión de tierra que cubre, que debe ser mucha. Sólo hay muy pocas casas cercanas, una de ellas es muy larga, recientemente ampliada, y acondicionada para servir de asilo privado de lunáticos. Sin embargo, no es visible desde el terreno.
    Cuando hube terminado, el conde dijo:
    —Me alegra que sea grande y vieja. Yo mismo provengo de una antigua familia, y vivir en una casa nueva me mataría. Una casa no puede hacerse habitable en un día, y, después de todo, qué pocos son los días necesarios para hacer un siglo. También me regocija que haya una capilla de tiempos ancestrales. Nosotros, los nobles transilvanos, no pensamos con agrado que nuestros huesos puedan algún día descansar entre los muertos comunes. Yo no busco ni la alegría ni el júbilo, ni la brillante voluptuosidad de muchos rayos de sol y aguas centelleantes que agradan tanto a los jóvenes alegres. Yo ya no soy joven; y mi corazón, a través de los pesados años de velar sobre los muertos, ya no está dispuesto para el regocijo. Es más: las murallas de mi castillo están quebradas; muchas son las sombras, y el viento respira frío a través de las rotas murallas y casamatas. Amo la sombra y la oscuridad, y prefiero, cuando puedo, estar a solas con mis pensamientos.
    De alguna forma sus palabras y su mirada no parecían estar de acuerdo, o quizá era que la expresión de su rostro hacía que su sonrisa pareciera maligna y saturnina.
   Al momento, excusándose, me dejó, pidiéndome que recogiera todos mis papeles. Había estado ya un corto tiempo ausente, y yo comencé a hojear algunos de los libros que tenía más cerca. Uno era un atlas, el cual, naturalmente, estaba abierto en Inglaterra, como si el mapa hubiese sido muy usado. Al mirarlo encontré ciertos lugares marcados con pequeños anillos, y al examinar éstos noté que uno estaba cerca de Londres, en el lado este, manifiestamente donde su nueva propiedad estaba situada. Los otros dos eran Exéter y Whitby, en la costa de Yorkshire.


domingo, 26 de octubre de 2014

"Playa", de Manuel Altolaguirre





                     PLAYA

                                               A Federico García Lorca

Las barcas de dos en dos,
como sandalias del viento
puestas a secar al sol.

Yo y mi sombra, ángulo recto.
Yo y mi sombra, libro abierto.

Sobre la arena tendido
como despojo del mar 
se encuentra un niño dormido.

Yo y mi sombra, ángulo recto.
Yo y mi sombra, libro abierto.

Y más allá, pescadores
tirando de las maromas
amarillas y salobres.

Yo y mi sombra, ángulo recto.
Yo y mi sombra, libro abierto.

                          De Las islas invitadas, 1926

Manuel Altolaguirre, poeta perteneciente a la Generación del 27, impresor, guionista y director cinematográfico, nació en Málaga en 1905, en el seno de una familia acomodada. Fue fundador y director,  con  Emilio Prados*, de la revista Litoral (1926), y partir de 1935 edita la revista Caballo verde para la poesía, dirigida por Pablo Neruda* entre 1935 y 1936; en ese mismo año crea la colección de poesía El Héroe, en la que edita algunos libros de sus compañeros de generación. Al acabar la Guerra Civil, tras ser internado en un campo de concentración francés, se exilia en Cuba y posteriormente en México. Interesado por el cine, realizó el guion para la película de Luis Buñuel Subida al cielo, premio de la Crítica del Festival de Cannes (1953), y dirigió El cantar de los cantares (1959). En 1950 visita Madrid y Málaga, donde se reúne con familiares y amigos; en 1959 regresa a España para presentar una de su producciones en el Festival de Cine de San Sebastián y muere en Burgos, víctima de un accidente de tráfico, junto a su segunda esposa.
   Inspirado por Juan Ramón Jiménez* y Pedro Salinas*, es autor de una obra lírica original impregnada de espiritualidad, característica que lo diferencia de otros poetas de su generación, de la que es el miembro más joven. Ha publicado, entre otros,  los siguientes libros de poemas: Las islas invitadas y otros poemas (1926), Ejemplo (1927), Poesía (1930), Soledades juntas (1931), La lenta libertad (1936),  Nube temporal (1939), Fin de un amor (1949) y Poemas de América (1955). Luis Cernuda* publicó sus Poesías completas (1926-1959) en 1960.


domingo, 19 de octubre de 2014

"Nubes", de José Emilio Pacheco



                    Nubes

En un mundo erizado de prisiones
Sólo las nubes arden siempre libres.

No tienen amo, no obedecen órdenes,
Inventan formas, las asumen todas.

Nadie sabe si vuelan o navegan,
Si ante su luz el aire es mar o llama.

Tejidas de alas son flores del agua,
Arrecifes de instantes, red de espuma.

Islas de niebla, flotan, se deslíen
Y nos dejan hundidos en la Tierra.

Como son inmortales nunca oponen
Fuerza o fijeza al vendaval del tiempo.

Las nubes duran porque se deshacen.
Su materia es la ausencia y dan la vida.

           De Tarde o temprano. Poemas 1958-2009,

Tusquets, 2009

El escritor mexicano Carlos Monsiváis (1938-2010), compañero de generación de Pacheco, ha escrito sobre este poema: 
"Nubes"  es notable en varios sentidos, convierte un elemento del paisaje de siempre en un cielo autónomo, identifica a las nubes con la libertad y la potencia que no conocerán los mortales, hace del recorrido por el aire una empresa que sólo atisba por instantes la mirada, ese testigo tan hecho de fragmentos. 

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miércoles, 15 de octubre de 2014

De la roca nacida

“De la roca nacida” es un relato de Carmen Romeo Pemán que, el día 2 de octubre de 2014, recibió el premio del VII Concurso de Relatos Helvéticas, un concurso nacional que anualmente convoca esta escuela de escritoras.

 

De la roca nacida

A las fragolinas de mis ayeres
Siempre que salía de su casa, Petra se sacaba las manos de los bolsillos para acariciar los sillares de las casas y arrastraba las alpargatas para sentir mejor el empedrado en las plantas de los pies. Deambulaba por las calles con la cabeza baja y los ojos entornados, sintiendo que su cuerpo, como las casas, era una prolongación de la roca en la que se asentaba el pueblo. A sus diez años nunca había salido de allí, ni podía imaginarse un lugar diferente de aquel.
El Frago era un pequeño poblado medieval encima de un gran peñasco. Sus cuatro calles formaban dos círculos en torno a la gran atalaya de la iglesia, rodeada por el antiguo cementerio y por la barbacana del Fosal, que convertía al conjunto en un baluarte inexpugnable. Después venía el primer círculo de calles, protegido por otra barbacana. Desde esta segunda barbacana, la del Terrao, allá abajo se veía el cauce del Arba.
A Petra le gustaba ir al río y contemplar el pueblo desde abajo. Desde allí El Frago se parecía a la ciudadela que había soñado Cristina de Pizán en su Ciudad de las damas. Solía volver del río por un sendero estrecho que serpenteaba para hacer más llevadera la subida. Era una empinada cuesta por la que subían las mujeres que habían ido a lavar al río, con sus capazos de ropa limpia, y las que habían ido a buscar agua a la fuente, con dos cántaros apoyados en la cintura y otro en la cabeza. Petra caminaba con dificultad porque los pies se le hundían en el barro y se le enzarzaban con las raíces de los árboles. Mientras subía se le iban apareciendo aquellas damas de Cristina de las que tanto le hablaba su madre cuando la acostaba por las noches.
Al final de la cuesta, se sentaba y se acurrucaba en un recoveco de la roca del pueblo, justo debajo de la barbacana del Terrao. Desde allí contemplaba los linares del otro lado del río y recordaba a la joven Aracne, la que según Cristina había inventado el arte de cultivar y tejer el lino. Pero Petra pensaba que Cristina andaba confundida en eso de los nombres, porque justo a su izquierda, sentada en el banquero del Piquero, solía estar siña Gregoria de Michela dando vueltas al  huso, con la rueca sujetada a la cintura. Siña Gregoria se pasaba el día hilando en los banqueros de las calles y en el carasol del huerto de Vicenta. Petra pensaba que eso trabajar el lino lo había inventado siña Gregoria, porque nadie sabía hacerlo como ella.
Por las noches, cuando volvía a casa, solía recorrer las calles para despedirse de las damas que apuraban la última luz de la tarde. Un día se encontró en la calle Mayor con el polvo y el sudor de Manuela de Ferrerito, que venía agotada de dar gavillas. En ese momento pensó que lo que le contaban su madre y Cristina eran patrañas. Que las mujeres que iban al campo a sembrar, a escardar, a segar y a trillar, no tenían nada que ver con la reina Ceres. Que por las tardes llegaban cansadas y sudorosas, y no tenían el aspecto de reinas triunfantes ni de damas ilustres. Que las mujeres de su pueblo tenían nombres corrientes, que ninguna tenía apellidos, porque sólo se sabía de qué casa eran.
De repente se dio cuenta de que el mundo de los sueños era más bonito que el de su pueblo. Se dio cuenta de que Cristina de Pizán se había inventado un mundo maravilloso y de que su madre se lo contaba para enseñarle a soñar.
Entonces decidió que no quería huir a mundos maravillosos, que se quería fundir con la roca del pueblo y hundir sus pies en el barro. Decidió seguir acariciando los sillares de las casas en las que vivían las damas fragolinas y seguir arrastrando los pies por el empedrado que hollaban las abarcas de unas damas que nunca habían calzado ni calzarían chapines.

Carmen Romeo Pemán 

 Natural de El Frago (Zaragoza), Carmen Romeo es licenciada en Filosofía y Letras (sección: Filología Románica) y titular de un diploma de Postgrado en Historia de las Ciencias y de las Técnicas, por la Universidad de Zaragoza. Posee, además, una amplia titulación en el ámbito educativo, ya que ha sido: maestra de Primera Enseñanza, Profesora Agregada de Enseñanzas Medias de Lengua y Literatura Españolas y, Catedrática de Enseñanza Secundaria.
En la actualidad está jubilada, habiendo sido su último destino el IES Goya, donde impartió docencia como Catedrática de Enseñanza Secundaria en el Departamento de Lengua Castellana y Literatura desde octubre de 1978 a junio de 2009.
Durante el período 1972-1978, ejerció su actividad docente en calidad de profesora de la Universidad de Zaragoza, en el Colegio Universitario de Teruel y, desde 1975 hasta 1978, fue profesora agregada del Instituto Francés de Aranda de Teruel.
Los estudios de crítica y de estilística literaria que ayuden a interpretar los escritos de las mujeres, la recuperación de las voces femeninas, así como los proyectos de renovación pedagógica, constituyen los principales ejes de la labor investigadora que ha llevado a cabo en los últimos años. Los resultados de sus trabajos se han divulgado en congresos, simposios y jornadas. Asimismo, han sido objeto de numerosas publicaciones.
Es coautora del primer material didáctico que se publicó en Aragón sobre estudios de género en formato digital: Acortando distancias. Un viaje hacia la voz, el trabajo y el voto de las mujeres (CD ROM), Ed. Instituto Aragonés de la Mujer y Universidad de Zaragoza, 1998.
Es miembro fundador del Instituto Aragonés de Antropología (IAA).






Luisa Gavasa con “Leer juntos”




Grupo de lectura I “Leer juntos Hoy” del IES Goya
Sesión del 6 de octubre de 2014
“Cine y literatura: García Lorca y La novia


Cabello muy corto, de un rubio casi blanco, ojos grandes de expresiva mirada, cejas bien perfiladas y labios rojos. Usa gafas únicamente para leer. Sus adornos: grandes pendientes y anillos (en el dedo anular de su mano izquierda y en el corazón de la derecha), sin collares ni pulseras. Blusa negra con escote en uve, pantalones negros y blancos. Así, con sencillez, acudió la actriz zaragozana Luisa Gavasa a la primera tertulia del grupo de lectura I del IES Goya el día 6 de octubre. Tras su reciente nombramiento como Hija predilecta de la ciudad de Zaragoza, cuyo discurso de agradecimiento ha sido aplaudido unánimemente, a Luisa Gavasa  se la veía feliz y satisfecha. Irradiaba cordialidad, sinceridad y complicidad.

            La afectuosísima presentación a cargo de Concha Gaudó, coordinadora del grupo de lectura y amiga de la actriz, nos recordó la rigurosa preparación de la actriz: licenciatura en Filología Hispánica ampliada en Londres con estudios sobre el teatro shakesperiano, dominio de cuatro idiomas y una larga trayectoria en el teatro independiente y estable de Zaragoza. Actriz versátil (cine, teatro, televisión e incluso ópera) que se ha ido forjando una selecta carrera profesional con la interpretación de papeles que han merecido el reconocimiento de público y crítica. Uno de los más aplaudidos en la película de Paula Ortiz De tu ventana a la mía, y en los últimos meses, todavía en posproducción, el papel del que vino a hablarnos: el de la madre del novio en la película de la misma directora,  La novia, que adapta al lenguaje cinematográfico la tragedia lorquiana Bodas de sangre. En lo personal, Concha Gaudó quiso destacar la absoluta generosidad de la actriz, constatada a lo largo de los muchos años compartidos que han afianzado su amistad.
            Luisa Gavasa comenzó su intervención recordando su papel como doña Loreto en la primera temporada de Amar en tiempo revueltos —serie de Televisión Española en la que compartió plató con Pilar Bardem, Rodolfo Sancho y Ana Turpin entre otros—, al que agradeció la formidable popularidad que le había proporcionado además de permitirle la posibilidad de hacer felices a muchas personas desde la pantalla: “Si los productores supieran que esto no tiene precio, no nos pagarían”, bromeó. Si bien tampoco quiso obviar la dureza y las dificultades de su profesión: sesiones interminables de rodaje, madrugones o inclemencias meteorológicas. Con todo afirmó: “la vida ha sido muy generosa conmigo” y agradeció a sus padres, abiertos y tolerantes, el haber entendido y apoyado su vocación desde el principio.
            Nos recordó numerosos títulos literarios llevados al cine con mayor o menor fortuna. Alabó algunas producciones y se mostró crítica con otras, aun reconociéndoles siempre el valor de permitir el acercamiento de determinadas obras al gran público. 


            La adaptación de Paula Ortiz pertenece al grupo de las primeras, al de las buenas. Su respeto y admiración por el trabajo de la directora de La novia se evidenció al calificarlo como un homenaje a la Generación del 27 en el que encuentra encaje perfecto la “mirada poética y lúcida” de Paula Ortiz junto a su “personalísimo mundo onírico, estético y plástico”. Una arriesgada propuesta con un meticuloso trabajo de guion que, salvo algún recorte del texto, no ha alterado ni un ápice los versos de Lorca, mostrando un absoluto y radical respeto hacia ellos. También para los actores fue una gran responsabilidad encarnar a los personajes de La novia:cuando toda España tiene ya una imagen del personaje no quieres defraudar”, dijo, y, en concreto, para ella, dar vida a la madre del novio se convirtió en una experiencia extrema y dolorosa: “rodar mes y medio teniendo presente la muerte del hijo es agotador”. La secuencia en la que la novia vuelve con Leonardo y el hijo muertos, y su madre, con los brazos elevados al cielo “como una Medea”, grita su dolor “a lo Pasolini”, es Lorca puro y “ahí está el destino trágico”, añadió. Carmen Romeo, profesora asistente, recordó la sólida formación de Paula Ortiz en la relación cine / literatura (tema de su tesis doctoral) como garantía de la calidad de la adaptación. 
            Y, a propósito de otra tradicional oposición, la existente entre el cine y el teatro, la actriz no quiso dejar de destacar la verdad del cine en el rodaje de los primeros planos, aquellos en los que el más pequeño gesto (una ceja alzada o una lágrima) tiene el “poder” de conmover al espectador, el único “poder” que a su juicio merece la pena ejercer: el poder de la palabra para crear emociones desde el escenario o desde la pantalla.
Abordó otros muchos asuntos. Habló de su profesión, por ejemplo, a la que calificó como “un oficio de resistencia y humildad (…). De aprendizaje y humildad”. Así es Luisa Gavasa, humilde pero grande en la interpretación. Una actriz de raza cuyo reconocimiento ha llegado por fin.
No pudo ni quiso ocultar que goza con su trabajo y que está disfrutando de este momento dulce que la vida le brinda. Con su conversación ágil y fluida se mostró convincente, pasional, entusiasta y vital. Fue un placer compartir con ella su tiempo y un privilegio poder escuchar, como broche final de nuestro encuentro, el relato de Carmen Romeo titulado De la roca nacida, ganador del concurso “Tu país de las mujeres” al que la actriz puso voz y emoción.
            Está claro que es mucho lo que a Luisa Gavasa le queda por ofrecernos todavía y, desde aquí, le deseamos mucho éxito con su papel en La novia y en todos los que le sigan. 

                                                                                                        María Luisa Mateo